ACOMPAÑEMOS LA
FE NUESTROS JÓVENES COFRADES
Por Antonio DÍAZ
TORTAJADA
Delegado
Episcopal de religiosidad Popular
No existe un censo exacto de niños y
jóvenes en nuestras cofradías y hermandades, pero prácticamente todas cuentan con un buen
puñado de ellos (entre diez y veinte, la mayor parte de ellas), aunque su
participación no sea siempre visible. Y es que algunos son cofrades
prácticamente desde que nacen, puesto que la tradición familiar sigue siendo el
principal motor para que los más pequeños se integren en sus filas.
A los hermanos de paso y de fila hay que
sumar una nueva categoría, por fortuna bastante abundante, los hermanos “de
chupete”. A eso se llama mamar la Semana Santa desde pequeños.
No creo que el dato sea nada original, y
cosa parecida sucede en todas partes. Hace tiempo que vemos a niños pequeños
integrando las filas de las hermandades y cofradías de toda España, pero esa
presencia se ha multiplicado extraordinariamente en los últimos años. Los niños
son un porcentaje grande dentro de los que ingresan como nuevos hermanos.
Podemos arriesgarnos a decir que, si
hace veinte años los motivos de ingreso en las cofradías eran fundamentalmente
del entorno social –el grupo de amigos-- a lo que se añadió luego el
"tirón" popular de la Semana Santa en los últimos años, hoy día el
motivo fundamental de ingreso es familiar, y se manifiesta en las altas de los
hijos pequeños de los propios cofrades. Ya sé que es una conclusión apresurada
y provisional. Tómenla como tal.
En las cofradías nada distinto. Nada
especial, sino un modo de vivir la religiosidad popular. O mejor, que hagan
ellos. Y aún mejor, que no hagan, que” sean”. Menos activismo y más
profundización en lo esencial. Pero la pregunta vuelve, y vuelve, y vuelve… ¿Qué
hacemos con los niños y jóvenes?
En la Iglesia a los niños y jóvenes se
les echa de menos y, de repente, mira uno a las cofradías y se encuentra con niños
y jóvenes. Bastantes jóvenes y niños. Nuevos jóvenes. Seguramente más parecidos
a los que no pisan una parroquia cualquiera un domingo cualquiera que a los que
sí lo hacen. Probablemente más entusiastas de un altar de cultos con muchos
candelabros y jarrones que de un coro de guitarras y un presbiterio decorado
con telas de colores. Piadosamente tradicionales pero ni muy píos ni muy
tradicionalistas. Y entonces, la pregunta: ¿Qué hacemos con ellos? La cuestión
puede suscitarse, y a menudo se suscita, en la junta directiva de una
hermandad, en la delegación de pastoral juvenil de una diócesis o en un párroco
al que le ha caído en suerte una o varias cofradías en su comunidad (nunca en
desgracia, aunque puede pensarlo a veces y humanamente se le comprende).
Casi todas las cofradías integradas en
la Semana Santa han tenido en algún momento algo que han denominado "grupo
joven". Los ha habido o los hay
hasta con una especie de equipo directivo, se han tendido lazos entre sus
responsables y/o los vocales de juventud de las juntas de gobierno de las
diferentes hermandades, han organizado solidarias recogidas de alimentos, han
rezado alguna vez (de eso he tenido menos noticia) y hasta han anunciado
excursiones. Han nacido, han crecido poco y se han disuelto. O los han enfriado
para combatir calores indeseados. O se han quedado en una declaración de
intenciones. De todo ha habido. También buenos frutos.
Hay en las cofradías grandes valores y
significativas lagunas. Muchas de ellas, no exclusivas del ámbito cofrade, sino
propias de nuestros creyentes, de la fe de nuestro tiempo. En el capítulo
positivo podemos poner la riqueza ritual, la experiencia inmediata de Dios, el
desarrollo de la estética y el arte sacro, y de la dimensión social en nuestras
hermandades. En el negativo, la flojedad de los contenidos racionales de la fe,
y de la respuesta moral que lleva aparejada. Profundizar en lo esencial, es la
tarea.
Y eso es. Jesús en el centro. Para el
ocio y el tiempo libre las ofertas son múltiples. Para trascender de ese
fenómeno emocional, estético e identitario que reúne a los jóvenes en una
cofradía la oferta la deben hacer la propia hermandad, su parroquia y su
diócesis. Una oferta en la que el niño y el joven tengan voz, voto y
protagonismo. Y que en frente y junto a él a quien se encuentre sea a Jesucristo.
Él sabrá mejor que nosotros qué hacer con los jóvenes.
