viernes, 20 de octubre de 2023

LAS COFRADÍAS DE “ÁNIMAS”

 

 

 

 

LAS COFRADÍAS DE “ÁNIMAS”

 

 

Por Antonio DIAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

La muerte y cuanto la rodea está siempre presente en nuestras vidas. Este ha sido uno de los grandes miedos en la sociedad y se sufre, sobre todo, por no saberse qué será de nosotros tras el fallecimiento. La preocupación por los difuntos que penan sus culpas, hasta cumplir un tiempo de purificación, ha formado parte de la mentalidad colectiva desde antiguo. Este miedo existencial generó una praxis que derivaría en gracias, privilegios y beneficios para los fallecidos y, sobre todo, para ser recordado por los que aún viven.

La Escritura no menciona a las “ánimas”, pero existen referencias que el cristianismo utilizará para darle carta de naturaleza. Son aquellas almas que, en vida, cometieron algún pecado cuya penitencia no se saldó de forma suficiente para poder entrar directamente en el cielo y que, por ello, deben permanecer transitoriamente penando en el llamado “Purgatorio” para purificarse.

La Iglesia incidió en la necesidad de realizar sufragios por los difuntos y, desde san Agustín y san Gregorio Magno, se orientaron hacia las misas, oraciones, limosnas y obras piadosas, como el ayuno y la abstinencia. En el terreno espiritual, corresponde al siglo XII la aparición del “Purgatorio”, entendido como un más allá intermedio en el que algunos muertos sufren una prueba que puede llegar a acortarse gracias a los sufragios y a la ayuda espiritual de los vivos. Este sería el estado transitorio de purificación para aquellos que, habiendo muerto en gracia de Dios y teniendo segura su salvación, necesitan purgar ciertos pecados, de carácter menos grave --los veniales, que no permitían la salvación inmediata pero tampoco condenaban eternamente a quienes los hubieran cometido--, para llegar a la santidad y ganar el cielo. Se trata de un más allá intermedio, antesala del Paraíso.

Esta preocupación va a propiciar el culto a las benditas ánimas del Purgatorio. La institución eclesiástica promoverá, en torno de las cofradías, una estructura de sufragios.

Se establece un círculo en el que los vivos, mediante sufragio e indulgencias, salvan las almas de los que están en el purgatorio y, a cambio, éstos, una vez salvados de las llamas purificantes, interceden por los mortales desde el cielo.

Se establecerá así una interrelación escatológica entre la Iglesia militante y la purgante mediante una ayuda mutua: la militante ofrece oraciones y misas, y la purgante su intermediación divina para con los vivos. Es una relación de socorro-mediación, esto es, de auxilio mutuo, una especie de pacto transaccional entre partes. La doctrina de las indulgencias es un concepto ligado al pecado y Purgatorio. Su formulación se fundamenta en que ciertas consecuencias del pecado, como la pena temporal del mismo, puedan ser objeto de una remisión o indulgencia concedida, bajo ciertas condiciones, por determinados representantes de la Iglesia, como administradores de la redención. No perdona el pecado en sí mismo, sino que exime de las penas de carácter temporal que, de otro modo, los fieles deberían purgar, sea durante su vida terrenal o sea tras la muerte.

El pontífice que aceptó y divulgó sin reservas el Purgatorio fue Inocencio III (1198-1216), aunque sería Bonifacio VIII quien concedió indulgencias a las ánimas con motivo del año Jubilar de 1300. El II concilio de Lyon (1274), el de Florencia (1439) y el de Trento (1545-1563) confirmarán la doctrina sobre el Purgatorio (cfr. DS 1820) contra los reformadores, sobre todo Lutero. Según la doctrina tridentina, las almas recibían su principal alivio --indulgencia-- a través del sufragio de los fieles, especialmente con la celebración de las misas.

