lunes, 30 de noviembre de 2020

LA “RELIGIOSIDAD POPULAR” COMO PERIFERIA EXISTENCIAL DE LA PARROQUIA

 

 

 

 

 

 

LA “RELIGIOSIDAD POPULAR” COMO PERIFERIA EXISTENCIAL DE LA PARROQUIA

 

 

Por Antonio DIAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de religiosidad Popular. Valencia

 

 

 

La realidad de la Parroquia posee una larga historia y ha tenido desde los inicios un papel fundamental en la vida de los cristianos y en el desarrollo y en la acción pastoral de la Iglesia.[1]

Desde su surgimiento, por tanto, la Parroquia se plantea como respuesta a una precisa exigencia pastoral: acercar el Evangelio al pueblo a través del anuncio de la fe y de la celebración de los sacramentos. La parroquia es una casa en medio de las casas y responde a la lógica de la Encarnación de Jesucristo, viva y activa en la comunidad humana. Así pues, visiblemente representada por el edificio de culto, es signo de la presencia permanente del Señor Resucitado en medio de su Pueblo. Y por tanto, es la casa de la “religiosidad popular”. La  “religiosidad popular” es un fenómeno que atraviesa todos los pueblos y que influye en todas las culturas.

La Parroquia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.[2]

La Parroquia debe acoger los desafíos del tiempo presente, para adecuar su propio servicio a las exigencias de los fieles y de los cambios históricos. Es preciso un renovado dinamismo, que permita redescubrir la vocación de cada bautizado a ser discípulo de Jesús y misionero del Evangelio, a la luz de los documentos del concilio Vaticano II y del Magisterio posterior.

Es en la parroquia donde el Pueblo Dios vive la fe cristiana, expresa sus convicciones religiosas y se relaciona con Dios, Jesús, la Virgen y los santos desde la sencillez, por vía de lo intuitivo y lo imaginativo, no sólo en el ámbito privado e íntimo, sino en el comunitario y eclesial.

Es en la Parroquia donde se viven las hondas creencias en Dios, las actitudes básicas que de esas convicciones se derivan, las motivaciones que generan las conductas humanas y a las expresiones que las manifiestan. En definitiva es en la Parroquia donde vive y proyecta toda una “religiosidad popular” o “religión del pueblo”.[3] Y es en este campo de la “religiosidad popular” donde la Parroquia debe proyectar su misión evangelizadora.

La “religiosidad popular” recoge una serie de elementos precristianos, tomados de una religiosidad ancestral, que hacen referencia a los ciclos de la naturaleza, cultos de fecundidad, etc. Para sus partidarios esto no es negativo, sino todo lo contrario: supone hacerse eco de las vivencias más auténticas del ser humano. El pueblo proyecta en ella su filosofía, pero a partir de la interpretación cristiana. Hace una síntesis vital entre lo divino y lo humano, entre Cristo y María, entre espíritu y cuerpo, entre comunión e institución, entre persona y comunidad, entre inteligencia y afecto.

Responde, desde una sabiduría cristiana y vital, a los grandes interrogantes de la existencia. Proporciona razones para la esperanza, la alegría y hasta el humor, incluso en las situaciones duras de la vida, y tiene una enorme fuerza de convocatoria.

Aunque en la “religiosidad popular” entra todo tipo de personas, con el común denominador de cristianos, reflejan especialmente una forma de relacionarse con Dios experimentada preferentemente por los sectores más humildes del pueblo, los pobres, los sencillos, los pequeños. Estos sectores ocupan un lugar privilegiado, puesto que suelen guardar mejor la memoria histórica común, condensan bien la cultura popular, y cuando luchan por la justicia, reflejan en muchos casos la esperanza en un destino más feliz para todos. Privados de los recursos del tener, del saber y del poder, en muchas ocasiones son como el corazón del pueblo que aunque no tiene muy cultivada su fe, quiere que su expresión religiosa sea católica, y la canaliza a través de los símbolos y mediaciones propios de la Iglesia

Ante la “religiosidad popular” surge, de una parte de la Iglesia una actitud crítica con respecto a las expresiones rituales más tradicionales de ciertas élites y amplias capas de la sociedad.

Entendemos la Iglesia como pueblo de Dios universal, cuya misión en la historia humana es estar presente y evangelizar a todos los pueblos del mundo, respetando las culturas y las otras religiones y por otro reconocemos las culturas y los estilos de vida que caracterizan a cada pueblo. Como consecuencia, la Iglesia se planteó en el concilio Vaticano II una adaptación de la Liturgia[4] a cada cultura y pueblo, lo que motivó e impulsó el reconocimiento de un pluralismo legítimo en las formas y modos de expresión de las personas sencillas de la Iglesia, en sintonía con el proceso histórico de ascenso social y político generalizado de las masas populares en todas las facetas de la vida cotidiana, además aceptó la amplia variedad expresiva de las manifestaciones de la “religiosidad popular”, aunque denunciando las prácticas supersticiosas que a veces se cobijan dentro de ellas.

La vocación cristiana, que nace del hecho de ser miembro del pueblo de Dios, no puede realizarse sólo en el compromiso individual, sino que primero habrá de vivirse en las comunidades básicas y estables de la Parroquia, como Iglesia local, y en segundo lugar en grupos asociativos que le ayudan a completar su vivencia cristiana, como ocurre, por ejemplo, en el caso de las “hermandades y cofradías”.

Estas son asociaciones públicas cuyo fin es el culto público en nombre de la Iglesia, y realizar el ejercicio de obras de piedad o de caridad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal. Deben ser erigidas canónicamente por el obispo del lugar. Sus estatutos y reglas, así como su revisión o cambio necesitan la aprobación de la autoridad eclesiástica. Deben adaptarse al espíritu de la legislación general de la Iglesia y a las normas promulgadas en cada Diócesis. En ellos se definen y señalan los medios para que las “hermandades y cofradías” sean realmente lugares de educación en la fe, de celebración de la misma, de caridad y comunicación de bienes, de testimonio de Jesucristo en el mundo.

Todo el pueblo de Dios debe reconocer los valores que adornan a estas asociaciones públicas de fieles. Son una importante realidad del asociacionismo católico en nuestras iglesias. Tanto más cuanto que, en la sociedad, las diversas iniciativas de asociacionismo encuentran muchas dificultades para prosperar, por falta de participación ciudadana.