Comprender y vivir: Esas son las dos
tareas fundamentales que dan cuerpo, entidad, a su pertenencia cofrade. En
conjunto, podemos hablar de una "pedagogía" de lo que es la cofradía.
Pedagogía en el sentido etimológico de la palabra: Guía o conducción de los
niños y jóvenes. No es una mera enseñanza, no basta con llenarles la cabeza de
conceptos teóricos. Es precisa una atención personal que atienda su situación,
que sea de verdad un acompañamiento de esa situación, y que les encamine en la consecución
de una situación nueva.
Cuando hablamos de formación cofrade,
inconscientemente pensamos en los adultos, y olvidamos las actividades
formativas para niños y jóvenes. Pero no son los niños y jóvenes el principal problema,
sino que en buena parte son los padres, los adultos, su propia pobreza personal
y de fe, su imposibilidad para transmitir algo que vaya más allá de lo estético
o emocional, la que determina la situación de los pequeños. Por eso, jamás
podremos hablar de formación de niños y jóvenes como algo aislado. Nunca
lograremos formar a los niños si no emprendemos, al mismo tiempo, la tarea de
formar a los mayores.
Si logramos unos adultos formados,
conscientes de lo que supone la cofradía o hermandad, y que tratan de ser
coherentes con ello, la formación de los niños estaría casi automáticamente
garantizada.
Educar es, por tanto, aprender a
valorar, creer, sentir y practicar. Las cuatro dimensiones deben ser
trabajadas, pues un enfoque que sólo use la dimensión de los valores cae en un
eticismo que es incapaz de aportar el sustento necesario para la transmisión e
innovación de dichos valores; un enfoque basado puramente en las creencias
(principalmente en ideologías) es un enfoque doctrinalista incapaz de orientar
al sujeto en las situaciones concretas; un enfoque basado sólo en sentimientos cae
en el esteticismo; un enfoque basado sólo en las prácticas peca de excesivamente
pragmatista. El enfoque equilibrado tiene que contener proporcionalmente esos
cuatro elementos de la cultura.
¿Es posible una pastoral infantil-juvenil
cofrade? Esta es la pregunta de fondo. No solo no es una misión imposible, sino
muy posible y deseable. Hay pequeñas iniciativas, pero hay que seguir caminando
y poner más carne en el asador. ¿Qué caminos podemos recorrer juntos la
pastoral infantil-juvenil y los jóvenes cofrades? ¿Cuáles son las claves para
el éxito de la misma? Es momento de aunar fuerzas entre la pastoral infantil-juvenil
y los cofrades. Ser creativos en este campo.
Los niños y los jóvenes cofrades
necesitan adultos cofrades referentes en la fe. Al final, se trata de la fuerza
de la comunidad, de sentirse identificados con una realidad y un proyecto que
nos precede y que va más allá de nosotros, esto es, la Iglesia.
Como sucede en la mayoría de las
parroquias y en nuestra Iglesia en general, se han perdido eslabones jóvenes o
relativamente jóvenes que sirvan de unión entre las personas mayores y las
nuevas generaciones. Y en ocasiones, los cristianos de mediana edad no son
referentes reales para los más jóvenes, ya sea por la manera de vivir la fe o
por la falta de empatía con estos últimos.
Los hermanos mayores y las juntas
directivas constituyen un pilar fundamental en la pastoral infantil-juvenil
cofrade. Para bien y para mal, son faros en los que la gente posa su mirada. Si
apuestan por trabajar con los jóvenes desde la fe, con fe y para la fe se
obtendrán frutos. Como siempre, surge un cuestionamiento que hemos de hacernos
los agentes de pastoral con jóvenes. ¿Hasta dónde queremos implicarnos? ¿Cuáles
son las apuestas reales en tiempo, personas, dinero, oración, estructuras… que
estamos dispuestos a hacer cuando trabajamos con jóvenes?
El acompañamiento personal de los
jóvenes cofrades es lo único que puede garantizar hacer un proceso con ellos.
Por supuesto, cada cual desde donde esté y atendiendo a la diversidad de
situaciones que corresponda. En este sentido, es necesaria la implicación
pastoral de los consiliarios de las diferentes cofradías y hermandades. Desde
las diferentes instancias diocesanas se ha de apostar decididamente por la
religiosidad popular, para que los jóvenes cofrades logren alcanzar el objetivo
central como cristianos, esto es, el encuentro con Jesucristo a través de una
profunda catequesis.
Llevemos a nuestros niños de la mano a
la aventura de ser cofrades; al menos durante un tiempo, porque luego se
soltarán y seguirán caminando por sí mismos. La aventura de ser cofrade no
tiene fin.