EL RESUCITADO SE “ENCUENTRA” CON SU MADRE
Por Antonio DIAZ
TORTAJADA
Delegado Diocesano
de Religiosidad Popular
En muchas
localidades de nuestra geografía, en la mañana del Domingo de Pascua, se
representa en forma de procesión el “encuentro” de Jesús resucitado con su
Madre, la Virgen María. Aunque se trata de un dato no reflejado en la
Escritura, la Iglesia lo ha hecho suyo a través de la Religiosidad Popular: son,
todas, expresiones cultuales que exaltan la nueva condición y la gloria de
Cristo Resucitado, así como su poder divino que brota de su victoria sobre el
pecado y sobre la muerte.
La Religiosidad
Popular ha intuido que la asociación del Hijo con la Madre es permanente: en la
hora del dolor y de la muerte, en la hora de la alegría y de la resurrección.
La afirmación
litúrgica de que Dios ha colmado de alegría a la Virgen en la Resurrección del
Hijo, ha sido, por decirlo de algún modo, traducida y representada por la Religiosidad
Popular en el “encuentro de la Madre con el Hijo resucitado”: la mañana de
Pascua dos procesiones, una con la imagen de la Madre Dolorosa, otra con la de
Cristo Resucitado, se encuentran para significar que la Virgen fue la primera
que participó, y plenamente, del misterio de la Resurrección del Hijo.
La reflexión
teológica y litúrgica del encuentro de María con el Resucitado se ha convertido
en un momento culminante de la Semana Santa de nuestros pueblos y ciudades al
solemnizar así el domingo de Pascua.
Ni Pablo ni
Marcos incluyen expresamente a la Madre de Jesús entre los cristianos. Más
tarde, Mateo y Lucas ponen de relieve su función personal en el nacimiento de
Jesús. Más tarde aún, Lucas y Juan afirmarán que ella ha sido una cristiana,
suponiendo así que ha tenido una experiencia pascual. No se ha limitado a
recibir con fe a su Hijo (como suponen Mateo y Lucas), sino que ha convertido en
discípula de su Hijo. De todas formas, sobre el sentido de esa experiencia
pascual de María hay en la Biblia una gran silencio que nosotros no queremos
descorrer. Sin embargo, manteniendo un máximo respeto por lo que es
desconocido, podemos y debemos esbozar algunos breves rasgos el sentido de su
pascua materna.
Al hablar de una
experiencia pascual de María de Nazaret la situamos al lado de María de Magdala
y de Pedro, Santiago y Pablo. Estrictamente hablando, ése no es un tema
bíblico, pero ha sido expuesto por algunos grandes orantes de la tradición
cristiana. Ellos no son prueba, pero sí ejemplo de la forma en que millones de
cristianos han imaginado la experiencia pascual de María, la Madre.
Los evangelios
refieren varias apariciones del Resucitado, sin embargo en ninguna de ellas se
nos dice que Jesús se encontrara con su madre. Este silencio no puede
conducirnos a concluir que dicha escena nunca ocurrió; al contrario, invita a
los exégetas y teólogos a indagar en los motivos por los que no se refleja.
Quizá, la razón
por la que el Nuevo Testamento no refiera este acontecimiento estriba en que
aquellos que negaban la Resurrección de Cristo podrían haber considerado este
testimonio como demasiado interesado y por tanto no merecedor de fe.
Los evangelios
relatan varias apariciones de Jesús resucitado, sin embargo no pretenden hacer
una descripción exhaustiva de los acontecimientos pascuales. Esto queda puesto
de manifiesto al no referir aquella tan notoria en la que se apareció “a más de
quinientos hermanos a la vez”, como nos recuerda san Pablo (1Co 15, 6). Ello es
signo evidente de que otras apariciones del Resucitado, aun siendo consideradas
hechos reales y notorios, no quedaron recogidas.
¿Cómo podría la
Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Hch 1, 14),
haber sido excluida del número de los que se encontraron con su divino Hijo Resucitado
de entre los muertos?
Aun no encontrando
ningún testimonio bíblico sobre esta escena, el pueblo siempre lo creyó. Entre
los “troparios” de la Resurrección que la liturgia bizantina canta cada
domingo, en uno de ellos se ha conservado un breve recuerdo al encuentro de
Jesús con la Virgen María: “Ángeles bajaron a tu sepulcro, y los guardianes
cayeron amortecidos… Saliste al encuentro de la Virgen tú que dabas la vida.
¡Señor resucitado de entre los muertos, gloria a ti!” (Aldazábal 1992, 20).
Una antiquísima
ilustración iconográfica se hace eco de esta convicción de los cristianos en el
Evangeliario de Rabbula obispo de Edesa, de finales del siglo IV, conservado
actualmente en la Biblioteca Laurenziana de Florencia.