Las “hermandades y cofradías” tienen mucha importancia para la evolución de nuestro catolicismo popular y para la imagen que del mismo se forma dentro y fuera de nuestros pueblos. Hay que alentar el esfuerzo renovador que ha brotado últimamente en el seno de muchas de ellas. Esto implica la renovación y actualización de los estatutos que las regulan conforme a las normas vigentes en nuestras diócesis, de forma que definan y señalen los medios para que sean realmente lugares de educación en la fe, de celebración de la misma, de caridad y comunicación de bienes, de testimonio de Jesucristo en el mundo.

Además de sus misiones más tradicionales y específicas que ya cumplen, deben adquirir y mantener estas otras, que son esenciales en toda comunidad cristiana. También deben sentirse llamadas a integrarse en los esquemas pastorales de sus Iglesias locales, integrando su acción en los planes de pastoral de conjunto y participando en los correspondientes consejos pastorales.

La comunión con la Iglesia es necesaria para la salvación. Ella es la fuente y matriz permanente de la fe. Las asociaciones y movimientos no realizan por sí solos y aisladamente el ser completo de la Iglesia. Las “hermandades y cofradías” han de sentirse en comunión con las otras asociaciones y movimientos apostólicos de la Iglesia diocesana y con las parroquias a las que pertenecen, colaborando con el párroco en la vida litúrgica y en otras tareas apostólicas o catequísticas, y estando presentes en los consejos parroquiales de pastoral. A través de la Parroquia se vinculan con la Iglesia diocesana y con la Iglesia universal, bajo el ministerio pastoral de los Obispos.

El Pueblo de Dios es el sujeto colectivo de la “religiosidad popular”, y el ser, la vida y los valores son sus fuentes de inspiración. No reduce a la divinidad al resultado de la razón y de la acción, sino que adopta una actitud respetuosa ante el misterio, y lo vincula a una experiencia de relación con el prójimo en el cual intuye una presencia paradójica de Dios, que se revela a través del rostro humano, principalmente en el de los más débiles y necesitados.

El análisis y valoración de la “religiosidad popular”, al igual que sucede en el caso de cualquier experiencia humana, no es una tarea simple ni fácil. Aparecen muchas dificultades a la hora de precisar el contenido de esta expresión, porque es algo que no existe en estado puro. En ella, junto con elementos estrictamente religiosos, coexisten otros de naturaleza socio-cultural. Son distintos los sujetos de la misma y los modos de concebirla, y se emplean presupuestos diversos. Al ser un fenómeno rico y complejo, exige la interdisciplinariedad a la hora de acometerlo, para que sea lo más riguroso, completo y satisfactorio posible

No obstante, se tiene conciencia de que refleja la sabiduría del pueblo de Dios, y constituye el objeto de un nuevo descubrimiento casi generalizado por lo que, siendo reflejo de diversas manifestaciones de la cultura, hay que saber escucharlas con amor, sin prejuicios ni actitudes de superioridad, para descubrir en ella las acciones del Espíritu.

Es importante expresar mediante categorías y gestos corporales aquello que espiritualmente se quiere vivir. Por ello, el hombre que quiere seguir a Cristo en su vida concreta lo expresa caminando tras su imagen en una procesión; el hombre que quiere, siguiendo las enseñanzas del Maestro, tomar la cruz de cada día, carga con la pesada cruz de madera en la procesión penitencial; el hombre que quiere sufrir con Cristo para ser también con Él glorificado, camina con Cristo, recordando su Pasión, por la pesada, tortuosa y difícil ascensión del calvario o Víacrucis local, situado, generalmente, en una pequeña colina a las afueras de la población. Las manifestaciones religiosas populares son expresión de la fe cristiana en un lenguaje total, son celebración de la fe de modo expresivo y comunitario, en un lenguaje que va más allá del racionalismo, y que abarca la totalidad de la persona.

Cuando está bien orientada, sobre todo mediante una adecuada pedagogía de evangelización, contiene los valores esenciales de la vida y las motivaciones que generan las conductas humanas, y es un espacio privilegiado para que la Iglesia entregue el mensaje de la Palabra de Dios por el ministerio de la catequesis. Refleja una sed del Señor que solamente los pobres y los sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Afecta a las más profundas creencias y actitudes. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores de paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción.

La “religiosidad popular” está vinculada a la cosmovisión de la cultura del pueblo y a su escala de valores. Gira en torno a la vida, con sus diversas etapas, y a la muerte. Asume la dialéctica bíblica, que se pone de manifiesto en la creación y la alianza, y que consagra y bendice la naturaleza y la historia. Suele motivar una serie de ritos espontáneos y coloristas, en los que el pueblo participa colectivamente.

Por eso está presente en los acontecimientos del campo, especialmente en los solsticios y equinocios (fiestas agrícolas, bendiciones de los campos, siembra y recolección de frutos, peregrinaciones, romerías...). Muestra sensibilidad ecológica e interconexión de lo cósmico y de la naturaleza con las celebraciones, sea por medio de paisajes, ritmos, horarios nocturnos o diurnos, el ocaso, el crepúsculo, el claroscuro, la penumbra..., o por la colocación de ermitas y lugares de culto en valles, colinas, acantilados, montes, etc.

Y también está presente en los acontecimientos de la vida humana (sacramentos “sociales”: nacimiento-bautismo, juventud--comunión y confirmación, matrimonio--boda, bendiciones, muerte-funerales, etc.). Recoge la fabulosa sabiduría que tiene el pueblo para expresar la dialéctica muerte-vida, muy entroncada con los ritos de transición, que señalan un cambio importante de situación en la vida de una persona, sea a nivel familiar, sea a nivel de naturaleza.

No es mero ritualismo: se realiza una experiencia de encuentro con el misterio, de apertura a la trascendencia. Se asume la muerte para compartir la vida, se vence la tristeza por la opresión mediante explosiones de alegría. Por eso gran parte de los ritos populares son inseparables de la alegría colectiva, que es el modo popular común de señalar la “Pascua”, la liberación a la que se aspira. Se comparte la comida y la bebida, música, danza, oración, colores, fantasía...

