miércoles, 28 de junio de 2017

La Virgen del Carmen, síntesis máxima de la devoción popular



La Virgen del Carmen, síntesis máxima de la devoción popular


Por Antonio DIAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular



La devoción a la Virgen del Carmen remonta sus orígenes al monte Carmelo, en Haifa al norte de Israel. Probablemente lo más relevante de esta devoción es aquello que se nos narra sobre la existencia de los primeros monjes de vida eremítica inspirados por el profeta Elías. El más célebre de estos hombres de Dios fue el gran profeta Elías, quien en el siglo IX antes de Cristo defendió valientemente de la contaminación de los cultos idolátricos la pureza de la fe en el Dios único y verdadero. Inspirándose en la figura de Elías, surgió al Orden contemplativa de los “carmelitas”.
En el monte Carmelo —cuentan las crónicas-- erigieron una capilla en honor a Nuestra Señora. Sobre la montaña a mano izquierda, en un lugar muy hermoso y sano, los eremitas latinos construyeron un eremitorio: ellos se llamaban hermanos del Carmelo y tenían allí una Iglesia dedicada a nuestra Señora; alrededor se encuentran fuentes milagrosas y bellas flores perfumadas (Historia del Carmelo Teresiano, 42)
Más adelante aparece en el año 1282 la idea de que la Orden fuera fundada en honor a la Virgen María, tomando el nombre de hermanos de la gloriosa Virgen María.
La dedicación de una capilla a Nuestra Señora tiene su importancia como una orden que nace a los pies de la Virgen María, resaltando su matiz mariano como una comunidad con una orientación religiosa definida. Los primeros monjes, después de vivir en Tierra Santa como eremitas, emigraron a Europa hacia el año 1274, pasando a ser una Orden Mendicante puesto que su estilo de vida estaba motivado por la pobreza y la austeridad. Dentro de este estilo de vida mendicante uno de los apostolados que más ejercieron era la expansión de la devoción de Nuestra Señora del monte Carmelo. Por ello, los primeros años de expansión por Europa testimonian también la formación y crecimiento de su devoción a la santísima Virgen.
A medida que se expandían los primeros carmelitas, se iba extendiendo a la vez el fervor a la Santísima Virgen del monte Carmelo. El nombre con que eran conocidos y que reza en las constituciones de los carmelitas era “Hermanos de la Bienaventurada Virgen del monte Carmelo”. A lo largo de la historia de la Orden del Carmen, la devoción mariana de Nuestra Señora del Monte Carmelo ocupa un lugar muy privilegiado dentro de la vida litúrgica, cultual y espiritual, gracias a los signos del escapulario y el privilegio sabatino, medios de evangelización y acercamiento a esta devoción dentro de la Iglesia. Estos signos van de la mano en la devoción a la Virgen del Carmen.
“El escapulario es un signo exterior de la relación especial, filial y confiada, que se establece entre la Virgen, Reina y Madre del Carmelo, y los devotos que se confían a Ella con total entrega y recurren con toda confianza a su intercesión maternal; recuerda la primacía de la vida espiritual y la necesidad de la oración (Directorio de Religiosidad Popular y Liturgia, 205)
El signo del escapulario está ligado a la relación con la madre de Dios y es a su vez un símbolo de esperanza y confianza en las personas que lo llevan, pues para ellos es señal de protección, de patrocinio, de acercamiento a Dios por medio de la compañía de su madre y compromete a las personas que lo llevan a que se revistan de Cristo, como nos lo recuerda el apóstol Pablo cuando le escribe a los romanos: “Revestíos más bien del Señor Jesucristo” (Rm 13,14).
La entrada de los carmelitas a Europa no fue fácil, por lo que el general de la Orden del Carmen de aquel tiempo, Simón Stock, pedía incesantemente a la Virgen una señal de defensa contra los momentos difíciles por los que estaba atravesando la Orden. Por ello, el 16 de julio de 1251 la Virgen le entregó el escapulario como coraza y signo de protección frente a estos momentos adversos por los que estaban pasando.