La institución eclesiástica extendió su poder, ejerciendo su influencia y control no sólo sobre la Iglesia militante, sino también sobre la llamada purgante, con la concesión de gracias espirituales o indulgencias. Este espíritu de ayuda, cuando no de necesidad recíproca, es el que se halla en el origen de las “cofradías de Ánimas”, impulsoras de ese pacto transaccional. En una sociedad sacralizada, alcanzaron gran difusión y popularidad y se constituyeron en instituciones garantizadoras del tránsito al más allá.

Después de Trento se establece que en las parroquias se desarrollen tres directrices devocionales: el culto a Dios a través de las cofradías del Santísimo Sacramento; a la Virgen, con las cofradías de gloria; y a las ánimas penantes, con las de las “Ánimas benditas del Purgatorio”. Es el llamado tridente devocional tridentino.

Durante la modernidad, estas asociaciones de seglares sometidas a la alta dirección de la Iglesia fueron el instrumento empleado para fomentar y encauzar la religiosidad de las personas en el seno de la misma. Su rápida expansión se debe a que daban respuesta a la necesidad de ayuda recíproca y a la misteriosa comunión que se establece entre vivos y difuntos, paradigma popular del dogma de la “comunión de los santos”. Estas cofradías van a canalizar los dos niveles de culto ritual en torno a las ánimas: el externo, centrado en aquellos actos que tienen la calle como protagonista; y el culto interno, basado en las misas y en las oraciones.

Junto a la implantación de las cofradías del Santísimo Sacramento en todas las parroquias, se implantaron las de “ánimas”; hasta la edad moderna, una de las principales funciones de estas asociaciones era la de asistir a los cofrades en su muerte así como enterrar a los cofrades.

El culto de “Ánimas” siempre ha estado relacionado con la estética; por ello se ha mantenido la intención de embellecer cualquier aspecto relacionado con manifestaciones cultuales religiosas. En el catolicismo, las imágenes religiosas encarnan la realidad sobrenatural y divina que sostiene y hacia la que se dirigen los rituales. Son los referentes simbólicos. Las imágenes, cualquiera que sea su naturaleza artística, son símbolos que forman parte de la cosmovisión de los individuos, de su manera de entender e interpretar el mundo. Fue en el siglo XVIII cuando asistimos al apogeo de esta devoción, acaso al constituirse estas cofradías, y la doctrina católica que las sustentaba, en paradigma estructural de la religiosidad popular.

Una de las funciones implícitas de estas asociaciones era la realización de altares e imágenes relacionadas con el Purgatorio. Este era un lugar horrible donde se podía vivir la esperanza, y sus representaciones flamígeras van a producir un impacto emocional e inmediato sobre los feligreses. En la labor propagandística y de difusión contribuyó la imprenta con la proliferación de obras de tratadistas que influyeron y crearon el imaginario colectivo.

La Iglesia contó además con el arte para difundir de una manera eficaz y muy gráfica los horrores del Infierno y Purgatorio. El imaginario ígneo ya aparece en el medioevo, y es confirmado, posteriormente, por la estética barroca.

Se pintaron cuadros, se hicieron retablos y se fundaron capillas, sabiamente colocados por los muros de las iglesias. Estas imágenes encarnaban la realidad sobrenatural hacia la que se dirigían los rituales. Las representaciones pseudo teatrales, que en los mismos aparecían, eran el escenario para catequizar a los fieles sobre su destino final. En el Purgatorio las almas sufrientes encarnan claramente la caducidad de nuestra existencia y el esquema premio-castigo del comportamiento ético-cristiano. Aunque su iconografía se adorna de tintes infernales, en cuanto a lo conceptual, el Purgatorio llegó a ser la patria común de todos los difuntos, incluso de los elegidos, que permanecen en él un cierto tiempo.

La pastoral emanada de Trento encontraba en dicho lugar el punto de encuentro entre la Iglesia militante, purgante y triunfante, y se propone como nexo de unión, pudiendo ser redimidos los purgantes por los vivos que interceden ante la divinidad.