lunes, 2 de enero de 2023

BENEDICTO XVI: UN VIÑADOR BUENO

 

 

BENEDICTO XVI: UN VIÑADOR BUENO

 

 

Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

 

Benedicto XVI, ya ha pasado a la historia. Su corazón dejó de latir el día 31 de diciembre a las 9,34 horas. Y empezó a vivir el encuentro definitivo que él anhelaba.

Todos recordamos esa primera aparición en la Logia-balcón de la basílica de San Pedro la tarde del 19 de abril de 2005, donde se presentaba a toda la Iglesia Benedicto XVI. La imponente figura de su predecesor, san Juan Pablo II, todavía estaba en nuestro vivo recuerdo y tantos nos preguntábamos quién podría venir después como Papa.

Al aparecer el cardenal Joseph Ratzinger, convertido ya en Benedicto XVI, veíamos en sus ojos como en un espejo la inmensa responsabilidad, con toda su cruz y su gloria, cuando se asomaron a aquella familiar plaza de San Pedro para bendecir al Pueblo que el Señor le confiaba. Estas fueron sus inolvidables palabras: “Después del gran papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones”.

No era una pose ensayada, no fueron palabras prestadas, salió de su corazón abrumado y creyente decir a toda la Iglesia lo que con esa humildad suya nos contó tan brevemente. Y ya desde ese primer instante de su pontificado no quiso ocultar la conciencia que tenía de la desproporción entre sus propias fuerzas y la misión que Dios le encomendaba en su Iglesia. En la Eucaristía donde se le impuso el palio y se le dio el anillo del pescador como Sucesor de Pedro en la Urbe romana y en el Orbe cristiano, fue más explícito al desvelarnos ese noble sentimiento: “Ahora, en este momento, yo, débil siervo de Dios, he de asumir este cometido inaudito, que supera realmente toda capacidad humana. ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Cómo seré capaz de llevarlo a cabo? Todo vosotros, queridos amigos, acabáis de invocar a toda la muchedumbre de los santos, representada por algunos de los grandes nombres de la historia que Dios teje con los hombres. De este modo, también en mí se reaviva esta conciencia: no estoy solo. No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo. La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce. Y me acompañan, queridos amigos, vuestra indulgencia, vuestro amor, vuestra fe y vuestra esperanza. En efecto, a la comunidad de los santos no pertenecen sólo las grandes figuras que nos han precedido y cuyos nombres conocemos. Todo nosotros somos la comunidad de los santos; nosotros, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Así, con esta conciencia comenzó su ministerio petrino. Fueron ocho años de una enorme intensidad, casi impropia para una persona de su edad y con sus latentes limitaciones de salud. Y por las razones que él mismo ha contó, decidió responder en conciencia al Señor con su renuncia a la sede de Pedro: era devolver a quien le llamó eso que ahora se le estaba pidiendo.

De este modo con la salud debilitada, el domingo 11 de febrero de 2013 ante la Plaza de San Pedro abarrotada de fieles, Benedicto XVI salió por última vez a esa ventana del Ángelus con una serenidad que nos admiraba y anunció su renuncia al papado, efectiva a partir del 28 de febrero, bajo el argumento de que "para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que en los últimos meses ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado". El evangelio de ese domingo hablaba de la subida al monte Tabor: “Esta Palabra de Dios la siento de modo particular dirigida a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a “subir al monte”, a dedicarme más aún a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar la Iglesia. Si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda continuar sirviéndola con la misma entrega y amor que he buscado hacerlo hasta ahora, pero de un modo más adecuado a mi edad y a mis fuerzas”.

El 13 de marzo de 2013, el cónclave eligió como nuevo pontífice al prelado argentino Jorge Mario Bergoglio; el papa Francisco, nombre que adoptó en honor a san Francisco de Asís, había sido ya uno de los cardenales más votados cuando Benedicto fue elegido en 2005, y no escatimó elogios hacia la figura de su predecesor.

Sorprende tanta sencillez, tanta sinceridad, tanto amor de verdadero padre, ante el empeño de tantos en sus cábalas numéricas para encontrar alguna razón esotérica en la decisión del Papa. Choca su actitud testimonial de amor al Señor y a la Iglesia, con los que se entretienen en dibujar los mil laberintos de motivos oscuros, en donde presuntos secretos innombrables serían para ellos las inconfesables razones de esta decisión papal: conspiraciones de intereses económicos, de lobbies homosexuales, de ansias insaciables de poder. No faltan los eruditos de la quimera fantasiosa que apelan a profecías imposibles para decirnos que estamos ante el final de la hecatombe, ante el ocaso del papado, ante las postrimerías del cristianismo. No es esta la lectura que hacemos los hijos de la Iglesia, no son estas las razones que este querido Papa nos ha dado.