Así se describe el hecho en un antiguo Catálogo de Santos de la Orden del siglo XIV: “Se le apareció la Bienaventurada Virgen, acompañada de una multitud de ángeles, llevando en sus benditas manos el Escapulario de la Orden y diciendo estas palabras: Éste será el privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriese con él, no padecerá el fuego del infierno”.
El escapulario del Carmen es un signo que muchos creyentes llevan con gran devoción, ya que ellos creen en su eficacia, especialmente en el tránsito de este caminar hacia la Pascua Eterna o en los momentos de dificultad. A partir de esta religiosidad popular, de su vigencia y la capacidad de ser aclarada, enriquecida y actualizada, es con la que debemos mirar el escapulario.
Por tanto esta insignia del escapulario es para las personas creyentes un símbolo de alianza que se da entre la Virgen María, Madre de Dios y de los hombres y los fieles devotos que se revisten con el hábito de la Virgen, su escapulario. Si bien en la tradición de la Iglesia el escapulario es señal de confianza, hoy en día en la vida y existencia de tantas personas que lo llevan sigue teniendo la misma vigencia que ha tenido a lo largo de la historia, como señal de amor y entrega de la Santísima Virgen a las personas que se acogen bajo su amparo. Dice santa Teresa de Jesús, “imitadla y considerad que tal debe ser la grandeza de esta Señora y el bien que ha de tenerla por patrona. (Moradas, 1,3).Este signo alimenta una verdadera devoción mariana, ya que sus innumerables bienes espirituales que trae consigo a las personas sencillas que se acogen bajo su patrocinio, son un reflejo de una vida cristiana sensible a su presencia en todos los momentos de la vida. Por ello, la devoción hacia Ella no puede limitarse a oraciones y obsequios en su honor en algunas circunstancias, sino que debe constituir un ‘hábito’, es decir una tesitura permanente de la propia conducta cristiana, entretejida de oración y de vida interior, mediante la frecuente práctica de los Sacramentos y el concreto ejercicio de las obras de misericordia espiritual y corporal.
El escapulario es por lo tanto un distintivo del cristiano que quiere seguir el proyecto del Reino de Dios, acogiendo sus exigencias en las prácticas de una vida que se experimenta llena de las bondades de Jesucristo y su Madre la Reina del Carmelo. Parecería ilógico hablar de la devoción que el pueblo sencillo le profesa a la Virgen del Carmen sin hacer mención a los favores que concede a sus hijos bajo los signos del escapulario y del privilegio sabatino. La Virgen, como buena madre que cuida de sus hijos, los acompaña en todos los momentos de sus vidas, en especial en sus dificultades intercediendo ante Su Hijo Jesucristo. Pero hay que tener claro que esta tradición tan arraigada en los pueblos donde se profesa la devoción a la Virgen del Carmen, no se ha de profundizar en su historicidad que, aunque es importante, lo son más sus contenidos innatos dentro la devoción popular. Estos contenidos llevan a los signos a tener un peso espiritual y teológico que permiten asimilar su acción de intercesión ante la Virgen María, que conduce a las personas que le claman hacia su hijo Jesucristo, como lo hizo en las Bodas de Caná de Galilea, cuando intercedió ante el novio que se le había acabado el vino: “Le dice su madre a Jesús: No tienen vino. Jesús le responde: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora. Dice su madre a los sirvientes: Haced lo que él os diga” (Jn 11,3).
Pero lo más importante de esta promesa sabatina, que está viva en la memoria de las personas que se acogen bajo su protección, es la confianza de que María es corredentora en la obra de salvación; por eso la invocamos y le decimos según las palabras de la encíclica “Spe Salvi: “Santa María madre de Dios, Madre nuestra. Enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino”. (Sv,95).
