miércoles, 27 de septiembre de 2017

EL ROSARIO, EXPRESIÓN DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR



Mes de octubre, mes del Rosario


EL ROSARIO, EXPRESIÓN DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR


Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular


El Santo Rosario es una de las expresiones privilegiadas de oración cristiana fruto de la inculturación de la fe. No se trata solo de una expresión religiosa sino también de unos valores, criterios, conductas y actitudes que nacen del dogma católico y constituyen la sabiduría de nuestro pueblo, formando su matriz cultural.
El Santo Rosario que pertenece a la religiosidad popular forma parte del conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las expresiones que las manifiestan. Es la manifestación en su forma cultural más característica, es expresión de la fe católica. Es un catolicismo popular.
Antiguamente, los romanos y griegos solían coronar de rosas a las imágenes que representaban a sus dioses; de esta manera, ofrecían a ellos sus corazones. Razón por la cual las mujeres que eran llevadas al martirio por los romanos, adornaban sus cabezas con una corona de rosas, como símbolo de entrega de sus corazones a Dios. Por la noche, los cristianos recogían esas coronas y por cada rosa recitaban una oración que generalmente era un salmo por el eterno descanso del alma de las mártires. Es así como se le llama también al rosario: “corona de rosas”
En el siglo XII la Iglesia comenzó a recomendar el rezo del rosario, que consistía en recitar los 150 salmos de David, por obvias razones, este rezo lo hacían solo personas cultas y letradas, que no lo era la mayoría de los cristianos.
Como la Iglesia consideró que el rosario era una oración agradable a Dios, y una fuente de gracia para quienes lo rezaran, sugirió que quienes no supieran leer, reemplazaran los salmos por avemarías. A esta oración se le llamó “salterio de la Virgen”.
Se le atribuye a santo Domingo de Guzmán la propagación del rezo del rosario, pues él hacía mucha oración, penitencia y hasta se flagelaba por la conversión de la gente. En uno de estos sacrificios, se le apareció la Virgen con tres ángeles y le dijo que la mejor manera de convertir a las almas duras, no era la flagelación, sino el rezo de su salterio. Así, santo Domingo corrió hasta la catedral de Toulouse y empezó a narrar a la gente lo ocurrido y a fomentar el rezo del rosario, explicando que el rezo de las avemarías, recordaba ciento cincuenta veces el momento en que la humanidad representada por María, había aceptado a su Hijo como salvador.
Santo Domingo que murió en 1221, su vida la dedicó a predicar y hacer popular el rezo del rosario, entre la gente de todas las clases sociales. Las intenciones o razones con las que motivaba su rezo, eran el sufragio de las almas del Purgatorio, que el bien triunfe sobre el mal, que los fieles vivan cristianamente y para pedir por la Santa Madre Iglesia.
Algunos años después de la muerte de santo Domingo, empezó a olvidarse el rezo del Rosario. Fue en la Europa de 1349, cuando hubo la temible epidemia llamada “muerte negra” en la que llegaron a morir muchas personas. Esta circunstancia fue, la que hizo retomar la devoción al Rosario, guiada esta vez, por el fraile Alan de la Roche, superior de la congregación de los dominicos. Son ellos los que le dan la forma que tiene actualmente, con la aprobación de la Iglesia jerárquica. Desde 1460 se propaga la devoción por todas las iglesias del mundo. El papa Gregorio XIII, instituye la fiesta de Nuestra Señora del Rosario el 7 de Octubre de 1571, fecha en que los cristianos ganaron la batalla de Lepanto. Esta batalla, se juzgó muy importante para el cristianismo, victoria que se la atribuyó a la protección de la Virgen.
Es tal la importancia que para la Iglesia tiene el Santo Rosario, que desde el papa Pío V, de la orden de los dominicos, a quien se conoció como el “primer papa del Rosario”, hasta Juan Pablo II, esta ha multiplicado aprobaciones y escritos promoviendo el rezo del rosario, y principalmente en familia. Juan Pablo II, por ejemplo, poco después de su elección, decía a los fieles que se habían reunido en la plaza de san Pedro: “El Rosario es mi oración predilecta”. Y en su homilía en el santuario de Pompeya decía “Venimos aquí a rezar con María, para meditar junto con ella, los misterios que ella, como madre, meditaba en su corazón (Lc.2, 19). Y sigue meditando, porque estos son los misterios de la vida eterna. Están inmersos en Dios mismo…Y tan estrechamente ligados a la historia de nuestra salvación. Por eso, esta oración de María, inmersa en la luz de Dios, sigue al mismo tiempo abierta siempre hacia la tierra, hacia los problemas de cada hombre, hacia todos los problemas humanos… hacia toda la misión de la Iglesia, hacia sus dificultades y esperanzas…Esta oración de María, este rosario es precisamente así, porque desde el principio ha estado invadido por la lógica del corazón. En efecto, la madre es corazón, y la oración se formó en ese corazón mediante la experiencia más espléndida: mediante el misterio de la encarnación”.
Pío V en su Bula de 1569, define al rosario o salterio de la Virgen como:“Un modo piadosísimo de oración, al alcance de todos, y que consiste en ir repitiendo el saludo que el ángel Gabriel le dio a María, interponiendo un padre nuestro entre cada diez avemarías, e ir meditando en la vida de nuestro Señor Jesucristo”. La palabra Rosario significa “Corona de Rosas” por tanto cada misterio completo es una corona de rosas que se le da a la Virgen María; el Rosario es considerado la más importante de todas las devociones de la Iglesia.
Algunos Papas han resaltado el carácter teológico del Santo Rosario, pues es una oración que nace del misterio de la encarnación.
Los elementos teológicos sobre los que se fundamenta el rosario: Oración evangélica: Se la considera así, pues es del mismo Evangelio en donde se inspiran las oraciones y los misterios. El padre nuestro es la oración enseñada por Jesús, y el avemaría combina el saludo del ángel y el de Isabel. Los misterios son la síntesis de la vida de Cristo: encarnación, vida pública, pasión y resurrección, es decir los misterios gozosos, luminosos dolorosos y gloriosos.
Es una oración cristocéntrica: La alabanza que en el rosario se le hace a María, se fundamenta en Jesús. Alabando a María, no se hace otra cosa que proclamar y anunciar la gracia por la cual ella es Madre de Dios.
Es una oración eclesial, “porque es María quien con su amor, contribuyó a que naciese en la Iglesia los fieles que son miembro de aquella Cabeza” como recoge la Lumen Gentium inspirada en el tratado de Sacra Virginitate de San Agustín.
El Santo Rosario es la meditación sobre los hechos más importantes de la vida de Jesucristo y de su madre la Virgen María.
Misterios que contemplan la anunciación que el ángel le hiciera a María, la visitación a su prima Isabel y el nacimiento, la presentación y purificación de María en el templo y la pérdida del Niño Jesús.
Con los misterios luminosos, recorremos la vida pública de Jesús desde el bautismo, el milagro de la multiplicación del vino en la boda de Caná de Galilea, anuncio del Reino e invitación a la conversión, la transfiguración y la Eucaristía que como dice el Vaticano II “mediante ella que la Iglesia vive y crece continuamente”
Los misterios de dolor se refieren a la pasión y muerte de Jesucristo. Y los misterios gloriosos, nos revelan el triunfo de Jesús sobre la muerte: la resurrección, la ascensión, la venida del Espíritu Santo y la asunción de la Virgen y coronación de María como madre y reina de todo lo creado.
Las avemarías son el elemento más extenso del Rosario y que a la vez lo convierte en una oración mariana. Pero precisamente a la luz del Ave María, bien entendida, es donde se nota con claridad que el carácter mariano no se opone al cristológico, sino que más bien lo subraya y lo exalta. En efecto, la primera parte del Ave María, tomada de las palabras dirigidas a María por el ángel Gabriel y por santa Isabel, es contemplación adorante del misterio que se realiza en la virgen de Nazaret. Expresan por así decir, la admiración del cielo y de la tierra y, en cierto sentido, dejan entrever la complacencia de Dios mismo al ver su obra maestra – la encarnación del Hijo en el seno virginal de María análogamente a la mirada de aprobación del Génesis aquel  pathos con el que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos. Repetir en el rosario el Ave María nos acerca a la complacencia de Dios: es júbilo, asombro, reconocimiento del milagro más grande de la historia.
El centro del Ave María, casi como engarce entre la primera y la segunda parte, es el nombre de Jesús. A veces en el rezo apresurado, no se percibe este aspecto central y tampoco la relación con el misterio de Cristo que se está contemplando. Pero es precisamente el relieve que se da al nombre de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación consciente y fructuosa del rosario. Ya Pablo VI recordó en la Exhortación Apostólica Marialis cultus, la costumbre practicada en algunas regiones, de realzar el nombre de Cristo añadiéndole una cláusula evocadora del misterio que se está meditando.