El pueblo llano no queda satisfecho con una vivencia cerebral de la fe a nivel del conceptualismo hierático y de la ortodoxia abstracta de los dogmas teológicos. Tampoco con la clericalización de la Liturgia que se fue dando progresivamente en la Iglesia y que se impuso a partir de la Edad Media. Igualmente, los que llevaron a la práctica la reforma del concilio Vaticano II no supieron conectar con el pueblo. Por eso éste ha seguido cultivando sus devociones tradicionales, que están vinculadas a la experiencia sensible y corporal, y humanizan las creencias y las celebraciones litúrgicas, cuyos signos y lenguaje desconocen. Las reviste de imaginación intuitiva, sentimiento y fiesta, espectáculo y celebración comunitaria, creando sus ritos paralelos.

Esto, aunque se ha vivido como una división, favorece la mutua fecundación entre dogma y vida, Liturgia y piedad, ortodoxia e interiorización de la fe del pueblo. El eje ritual de la “religiosidad popular” está colmado de símbolos polivalentes, que saben combinar bien el tradicionalismo con la creatividad. Expresa necesidades, esperanzas, identidad humana, acontecer histórico. Lo hace, en muchas ocasiones, mediante relatos, que recuerdan, y reavivan en el tiempo presente, la superación de situaciones difíciles, gracias a la intervención del trascendente. Da menos valor al elemento sacramental, y destaca dos dimensiones fundamentales: la festiva, porque allí es donde el pueblo encuentra mayor grado de libertad y porque la fe del pobre va muy unida a la alegría. Se une a esto la dimensión devocional y mística, centrada en el culto a las imágenes: novenas, quinarios, septenarios, funciones, procesiones, romerías y peregrinaciones...

Aunque cada una de las imágenes ha de ser venerada por lo que representa y no por lo que es, el pueblo las carga de un plus de sacralidad. Son una ayuda para la humanización de los mensajes. Es la expresión de su necesidad de cercanía, de corporeizar los mensajes en ellas, de ver, de tocar. Se la decora con todo tipo de medios (flores, candelería, túnicas, mantos, bordados, etc.). Tiene un gran relieve el “imaginario colectivo” como sedimentación de todo un mundo de símbolos, mitos, leyendas, tradiciones, etc., cargados de una enorme riqueza de emociones profundas, sentimientos, afectos.

La “religiosidad popular” estructura sus celebraciones y oraciones en torno a sus tradiciones e imágenes, fundamentalmente de Cristo, a María y los santos, a las que da una gran importancia, por un lado, y en la memoria de los difuntos, por otro. En la oración predomina la petición ante necesidades urgentes o angustiantes, particularmente aquellas que afectan a los estratos más pobres y menos protegidos de la sociedad.

Da prioridad a la expresión corporal, la ascesis y la danza, que se utiliza en la peregrinación o la procesión (esfuerzo físico, ir descalzos, llevar una cruz, ir de costalero, guardar silencio, tocar una imagen, pasar una medalla por su manto...). Aprecia el vestido (hábitos, túnicas, etc.), como exteriorización de una interioridad. Utiliza técnicas de concentración de la atención a través de la repetición de palabras, al estilo de mantras orientales (letanías, jaculatorias, rosario, etc.).

La exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi[5] ha sido un hito en la reflexión sobre la “religiosidad popular” porque hace una revaloración de ella, a pesar de las carencias que puede tener, ya que los ejercicios piadosos ante todo pretenden satisfacer la búsqueda de vida interior, así como la vivencia más profunda personalizada e íntima de Dios, que los conduce a la Liturgia como fuente y culmen de toda vida cristiana. Debido a eso, es necesario recuperarlos o crear otros medios de alimento de la vida espiritual, ya que los ejercicios piadosos deben llevar sobre todo a los cristianos a Dios, a vivir en comunión con Él. De ahí la importancia de ubicarlos en los diversos tiempos litúrgicos del año. Son instrumentos que completan la formación del cristiano y, aun teniendo algunos rasgos mistagógicos, conducen a la plegaria y a las obras de penitencia y misericordia,  sobre todo si se realizan como actos personales y comunitarios.

Fue el Directorio de Religiosidad Popular (2002)[6] el que marcó la revaloración de la  “religiosidad popular” ya que trató este candente tema y lo expresó en el contexto de los medios para la comunión y la participación. El Directorio de Religiosidad Popular presenta a la “religiosidad popular” principalmente como un elemento eficaz de evangelización, que debe ser purificado y clarificado en sus conceptos. Para ser auténtica, la “religiosidad popular” debe basarse en la Palabra de Dios y descubrir con autenticidad y valentía los valores evangelizadores.

En 1992, en Santo Domingo, la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano[7] manifestó la importancia de la “religiosidad popular” en la línea de la inculturación, los valores cristianos presentes en ella, los criterios, las conductas y actitudes que nacen del dogma católico y son la sabiduría del pueblo; se invita a comprenderla, acompañarla, purificarla y remediar posibles desviaciones.

Una idea clara aparece a lo largo del Directorio en su contenido doctrinal y en la praxis (que no agota) de ejercicios devocionales. Se trata de la necesidad de educar para la “religiosidad popular”, ya que cuanto más se entiende la Liturgia, más se entiende en su punto de equilibrio la “religiosidad popular”.

La “religiosidad popular” es un espacio de encuentro con Jesucristo. Es el precioso tesoro de la Iglesia católica. Así quedó plasmado en el documento de Aparecida (2007)[8] y que tiene una repercusión importante para la misión, entendida como estado permanente de misión que se debe concretizar en la comunidad parroquial, y se pone como un marco de referencia el respeto y el cariño que por ella se debe tener, para que exprese su belleza e identidad y pueda ser un icono del genio de los pueblos y de la insaciable hambre y sed de Dios del pueblo pobre, sencillo y peregrino. La piedad popular, considerada justamente como un “verdadero tesoro del pueblo de Dios”, “manifiesta una sed de Dios que sólo los sencillos y los pobres pueden conocer; vuelve capaces de generosidad y de sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe; comporta un sentimiento vivo de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante; genera actitudes interiores, raramente observadas en otros lugares, en el mismo grado: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desprendimiento, apretura a los demás, devoción”[9]

También a la “religiosidad popular” en el documento de Aparecida se le llama “espiritualidad popular” o “mística popular”. Es un nuevo concepto que busca expresar la riqueza de contenido que se quiere dar a la “religiosidad popular”, ya que la espiritualidad es el camino de comunión con Cristo y ayuda en la configuración de cada creyente con el Resucitado, para poder así vivenciar la vida cristiana.

