LA RELIGIOSIDAD POPULAR EN EL ADVIENTO
Y NAVIDAD
Por
Antonio DIAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad
Popular
El Año litúrgico es la
estructura temporal en la que la Iglesia celebra todo el misterio de Cristo: desde
la Encarnación y la Navidad hasta el día de Pentecostés, y a la expectativa de
la dichosa esperanza y venida del Señor.
La religiosidad popular
es muy sensible al tiempo de Adviento, sobre todo en cuanto memoria de la
preparación a la venida del Mesías. Está sólidamente enraizada en el pueblo
cristiano la conciencia de la larga espera que precedió a la venida del
Salvador. Los fieles saben que Dios mantenía, mediante las profecías, la
esperanza de Israel en la venida del Mesías
El Adviento y,
singularmente, el tiempo de Navidad son una época del año cargada de
festividades, celebraciones y ritos de gran calado popular.
En él se caracteriza al
Adviento como un tiempo de espera, en clave de memoria: de la primera venida del
Salvador en nuestra carne mortal. Y memoria como súplica de un pueblo que ora
por su segunda y última venida, ahora gloriosa, como Señor y Juez de la
historia.
Es un tiempo de conversión:
a la que nos invita permanentemente la Palabra de Dios, a través de los profetas,
en especial Juan Bautista: “Convertíos, porque está cerca el reino de Dios”
Y son días de esperanza
gozosa: porque esperamos una salvación que ya está realizada en y por Cristo.
Así, la gracia de Dios que ya actúa en este mundo llegará a su madurez y
plenitud cuando las promesas se conviertan en posesión …porque lo veremos tal
cual es.
Al ritmo que marca la
liturgia, la religiosidad popular ha tejido a lo largo de los siglos un
complejo y rico entramado en los que la maternidad y la infancia son
protagonistas principales. La preparación para el nacimiento del Niño Jesús y
la celebración anual de este entrañable acontecimiento determinan
necesariamente que el propio recién nacido sea el objeto central de la
celebración y, junto a Él, su Madre.
El recuerdo de los
primeros episodios de la vida terrena de Cristo hasta su presentación en el templo
ha permitido reproducir unos ritos que también afectan a cualquier niño y a
todas las madres
En el tiempo de
Adviento se celebran, en algunas regiones, diversas procesiones, que son un
anuncio por las calles de la ciudad del próximo nacimiento del Salvador (la
"clara estrella" en algunos lugares de Italia), o bien
representaciones del camino de José y María hacia Belén, y su búsqueda de un
lugar acogedor para el nacimiento de Jesús (las “posadas” de la tradición
española y latinoamericana).
La religiosidad popular
dedica, en el tiempo de Adviento, una atención particular a Santa María; lo
atestiguan de manera inequívoca diversos ejercicios de piedad, y sobre todo las
novenas de la Inmaculada y de la Navidad. Sin embargo, la valoración del
Adviento como tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor
no quiere decir que este tiempo se deba presentar como un “mes de María”. En
los calendarios litúrgicos del Oriente cristiano, el periodo de preparación al
misterio de la manifestación (Adviento) de la salvación divina (Teofanía) en
los misterios de la Navidad - Epifanía del Hijo Unigénito de Dios Padre, tiene
un carácter marcadamente mariano. Se centra la atención sobre la preparación a
la venida del Señor en el misterio de la “Deípara”.
Para el Oriente, todos
los misterios marianos son misterios cristológicos, esto es, referidos al misterio
de nuestra salvación en Cristo. Así, en el rito copto durante este periodo se
cantan las Laudes de María en los Theotokia; en el Oriente sirio este tiempo es
denominado Subbara, esto es, Anunciación, para subrayar de esta manera su
fisonomía mariana. En el rito bizantino se nos prepara a la Navidad mediante
una serie creciente de fiestas y cantos marianos. La solemnidad de la
Inmaculada, profundamente sentida por los fieles, da lugar a muchas
manifestaciones de piedad popular, cuya expresión principal es la novena de la
Inmaculada.
No hay duda de que el
contenido de la fiesta de la Concepción purísima y sin mancha de María, en
cuanto preparación fontal al nacimiento de Jesús, se armoniza bien con algunos
temas principales del Adviento: nos remite a la larga espera mesiánica y
recuerda profecías y símbolos del Antiguo Testamento, empleados también en la liturgia
del Adviento. Donde se celebre la Novena de la Inmaculada se deberían destacar
los textos proféticos que partiendo del vaticinio de Génesis 3,15, desembocan
en el saludo de Gabriel a la “llena de gracia” (Lc 1,28) y en el anuncio del
nacimiento del Salvador (cfr. Lc 1,31-33).
Por otra parte la novena
de Navidad nació para comunicar a los fieles las riquezas de una Liturgia a la
cual no tenían fácil acceso. La novena navideña ha desempeñado una función
valiosa y la puede continuar desempeñando. Sin embargo en nuestros días, en los
que se ha facilitado la participación del pueblo en las celebraciones
litúrgicas, sería deseable que en los días 17 al 23 de diciembre se solemnizara
la celebración de las vísperas con las “antífonas mayores” y se invitara a
participar a los fieles. Esta celebración, antes o después de la cual podrían
tener lugar algunos de los elementos especialmente queridos por la piedad
popular, sería una excelente “novena de Navidad” plenamente litúrgica y atenta
a las exigencias de la religiosidad popular.
El pueblo recurre a la
religiosidad popular para expresar su fe, de forma intuitiva y simbólica,
imaginativa y mística, festiva y comunitaria. Si bien estas expresiones suelen
ser de gran impacto para aquel que no está acostumbrado a las mismas, quien las
practica sabe de antemano que no puede olvidar la necesidad de la penitencia y
de la conversión, ya que estas prácticas son una manera sencilla de recordar
esta invitación.
Como diría san Juan
Pablo II, “Dios está lejos y a la vez está cerca, y esta relación se percibe en
la religiosidad popular”. La Iglesia, siempre atenta a brindar una
evangelización adecuada, tiene la misión de brindar los parámetros que cada
cristiano debe poseer para desarrollar una vida religiosa adecuada. Es por eso
que, en muchas ocasiones, la Iglesia recomienda que la vida religiosa del
cristiano no se quede en la religiosidad popular. Por el contrario, estas
prácticas deben llevar a que cada cristiano se sienta más necesitado de
frecuentar la eucaristía y los sacramentos de la reconciliación y de la
comunión.
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