Por otra parte la
aparición de Jesús Resucitado a su Madre es un hecho que se daba por supuesto
en la tradición recogida por Celio Sedulio, un autor del siglo V, en su poema “Carmen
pascale” al afirmar que “Cristo se manifestó en el esplendor de la vida
resucitada ante todo a su madre”. Así inundada por la gloria del Resucitado, ella anticipa del resplandor de la
Iglesia. Lo atestigua en la “La amarga pasión de Cristo” la beata Ana Catalina
Emmerich (1774-1824), al afirmar que la Santísima Virgen le pidió a Jesucristo
“que la dejase ir a morir con él”. Participó de la comunión en la última Cena y
“le dijo que resucitaría y el lugar donde se le aparecería”, como de hecho
sucedió.
María estuvo
presente en el Calvario durante el Viernes Santo (Jn, 19, 25.) y fue modelo de
la espera al Resucitado y también testigo privilegiado de la Resurrección de
Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del Misterio
Pascual. Ella, al acoger a Jesucristo resucitado, es también un signo y
anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante
la resurrección de los muertos. Los himnos de alegría y el Aleluya nos invitan
a alegrarnos: “Reina del cielo, alégrate, Aleluya”. Así se recuerda el gozo de
María con la Resurrección de Jesús prolongando el Aleluya en el tiempo pascual.
Ella es también modelo de la Iglesia acompañando a los apóstoles en el cenáculo
antes de Pentecostés (Hch 1,14).
San Ignacio de
Loyola en una página famosa de su obra más significativa, ha evocado la más
temprana aparición de Jesús resucitado. Así presenta a María como la primera
que ha realizado el camino de renovación y experiencia cristiana que él propone
a sus compañeros y discípulos: apareció a la Virgen María, lo cual, aunque no
se diga en la Escritura, se tiene por dicho en decir que apareció a tantos
otros; porque la Escritura supone que tenemos entendimiento, como está escrito:
¿también vosotros estáis sin entendimiento? (EE, 299).
Supone pues, san
Ignacio, que la Biblia no ha tenido necesidad de exponer esta experiencia de la
madre de Jesús, pues ella se encuentra incluida en los pasajes donde se dice o
implica que el proceso de experiencia pascual no está cerrado en el grupo de
personas que se citan de una forma expresa en los pasajes pertinentes. Entre
los muchos a los que el Cristo se ha manifestado debe hallarse ella. Esta aparición
es para Ignacio de Loyola el punto de partida de toda la experiencia pascual.
La Madre no ha
tenido que salir de casa, de su casa, en la mañana de la Pascua. Ella ha visto
a Jesús o, mejor dicho, ha descubierto la presencia pascual de Jesús en el
centro de su vida, dentro de su casa. Todo sigue siendo normal pero todo es
diferente: ella sabe desde ahora que su Hijo vive y que ella vive en él por
siempre, sin necesidad de visiones exteriores.
Esta aparición
debe entenderse a la luz de la experiencia previa de la anunciación (cf. Lc 1,
26-38). Pero ahora ya no viene a saludarle el ángel del Señor; viene el mismo
Jesús, Hijo de Dios. En vez de pedirle colaboración, Jesús le ofrece ya su
gloria. Es normal que la Religiosidad Popular haya situado esta Pascua Mariana
en el comienzo de toda la experiencia de la iglesia.
Santa Teresa de
Jesús ha evocado el encuentro de una forma mucho más personal. Por eso apela a
su propia experiencia de plegaria: “Díjome (Jesús) que en resucitando había
visto a Nuestra Señora, porque estaba ya con gran necesidad, que la pena la
tenía tan absorta y traspasada, que aun no tornaba luego en sí para gozar de
aquel gozo (por aquí entendía es otro mi traspasamiento, bien diferente; “mas
¡cuál debía ser el de la Virgen!) y que había estado mucho con ella, porque
había sido menester, hasta consolarla”.(Cuentas de conciencia, 13ª, 12).
Son palabras que
santa Teresa de Jesús escucha en su interior después de comulgar, en actitud de
profundo éxtasis. El mismo Jesús Resucitado viene a consolarle a ella, en
actitud de experiencia pascual, diciéndole de alguna forma lo que en otro
tiempo había dicho a su propia madre, en el momento de primera aparición
resucitada.
Notemos que
Teresa se sitúa en el lugar en que se hallaba antes María. Lo mismo que Jesús
dijo a su madre es lo que ahora ha venido a decirle a ella. Por eso, la Eucaristía
y el gozo de Dios (de Jesús) que en ella encuentra viene a interpretarse como
experiencia (aparición) pascual en el camino de su vida.
Teresa estaba
triste. También María, la madre de Jesús, se hallaba triste (absorta y
traspasada de dolor) después del Viernes Santo. Lógicamente, Jesús viene a
visitarla y consolarla, en gesto de amor largo que aparece como principio de
las restantes apariciones. También ahora ha venido, viene a visitar y consolar
a Teresa, en experiencia espiritual muy honda, en relación de Pascua.
San Ignacio de
Loyola presentaba el tema de un modo objetivo, es decir, como una doctrina de
la Iglesia, pidiendo a los ejercitantes que la aplicaran a su propia vida.