La mística marca a la persona puesto que tiene siempre como finalidad la vivencia de encuentro e intimidad con Dios. Esto únicamente se puede lograr con la sabiduría simple y los ejercicios piadosos en forma de oración, los más concretos y sencillos, para nutrir el rico patrimonio de esta espiritualidad popular con ritos, símbolos y gestos.

Las “hermandades y cofradías” responden a la costumbre de grupos de cristianos que, desde los primeros siglos de la Iglesia, se han venido asociando para conseguir fines espirituales y caritativos comunes, siendo los principales el culto público, la práctica de la caridad por medio de obras de misericordia espiritual y corporal, la santificación y el perfeccionamiento espiritual por la oración, la animación del orden temporal por el compromiso cotidiano y social y la educación en la fe por la catequesis y evangelización.

Tienen su origen en el siglo XIII, en torno a los monasterios y las órdenes mendicantes, para responder a la necesidad de ayuda y apoyo que tenían las personas de aquella época en casos de dificultad. Fundan los primeros hospitales para ejercer la caridad con los más desfavorecidos y con los peregrinos. Fueron especialmente promovidas por la predicación de los dominicos. Poco a poco se van extendiendo por Europa.

Frente a la idea de los dos “géneros de cristianos”, el superior de los clérigos dedicados a las cosas de Dios, y el inferior de los laicos, dedicados a las cosas del mundo, las cofradías vienen a proponer un camino laical de perfección, sin necesidad de que se tenga que ser clérigo o monje y a reivindicar el deseo de participar en la Iglesia y asumir responsabilidades en ella así como de una autonomía frente al dominio del clero. No son impuestas por una autoridad superior, sino que surgen de una opción libre para algunas personas.

Las “hermandades y cofradías” son una importante realidad de asociacionismo católico en nuestras iglesias, --en ocasiones han sido y aún son las únicas asociaciones existentes incluso a nivel social -- y suscitan una entusiasmada participación de los jóvenes. Han aportado un considerable caudal a la vida espiritual de nuestro pueblo y han contribuido grandemente al florecimiento de la vida cristiana. Actualmente continúan alimentando la fe muchos católicos repartidos por toda nuestra geografía.

Las “hermandades y cofradías” son asociaciones de fieles cristianos conscientes de su pertenencia a la Iglesia. Deben sentirse, ante todo, personas que han asumido libremente su bautismo, por el que están incorporados a Cristo y son miembros vivos de su Cuerpo, la Iglesia, en la que viven con otros su fidelidad al Señor. Esto exige de por sí la participación en la acción apostólica, como tarea propia de todo fiel cristiano por el mismo hecho de estar bautizado. Por ello, los cofrades, junto al fin peculiar del culto público, deben asumir las responsabilidades propias de toda la Iglesia, según las necesidades que en cada momento se vayan presentando dentro del pueblo de Dios y en el mundo donde vivimos. Pues como dice el Concilio Vaticano II, la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es vocación al apostolado, que nunca puede faltar en la Iglesia. Las circunstancias actuales les piden un apostolado mucho más intenso y más amplio.

Toda manifestación de la “religiosidad popular” se encuentra en los varios campos en los que se desarrollan los ejercicios piadosos, bien sea a nivel personal, familiar o grupal, en los Santuarios y en las peregrinaciones, así como en el ámbito de la comunidad parroquial. En efecto, la Parroquia es el lugar privilegiado para el desarrollo y la práctica de la “religiosidad popular”, de suerte que los fieles puedan tener una experiencia concreta de Cristo y de la comunidad eclesial.

Es muy importante caer en la cuenta de que dentro de la comunidad parroquial se dan múltiples experiencias de “religiosidad popular” que se deben purificar, encauzar y promover, ya que en la parroquia se dan muchas formas de ejercicios piadosos. No hay que olvidar que la “religiosidad popular” debe ayudar a que la parroquia sea una comunidad eucarística por excelencia, reunida en la fracción del pan de la Palabra y de la Eucaristía.

La parroquia debe cuidar que la praxis de la “religiosidad popular” sea realmente “escuela de vida cristiana”, para llegar así a ser una comunidad eclesial que vive, se expresa y se manifiesta con las formas que el genio de los pueblos ha concretizado en la “religiosidad popular”. Por este motivo, la experiencia y vivencia del Señor Jesús no puede ser únicamente catequética y litúrgica. Para que esté más encerrada en la vivencia cristiana, requiere de las expresiones de la “religiosidad popular” que son una ayuda para educar y celebrar la fe.

La Parroquia, hoy por hoy, está llamada a la conversión pastoral en muchos campos, especialmente saliendo el ámbito de la “religiosidad popular” como “periferias” que hay que evangelizar.

Una de las tareas más importantes de la comunidad parroquial es su renovación, la cual se puede hacer incrementando la “religiosidad popular”, fundamentándose en aquella gran petición del concilio Vaticano II de que absolutamente todo debe revisarse.

Ante la hora histórica que vivimos, la Iglesia debe seguir anunciando el Evangelio, y estos esfuerzos pastorales deben orientar a todos hacia el encuentro con Jesucristo. Se debe destacar la renovación litúrgica a la que está anexa el incremento de las manifestaciones de la “religiosidad popular”, especialmente la piedad eucarística y la devoción mariana, que deben tener como base la verdadera fe.

Para lograr esto se necesita la formación. Aquí radica la importancia de saber conducir y clarificar la “religiosidad popular”, pues si la lex orandi es lex credendi y tiene su aplicación en la Liturgia de la Iglesia, aproximadamente algo así podemos decir de la “religiosidad popular”, que para ser una auténtica lex orandi, requiere de la iluminación desde la teología para lograr tener ideas y conceptos claros y diáfanos que manifiesten la sana y ortodoxa fe y doctrina. Es necesario que los ejercicios devocionales también cumplan la tarea de ser catequesis permanente y constante que brota de la oración cristiana y así cada expresión devocional sea una auténtica síntesis de la profesión de fe del creyente.

