EL ADVIENTO,
ENTRAMADO DE RELIGIOSIDAD POPULAR
Por Antonio DIAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular
El
Adviento es un tiempo especialmente gozoso, con esa alegría incontenida de
quien está esperando a Alguien sumamente amado, sumamente deseado. Muchas
tradiciones populares han nacido al hilo de Adviento preparando la inmediata
Navidad, tradiciones que habría que situar a partir de las ferias mayores
(17-24 de diciembre) reservando las tres primeras semanas de Adviento a la venida
última y gloria de Cristo.
El
Adviento y, singularmente, el tiempo de Navidad son una época del año cargada
de festividades, celebraciones y ritos de gran calado popular. Al ritmo que marca
la liturgia, la piedad popular ha tejido a lo largo de los siglos un complejo y
rico entramado en los que la maternidad y la infancia son protagonistas principales.
La
preparación para el nacimiento del Niño Jesús y la celebración anual de este
entrañable acontecimiento determinan necesariamente que el propio recién nacido
sea el objeto central de la celebración y, junto a Él, su Madre.
No
se trata aquí de hacer un tratado sobre el origen, el desarrollo histórico y la
teología que subyace al tiempo litúrgico del Adviento, sino tan sólo de ver en
qué medida ha sido propicio para la inserción de celebraciones piadosas
populares. En cualquier caso, conviene comenzar señalando que el Adviento es el
tiempo litúrgico de preparación para el nacimiento de Cristo que se celebra en
la Navidad. Se compone de cuatro semanas, que incluyen los cuatro domingos
anteriores al 25 de diciembre. Su origen se remonta al siglo IV, probablemente
en el ámbito de Hispania y las Galias y, con toda seguridad, en el Occidente ya
que las iglesias orientales tardaron todavía mucho tiempo en incorporarlo al ciclo
litúrgico. Por entonces tenía distinta duración según los diversos ritos: Desde
las cinco o seis semanas de los ritos hispano, galicano y ambrosiano hasta las
dos del bizantino. San Gregorio Magno fijó en cuatro las semanas del Adviento
para el rito latino romano
Desde
el punto de vista litúrgico y espiritual, en el Adviento se pueden descubrir tres
dimensiones superpuestas: La histórica, que recuerda el nacimiento de
Jesucristo según la carne en su primera venida; la espiritual, que invita a
prepararse adecuadamente para recibir al Señor, que se hace de nuevo presente;
y la escatológica, que recuerda que Cristo ha de volver en su segunda venida,
en gloria y majestad.
La corona de
Adviento
La
corona de Adviento, de origen germánico, se va imponiendo progresivamente
porque ayuda a percibir el significado de este tiempo litúrgico. Consiste en una
corona de ramas verdes (valor simbólico del círculo y del follaje, como signo de
revitalización y esperanza), ceñida por una cinta roja (que vendría a
significar el amor de Dios). En ella se ponen cuatro velas, que se encienden
sucesivamente durante los cuatro domingos del Adviento. Pueden ser de
diferentes colores o, mejor, tres moradas (color del Adviento) y una rosa (que
se enciende el domingo de gaudete o de la alegría, que es el tercero). Hay
algunos personajes que son típicamente representativos del Adviento, de acuerdo
con la liturgia: El profeta Isaías, Juan el Bautista (el Precursor, que anuncia
la inminencia de Cristo) y principalmente, la Virgen María. De hecho, el Adviento
es un tiempo eminentemente mariano ya que, con María, la Iglesia aguarda el
nacimiento del Salvador.
Novena a la Inmaculada
La fiesta de la Inmaculada (8 de diciembre),
profundamente sentida por los fieles, da lugar a muchas manifestaciones de piedad
popular, cuya expresión principal es la novena de la Inmaculada. No hay duda de
que el contenido de la fiesta de la Concepción purísima y sin mancha de María,
en cuanto preparación fontal al nacimiento de Jesús, se armoniza bien con
algunos temas principales del Adviento: nos remite a la larga espera mesiánica
y recuerda profecías y símbolos del Antiguo Testamento, empleados también en la
liturgia del Adviento.
Y
dado que el tema central del Adviento es la esperanza, ésta se visualiza en el
estado de gravidez de la Virgen, a la que se celebra como Virgen de la
Expectación del Parto o de la Esperanza. Su fiesta es el 18 de diciembre, que en
la antigua liturgia hispánica o mozárabe era la principal celebración mariana
del año litúrgico.
También
existe la curiosa advocación de la O, la Virgen de la O, cuyo origen se
encuentra precisamente en las antífonas de las vísperas que desde el 17 de
diciembre comienzan con la exclamación ¡Oh…! (en latín ¡O …!).