Teresa de Jesús nos ha ofrecido en cambio su propia experiencia personal: el
mismo Jesús Resucitado que vino a consolar a su madre en días de gran
traspasamiento (dolor), viene a consolarle a ella, en la noche de su Viernes Santo,
convertido en Pascua.
La aparición
pascual se entiende, según eso, como ayuda para el triste: en gozo intenso, como
signo de su triunfo total sobre la muerte, Jesús viene a sostener a los que
sufren. Así imagina Teresa la Pascua de la madre de Jesús; así entiende la
suya, pues el mismo Jesús resucitado viene a visitarla. Así deben entenderla
los cristianos: la experiencia pascual no es algo que ha quedado cerrado en el
pasado, no es puro recuerdo del principio, algo que sintieron sólo los
apóstoles. Santa Teresa de Jesús supone que todos los cristianos pueden asumir
y actualizar de alguna forma esa experiencia pascual en clave de oración
intensa, en gesto de profunda donación y entrega en manos de Cristo.
Por otra parte la
tradición de la Iglesia Oriental ha interpretado esta experiencia pascual de
María a la luz del relato de la Encarnación. El mismo ángel que al principio le
anunció el nacimiento de Cristo vino al fin a anunciarle su victoria: así como
el Adviento, también el gozo de la Resurrección fue anunciado a su Madre antes
que a los demás... La Virgen que alababa y suplicaba fue la primera a quien el
Hijo mostró la luz de la Resurrección (Jorge de Nicomedia, siglo IX).
La Madre de Dios
recibió el feliz anuncio de la Resurrección del Señor antes que todos los
hombres, como era conveniente y justo; precisamente ella lo fio antes que los
demás, ella gozó de su vista... y lo oyó con sus oídos, pero también la primera
y la única, tocó con las manos sus santos pies (Gregorio Pálamas, siglo XIV).
Desde este fondo
se entiende la más famosa de las oraciones marianas de tipo pascual, el “Regina
coeli, laetare!” que, en formas diversas, se ha cantado y se sigue cantando
desde antiguo en la Iglesia. Los cristianos se unen al ángel de la Pascua que
anuncia a la Madre de Jesús el triunfo de su Hijo.
Dejando correr
la imaginación en la línea esbozada de algún modo por el texto de Teresa de
Jesús, podríamos pensar que la Madre había preparado el camino pascual
cumpliendo el duelo por su hijo. Según las costumbres judías del tiempo, los
parientes más cercanos tenían que observar un luto riguroso por un miembro de
la familia.
Ciertamente,
Jesús había fallecido de manera ignominiosa. Pero su Madre y hermanos tenían
que hacer luto. Podemos suponer que esos hermanos habían sido de algún modo sus
contrarios: no habían aceptado su mensaje, le habían rechazado. Pero aunque no
hubieran aceptado su proyecto en vida, conforme a la costumbre social más
arraigada, tenían que llorarle en la muerte.
Pues bien, en un
momento determinado, que el texto no permite adivinar, la casa del luto de la
madre y los parientes se ha transformado en hogar de nacimiento, en ámbito de Pascua:
el llanto se vuelve alegría, la actitud anterior de oposición de los parientes
ha venido a convertirse en acogida creyente. Es normal que esta experiencia de
transformación pascual haya vinculado en primer lugar a la Madre de Jesús y los
parientes. Es también normal que los otros grupos de personas más relacionadas
con Jesús (apóstoles y mujeres) se hayan puesto en contacto con la Madre y los
parientes en la Pascua.
Las mujeres han
hallado en Jesús al amigo (como indicábamos hablando de María Magdalena): han
descubierto en él al verdadero ser humano, al redentor universal que convoca a
todos a la misma tarea del Reino. Los parientes han visto en Jesús al nuevo y
verdadero israelita que rompe el tipo de familia nacional antigua, para recrear
con ellos y por ellos el Israel escatológico. Pues bien, entre ellos se
encuentra la Madre de Jesús que ha recuperado plenamente al Hijo que ella había
criado sobre el mundo. Sólo ella puede aportar y aporta la experiencia y amor
del nacimiento humano de Jesús dentro de la Iglesia
La procesión del
“encuentro” de Cristo Resucitado y su Madre María es como una luminaria de
espiritualidad frente a la actitud paganizante de nuestros tiempos. Si la
resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe cristiana, con el
encuentro de las imágenes de Cristo con su Madre se pone de relieve este
misterio y paso, que despiertan profundos sentimientos de devoción y de
esperanza en la Resurrección.
Los verdaderos
protagonistas de la procesión y “encuentro” de Cristo Resucitado y su Madre María,
no son las imágenes sino las gentes que contemplan el “encuentro”, como “cristos”
de carne y hueso, que sienten vibrar sus corazones y despertar a las
conciencias para la conversión hacia Dios. Se nos exige que vivamos lo que
celebramos. Se nos exige también una nueva evangelización de la fe.
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