LA CUARESMA BAJO
EL SIGNO DE LA ESPERANZA
Por
Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado
Episcopal de Religiosidad Popular
La Cuaresma es
uno esos tiempos litúrgicos que más ha marcado la historia, la vida y la
espiritualidad de la Iglesia de todos los tiempos.
En nuestras
Hermandades y Cofradías este tiempo se vive de una manera más intensa dado que
nos conduce a la centralidad de la celebración de la Pascua. La Cuaresma de
este año es una nueva oportunidad de volver a revisar nuestras expresiones de
piedad y religiosidad ‒llamada‒ popular y su imprescindible concordancia con el
verdadero objetivo de nuestra vida de cristianos. No debemos ‒ni podemos‒
olvidar cuál es el genuino fin de todos nuestros actos en el marco de la Pasión,
Muerte y Resurrección del Señor (y el resto del año, claro está). Es necesario
no descuidar que nuestra participación cofrade no puede tener otra meta que la
vivencia profunda y asentamiento de nuestra fe cristiana. Y solo eso.
Y este año debe
ser un tiempo para la conversión a Dios y para reflexionar, en esta ocasión,
desde la esperanza a la que nos llama el Jubileo de este año 2025. Un momento
para volver al origen de nuestra fe: Jesús de Nazaret, la esperanza que nunca
defrauda.
Cuando la fe se
encarna en la cultura popular surge una religiosidad que tiene una forma propia
y unas expresiones impulsadas por el pueblo que la acoge y el contexto en que
se viven. Nuestros ejercicios de religiosidad popular en torno a las fiestas
litúrgicas, tienen como objetivo que el pueblo cristiano se acerque al
conocimiento de Dios y a su adoración.
La Cuaresma es un tiempo muy importante
y central porque nos preparamos, interior y exteriormente, para renovar la vida
cristiana con los misterios centrales de nuestra fe.
Este tiempo es
una invitación a
caminar juntos. Una procesión no es procesión con una sola persona, o mandando
unos pocos sobre la mayoría, sino con los hermanos de la Cofradía o la
Hermandad porque no somos viajeros solitarios, somos Iglesia, caminar codo a
codo, sin pisar ni dominar a otros en la competición, sacando del corazón las
envidias e hipocresías. Vamos juntos o no vamos, con amor y paciencia. Y
caminamos movidos por la esperanza de que el Señor mismo nos acompañe con las
imágenes de la representación de su Pasión, Muerte y Resurrección.
Es decir, la
religiosidad popular pone en relación las expresiones populares de la fe y los
misterios centrales de la vida cristiana. Y así debe ser.
Este camino cuaresmal,
camino hacia la Pascua de Jesús, debe ser un período de penitencia y
mortificación que tiene como fin hacernos resurgir en Cristo, es, por
naturaleza propia, un “tiempo de esperanza”.
Podemos recordar
la experiencia del éxodo de los israelitas de Egipto. Al igual que el pueblo de
Israel que sufrió la esclavitud en Egipto, cada uno de nosotros está llamado a
hacer experiencia de liberación y a caminar por el desierto de la vida para
llegar a la tierra prometida.
El Éxodo, un
período largo de cuarenta años en el que el pueblo de Israel, ante las pruebas
del camino, está siempre tentado de hacer marcha atrás, pero en el cual gracias
a la esperanza y de la mano del Señor, finalmente es conducido de la esclavitud
hacia la libertad.
La Cuaresma,
como el Éxodo, es un camino que nos conduce de la esclavitud hacia la libertad
donada por Cristo Jesús: Jesús nos abre el camino a través de su pasión, muerte
y resurrección. Él ha debido humillarse y hacerse obediente hasta la muerte,
vertiendo su sangre para librarnos de la esclavitud del pecado. Es el beneficio
que recibimos de él, que debe corresponderse con nuestra acogida libre y
sincera.
La esperanza
infunde en nosotros la seguridad de que podremos salir adelante si nos fiamos
del Señor. El Padre nos ha regenerado, mediante la Resurrección de Jesucristo,
para una esperanza viva. Y esta esperanza, que es Cristo mismo, sostiene
nuestro camino en todo momento, especialmente cuando se vuelve tortuoso. Cabría
decir que no podemos vivir sin ella, pero es mejor decidir que queremos vivir
con ella, que estamos dispuestos a que sea su esperanza la que nos encienda y
llene de vida, la que nos mantenga en pie con buen espíritu, con coraje y con
fortaleza.
El camino
cuaresmal se nos presenta este año con el objetivo de renovar y profundizar el
encuentro con Cristo, esperanza que nunca defrauda.
Por todo ello, en
este Año Jubilar la “cuaresma se hace esperanza” para nosotros. Emprendemos el
camino hacia la Pascua con la certeza de que, esperanzados en Cristo, podemos
superar nuestros baches existenciales. Hagamos, pues, lo posible por mantener
la esperanza en el Hijo de Dios como suelo firme en cada uno de nuestros pasos
cuaresmales, pertrechándonos de lo necesario para este camino cuaresmal:
oración de paciencia, ayuno de solipsismo y limosna de perdón.
