viernes, 21 de octubre de 2022

SENTIDO DEL DIA DE DIFUNTOS

                         

 

 

SENTIDO DEL DÍA DE DIFUNTOS

 

 

Por Antonio DIAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

 

 

"El máximo enigma de la vida humana es la muerte". Sin embargo, la fe en Cristo convierte este enigma en certeza de vida sin fin. Él proclamó que había sido enviado por el Padre "para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga la vida eterna" y también: "Esta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna; yo le resucitaré en el último día". Por eso, en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano la Iglesia profesa su fe en la vida eterna: "Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro".

Apoyándose en la Palabra de Dios, la Iglesia cree y espera firmemente que "del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado".

La fe en la Resurrección de los muertos, elemento esencial de la revelación cristiana, implica una visión particular del hecho ineludible y misterioso que es la muerte.

La muerte es el final de la etapa terrena de la vida, pero "no de nuestro ser", pues el alma es inmortal. "Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida"; desde el punto de vista de la fe, la muerte es también "el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino".

Al igual que la Liturgia, la Religiosidad Popular se muestra muy atenta a la memoria de este acontecimiento de la muerte de nuestros hermanos y es solícita en las oraciones de sufragio por ellos.

En la "memoria de los difuntos", la cuestión de la relación entre Liturgia y religiosidad popular se debe afrontar con mucha prudencia y tacto pastoral, tanto en lo referente a cuestiones doctrinales como en la armonización de las acciones litúrgicas y los ejercicios de piedad.

Es necesario, ante todo, que la Religiosidad Popular sea educada por los principios de la fe cristiana, como el sentido pascual de la muerte de los que, mediante el Bautismo, se han incorporado al misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo; la inmortalidad del alma; la comunión de los santos, por la que "la unión... con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe; antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se fortalece con la comunicación de los bienes espirituales": "Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor"; la resurrección de la carne; la manifestación gloriosa de Cristo, "que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos"; la retribución conforme a las obras de cada uno; la vida eterna.

En los usos y tradiciones de algunos pueblos, respecto al "culto de los muertos", aparecen elementos profundamente arraigados en la cultura y en unas determinadas concepciones antropológicas, con frecuencia determinadas por el deseo de prolongar los vínculos familiares, y por así decir, sociales, con los difuntos. Al examinar y valorar estos usos se deberá actuar con cuidado, evitando, cuando no estén en abierta oposición al Evangelio, interpretarlos apresuradamente como restos del paganismo.

La fiesta de los Fieles Difuntos se celebra con mucha devoción, en nuestros pueblos, es una fiesta de fe y oración, adornada con un tinte cultural, y esto se ve plasmado en la Religiosidad Popular y cultural en los cementerios, con flores abundantes y adornos en las tumbas, música, comida, rezos y por supuesto la celebración de la santa misa, para orar por el alma de los que ahora están ahí sepultados.

Es como volver a refrescar la memoria recordándoles, y al mismo tiempo pidiendo para que sus almas hayan sido aceptadas en el Reino de los Cielos y gocen ya de la presencia de Dios; recordarles es hacer memoria de todo lo bonito que compartieron y que Dios nos dio a través de ellos mientras compartieron su historia con nosotros.

El papa Francisco en la misa que ofició en el cementerio de Roma en 2014 afirmaba que: “El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización están en Dios”.

Muchos se preguntan, porque tenemos que orar por ellos, la respuesta es sencilla. Oramos por aquellos familiares y amigos que han acabado su vida terrena y que se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio, aquellos que de acuerdo a nuestra fe no pueden entrar al cielo porque aún tienen faltas que purificar, recordemos lo que dice el Libro del Apocalipsis “al cielo no entrará nada manchado”, por ello es deber nuestro orar y ofrecer sufragios por sus almas, para que sus faltas sean perdonadas y puedan entrar a la gloria eterna.

La Iglesia, ya desde sus mismos orígenes, vive con la convicción de su comunión con los difuntos y por ello ha mantenido con gran piedad la memoria de los difuntos, ofreciendo por ellos sus sufragios. Esto se afirma ya en el Antiguo Testamento: Es una idea piadosa y sana rezar por los difuntos para que sean liberados del pecado. Nuestra oración por ellos se actúa especialmente por el ofrecimiento del sacrificio de la Eucaristía. También son sufragios las limosnas, las obras de penitencia y las indulgencias, que tienen su eficacia a partir del ministerio de la Iglesia, cuando aplica en casos concretos los méritos o satisfacción de Cristo y de los santos.

De acuerdo a la tradición de la Iglesia, esta fiesta se le atribuye al santo francés San Odilón, cuarto abad del célebre monasterio benedictino de Cluny, en el año 998, eligiendo para celebrarla el 2 de noviembre, es decir, el día después de la festividad de Todos los Santos; de esta manera la Iglesia hace una comunión completa; porque el día primero se recuerda con fe y esperanza a la Iglesia triunfante (Todos los Santos), que son todos los que ya llegaron y gozan de la presencia de Dios por toda la eternidad, y el día siguiente oramos por la Iglesia purgante (las Almas del Purgatorio) para que salgan de un estado de purificación y entren al reino de los cielos. Con ese objetivo este sabio abad, creo esta celebración. Nosotros, como Iglesia militante aun en esta tierra hacemos comunión con ellos a través de nuestra oración.

Poco a poco esta fiesta se fue extendiendo por toda la Iglesia, todo esto gracias a la gran influencia que tenía la orden del Cluny en aquella época, y su amplia extensión por las tierras de Europa contribuye eficazmente a la divulgación del uso en todo el orbe cristiano.

Pero fueron en un primer momento el papa Benedicto XIV que entre los años 1740 y 1754, quien prácticamente estableció esta conmemoración de manera casi oficial, porque concedió a los obispos y sacerdotes la celebración de tres misas ese día, para orar por la memoria de los fieles difuntos, un privilegio que, en 1915, es establecido de forma oficial por el Papa Benedicto XV a toda la Iglesia Universal.

Para terminar, la celebración del Día de los Difuntos no es sino una expresión más del dogma que rezamos en el Credo llamado la “comunión de los santos”, por el cual, los méritos y sufragios de los miembros de la comunidad pueden ser benéficos para los demás, lo que faculta a la Iglesia a ofrecer por ellos la misa, las indulgencias, las limosnas y los sacrificios de sus hijos, así como, por supuesto, los méritos sobreabundantes de la pasión de Cristo.