miércoles, 5 de marzo de 2025

 

LA CUARESMA BAJO EL SIGNO DE LA ESPERANZA

 

 

Por Antonio DÍAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

 

La Cuaresma es uno esos tiempos litúrgicos que más ha marcado la historia, la vida y la espiritualidad de la Iglesia de todos los tiempos.

En nuestras Hermandades y Cofradías este tiempo se vive de una manera más intensa dado que nos conduce a la centralidad de la celebración de la Pascua. La Cuaresma de este año es una nueva oportunidad de volver a revisar nuestras expresiones de piedad y religiosidad ‒llamada‒ popular y su imprescindible concordancia con el verdadero objetivo de nuestra vida de cristianos. No debemos ‒ni podemos‒ olvidar cuál es el genuino fin de todos nuestros actos en el marco de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor (y el resto del año, claro está). Es necesario no descuidar que nuestra participación cofrade no puede tener otra meta que la vivencia profunda y asentamiento de nuestra fe cristiana. Y solo eso.

Y este año debe ser un tiempo para la conversión a Dios y para reflexionar, en esta ocasión, desde la esperanza a la que nos llama el Jubileo de este año 2025. Un momento para volver al origen de nuestra fe: Jesús de Nazaret, la esperanza que nunca defrauda.

Cuando la fe se encarna en la cultura popular surge una religiosidad que tiene una forma propia y unas expresiones impulsadas por el pueblo que la acoge y el contexto en que se viven. Nuestros ejercicios de religiosidad popular en torno a las fiestas litúrgicas, tienen como objetivo que el pueblo cristiano se acerque al conocimiento de Dios y a su adoración.

La Cuaresma es un tiempo muy importante y central porque nos preparamos, interior y exteriormente, para renovar la vida cristiana con los misterios centrales de nuestra fe.

Este tiempo es una invitación a caminar juntos. Una procesión no es procesión con una sola persona, o mandando unos pocos sobre la mayoría, sino con los hermanos de la Cofradía o la Hermandad porque no somos viajeros solitarios, somos Iglesia, caminar codo a codo, sin pisar ni dominar a otros en la competición, sacando del corazón las envidias e hipocresías. Vamos juntos o no vamos, con amor y paciencia. Y caminamos movidos por la esperanza de que el Señor mismo nos acompañe con las imágenes de la representación de su Pasión, Muerte y Resurrección.

Es decir, la religiosidad popular pone en relación las expresiones populares de la fe y los misterios centrales de la vida cristiana. Y así debe ser.

Este camino cuaresmal, camino hacia la Pascua de Jesús, debe ser un período de penitencia y mortificación que tiene como fin hacernos resurgir en Cristo, es, por naturaleza propia, un “tiempo de esperanza”.

Podemos recordar la experiencia del éxodo de los israelitas de Egipto. Al igual que el pueblo de Israel que sufrió la esclavitud en Egipto, cada uno de nosotros está llamado a hacer experiencia de liberación y a caminar por el desierto de la vida para llegar a la tierra prometida.

El Éxodo, un período largo de cuarenta años en el que el pueblo de Israel, ante las pruebas del camino, está siempre tentado de hacer marcha atrás, pero en el cual gracias a la esperanza y de la mano del Señor, finalmente es conducido de la esclavitud hacia la libertad.

La Cuaresma, como el Éxodo, es un camino que nos conduce de la esclavitud hacia la libertad donada por Cristo Jesús: Jesús nos abre el camino a través de su pasión, muerte y resurrección. Él ha debido humillarse y hacerse obediente hasta la muerte, vertiendo su sangre para librarnos de la esclavitud del pecado. Es el beneficio que recibimos de él, que debe corresponderse con nuestra acogida libre y sincera.

La esperanza infunde en nosotros la seguridad de que podremos salir adelante si nos fiamos del Señor. El Padre nos ha regenerado, mediante la Resurrección de Jesucristo, para una esperanza viva. Y esta esperanza, que es Cristo mismo, sostiene nuestro camino en todo momento, especialmente cuando se vuelve tortuoso. Cabría decir que no podemos vivir sin ella, pero es mejor decidir que queremos vivir con ella, que estamos dispuestos a que sea su esperanza la que nos encienda y llene de vida, la que nos mantenga en pie con buen espíritu, con coraje y con fortaleza.

El camino cuaresmal se nos presenta este año con el objetivo de renovar y profundizar el encuentro con Cristo, esperanza que nunca defrauda.