A los responsables de la misión parroquial les incumbe valorar y promover los ejercicios de la “religiosidad popular” para armonizarla con la Liturgia. Necesitamos crear nuevos, variados y sencillos instrumentos que sean la base de los ejercicios piadosos, con fundamentos escriturísticos y litúrgicos para ser usados a nivel personal, familiar y comunitario, ya sea para grupos nuevos o tradicionales, como para las hermandades y cofradías. Debe existir un elenco de los instrumentos, recursos o subsidios que se pueden crear para los ejercicios piadosos y el fomento de la “religiosidad popular”. Debemos seguir el cronograma del Año litúrgico, pues a lo largo de él podemos descubrir la cantidad de subsidios que podemos crear.

Uno de los cultos que más desarrollo deben tener es el que se refiere a la Virgen María. Ayudaría mucho la creación de materiales que ayuden a la devoción mariana. Existen varias vetas que tenemos que descubrir para enriquecer la piedad de los fieles. El Via Matris, una vigilia para la preparación de las memorias, conmemoraciones de la Virgen, así como de sus fiestas y solemnidades. Hace falta que exista un recurso devocional con el Rosario de la Virgen María, siguiendo el Año Litúgico, para que éste aparezca en verdad más formativo y se ore en el gran contexto que vive la liturgia de la Iglesia.

No hay que olvidar los ejercicios devocionales en torno a los difuntos para ser usados en torno a la muerte, al momento de fallecer, el rosario de los difuntos y las jornadas especiales dentro de la vida de la Iglesia

Finalmente sería conveniente tener en cuenta el acto devocional de la Peregrinación como realidad muy importante y significativa. El hecho de realizar la peregrinación como elemento devocional requiere de todos los responsables en esta área que se busque la creación de diversos subsidios para la mejor realización de las peregrinaciones, así como para los tiempos de permanencia en los Santuarios, que deben estar acompañados de diversos ejercicios piadosos.

 

 

 

 

 



[1] CONCREGACIÓN PARA EL CLERO, Instrucción La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia. 20.07.2020.

[2] Jorge Mario Bergoglio  “La dulce y confortadora alegría de evangelizar” pre-cónclave ante los 114 cardenales electores, el 9 de marzo de 2013,

[3] La religiosidad popular es un fenómeno que atraviesa todos los pueblos y que influye en todas las culturas. El documento de Puebla (n. 444) nos dice con palabras sencillas que “por religión del pueblo, religiosidad popular o piedad popular, entendemos el conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las expresiones que las manifiestan”. Y añade: “Se trata de la forma o de la existencia cultural que la religión adopta en un pueblo determinado”. La religiosidad popular ha acompañado la liturgia de la Iglesia desde sus albores.

[4] Vaticano II,Constitución Sacrosanctum Concilium  n. 7: En ella, los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro.

[5] Pablo VI, Envangelii nuntiandi, 8 diciembre 1975

[6] CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, Editorial Vaticana 2002.

[7] CELAM, Las cinco conferencias generales del episcopado latinoamericano. Río de Janeiro, Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida. Bogotá: CELAM, 2014

[8] CELAM, Las cinco conferencias generales del episcopado latinoamericano. Río de Janeiro, Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida. Bogotá: CELAM, 2014

[9] CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, Editorial Vaticana 2002, n.9.

sábado, 5 de septiembre de 2020

 

ORACIÓN A SAN VICENTE FERRER ANTE LA PANDEMIA

 

Por Antonio DÍAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

 

San Vicente Ferrer,

digno hijo de la Iglesia que peregrina en Valencia:

A ti acudimos, en este tiempo de dolor y tristeza,

con toda nuestra fe;

y con una gran confianza te pedimos

que el coronavirus no haga más daño

y que pueda controlarse pronto esta epidemia que nos asola;

que devuelvas la salud a los afectados

y llegue la paz a todos los hogares.

Protégenos con tu amor infinito,

ya que confiamos en ti.

Tú, que nunca dejaste sin consuelo

a los que han confiado en tu intercesión

no nos olvides en nuestras tribulaciones.

Danos la salud del alma y la salud del cuerpo.

Remedia todos nuestros males.

Tú que acompañaste tu predicación evangélica

con numerosos signos de la presencia de Dios en tu vida,

mira a tus hijos que, en este difícil momento

de desconcierto y consternación,

recurren a ti en busca de fortaleza, salvación y alivio.

Líbranos de la enfermedad y el miedo,

sana a nuestros a nuestros enfermos y consuela a sus familias,

dá sabiduría a nuestros gobernantes,

energía y recompensa a los médicos, enfermeras y voluntarios,

y vida eterna a los fallecidos.

Escúchanos, san Vicente Ferrer:

recibe con bondad nuestras súplicas;

y al concedernos los favores que te pedimos y esperamos,

bríndanos también la gran dicha

de imitarte en tus grandes virtudes,

de vida de santidad

especialmente en el amor a Jesucristo, nuestro Señor;

danos la fidelidad en la fe,

la fuerza en la esperanza,

y la constancia en el amor

para con nuestros hermanos más necesitados;

que amemos como hijos

a nuestra tierna y misericordiosa Madre de los Desamparados,

y, en fin, danos valentía para meditar continuamente en nuestra muerte

y en nuestro encuentro con Jesús nuestro Señor,

y poder acompañarte

en la gloria por toda la eternidad. Amén.

martes, 7 de abril de 2020

VÍA CRUCIS PENITENCIAL EN TIEMPO DE PANDEMIA


VÍA CRUCIS PENITENCIAL EN TIEMPO DE PANDEMIA



Por Antonio DIAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular






ORACIÓN INICIAL

V/ En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R/ Amén.

Señor Jesús, nos disponemos a meditar las estaciones de tu Vía Crucis en este tiempo de dolor, enfermedad y pandemia por el coronavirus que nos ataca. Queremos seguir los pasos de tu entrega hasta el final por amor a nosotros. No queremos ser meros espectadores de tu Pasión. Nos unimos a ti. Queremos vivir tu vía crucis, sentir tu vía crucis y que toque profundamente nuestro corazón.
Hoy queremos revivir las últimas horas de tu vida terrena, Señor Jesús, hasta que, suspendido en la cruz, gritaste tu: “Todo está cumplido”. Queremos ahora recorrer esta “vía dolorosa” junto a los nuevos crucificados de nuestra historia actual. Formamos una gran familia de hijos de Dios, unida por la enfermedad. Una enfermedad, que también sufrimos nosotros, los cristianos. Que tu cruz, Señor Jesús, instrumento de muerte pero también de vida nueva, nos una a todos e ilumine la conciencia de todos los hombres.
Señor, que al meditar cada estación, nos sintamos heridos por tu inmenso amor de tal forma que nos dispongamos a seguirte con más fidelidad y verdadero compromiso. Virgen María, Madre Dolorosa que seguiste en camino de la cruz hasta la muerte de tu Hijo, acompáñanos, guíanos en este vía crucis y ayúdanos para que en esta meditación se vayan imprimiendo en nosotros los sentimientos vivos del corazón de tu Hijo: humildad, mansedumbre, bondad y perdón. Amén.