Ni caemos en los tremendismos de quienes proyectan sobre la Iglesia otras cuitas, tramas, estrategias, ajustes de cuentas y zancadillas tan propias y actuales del mundo de la corrupción financiera y de las insidias políticas, ni tampoco queremos caer en una ingenua visión de esta Iglesia desconociendo dentro de ella también la torpeza y el pecado, como repetidas veces ha hecho el Papa Ratzinger pidiendo perdón y no mirando jamás para otro lado.

Admirablemente lo dijo en su última catequesis haciendo recuento de esta ambivalencia eclesial claroscura y agridulce a la vez: “Ocho años después puedo decir que el Señor realmente me ha guiado, ha estado cerca de mí, he podido percibir cotidianamente su presencia. Ha sido un trecho del camino de la Iglesia, que ha tenido momentos de alegría y de luz, pero también momentos no fáciles; me he sentido como San Pedro con los apóstoles en la barca en el lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa suave, días en los que la pesca ha sido abundante; ha habido también momentos en los que las aguas se agitaban y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero siempre supe que en esa barca estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se hunda; es Él quien la conduce”.

Hemos de dar gracias a Dios por el regalo que ha sido Benedicto XVI para la Iglesia y el mundo de nuestros días. Una preciosa trayectoria de larga maestría como intelectual cristiano que le constituye en uno de los mejores teólogos de todos los tiempos. También la de su breve y fecundo magisterio como Papa, que nos ha dejado tres importantes encíclicas: la primera dedicada a Dios amor, la segunda sobre la esperanza cristiana que nos salva, y la tercera centrada en la caridad que se nutre de la verdad. Alguno había esperado una encíclica más que tuviera precisamente la fe como argumento. Sin duda que habría sido un redondo completar mirando a Dios amor, las tres virtudes teologales del cristiano. No obstante, quizás con este gesto de su retirada silenciosa ha escrito sin palabras esta preciosa encíclica. Porque la fe es fiarse de otro, y esto es lo que el Papa nos ha testimoniado.

Es proverbial su fina pluma y su dulce palabra. Su magisterio pasará a la historia como un precioso acervo de sabiduría cristiana, que aúna la belleza, la sencillez y la profundidad cuando escribe y cuando habla. En este sentido nos ha dejado una apretada antología de los nombres que han descrito el itinerario eclesial a través de las catequesis de cada miércoles. La vida cristiana no es una entelequia abstracta, sino el encuentro con Alguien que te cambia la vida, y por eso Benedicto XVI nos ha expuesto el cristianismo desde los mejores hijos de la Iglesia que son los santos de todos los tiempos: Apóstoles, Santos Padres, Maestros medievales, Santos fundadores y Santas mujeres. Complementariamente ha hecho un precioso comentario al evangelio dominical en la reflexión antes del Ángelus. Y en su amor a la liturgia, ahí quedan las preciosas homilías de los grandes momentos litúrgicos del calendario cristiano.

Se reconoce el esfuerzo realizado en sus 22 viajes apostólicos por los cinco continentes saliendo al encuentro de culturas, de pueblos, de mil situaciones en donde la tragedia y la esperanza de los hombres se estrella o aprende a renacer. En tres ocasiones ha visitado España, siendo el país que más veces ha contado con su presencia como Papa. Sus encuentros con los jóvenes son el precioso testimonio de alguien que no engaña. La JMJ que vivimos en Asturias y en Madrid es un recuerdo imborrable y un aviso para navegantes para quienes queremos acompañar a los jóvenes cruzando con ellos los puentes sobre las aguas turbulentas. El paso audaz y verdadero de este Papa anciano por las calles de nuestras ciudades produjo un cambio en personas adultas alejadas de la fe ante el espectáculo de una juventud distinta que tiene la osadía de creer contracorriente, rebelde ante las reducciones mezquinas del corazón con sus preguntas y sus miras. Una juventud que se sabe mirada y querida, por alguien que era padre, que era Papa poniendo de nuevo la esperanza en sus almas y en sus rostros la sonrisa.

