PLEGARIA PARA EL LUNES SANTO
Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular
A seis días de
la Pascua,
Señor Jesús,
tu
sigues compartiendo y celebrando la vida y la amistad
a
través de la mesa compartida,
la
amistad servicial de Marta, el perfume costoso de María,
la
unción de los pies, y la fragancia que llena la casa.
Tú,
Señor, quisiste celebrar el don de la vida en plenitud,
celebración
que implica encuentro,
entrega
de lo mejor que tenemos y somos.
Pero
ha llegado el momento de la decisión,
la
última etapa de tu camino.
Señor,
Jesús, hemos pasado largos ratos contigo,
llenos
de aventuras, sorpresas y transformaciones.
Y
sabemos que estamos en la víspera de ser testigos
de
la sorpresa más grande:
Tu
paso decidido hacia el ocaso de tu carne,
para
alumbrar desde la humillación de tu muerte
el
día de la luz definitiva.
Señor
Jesús: Aunque es mediodía
se
nos hace de noche cuando contemplamos tu figura
con
los brazos abiertos,
desparramando
amor a los afligidos,
oh
Jesús, amor, sueño y vida nuestra.
Cómo
sentimos tu sed y dueles en nuestra carne
donde
hienden tus clavos su amargura fría
hasta
romper nuestra alma desde tu abandono
Tú
que solo bondad y luz nos repartías.
Somos
hombres cargados de esperanzas humanas...
La
inocencia de la juventud se perdió por el camino
y,
no sólo eso, somos además unos reincidentes pecadores.
Queremos
acercarnos a ti como aquella prostituta del Evangelio.
¿Qué
estamos dispuestos a ofrecerte hoy, Señor?
¿Con
qué queremos lavar los pies
de
nuestro amado Dios crucificado?
¿Estamos
dispuestos a darte lo mejor que tenemos?
¿Con
qué perfume queremos adorarte,
el
de nuestra indiferencia o con lo mejor
que
hayamos guardado para Ti como son nuestros pecasdos?
Nos
contamos entre los afligidos que siempre vuelven a caer
sin
encontrar consuelo alguno.
Reconocemos
que, en algunas ocasiones,
nos
faltan fuerzas y te fallamos;
por
eso nos humillamos ante Ti, ante tu poder
y
clamamos para que nos mires con compasión.
Como
María de Betania
quisiéramos
también ponernos a tus pies
y
ofrecerte el mejor de nuestros perfumes,
pero
que no es otro que el puñado de desordenes,
odios,
vanidades, lujurias, avaricias, envidias,
en
definitiva todo aquello que nos aleja de Tí.
Nuestra
cara limpia y sonriente quedó atrás;
después
de la valentía vino el cansancio y la desgana.
¿No
te acuerdas, Jesús, el sol que relucía
en
aquella mañana que fuimos como la Magdalena
solo
a buscarte, y a estar contigo?
El
lago estaba azul y el prado se reía
con
una primavera repleta de la gente
que
buscaba al pastor con alegría.
Nos
miraste de lejos
y
sólo una mirada desnudó nuestras entrañas aquel día.
Teníamos
la valentía de la juventud
y
la angustia de nuestra alma se esfumaba
mientras
nuestro ser entero se encendía.
Supimos,
de pronto, que amar no es ese juego
de
dar placer a cambio de una orgía,
ni
tomar prestado un cuerpo por el otro,
ni
recibir sin dar, ni destruir tu vida
en
una dependencia que vacía.
Amar,
Cristo de los afligidos, es abrazarnos todo enteros
al
don gratis de irnos a la deriva;
de
beber en tus labios la palabra
y
entregarnos del todo en despedida.
Amar
es, como tú, abrirnos desde dentro
para
hundirnos en tu mar,
amar
es sentir la herida de los otros que aúllan de pobreza,
querer
y sin buscar jamás el ser amados o queridos.
Amar
es perdonar, sentirse perdonados.
Amar
es abrazar de abrazos desprendidos.
Amar
es sonreír con lágrimas de gozo.
Amar
es un llorar de amor hasta la risa.
Dános,
Cristo de los afligidos, desde tu cruz un beso
como
el mar nos lo regala con su brisa
y
juntemos nuestra tierra con tu cielo
y
regalemos por siempre
el
abrazo de Dios-Padre que hace del hombre
un
“dios de amor” nacido de una herida.
Señor,
Cristo de los afligidos, ayúdanos a esparcir tu fragancia
donde
quiera que vayamos;
inúndanos
con tu espíritu y tu vida;
llena
todo nuestro ser y toma posesión de él
de
tal manera que nuestra vida
sea
en adelante una irradiación de la tuya.
Quédate
en nuestra vida
en
una unión tan íntima
que
las personas
que
tengan contacto con nosotros
puedan
sentir tu presencia;
y
que al mirarnos se olviden que nosotros existimos.
Señor
Jesús, Cristo de los afligidos,
levanta
nuestra débil esperanza;
y
con la fuerza de tu pasión protege nuestra fragilidad,
fragilidad
de humanos pequeñitos y cobardes.
Amén.
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