I Estación
Jesús es condenado a muerte

V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21)

Condenado a muerte. Y nosotros condenados a vivir con esa enfermedad del coronavirus que es nuestra cruz. Una cruz que puede llegar a trastocar todos los ámbitos de nuestra existencia: el ámbito personal, el familiar, el social e incluso el mundial, como está ocurriendo. Es una invitación a asumir la cruz como cuna del cristiano; y las cunas, más que de muerte nos hablan de vida, de futuro, de esperanza.
Estamos llamados a recorrer el mismo camino: Tú y nosotros. Parece un mismo camino y es también un camino diferente para todos, porque cada uno estamos llamados a seguirte desde nuestra propia realidad. Nadie como el que sufre comprende la realidad del camino de la cruz, porque nadie como él sabe cuánto pesa el madero del dolor y de la enfermedad.
Señor que encontremos luz y paz en nuestra cruz junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Que nos des la capacidad de decir sí a nuestros sufrimientos, como tú dijiste sí a tu condena a muerte.

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….



II Estación:
Jesús con la cruz a cuestas

V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9,23)

Señor Tú llevas la cruz sobre tus espaldas. Nosotros ponemos nuestras espaldas sobre nuestra cruz. Tú llevas la cruz. A nosotros nos lleva nuestra cruz. Tú y nosotros caminamos por la vida pegados a la cruz.
A veces quisiéramos desapegarnos de ella, tirarla lejos, no volver a verla más. Pero cuanto más la rechazamos más nos duele. Pensamos que la única manera de hacerla menos pesada es amarla, abrazarla, convertirla en nuestro propio camino.
Te pedimos por las autoridades sanitarias que les toca cargar a sus espaldas la cruz de velar por la salud de tantas y tantas personas. Que tu luz, Señor, les ilumine y les guíe en la toma de decisiones. Que sepan poner siempre sus vidas al servicio de los demás.

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….



III Estación:
Jesús cae por primera vez

V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores” (Is 53,4)

Señor Jesús, en el camino empinado que conduce al Calvario has querido experimentar la fragilidad y la debilidad humana.
Pensábamos que solamente nosotros éramos débiles ante el dolor y la enfermedad. No sentimos alegría por tu debilidad. Pero sí sentimos la alegría espiritual de verte a ti tan parecido a nosotros: hombre como nosotros.
Señor, ante esta enfermedad que padece nuestra sociedad te agradecemos la presencia de tantos nuevos samaritanos del tercer milenio que viven hoy la experiencia del camino, inclinándose con amor y compasión sobre las numerosas heridas físicas y morales de los que viven en el miedo y el terror de la oscuridad, de la soledad y de la indiferencia.
Te pedimos que no caigamos en la tentación de la frivolidad, de no tomarnos en serio las recomendaciones que se nos hacen para evitar posibles caídas o contagios, poniendo en riesgo nuestra salud y la salud de los demás. Cuando sintamos que el desaliento, el cansancio, el aburrimiento o la impotencia quieran adueñarse de nosotros tu caída bajo la cruz será para nosotros un aliento para luchar y salir de nuestra depresión.
Señor, queremos pedirte por todos nuestros hermanos enfermos, por todos aquellos que como nosotros se cansan de su enfermedad, para que encuentren una palabra de aliento.

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….


IV Estación:
Jesús encuentra a su Madre

V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“Una espada te traspasará el alma, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones” (cf. Lc 2,35)

Señor Jesús, no sólo sufrías, cargado con tu cruz, sino que eras ocasión de dolor para el corazón de tu madre, María. Tu dolor, de alguna manera también hería y santificaba el corazón de la Madre.
Cada momento de ese breve encuentro, ¿te pareció una eternidad? Como vemos tanto sufrimiento en nuestro mundo, hay veces que creemos que ya no hay esperanza. Nuestra oración ¿de qué servirá? Los enfermos se enferman más y los hambrientos se mueren de hambre. Pensamos en esa mirada entre Tú y María. La mirada que dijo: Demos este padecimiento al Padre por la salvación de las almas. El poder del Padre toma todos nuestros dolores y frustraciones y renueva las almas, los salva para una vida nueva, una vida de alegría eterna, dicha eterna. Vale la pena todo esto.
Pedimos  por intercesión de la Virgen María, y para que nos de confianza en la tarea de tantos profesionales que velan como madres por nuestra salud y nuestro bienestar. Que sepan dar siempre apoyo y consuelo, y estar presentes para ofrecer ayuda. Su atención nos consuela.

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….

V Estación
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz

V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo” (Ga 6,2)

Señor Jesús, en el camino al Calvario sentiste el peso y la dificultad de llevar esa áspera cruz de madera. En vano esperaste el gesto de ayuda de un amigo, de uno de tus discípulos o de una de las muchas personas a quienes aliviaste sus sufrimientos. Lamentablemente, solo un desconocido, Simón de Cirene, por obligación, te echó una mano.
¿Dónde están hoy los nuevos cireneos del tercer milenio? ¿Dónde los encontramos?
Te pedimos por todos los cireneos de nuestra historia.
Que los profesionales sanitarios: médicos, enfermeras, auxiliares; por todo el personal de los hospitales, los cirineos que ayudan a los enfermos a vencer la enfermedad, Dios les proteja, les cuide, les fortalezca y les ayude en esta hora difícil. Que ellos, cuando nos cansemos y desanimemos, cuando sintamos el peso de nuestra soledad nos ayuden a llevar nuestra cruz.

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….

