NOVIEMBRE, MES DE DIFUNTOS
CULTO A LOS MUERTOS, UNA
MIRADA DESDE LA RELIGIOSIDAD POPULAR
Por Antonio
DIAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad
Popular
La relación de Dios con su pueblo
se vive siempre entre el amor y el temor, el pueblo tiene la certeza de que
Dios acompaña su caminar pero que a su vez vigila y recompensa según sus actos.
A Dios se le encuentra sobre todo en el culto, en los ritos y en las cosas
sagradas. Por eso la religiosidad popular es muy simbólica. Hay una gran
valoración de las bendiciones, de las imágenes, de los lugares, de las velas,
del agua bendita y demás símbolos religiosos.
Dentro de este contexto la muerte
tiene un alto sentido religioso. Hay un verdadero culto a los muertos unido a
la convicción del “más allá”. La religiosidad popular es itinerante: “Se va” a
templos, santuarios, lugares religiosos…Ello va unido a las “promesas”, mezcla
de interés por los beneficios divinos y de gratitud.
Esta afirmación la podemos colocar como la carta de presentación
de la religiosidad popular, la cual siempre está abierta y toma de lo más
significativo para el hombre. La religiosidad se mueve entre los aspectos más sencillos
pero a la vez más delicados de la experiencia de fe. El hecho de que la
religiosidad popular sea simbólica va a implicar una gran variedad de elementos
naturales, como el agua, el fuego y con ellos una serie de expresiones de todo
tipo, en donde la súplica, la alabanza y el temor son la temática esencial de
la religiosidad.
La cotidianidad de la religiosidad
popular no está basada en la lectura de grandes autores teológicos, ni en la
comprensión de su propia realidad religiosa, ésta vive el presente y encuentra
en los detalles de cariño para con Dios, las muestras más grandes de
afectividad hacia él, por eso las imágenes en las casas y los rezos.
Una religiosidad no se conoce sólo
por sus manifestaciones, sino sobre todo por las actitudes, motivos y valores
envueltos en esas manifestaciones.
Nada de lo mencionado sobre la
religiosidad popular es válido si no se intenta por lo menos, encontrar los
sentimientos que están en medio de todas estas manifestaciones, porque la
religiosidad nace de allí, de cada experiencia personal que se tiene con Dios.
Es totalmente válido el querer ir al sentimiento y a la inspiración que se
tiene por Dios a través de la fe popular.
Muchas de las tendencias más
cuestionables de la religiosidad popular no desaparecen sólo con un esfuerzo
catequético o evangelizador. Pues mientras no se produzca una promoción humana,
una comunidad tiene imperiosa necesidad de ese tipo de religiosidad, que es lo
único capaz de equilibrar su inseguridad radical.
La “religión de la pobreza” nos
parece demasiado interesada en beneficios, demasiado ritualista, de un
providencialismo excesivo. Pero en ese contexto de vida, cuando no se tiene
casi nada ni se puede recurrir a nadie, la religión cumple una función límite,
que aun a la vista de sus deficiencias es respetable: Es la única esperanza de
la gente.
La pobreza del hombre le permite
reconocer que la presencia de Dios en su vida es vital, y si se puede entender
como una postura interesada, una comunidad cristiana pobre hace de la
religiosidad el medio de comunicación que le facilita entenderse con su Dios,
en donde los pactos, promesas, suplicas y alabanzas se hacen presentes.
El Dios de los pobres y los pobres
de Dios, es la primera identidad de una religiosidad que se establece como
mediadora entre ambos.
La espiritualidad va a
involucrarse con todos los aspectos de la vida, si se le permite, va a entablar
una relación permanente con todo lo que afecta el mundo.
No cabe duda de que la presencia
del Espíritu es lo más radical en la espiritualidad. Pero se necesitan, además,
otros datos. Se presenta también la espiritualidad como la forma envolvente y
unificadora de entender la vida: Dios, el hombre, la muerte, el universo, la
historia, el amor.
Cuando se reconoce que la espiritualidad
afecta la historia, el amor e incluso la muerte, se espera que estas realidades
humanas se entiendan y se vivan bajo la mirada que el Espíritu ofrece. Cuando
en la vida humana se percibe que la acción del Espíritu dirige muchas de sus
experiencias, se reconoce un elemento especial, distinto, de lo que
generalmente se vive.