En
ocasiones, la iconografía es resueltamente explícita a la hora de expresar el
misterio de la gestación divina en el seno virginal de María. Una de las formas
utilizadas a partir del siglo XVI ha sido la de abrir un hueco en el vientre de
las tallas de la Virgen en el que aparece la imagen del Niño Jesús, cuyo
precedente más inmediato lo constituyen los iconos bizantinos de la Virgen
orante con un disco resplandeciente en el pecho sobre el que aparece la figura
del Niño
La fiesta de
San Nicolás
Al
comienzo del Adviento se sitúa la conmemoración de San Nicolás, un santo muy
relacionado con la infancia, pues no en vano en tiempos antiguos era la fiesta
escolar por excelencia por cuanto el santo se había alzado con el patronazgo de
los escolares, entendiéndose estos por los miembros de la schola.
Su
culto se difundió extraordinariamente, sobre todo desde que sus reliquias se trasladaron
a Bari en 1087. San Nicolás es el primer estadio de la popular figura de Santa
Claus (corrupción de su nombre latino Sanctus Nicolaus) o Papá Noél de la tradición
nórdica y anglosajona, ampliamente difundida con posterioridad a escala
mundial. Según narra la Leyenda Dorada, san Nicolás, obispo de Mira, en el Asia
Menor, defendió la reputación de tres doncellas, a las que dotó para que
pudieran contraer matrimonio, arrojando durante la noche tres bolsitas con
monedas de oro al interior de su casa. También se cuenta que devolvió la vida a
tres niños (escolares) a quienes un malvado carnicero había asesinado y puesto
en salazón.
Así,
San Nicolás quedó como protector de la infancia y en su fiesta se comenzó a
entregar regalos a los niños. De esta forma, en muchos lugares constituye el
comienzo de las fiestas navideñas.
Desde
esta realidad teológica y espiritual, que se plasma en la liturgia de Adviento,
la piedad popular desarrolla algunos puntos: La piedad popular es sensible al
tiempo de Adviento, sobre todo en cuanto memoria de la preparación a la venida
del Mesías. Está sólidamente enraizada en el pueblo cristiano la conciencia de
la larga espera que precedió a la venida del Salvador. Los fieles saben que
Dios mantenía, mediante las profecías, la esperanza de Israel en la venida del
Mesías. (Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, 2002, 97).
Novena de
Navidad
Otro
elemento popular del Adviento es la novena de Navidad. Esta nació para
comunicar a los fieles las riquezas de una Liturgia a la cual no tenían fácil
acceso. La novena navideña ha desempeñado una función valiosa y la puede
continuar desempeñando.
Sin
embargo en nuestros días, en los que se ha facilitado la participación del
pueblo en las celebraciones litúrgicas, sería deseable que en los días 17 al 23
de diciembre se solemnizara la celebración de las “Vísperas” con las “antífonas
mayores” y se invitara a participar a los fieles. Esta celebración, antes o
después de la cual podrían tener lugar algunos de los elementos especialmente
queridos por la piedad popular, sería una excelente “novena de Navidad”
plenamente litúrgica y atenta a las exigencias de la piedad popular.
Aquí
cada parroquia o cada comunidad debería hacer un esfuerzo mayor para solemnizar
moderadamente la liturgia de estas fiestas mayores.
La religiosidad
popular, a causa de su comprensión intuitiva del misterio cristiano, puede
contribuir eficazmente a salvaguardar algunos de los valores del Adviento,
amenazados por la costumbre de convertir la preparación a la Navidad en una
“operación comercial”, llena de propuestas vacías, procedentes de una sociedad
consumista.
La religiosidad
popular percibe que no se puede celebrar el Nacimiento de Señor si no es en un
clima de sobriedad y de sencillez alegre, y con una actitud de solidaridad para
con los pobres y marginados; la espera del nacimiento del Salvador la hace
sensible al valor de la vida y al deber de respetarla y protegerla desde su
concepción; intuye también que no se puede celebrar con coherencia el
nacimiento del que “salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21) sin un
esfuerzo para eliminar de sí el mal del pecado, viviendo en la vigilante espera
del que volverá al final de los tiempos.
El nacimiento
Preparar
el belén es momento festivo y comunitario, también de buen gusto, que ofrece
ocasión para catequizar y luego ser bendecido.
Además
de las representaciones del pesebre del Belén, que existían desde la antigüedad
en las iglesias, a partir del siglo XIII se difundió la costumbre de preparar
pequeños nacimientos en las habitaciones de la casa, sin duda por influencia
del “nacimiento” construido en Greccio por San Francisco de Asís en el año
1223. La preparación de los mismos (en la cual participan especialmente los
niños) se convierte en una ocasión para que los miembros de la familia entren
en contacto con el misterio de la Navidad, y para que se recojan en un momento
de oración o de lectura de las páginas bíblicas referidas al episodio del nacimiento
de Jesús.
A
los elementos añadidos de la piedad popular, junto al dinamismo propio de la
liturgia del Adviento habría que añadir: Catequesis de adultos que desglosen
bien los contenidos litúrgicos del tiempo de Adviento, predicaciones y retiros para
orar sosegadamente y acrecentar la esperanza, el canto de Vísperas o el Oficio
de lecturas en forma de vigilia para estar con las lámparas encendidas a la
espera del Esposo.
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