VI Estación
La Verónica enjuga el rostro de Jesús

V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40)

Las cosas sencillas tienen un gran valor. La Verónica limpió tu rostro, Señor Jesús, sucio por la sangre y el polvo. Cuantos son los que están junto a nuestra cama de hospital. Cuánta gente que nos atiende para lavar nuestro rostro o quitarnos el sudor. Casi nada.
Señor Jesús, limpia nuestros rostros y que sepamos descubrir el tuyo en nuestros hermanos y hermanas, especialmente en todos aquellos que, en muchos hospitales y residencias, viven en el dolor de la enfermedad.
Bendice a las personas que, de manera altruista, ayudan, colaboran, se solidarizan, aportan su tiempo y sus dones para aliviar tantas necesidades como acarrea una situación como ésta. Que aprendamos a estar siempre al lado de los que sufren, sin estigmatizar a nadie.
Señor, te pedimos que tengas piedad y compasión de este mundo enfermo y ayúdanos a redescubrir la belleza de nuestra dignidad como seres humanos, creados a tu imagen y semejanza.

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….


VII Estación
Jesús cae por segunda vez

V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente” (1P 2,23)

El camino se hace largo y las fuerzas son cada vez más débiles. El tiempo para el que sufre es un sufrimiento más. Uno se va cansando de todo. El cuerpo ya no da para más. Todas las posturas son incómodas. La cruz de la enfermedad nos parece cada vez más dura. Tú besas por segunda vez el polvo del camino.
Señor Jesús, también tú sentiste el peso de la condena, del rechazo, del abandono, del sufrimiento ocasionado por personas que te habían encontrado, acogido y seguido. Con la certeza de que el Padre no te había abandonado, encontraste la fuerza para aceptar su voluntad perdonando, amando y ofreciendo esperanza a quien como tú recorre hoy el mismo camino de burla, desprecio, escarnio, abandono, traición y soledad.
Señor que no caigamos en el miedo, en la histeria, en la desesperanza… que no conducen a nada. Que el Señor nos dé serenidad para afrontar esta situación de emergencia que nos toca vivir.

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….


VIII Estación
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos” (Lc 23,28)

Jesús, incluso cargando con la Cruz es capaz de olvidarse de sí mismo. Se olvida del peso de la Cruz,  se olvida de sus flaquezas y debilidades, para preocuparse de los demás.
Es la tentación del egoísmo. Es la tentación de convertir nuestro dolor en nuestra carta de derechos frente a los demás. Nuestro único derecho es ayudar y servir a los demás. Solamente sumando la pobreza de cada uno, esta puede convertirse en una gran riqueza, capaz de cambiar la mentalidad y de aliviar el sufrimiento de la humanidad.
Concédenos, Señor, a tener tus ojos. Esa mirada de bienvenida y misericordia con la que ves nuestros límites y nuestros temores. Ayúdanos a ver las diferencias de ideas, hábitos y puntos de vista. Ayúdanos a reconocernos a nosotros mismos como parte de la misma humanidad y a convertirnos en promotores de formas audaces y nuevas de acogida a los diferentes.
Señor te pedimos por tantos creyentes como en estos días rezamos para que apartes del mundo este mal del coronavirus. Señor Jesús, escucha y atiende nuestras oraciones.

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….


IX Estación:
Jesús cae por tercera vez

V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero” (Is 53,7)

Señor Jesús, has caído por tercera vez, exhausto y humillado, bajo el peso de la cruz. Te vemos a ti, caído en tierra, una vez más. Una vez más tienen que ayudarte a levantarte, a ponerte en pie. Una vez más, necesitas de los otros para poder andar tu camino. Una vez más necesitas de la mano y la fuerza de los otros para no quedarte en el camino. Y no protestas ni gritas contra tu impotencia y flaqueza. Al contrario, agradeces la mano que se tiende.
Señor, ¿cuántas veces nos has dirigido esta pregunta incómoda: “Dónde está tu hermano, dónde está tu hermana”? ¿Cuántas veces nos has recordado que su grito desgarrador había llegado hasta ti? Ayúdanos a compartir el sufrimiento y la humillación de tantas personas tratadas como desechos.
Te pedimos por quienes sufren los daños colaterales de esta crisis. De un modo especial por los empresarios que ven peligrar su medio de subsistencia y por los obreros que, como consecuencia, se quedan sin trabajo. Que pronto todo pueda volver a la normalidad.

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….


X Estación
Jesús es despojado de sus vestiduras

V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“Revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (Col 3,12)

En esta situación que vivimos la epidemia todo nos estorba. Somos despojados de la vida. Y ahora, despojados hasta de las sábanas desinfectadas que cubren nuestro cuerpo. A la muerte no nos llevamos nada. Para morir todo nos estorba. Estorban las fuerzas. Estorba el poder. Estorba la riqueza. Hasta los vestidos estorban. Cada día que se prolonga esta nuestra enfermedad tú, Señor, nos vas despojando de todo.
Que nuestros sufrimientos que no nos dejan, nos vayan despojando de nosotros mismos, de nuestros orgullos, de nuestros pecados, de nuestras rebeldías, para que cada día estemos más dispuestos a lo que tú quieras de nosotros.
Te pedimos, Señor Jesús, por los investigadores que gastan su tiempo en la investigación farmacéutica, buscando un remedio de curación eficaz, para que sus trabajos pronto puedan dar fruto, y podamos seguir alabándote descubriendo la belleza y la riqueza que toda persona encierra en sí como don tuyo, único e irrepetible

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….



XI Estación
Jesús es clavado en la cruz

V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)

Ahora te han clavado a la cruz. Irás a donde te lleve tu cruz. Clavadas las manos, que ya no pueden extenderse a otras manos para estrecharlas. Clavados los pies, que ya no pueden caminar a ninguna parte. Unos clavos y unos maderos son los únicos dueños de tu cuerpo y de tu vida. ¡Qué poca cosa basta para crucificarnos!
Cuántas personas todavía hoy son clavadas en una cruz, víctimas de una explotación deshumana, privadas de dignidad, de libertad, de futuro. Su grito de auxilio ante la enfermedad y dolor nos interpela como hombres y mujeres. Concédenos ojos para ver y un corazón para sentir los sufrimientos de tantas personas que aún hoy son clavadas en la cruz de su propia enfermedad.
Señor, ponemos ante tus ojos los nuevos crucificados de hoy, dispersos por toda la tierra, todos los que guardan cuarentena, bien por tener el virus, bien por haber convivido con personas infectadas. Concédenos,  Señor, paciencia, y que este tiempo nos sirva de provecho para reflexionar sobre la propia vida y sobre la necesidad que tenemos de Dios.