Es innegable reconocer la
espiritualidad en los distintos campos de la vida, se logra una percepción
inmediata en alguien que actúa adecuadamente, sus pensamientos y su respuesta
ante la vida es distinta, posee una particularidad, a veces, inexplicable. En
la actualidad se habla de distintas espiritualidades, se entiende que las
diferentes experiencias de fe, ofrecen una espiritualidad, una manera de
entender la vida bajo la fe que se vive en cada caso.
Es una certeza que la espiritualidad
da otro sentido a la existencia de los seres humanos, en donde por medio de
ella se sienten sumergidos en una relación de cercanía con Dios. Es esta la
fuerza que da el Espíritu del Resucitado al que cree en él y da testimonio de
su presencia en la vida del hombre.
Es por la fuerza del Resucitado
que toda la fe cristiana tiene sentido, desde este hecho trascendental la
mirada que da el ser humano a las cosas es distinta y aún más cuando se trata
de la muerte.
La fuerza que da la vida en Cristo
y su hecho salvífico va resignificar todos los aspectos de quien cree y vive el
Reino prometido. Por esta experiencia de sentir a Jesús presente en todo es que
el hombre va tener la capacidad de mirar todo de una forma distinta a aquel que
no se ha abierto a la experiencia que el cristianismo ofrece. Esta manera de
ver las cosas tendrá muchas posibilidades de vivir los acontecimientos que la
vida por sí misma presenta a la humanidad.
San Pablo menciona que: “Y si
morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” es decir que la
esperanza cristiana ante la muerte es superior, la muerte ha sido vencida por
la entrega del Hijo al Padre y ha hecho participe a toda la creación de esta
condición salvadora. Por eso es lógico encontrar esa esperanza que solo la
espiritualidad cristiana expresa en la vida eterna y de la cual todo creyente
de alguna u otra vive. El resucitado ha dado sentido a la vida misma y no
permite que quien desee acogerse a su fuerza pierda el rumbo y el horizonte de
su vida, en su compañía el camino se hace llevadero y las debilidades se
transforman en fortalezas.
El culto a los muertos –visita a
los cementerios, el encendido de velas y flores sobre sus tumbas-- para el
catolicismo a través de su historia ha ocupado un lugar bastante significativo
y con el paso del tiempo ha vivido las modificaciones necesarias para su
avance.
Dentro del rito a los muertos la
cultura popular perteneciente al catolicismo ha creado una serie de propuestas
rituales y celebrativas que marcan la experiencia de duelo de sus creyentes. La
fe popular ha posibilitado que en medio del diario vivir, la vida del creyente
se encuentre en continua comunicación o sintonía con la eternidad, porque ha
hecho de sus lugares de descanso, los cementerios, templos de alabanza, esperanza,
recuerdo y resurrección de los que se han ido.
El cristiano siente que sus
difuntos lo escuchan y acompañan en todo el diario vivir y por eso hacen
evocación por medio de recuerdos de sus seres queridos. Esta religión espera
que quien fallece esté en la presencia de Dios y desde allí prepare un lugar
para un encuentro definitivo.
Los cementerios encierran esta
espiritualidad porque todavía se conserva el respeto y un silencio prudente
dentro de estos lugares cuando se ven limitados solo a las visitas, el
cristiano sigue considerando este lugar como un lugar de respeto, sagrado,
donde descansan eternamente los “fieles difuntos”.
El cristiano espera poder reunirse
con todos sus seres queridos en el cielo y por eso hace de sus moradas, sus
tumbas, un lugar totalmente propio de cada difunto porque espera según su fe,
que ya nada va a cambiar, sino que la eternidad si se logra percibir algo de
ella, ya empieza a ser efectiva.
Muchas veces estas realidades de
eternidad y cielo no son vividas conscientemente por la comunidad eclesial en
su lugar popular; la vida de muchos con esta dedicación y seguimiento por sus
difuntos está brindando la posibilidad de salvación a muchos que no encuentran
la forma de consolar su corazón al sufrir una perdida en cualquier
circunstancia.
