viernes, 2 de julio de 2021

DESDE EL MONTE CARMELO, MARÍA ILUMINA

 

 

DESDE EL MONTE CARMELO, MARÍA ILUMINA

 

 

Por Antonio DÍAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

 

El Carmelo es el Monte de María. Parece que Dios sentía predilección por pregonar sus bandos desde la cúspide de las montañas: Sinaí, Tabor, Bienaventuranzas, Gólgota... El monte Carmelo, con cuya extraordinaria belleza compara a su Esposa el Cantar de los Cantares, es de sabor netamente bíblico. Hay que ir hasta el Libro de los Reyes o más arriba para dar con su origen. Dos son los montes que en Palestina llevan este nombre. El de Judea es árido y seco, parece que pesa sobre él la maldición de Cristo contra el pueblo deicida. Y el de Galilea, por el contrario, es fértil y fecundo en toda clase de frutos. Está junto al mar Mediterráneo y fue el teatro donde se deslizó la vida del profeta de Dios, Elias Tesbita.

Esta fiesta, a toda la Iglesia en 1726 por Benedicto XIII, y recoge la narración bíblica que se entreteje entre Ellas, el Carmelo y María. El pueblo de Israel había vuelto a pecar. Dios envió a Elias para castigarle. Este profeta, en cuyo corazón y labios ardía el fuego del culto al verdadero Dios, cerró el cielo con el poder de su oración. Tres años y medio sin caer una gota de agua sobre la tierra. Arrepentidos, vuelve Elias a interceder por ellos y el Señor escucha su oración. Elías sube a la cumbre del Carmelo. Se postra en tierra y ora con fervor. Manda a su criado que mire hacia el mar. Sube y mira. No hay nada. Vuelve a subir hasta siete veces. A la séptima dice: “Divísase una nubecilla, pequeña como la palma de la mano de un hombre, la cual sube del mar [...] Y en brevísimo tiempo el cielo se cubrió de nubes con viento, y cayó una gran lluvia”. Algunos autores, sobre todo a partir del siglo XIV, vieron en esta nubecilla, en figura o tipos bíblicos, a la Virgen Inmaculada, mediadora universal. La Iglesia así lo ha aceptado en su liturgia. El monte Carmelo es un abultado volumen de historia. Ha visto pasar a su vera los pueblos más diversos. Desde muy antiguo habitaron los carmelitas en él y en él comenzaron a dar culto a la Virgen Inmaculada.

A ella, a Santa María, tal cual la celebraban en la alta Edad Media, sobre todo a partir del concilio de Calcedonia, los ermitaños del monte Carmelo levantaron una célebre capilla, meta de peregrinaciones a fines del siglo XI, o principios del XII. Con ello no hacían más que ponerse bajo su patronato, o, como entonces se decía, bajo su título. Más adelante se unirá, formando una sola, la doble idea: María-Carmelo. En el siglo XX, se hicieron excavaciones para buscar restos arqueológicos de esta venerada capilla.

En marzo de 1958 el conocido arqueólogo franciscano Belarmino Bagatti comenzó las excavaciones junto a la llamada “Fuente de Elias” y unos meses después descubría los cimientos y parte de los muros de una capilla de 22,30 por 6,25 metros, y junto a ella una pared de 2,5 metros de ancha que parece ser los restos del primitivo monasterio de San Brocardo. La simbólica interpretación de la nubecilla, que no es más que una hermosa figura para significar a la humilde y pura Virgen María como mediadora universal de todas las gracias por su divina maternidad corredentora, contribuyó a aumentar el profundo marianismo que impregnó, desde sus orígenes, la historia, liturgia y espiritualidad del Carmelo. El monte Carmelo ha ido pasando de unas manos a otras, aunque sus pacíficos y legítimos moradores son los hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. Poco después de la milagrosa aprobación de la regla carmelitana por Honorio III en 1226 vinieron los carmelitas a Occidente. El pueblo los recibió como llovidos del cielo. Eran los llamados: Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.