Por todo ello,
tenemos que esforzarnos mucho en evitar un peligro para que nuestras
expresiones de la religiosidad popular aparezcan, a veces, contaminadas por
elementos no coherentes con la doctrina de la Iglesia. O, como advertía el
propio Pablo VI, “la religiosidad popular está expuesta frecuentemente a muchas
deformaciones de la religión, es decir, a las supersticiones. Se queda
frecuentemente a un nivel de manifestaciones culturales, sin llegar a una
verdadera adhesión de fe. Puede incluso conducir a la formación de sectas y
poner en peligro la verdadera comunidad eclesial”.
El papa
Francisco abrió la puerta santa para la humanidad y la Iglesia con motivo de la
celebración de los 2025 años del nacimiento de Jesucristo, dedicándolo al don
teologal de la esperanza. Y según nos propone en su carta-bula del Jubileo, los
cristianos debemos parecernos a aquellos personajes del Evangelio que buscaron
y encontraron la luz en Jesús en brazos de su Madre. Por eso, se convirtieron
después en peregrinos de la esperanza, es decir, regresaron a sus casas para
llevar a cabo gestos nuevos, concretos y luminosos en medio de la falta de
esperanza en el mundo.
Francisco enumera
una serie de signos de esperanza para que no nos quedemos paralizados como
siempre, divagando con nuestros sentimientos e ideas, y los pongamos ya en
práctica. En total son ocho los signos que debemos vivir como una llamada
actual del Señor Jesús a la justicia y la fraternidad en la Iglesia y el mundo:
la paz, la vida, los presos, los enfermos, los jóvenes, los migrantes, los
ancianos y los pobres. Nos invita a interiorizar personalmente, en la oración
de este tiempo cuaresmal estos signos de esperanza que nos ofrece.
Nuestras Hermandades
y Cofradías deberían tomar alguno de ellos, no el que más nos guste, sino aquel
que más nos interpele, dependiendo a lo mejor de las advocaciones de nuestras
imágenes o el sentido espiritual y material por el que existimos, para
convertirlo en gesto de caridad y esperanza que nos comprometiera con verdad y
autenticidad.
Vivir la Cuaresma
de este año jubilar 2025 de la esperanza no es plantear un sueño irrealizable,
ni tampoco un juego vano de sensaciones y emociones ayudando a los pobres y
necesitados puntualmente, sino que es la Verdad que se irradia en el mundo.
Porque solamente desde el Jesucristo se manifiesta la fuerza de Dios, que reúne
a la humanidad de todos los siglos, para que bajo su señorío recorramos juntos
el camino del servicio y el amor, que transfigura el mundo en paz, vida,
libertad, sanación, porvenir, acogida, sabiduría, justicia...
La esperanza a
la que nos invita este Año Santo requiere paciencia y, por tanto, necesitamos
orar para pedirla y hacerla crecer. Debemos orar para que la paciencia relegue
los agobios y permita que en cada uno aflore la bondad y el amor del Señor.
Pidamos la paciencia que viene del Espíritu Santo y que convierte la espera en
plegaria confiada. Acojamos la paciencia que mantiene viva la esperanza. Convirtámonos
y creamos en la paciencia que es tierra sembrada de esperanza.
El ayuno nos
ayudará a caminar ligeros de equipaje y, en este caso, a crecer en esperanza.
Lo cual se traduce en un ayuno concreto: el del solipsismo, es decir, de toda
forma radical de subjetivismo, que suele venir acompañada de susceptibilidad y
recelo, y fácilmente degenera en rivalidad, ruptura, falta de fraternidad, afán
de posesión y dominación. Este ayuno nos traerá sosiego y esperanza para
avanzar en nuestro propósito de ser “como granos que hacen el mismo pan”.
La limosna
cuaresmal nos impulsará también en el camino hacia la Pascua. Que nuestra
limosna sea del perdón que desafía nuestro corazón cotidianamente. Sabernos
perdonados debe ayudarnos a perdonar. Recibir el perdón ha de urgirnos a
ofrecerlo como limosna con una medida “generosa, colmada, remecida, rebosante”.
El perdón es siempre fuente de esperanza.
Iniciemos
juntos, en esta Cuaresma, una peregrinación esperanzada hacia la Pascua.
Descubramos la riqueza de este caminar en los rostros de nuestros hermanos y
hermanas y en el nuestro propio, irradiando la esperanza en la que hemos de
convertir este tiempo y a la que hemos de convertirnos los que creemos en el
Evangelio de Jesús.
Que el fervor y
el ansia de preparar lo circunstancial de la Semana Santa no nos lleve a
olvidarlo.