El cristianismo gracias a su
religiosidad popular se ha visto engrandecido en muchos aspectos, pero el culto
a los muertos ha tenido la posibilidad de vivirse de otra forma, logrando que
los ecos de resurrección se perciban por todas partes en los cementerios. Ha
surgido una nueva espiritualidad de la mano del pueblo que ha hecho del
homenaje a sus muertos un espacio para desnudarse ante el misterio divino y
dejarse habitar por él, aunque muchas veces no se pueda entender o no se busque
entenderlo, pero lo cierto es que por medio del cristianismo que recoge todas
las experiencias que son importantes para el pueblo, por su tradición o por su
contexto, se habla ya del “descanso”, de la “compañía”, del “recuerdo”, de
estas condiciones humanas que por situaciones de la vida se olvidan del sentir
cotidiano de los hombres. El culto a los muertos entre los cristianos ha dado
la posibilidad de sentir que existe una nueva forma de vivir la partida de los
seres queridos, una forma de sentir y acompañar a sí mismos este acontecimiento
para vivir la muerte de una forma que no tiene nada que ver con su naturaleza,
de soledad, simpleza y dolor.
La fuerza de un Dios resucitado es
percibida en esta realidad del pueblo cristiano frente a sus muertos, porque la
presencia y la cercanía entre Dios-hombre se torna incluso más viva en estos
momentos de dolor y desorientación.
Muchas de las personas cristianas
que viven un duelo por la muerte de un ser querido, su única referencia es en
relación a Dios como el único que puede acompañar el momento; es decir, que
Dios toma un rasgo que lo reconoce la misma historia salvífica como el “Dios
que acompaña a su pueblo en medio de las tribulaciones”.
Esta realidad va a concretar que
el Señor para ellos se encuentra vivo y presente en todo el acontecer de sus
vidas y en él ponen toda su confianza, pero lo relevante en toda esta situación
es que ellos, es decir, el pueblo de Dios, no lo tiene como un propósito, el
cual quieren hacer notar en medio de su fe, sino que por simple fidelidad y
amor a Dios aflora naturalmente, reconocido tal vez como un moción del Espíritu
Santo.
Existe una realidad en toda esta
dimensión espiritual que se ha exaltado en el cristianismo, y es que, frente a
sus muertos existe un “nunca te olvidaremos”, esa condición de cercanía
permanente entre los que ya se fueron y los que han quedado, que hace entender
que sin duda existe un aporte nuevo para la vida de fe. Ese hecho y promesa de
“no olvidar” se convierte en el vínculo más sagrado que va a permitir que los
fieles tengan una conciencia de que Dios hace posible esta vinculación,
entonces su unión con el Señor de la vida no termina fácilmente. Es bien fuerte
esta realidad del “no olvidar” porque muestra una espiritualidad particular
frente a la muerte en donde ésta no tiene la última palabra frente a las
realidades y relaciones de los hombres. Es importante entender que la muerte no
tiene un poder tan abrumador como se puede pensar, porque si no hay olvido por
tanto no existe el primer rasgo del mayor pecado que se vincula con la
resurrección, el olvido mismo.
Cuando una familia expresa a sus
muertos que “nunca los olvidarán”, a su vez están dando un mensaje a los
hombres en general, porque lo están invitando a que el recuerdo y la memoria
sean vividas de otras formas, incluso desde el acontecimiento del dolor. Por
otra parte están pidiendo que quienes tienen el gozo de estar unidos en vida,
lo valoren aún más y por tanto que cuando la distancia y la muerte separen,
nunca rompan los vínculos y lazos que una vez en vida los unieron. Es decir que
el culto a los muertos del catolicismo está fortaleciendo las relaciones
humanas bajo cualquier condición, en donde valores y gracias como el perdón, la
unión y la paz se vivan en los momentos más difíciles de la vida.
Es así como se puede decir
entonces que existe una religiosidad popular frente a sus muertos, porque ha
logrado desde su humildad y sencillez de vida encontrar los vestigios más
importantes del Reino en la tierra, y es vivir en una entrega total por el “no
olvidar”, que podría ser el mayor pecado y que es un signo fundamental que el
Resucitado ha dejado a quien desea seguirlo. El catolicismo se ve engrandecido
por la forma como el mundo popular cree en la eternidad, siente que la vida
terrenal no es lo último y a diario lo demuestra y lo siente por medio de sus
expresiones. Son certezas de vida que se encuentran frente a sus duelos,
memorias, historias y demás acontecimientos alrededor de la muerte.
El pueblo cristiano continuamente en sus muertos
dentro de la fe católica está salvando a la humanidad de caer en el distracción
que le puede generar la vida frente a Dios y que lo lleva a un sin sentido de
la existencia, no entendiendo que n