Es una costumbre loable, especialmente en la plegaria pública. Expresa con intensidad la fe cristológica, aplicada a los diversos momentos de la vida del Redentor. Es profesión de fe y al mismo tiempo ayuda a mantener atenta la meditación, permitiendo vivir la función asimiladora, innata en la repetición del Ave María, respecto al misterio de Cristo. Repetir el nombre de Jesús, el único nombre del cual podemos esperar la salvación (Hch.4, 12) junto con su Madre Santísima, y como dejando que ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de Cristo.
De la especial relación con Cristo, que hace de María la Madre de Dios, la Theotokos, deriva además, la fuerza de la súplica con la que nos dirigimos a Ella en la segunda parte de la oración, confiando a su materna intercesión nuestra vida y la hora de nuestra muerte.
El Santo Rosario es una excelente oración popular, al alcance de todos y que une como pocas devociones a la Virgen con Cristo su Hijo.
Y que, a pesar de que con mucha frecuencia el rezo del Rosario se lo hace mecánicamente y actualmente como parte del culto a los difuntos, ésta es una oración que debemos “recrearla”, valorarla más, vivirla personalmente y extender su práctica. Es decir caer en la cuenta que es una oración con la que podemos unirnos a María y a su Hijo, meditando el gran misterio de la Encarnación que fue el inicio de nuestra redención; el misterio que nos permitió conocer el amor del Padre, conocer al Dios de Jesús, misterio que nos abrió el camino para sentir la presencia de Dios entre nosotros.
Y finalmente es una oración evangélica, pues está inspirada en los misterios de la vida de Cristo. Por tanto podemos rezar el rosario, haciendo énfasis en el texto bíblico que nos habla de la vida de Jesús y reflexionarlo. Recordemos que somos seres sensibles a los símbolos y que el tener el rosario entre las manos, nos ayuda a recordar, a evocar que el Señor nos amó hasta la locura de la cruz.

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