lunes, 6 de abril de 2020

PLEGARIA PARA EL LUNES SANTO




PLEGARIA PARA EL LUNES SANTO




Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular




A seis días de la Pascua, Señor Jesús,
tu sigues compartiendo y celebrando la vida y la amistad
a través de la mesa compartida,
la amistad servicial de Marta, el perfume costoso de María,
la unción de los pies, y la fragancia que llena la casa.
Tú, Señor, quisiste celebrar el don de la vida en plenitud,
celebración que implica encuentro,
entrega de lo mejor que tenemos y somos.
A seis días de la Pascua definitiva puedes hacerlo o retirarte.
Pero ha llegado el momento de la decisión,
la última etapa de tu camino.
Señor, Jesús, hemos pasado largos ratos contigo,
llenos de aventuras, sorpresas y transformaciones.
Y sabemos que estamos en la víspera de ser testigos
de la sorpresa más grande:
Tu paso decidido hacia el ocaso de tu carne,
para alumbrar desde la humillación de tu muerte
el día de la luz definitiva.
Señor Jesús: Aunque es mediodía
se nos hace de noche cuando contemplamos tu figura
con los brazos abiertos,
desparramando amor a los afligidos,
oh Jesús, amor, sueño y vida nuestra.
Cómo sentimos tu sed y dueles en nuestra carne
donde hienden tus clavos su amargura fría
hasta romper nuestra alma desde tu abandono
Tú que solo bondad y luz nos repartías.
Somos hombres cargados de esperanzas humanas...
La inocencia de la juventud se perdió por el camino
y, no sólo eso, somos además unos reincidentes pecadores.
Queremos acercarnos a ti como aquella prostituta del Evangelio.
¿Qué estamos dispuestos a ofrecerte hoy, Señor?
¿Con qué queremos lavar los pies
de nuestro amado Dios crucificado?
¿Estamos dispuestos a darte lo mejor que tenemos?
¿Con qué perfume queremos adorarte,
el de nuestra indiferencia o con lo mejor
que hayamos guardado para Ti como son nuestros pecasdos?
Nos contamos entre los afligidos que siempre vuelven a caer
sin encontrar consuelo alguno.
Reconocemos que, en algunas ocasiones,
nos faltan fuerzas y te fallamos;
por eso nos humillamos ante Ti, ante tu poder
y clamamos para que nos mires con compasión.
Como María de Betania
quisiéramos también ponernos a tus pies
y ofrecerte el mejor de nuestros perfumes,
pero que no es otro que el puñado de desordenes,
odios, vanidades, lujurias, avaricias, envidias,
en definitiva todo aquello que nos aleja de Tí.
Nuestra cara limpia y sonriente quedó atrás;
después de la valentía vino el cansancio y la desgana.
¿No te acuerdas, Jesús, el sol que relucía
en aquella mañana que fuimos como la Magdalena
solo a buscarte, y a estar contigo?
El lago estaba azul y el prado se reía
con una primavera repleta de la gente
que buscaba al pastor con alegría.
Nos miraste de lejos
y sólo una mirada desnudó nuestras entrañas aquel día.
Teníamos la valentía de la juventud
y la angustia de nuestra alma se esfumaba
mientras nuestro ser entero se encendía.
Supimos, de pronto, que amar no es ese juego
de dar placer a cambio de una orgía,
ni tomar prestado un cuerpo por el otro,
ni recibir sin dar, ni destruir tu vida
en una dependencia que vacía.
Amar, Cristo de los afligidos, es abrazarnos todo enteros
al don gratis de irnos a la deriva;
de beber en tus labios la palabra
y entregarnos del todo en despedida.
Amar es, como tú, abrirnos desde dentro
para hundirnos en tu mar,
amar es sentir la herida de los otros que aúllan de pobreza,
querer y sin buscar jamás el ser amados o queridos.
Amar es perdonar, sentirse perdonados.
Amar es abrazar de abrazos desprendidos.
Amar es sonreír con lágrimas de gozo.
Amar es un llorar de amor hasta la risa.
Dános, Cristo de los afligidos, desde tu cruz un beso
como el mar nos lo regala con su brisa
y juntemos nuestra tierra con tu cielo
y regalemos por siempre
el abrazo de Dios-Padre que hace del hombre
un “dios de amor” nacido de una herida.
Señor, Cristo de los afligidos, ayúdanos a esparcir tu fragancia
donde quiera que vayamos;
inúndanos con tu espíritu y tu vida;
llena todo nuestro ser y toma posesión de él
de tal manera que nuestra vida
sea en adelante una irradiación de la tuya.
Quédate en nuestra vida
en una unión tan íntima
que las personas
que tengan contacto con nosotros
puedan sentir tu presencia;
y que al mirarnos se olviden que nosotros existimos.
Señor Jesús, Cristo de los afligidos,
levanta nuestra débil esperanza;
y con la fuerza de tu pasión protege nuestra fragilidad,
fragilidad de humanos pequeñitos y cobardes.
Amén.

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