Por todo ello, en este Año Jubilar la “cuaresma se hace esperanza” para nosotros. Emprendemos el camino hacia la Pascua con la certeza de que, esperanzados en Cristo, podemos superar nuestros baches existenciales. Hagamos, pues, lo posible por mantener la esperanza en el Hijo de Dios como suelo firme en cada uno de nuestros pasos cuaresmales, pertrechándonos de lo necesario para este camino cuaresmal: oración de paciencia, ayuno de solipsismo y limosna de perdón.

Por todo ello, tenemos que esforzarnos mucho en evitar un peligro para que nuestras expresiones de la religiosidad popular aparezcan, a veces, contaminadas por elementos no coherentes con la doctrina de la Iglesia. O, como advertía el propio Pablo VI, “la religiosidad popular está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, es decir, a las supersticiones. Se queda frecuentemente a un nivel de manifestaciones culturales, sin llegar a una verdadera adhesión de fe. Puede incluso conducir a la formación de sectas y poner en peligro la verdadera comunidad eclesial”.

El papa Francisco abrió la puerta santa para la humanidad y la Iglesia con motivo de la celebración de los 2025 años del nacimiento de Jesucristo, dedicándolo al don teologal de la esperanza. Y según nos propone en su carta-bula del Jubileo, los cristianos debemos parecernos a aquellos personajes del Evangelio que buscaron y encontraron la luz en Jesús en brazos de su Madre. Por eso, se convirtieron después en peregrinos de la esperanza, es decir, regresaron a sus casas para llevar a cabo gestos nuevos, concretos y luminosos en medio de la falta de esperanza en el mundo.

Francisco enumera una serie de signos de esperanza para que no nos quedemos paralizados como siempre, divagando con nuestros sentimientos e ideas, y los pongamos ya en práctica. En total son ocho los signos que debemos vivir como una llamada actual del Señor Jesús a la justicia y la fraternidad en la Iglesia y el mundo: la paz, la vida, los presos, los enfermos, los jóvenes, los migrantes, los ancianos y los pobres. Nos invita a interiorizar personalmente, en la oración de este tiempo cuaresmal estos signos de esperanza que nos ofrece.

Nuestras Hermandades y Cofradías deberían tomar alguno de ellos, no el que más nos guste, sino aquel que más nos interpele, dependiendo a lo mejor de las advocaciones de nuestras imágenes o el sentido espiritual y material por el que existimos, para convertirlo en gesto de caridad y esperanza que nos comprometiera con verdad y autenticidad.

Vivir la Cuaresma de este año jubilar 2025 de la esperanza no es plantear un sueño irrealizable, ni tampoco un juego vano de sensaciones y emociones ayudando a los pobres y necesitados puntualmente, sino que es la Verdad que se irradia en el mundo. Porque solamente desde el Jesucristo se manifiesta la fuerza de Dios, que reúne a la humanidad de todos los siglos, para que bajo su señorío recorramos juntos el camino del servicio y el amor, que transfigura el mundo en paz, vida, libertad, sanación, porvenir, acogida, sabiduría, justicia...

La esperanza a la que nos invita este Año Santo requiere paciencia y, por tanto, necesitamos orar para pedirla y hacerla crecer. Debemos orar para que la paciencia relegue los agobios y permita que en cada uno aflore la bondad y el amor del Señor. Pidamos la paciencia que viene del Espíritu Santo y que convierte la espera en plegaria confiada. Acojamos la paciencia que mantiene viva la esperanza. Convirtámonos y creamos en la paciencia que es tierra sembrada de esperanza.

El ayuno nos ayudará a caminar ligeros de equipaje y, en este caso, a crecer en esperanza. Lo cual se traduce en un ayuno concreto: el del solipsismo, es decir, de toda forma radical de subjetivismo, que suele venir acompañada de susceptibilidad y recelo, y fácilmente degenera en rivalidad, ruptura, falta de fraternidad, afán de posesión y dominación. Este ayuno nos traerá sosiego y esperanza para avanzar en nuestro propósito de ser “como granos que hacen el mismo pan”.

La limosna cuaresmal nos impulsará también en el camino hacia la Pascua. Que nuestra limosna sea del perdón que desafía nuestro corazón cotidianamente. Sabernos perdonados debe ayudarnos a perdonar. Recibir el perdón ha de urgirnos a ofrecerlo como limosna con una medida “generosa, colmada, remecida, rebosante”. El perdón es siempre fuente de esperanza.

Iniciemos juntos, en esta Cuaresma, una peregrinación esperanzada hacia la Pascua. Descubramos la riqueza de este caminar en los rostros de nuestros hermanos y hermanas y en el nuestro propio, irradiando la esperanza en la que hemos de convertir este tiempo y a la que hemos de convertirnos los que creemos en el Evangelio de Jesús.

Que el fervor y el ansia de preparar lo circunstancial de la Semana Santa no nos lleve a olvidarlo.