Pronto comenzó una negra persecución contra ellos. El general de la Orden, san Simón Stock (1165-1265), acudía con lágrimas de dolor a la Santísima Virgen para que viniera en auxilio de su Orden. Hasta llegó a componerle algunas fervorosas plegarias que rezaba con seráfico fervor. He aquí la redacción breve de la aparición, entrega y promesa del santo escapulario. Es una de las más críticas y antiguas que se conocen: “El noveno fue San Simón de Inglaterra, sexto general de la Orden, el cual suplicaba todos los días a la gloriosísima Madre de Dios que diera alguna muestra de su protección a la Orden de los carmelitas, que gozaban del singular título de la Virgen, diciendo con todo el fervor de su alma estas palabras: "Flor del Carmelo, vid florida, esplendor del cielo, Virgen fecunda y singular, ¡oh Madre dulce, de varón no conocida!, a los carmelitas da privilegios, estrella del mar".

Se le apareció la Bienaventurada Virgen acompañada de una multitud de ángeles, llevando en sus benditas manos el Escapulario de la Orden y diciendo estas palabras: "Este será privilegio para ti y todos los carmelitas, quien muriere con él no padecerá el fuego eterno, es decir, el que con él muriere se salvará"“.

Desde este momento comienza María a obrar prodigios por medio del santo escapulario. Todo esto sucedía a finales del siglo XII y principios del XIII. El santo patriarca Alberto les ordenará que se instalen junto a la Fuente de Elías, que construyan un pequeño oratorio en medio de sus celdas donde se habrían de reunir diariamente para oír la santa misa y rezar las horas canónicas.

Consta que la capilla fue construida y dedicada a Santa María, en cuyo altar se veneraba un icono de la Virgen como titular de la misma; de ahí les vendrá el nombre con el que serán conocidos, incluso jurídicamente: “Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo”, o simplemente Carmelitas, y así se les seguirá llamando hasta el día de hoy.

Aquel bíblico Monte les conferirá a dichos Hermanos su propia entidad, tanto por la dimensión mariana de su espiritualidad como por la huella eliana tan presente y viva de los Hijos de los Profetas de quienes se declararon sus seguidores, considerando al gran Patriarca del Carmelo como su Padre y Fundador.

A mediados del siglo XIII y bajo la amenaza constante del Islam aquel grupo de ermitaños se vio obligado a refugiarse en lugares más seguros a la vez que se iban formando nuevas comunidades. Primero fue en San Juan de Acre, fortaleza de cristianos, y más tarde se fueron expandiendo hacia Chipre, Sicilia, Italia, Malta, Francia, Inglaterra…, fundando otros “carmelos” a semejanza del primitivo de Tierra Santa. El hecho mismo de tener su origen en la propia tierra de Jesús “en cuyo obsequio se proponen vivir”, y teniendo a la Virgen María como su Madre y Patrona, es decir, la “Señora del lugar”, configurará a aquel grupo tanto en su espiritualidad como en el carisma específico y propio, dentro del grupo de las órdenes mendicantes. De ahí que todo carmelita siempre vivirá “orientado” hacia el lugar de origen y no sólo como simple punto referencial.

La finalidad de la recién nacida orden, aunque ni oficial ni canónicamente aún lo era, la pone de manifiesto el mismo sumo pontífice Urbano IV cuando, con ocasión de exhortar a los fieles del Patriarcado Latino de Jerusalén que ayudaran con sus limosnas a la reconstrucción del monasterio destruido por los árabes, manifestaba que aquel convento se erigía “para gloria de Dios y de la predicha y gloriosa Virgen, su Patrona·. Para estas fechas ya el papa Inocencio IV había reconocido a los carmelitas como orden mendicante, dentro del grupo formado por franciscanos, dominicos y agustinos mediante la bula Quae honorem Conditoris del 1 de octubre de 1247, gracias a lo cual no solamente sobrevivieron sino que se expandieron por toda Europa como una orden recién nacida.

