viernes, 19 de noviembre de 2021

LA RELIGIOSIDAD POPULAR EN EL ADVIENTO Y NAVIDAD

 

 

LA RELIGIOSIDAD POPULAR EN EL ADVIENTO Y NAVIDAD

 

Por Antonio DIAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

 

 

El Año litúrgico es la estructura temporal en la que la Iglesia celebra todo el misterio de Cristo: desde la Encarnación y la Navidad hasta el día de Pentecostés, y a la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor.

La religiosidad popular es muy sensible al tiempo de Adviento, sobre todo en cuanto memoria de la preparación a la venida del Mesías. Está sólidamente enraizada en el pueblo cristiano la conciencia de la larga espera que precedió a la venida del Salvador. Los fieles saben que Dios mantenía, mediante las profecías, la esperanza de Israel en la venida del Mesías

El Adviento y, singularmente, el tiempo de Navidad son una época del año cargada de festividades, celebraciones y ritos de gran calado popular.

En él se caracteriza al Adviento como un tiempo de espera, en clave de memoria: de la primera venida del Salvador en nuestra carne mortal. Y memoria como súplica de un pueblo que ora por su segunda y última venida, ahora gloriosa, como Señor y Juez de la historia.

Es un tiempo de conversión: a la que nos invita permanentemente la Palabra de Dios, a través de los profetas, en especial Juan Bautista: “Convertíos, porque está cerca el reino de Dios”

Y son días de esperanza gozosa: porque esperamos una salvación que ya está realizada en y por Cristo. Así, la gracia de Dios que ya actúa en este mundo llegará a su madurez y plenitud cuando las promesas se conviertan en posesión …porque lo veremos tal cual es.

Al ritmo que marca la liturgia, la religiosidad popular ha tejido a lo largo de los siglos un complejo y rico entramado en los que la maternidad y la infancia son protagonistas principales. La preparación para el nacimiento del Niño Jesús y la celebración anual de este entrañable acontecimiento determinan necesariamente que el propio recién nacido sea el objeto central de la celebración y, junto a Él, su Madre.

El recuerdo de los primeros episodios de la vida terrena de Cristo hasta su presentación en el templo ha permitido reproducir unos ritos que también afectan a cualquier niño y a todas las madres

En el tiempo de Adviento se celebran, en algunas regiones, diversas procesiones, que son un anuncio por las calles de la ciudad del próximo nacimiento del Salvador (la "clara estrella" en algunos lugares de Italia), o bien representaciones del camino de José y María hacia Belén, y su búsqueda de un lugar acogedor para el nacimiento de Jesús (las “posadas” de la tradición española y latinoamericana).

La religiosidad popular dedica, en el tiempo de Adviento, una atención particular a Santa María; lo atestiguan de manera inequívoca diversos ejercicios de piedad, y sobre todo las novenas de la Inmaculada y de la Navidad. Sin embargo, la valoración del Adviento como tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor no quiere decir que este tiempo se deba presentar como un “mes de María”. En los calendarios litúrgicos del Oriente cristiano, el periodo de preparación al misterio de la manifestación (Adviento) de la salvación divina (Teofanía) en los misterios de la Navidad - Epifanía del Hijo Unigénito de Dios Padre, tiene un carácter marcadamente mariano. Se centra la atención sobre la preparación a la venida del Señor en el misterio de la “Deípara”.

Para el Oriente, todos los misterios marianos son misterios cristológicos, esto es, referidos al misterio de nuestra salvación en Cristo. Así, en el rito copto durante este periodo se cantan las Laudes de María en los Theotokia; en el Oriente sirio este tiempo es denominado Subbara, esto es, Anunciación, para subrayar de esta manera su fisonomía mariana. En el rito bizantino se nos prepara a la Navidad mediante una serie creciente de fiestas y cantos marianos. La solemnidad de la Inmaculada, profundamente sentida por los fieles, da lugar a muchas manifestaciones de piedad popular, cuya expresión principal es la novena de la Inmaculada.

No hay duda de que el contenido de la fiesta de la Concepción purísima y sin mancha de María, en cuanto preparación fontal al nacimiento de Jesús, se armoniza bien con algunos temas principales del Adviento: nos remite a la larga espera mesiánica y recuerda profecías y símbolos del Antiguo Testamento, empleados también en la liturgia del Adviento. Donde se celebre la Novena de la Inmaculada se deberían destacar los textos proféticos que partiendo del vaticinio de Génesis 3,15, desembocan en el saludo de Gabriel a la “llena de gracia” (Lc 1,28) y en el anuncio del nacimiento del Salvador (cfr. Lc 1,31-33).

Por otra parte la novena de Navidad nació para comunicar a los fieles las riquezas de una Liturgia a la cual no tenían fácil acceso. La novena navideña ha desempeñado una función valiosa y la puede continuar desempeñando. Sin embargo en nuestros días, en los que se ha facilitado la participación del pueblo en las celebraciones litúrgicas, sería deseable que en los días 17 al 23 de diciembre se solemnizara la celebración de las vísperas con las “antífonas mayores” y se invitara a participar a los fieles. Esta celebración, antes o después de la cual podrían tener lugar algunos de los elementos especialmente queridos por la piedad popular, sería una excelente “novena de Navidad” plenamente litúrgica y atenta a las exigencias de la religiosidad popular.

El pueblo recurre a la religiosidad popular para expresar su fe, de forma intuitiva y simbólica, imaginativa y mística, festiva y comunitaria. Si bien estas expresiones suelen ser de gran impacto para aquel que no está acostumbrado a las mismas, quien las practica sabe de antemano que no puede olvidar la necesidad de la penitencia y de la conversión, ya que estas prácticas son una manera sencilla de recordar esta invitación.

Como diría san Juan Pablo II, “Dios está lejos y a la vez está cerca, y esta relación se percibe en la religiosidad popular”. La Iglesia, siempre atenta a brindar una evangelización adecuada, tiene la misión de brindar los parámetros que cada cristiano debe poseer para desarrollar una vida religiosa adecuada. Es por eso que, en muchas ocasiones, la Iglesia recomienda que la vida religiosa del cristiano no se quede en la religiosidad popular. Por el contrario, estas prácticas deben llevar a que cada cristiano se sienta más necesitado de frecuentar la eucaristía y los sacramentos de la reconciliación y de la comunión.

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