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….


XII Estación
Jesús muere en la cruz

V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34)

Señor, has llegado al final del camino. Un final inesperado y que no te corresponde. Tú te merecías otra muerte. No la de un crucificado. Y sin embargo, es tu única muerte. La muerte por fidelidad al Padre. La muerte por fidelidad a la causa del hombre. A cada uno nos concedes nuestra propia muerte.
Tú, Señor, has sentido en la cruz el peso del abandono y de la indiferencia. Solo María, tu madre, y otras pocas discípulas, permanecieron allí, testigos de tu sufrimiento y de tu muerte.
Que tu ejemplo nos inspire a comprometernos para no hacer sentir la soledad a cuantos agonizan hoy en tantas camas de hospital dispersos por el mundo.
Queremos parecernos a ti también en el morir. Si ha llegado nuestra hora, que se haga la voluntad del Padre. ¿Qué más da morir de esta o aquella enfermedad? Que tengamos siempre cerca alguien que nos a enjugue el sudor y las lágrimas en nuestra agonía, y cerca para confortarnos con una presencia familiar y amiga como supieron hacerlo María y las otras mujeres al pie de tu cruz.
Acoge en tu reino a los que han fallecido con coronavirus, para que les acojas en el cielo donde ya no hay ni enfermedad, ni luto ni dolor.

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….


XIII Estación
Jesús es bajado de la cruz

V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24)

Jesús, a la hora de tu muerte no estabas solo. Allí estuvo tu Madre. Ella te recibió en sus entrañas de virgen por obra del Espíritu Santo, en la encarnación. Y ella te recibe ahora en sus brazos, bajado muerto de la cruz. Es tan bello que alguien nos ame hasta darnos la vida… Y es tan bello que alguien nos ame hasta recibir nuestro cadáver en sus brazos caliente de madre…
Te pedimos por todos los familiares de quienes han padecido o están padeciendo la enfermedad del coronavirus, para que el Señor les acompañe y fortalezca en medio de la situación familiar que están viviendo.
Señor, a la hora de nuestra muerte que nuestro último suspiro sea un acto de fe en ti, Señor, un acto de fe en nuestra Madre la Iglesia.
Que nuestra muerte, como la de Jesús bajado de la cruz, no sea en vano. Confiamos, Señor, todas nuestras vidas a la misericordia del Padre nuestro y de todos, pero sobre todo Padre de los más abandonados, pobres, y desesperados.

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….


XIV Estación
Jesús es puesto en el sepulcro

V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“Está cumplido” (Jn 19,30)

Señor Jesús, tú mismo dijiste un día: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda solo y no da fruto, pero si muere dará mucho fruto”. Tú eres ese grano sepultado en la tierra. Un grano que ya está brotando en nueva vida. El domingo por la mañana, cuando las piadosas mujeres vayan a tu sepulcro, ya habrás brotado. La muerte se habrá hecho vida y el crucificado habrá resucitado.
Señor Jesús, que nuestra esperanza sea más fuerte que nuestros miedos. Que nuestros deseos de resurrección sean más grandes que nuestros miedos a morir.
Señor Jesús que aprendamos a asumir tantas realidades dolorosas como nos toca afrontar a lo largo de la vida, incluida esta del coronavirus. Desde la luz de la fe, en la esperanza de que todo es pasajero, Que confesemos que Tú, Señor, tienes siempre la última palabra.
Señor, haznos comprender que todos somos hijos del mismo Padre. Que la muerte de tu hijo Jesús haga que los jefes de las naciones y los responsables de las legislaciones tomen conciencia de su papel en defensa de toda persona creada a tu imagen y semejanza.
Señor Jesús enséñanos a velar, junto a tu Madre y a las mujeres que te acompañaron en el Calvario, en espera de tu resurrección. Que ella sea faro de esperanza, de alegría, de vida nueva, de fraternidad, de acogida y de comunión entre los hombres. Para que todos los hijos e hijas del hombre sean reconocidos verdaderamente en su dignidad de hijos e hijas de Dios nuestro Padre y nunca más tratados como esclavos.

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….


XV ESTACIÓN
Jesús resucita de su muerte


V/ Te adoramos, Cristo, y Te bendecimos.
R/ porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

“El primer día de la semana, muy de mañana, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo lo anunció cuando estaba todavía en Galilea”. (Lc 24,1-6)

Señor, Jesús, hemos caminado contigo el mismo camino del sufrimiento,  y por ello nos sentimos más aliviados. Sin embargo, dolor sigue siendo el mismo. Pero tu presencia lo hace más llevadero. Al terminar nuestro vía crucis, seguimos clavados en nuestra cruz de la enfermedad del coronavirus, pero sentimos que nos duele menos. Porque tu presencia y tu compañía ponen luz y esperanza en nuestro caminar. Sabemos que tú no nos descolgarás de nuestra cruz, como tampoco tú quisiste bajar de la tuya. Pero ya es bastante saber que nuestra enfermedad y dolor no te es ajeno sino que tú mismo has querido compartirlo. Te pedimos, Señor Jesús, que así como tú compartes nuestro dolor nos enseñes a compartir tu esperanza pascual. Juntos por el mismo camino de la cruz, pero juntos también hacia la pascua.

V/. ¡Señor!, pequé:
R/. Ten piedad y misericordia de mí. Amén.

Padrenuestro….


ORACION FINAL

Dios, Padre de bondad, te damos gracias por tu Hijo muerto y resucitado. En Él ha quedado manifestado plenamente cuánto amas. Al término de este vía crucis confírmanos como discípulos tuyos que anuncien con valor por el mundo la Buena Noticia de ese amor redentor. Que nuestro ejemplo de vida atraiga muchos corazones al seguimiento de tu Hijo, para que prueben y gusten tu bondad, tu misericordia y experimenten cómo unidos a tu Hijo Jesús
La vida se transforma. Renueva tu gracia en nosotros durante este tiempo de gracia para que vivamos más de acuerdo con nuestra condición de hijos tuyos. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Por las intenciones del Romano Pontífice:

Padrenuestro…
Avemaría…
Gloria…