Porque, en realidad, esta “adaptación”, también llamada “mitigación”, fue en efecto una refundación que habría de cambiar el destino de la Orden, hecho desgraciadamente mal entendido y peor explicado al considerar esta adaptación papal no como un reconocimiento oficial por parte de la Iglesia elevándola a la categoría de orden, sino más bien como un acto de relajación, de degradación, si cabe la palabra, respecto a la austeridad de sus principios, cuando era justo todo lo contrario. En tal error cayó por ignorancia la propia Teresa de Jesús, totalmente excusable en la santa de Ávila, pero no en sus incondicionales y desorientados seguidores, quienes debieran conocer mucho mejor la verdadera y auténtica historia del Carmelo y no falsearla por intereses muy poco ortodoxos.

Tampoco en Europa fue muy bien visto aquel título de Hermanos de Santa María del Monte Carmelo dentro del mismo mundo eclesiástico, especialmente religioso, pero los carmelitas lo defendieron con toda energía hasta el punto de que se hicieron célebres las interminables diatribas en el ámbito universitario inglés. Es cierto que los carmelitas no podían probar que tuvieran un fundador jurídico y formal como Francisco de Asís y Domingo de Guzmán, pero tampoco lo tenían los agustinos; de ahí las grandes polémicas muy propias de la Edad Media. Sin embargo aquellos monjes del Monte Carmelo lograron prevalecer con todo derecho. En la Constituciones de 1281 la rubrica prima declaraba con toda solemnidad y de modo oficial que, “dando testimonio de la verdad, declaramos que desde el tiempo en que los profetas Elías y Eliseo vivieron devotamente en Monte Carmelo…, nosotros, sus seguidores, servimos al Señor en diversas partes del mundo hasta el día de hoy”.

En este marco histórico podemos entender la famosa visión stockiana, es decir, la Entrega del Santo Escapulario de la Virgen a San Simón Stock, VI Prior General de la Orden, según la tradición, y la verdadera pasión de los carmelitas por su Madre y Patrona. “Esta elección del patronato mariano, leída en el contexto feudal, condiciona toda la orientación espiritual del grupo originario de los carmelitas y su actitud hacia María, porque ven en Ella la “Señora del lugar” en la Tierra de su Señor Jesús, en obsequio del cual pretenden vivir. Así el patronato, como contrato de naturaleza sinalagmática, aplicado a las relaciones del fiel con María, comporta, por parte de la “traditio personae”, el servitium y la mancipatio de los cristianos, es decir, el estar dedicados a María y honrarla…, con la mediación de dones, gracias y beneficios, por lo que, para ellos todo bien proviene de Dios a través de María”.

La primera vez que se representa la Entrega del Santo Escapulario a San Simón Stock es en el cuadro de Tomás de Vigilia que se conserva en el convento de Corleone (Sicilia) de 1492, justo bajo la media luna que aparece bajo los pies de la Virgen, como en el Apocalipsis. La más antigua representación que se conoce en cuanto a la visión stockiana se refiere, lo cual no quiere decir que hasta entonces se desconociera puesto que el santo escapulario ya era en esta época muy popular.

Según la tradición, tal aparición tuvo lugar al rayar el alba del día 16 de julio de 1251, es decir, la entrega del santo escapulario por parte de la Virgen a san Simón Stock.

Era muy notorio y bien conocido el hecho; de ahí que entre los maestros espirituales carmelitas se hablara del “habito de la Virgen”, pero no se populariza hasta que el papa Nicolás V extiende tal privilegio a terciarios y cofrades mediante la bula Cum Nulla de 1452 y la divulgación de la famosa bula sabatina que arrastro casi en su totalidad a todos los fieles de la Iglesia Católica. De ahí que Edith Stein, la santa carmelita judía, pudo con razón escribir que el Escapulario marrón (como escribe ella), “vestido de salvación y signo de la protección maternal de la Virgen…nos une con innumerables fieles de todo el mundo”.

La Virgen del Carmen, por su densa historia, no solamente goza de una gran popularidad sino que ha sido fuente de inspiración para los artistas de todos los tiempos, comenzando por Masaccio en el Trecento italiano hasta Goya, pasando por Velázquez, Murillo, Gregorio Fernández, la Roldana y el Tiépolo en Venecia. Ninguna advocación mariana en la Iglesia Santa de Dios presenta tantas facetas inspiradores para el arte como Nuestra Señora del Carmen prefigurada en la Nubecilla Eliana, Abogada del Purgatorio y Patrona de las gentes del mar.