Esta devoción y propagación de Nuestra Señora, bajo las diferentes advocaciones, se debe a las diferentes comunidades u órdenes religiosas, que bajo su patrocinio van alimentando la fe y la devoción en la Virgen María. En este sentido, las imágenes de la Virgen reflejan de forma sublimada el amor de madre, muy arraigado en nuestro pueblo.
Al hablar de María en el horizonte de la fe de nuestro pueblo no se puede olvidar que Ella ha sido y sigue siendo el sustento de la fe en muchas de las poblaciones. En estas venera a María dado que se ve en Ella la figura de la madre, la mujer del pueblo, sencilla que conoce y acompaña el camino hacia Dios a través de los diferentes signos religiosos que se van gestando en la cultura de cada región. Por lo tanto, la religiosidad popular mariana sigue jugando un papel fundamental dentro de la reflexión popular del pueblo que clama en María las raíces propias de una liberación, de una conversión permanente que permee la vida cristiana, para que estos signos de confianza en Ella sigan teniendo validez en el trascurso de la vida diaria, muy en especial en la expresión de la religiosidad popular.
La religiosidad popular permite asomarse a los trasfondos históricos y religiosos de los pueblos; por tanto, allí se capta esa fe innata, pura que las personas manifiestan a través de diversos ritos y cantos,
Si quisiéramos adentrarnos en la significación semántica de la religiosidad popular, la respuesta la encontraríamos en el documento de Puebla al referirse a ésta como aquellas manifestaciones hondas y profundas de los creyentes, que expresan esa filiación a Dios de manera sencilla: Su religiosidad está arraigada en la vida: En el camino inexorable que debe recorrer el hombre desde su nacimiento hasta su muerte.
Podemos decir entonces que la religiosidad popular se caracteriza por sus expresiones de fe en medio de un pueblo sencillo, pero que no se queda allí, sino que es capaz de permear todas las clases sociales y económicas de la sociedad. Esta religiosidad manifiesta su piedad de una manera muy rústica, además de que impregna de manera arrolladora la vida eclesial y personal de las personas que se acercan a los templos donde se gestan estas devociones, por medio de peregrinaciones, pidiendo un favor o en acción de gracias por un favor recibido.
Se hace entonces evidente que el hombre es un ser religioso por naturaleza; él se pone en escena frente a Dios, pero ahora a través de lo sagrado. Incluir completamente a Dios en la esfera del conocimiento humano es eliminar su divinidad, de ahí que muchos creyentes sepan cómo hablar a Dios, pero no como hablar de y sobre Dios. Es decir, que la esfera de lo religioso lleva al hombre a llenar de sentido de aquello que sale a su encuentro: Lo sagrado permea toda la vida, guía su historia, la naturaleza se constituye en una naturaleza.
En cuanto a la religiosidad popular mariana se debe tener en cuenta que ha sido desde sus orígenes uno de los medios de evangelización y mecanismo en busca de la salvación y de la protección de la Virgen María.
La religiosidad popular mariana lo que pretende es un acercamiento a lo absoluto, en donde las personas desean encontrarse con Dios, reconociendo que Él puede ayudar o remediar sus dificultades y lo hacen por medio de la intercesión de su Madre.
Desde que Jesús, desde lo alto de la cruz, poco antes de morir, pronunció aquellas palabras sobre su Madre, el pueblo humilde nunca más se separó de la Virgen. La lleva consigo, dentro de su corazón, dentro de su casa, donde quiera que vaya. Jesús lo mandó. Fue su última voluntad. Por este motivo, ellos buscan en la Virgen María un alivio a las dificultades a las que se ve abocado el hombre en su diario vivir, en las situaciones límites y frágiles de la vida o cuando están atravesando momentos de dolor, de enfermedad, ante un fracaso económico, personal o familiar, cuando están en desempleados o con problemas familiares, acuden a la madre, pues sienten la confianza de que Ella los fortalecerá y los amparará en estos momentos.
La fe que profesan tantos y tantos pueblos a la Virgen del Carmen es porque se han sentido amparados por la acción y protección de la Virgen y por la evangelización de los carmelitas.