Me parece digno de subraya su pasión por la verdad y la belleza, que le hicieron interlocutor respetuoso de quien se sabía mendigo herido de las mismas con un corazón inquieto. Ahí están sus diálogos y encuentros con intelectuales ajenos a la fe y con las personas que tenían otro credo religioso, saliendo siempre al paso de quienes dentro del cristianismo nos distancia algún tipo de separación.

Benedicto XVI ha sido un infatigable intérprete del verdadero Vaticano II, contra los que lo traicionaron por el exceso de aplicar un concilio que no existió, o por el defecto de censurar lo que en aquella asamblea eclesial se alumbró. Y tampoco se arredró el papa Ratzinger cuando hubo de afrontar humildemente los horrores de los errores como la pederastia, y las torpezas de quienes abusaron de su confianza traicionándole en casa con deslealtad como el famoso mayordomo.

Y sin embargo, siempre se fió de Dios, y no se sintió solo. Así concluyó su ministerio como sucesor de Pedro. Tal y como dijo, “tengo una gran confianza, porque sé, sabemos todos, que la Palabra de verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida. El Evangelio purifica y renueva, da fruto, dondequiera que la comunidad de los creyentes lo escucha y acoge la gracia de Dios en la verdad y en la caridad. Ésta es mi confianza, ésta es mi alegría”.

Nos unimos con respeto y agradecimiento al alto testimonio de libertad humilde, y de servicio a la Iglesia del Señor como trabajador de la viña de Cristo de Benedicto XVI. Que su trabajo, en el pontificado como en el silencio de su clausura a partir de hoy de frutos.

 

BENEDICTO XVI: FIGURA DISCUTIDA

 

 

BENEDICTO XVI: FIGURA DISCUTIDA

 

 

 

Antonio DÍAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

 

 

 

El papa Benedicto XVI, fue un intelectual que aspiraba a ser un Papa pastoral pero que vio cómo su papado a veces se hundía por crisis administrativas, y se convirtió en el primer Papa en renunciar en casi 600 años, ha muerto el 31 de diciembre de 2002 a la edad de 95 años en un monasterio del Vaticano, donde se mantuvo en gran medida fiel a un voto que hizo cuando anunció su renuncia en 2013 para estar “oculto del mundo”.

En retrospectiva, Benedicto XVI, ahora parece un imponente “papa de las ironías”, con tres en particular. Durante la mayor parte de su carrera, el teólogo y prelado que se convirtió en Benedicto XVI había sido visto como el gran “doctor no” de la Iglesia desde su posición como responsable de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Sin embargo, una vez que se convirtió en papa, Benedicto XVI fue pionero en la “ortodoxia afirmativa”, es decir, la presentación más optimista y positiva posible de la enseñanza católica clásica. La idea era enfatizar el “sí” católico, en lugar del catálogo tradicional de “no” de la Iglesia.

“El cristianismo, el catolicismo, no es una colección de prohibiciones. Es una opción positiva”, dijo Benedicto XVI. “Hemos escuchado tanto sobre lo que no está permitido que ahora es el momento de decir que tenemos una idea positiva que ofrecer”. En otras palabras, el “doctor no” como guardián doctrinal se convirtió en “padre sí” como Papa. Además, Benedicto XVI estaba poco interesado en la gestión por temperamento o formación, ya que una vez confesó abiertamente que “no tengo el carisma de gobernar”. Pagó un alto precio, sobre todo con el asunto surrealista de las “fugas del Vaticano” que estropeó las últimas etapas de su papado y, a los ojos de algunos observadores, impulsó a Benedicto XVI a la renuncia.

Una segunda gran ironía, este hombre, no gerente, también lanzó reformas de gestión históricas en dos fuentes clave de escándalo para el catolicismo, el abuso sexual infantil y el historial decididamente mixto del Vaticano sobre el dinero. Fue el primer Papa en adoptar una política de “tolerancia cero” sobre el abuso, y el primero en abrir el Vaticano a la inspección secular externa de sus cuentas. Benedicto XVI enfrentó una fuerte oposición interna para hacerlo y, al final de su pontificado, los funcionarios que se oponían a la reforma en ambos frentes habían sido en gran parte clandestinos. Aunque incompletas en el momento en que terminó su papado, estas dos operaciones de limpieza de la casa se llevaron a cabo bajo el papa Francisco.

Quizá en la ironía más notable de todas, un pontífice que a veces se consideraba arrogante y distante era en realidad un hombre de sorprendente humildad personal. Uno, por ejemplo, se produjo inmediatamente después de ser elegido, cuando Benedicto XVI insistió en volver a su apartamento en el Vaticano para recoger sus cosas y llevarlas de regreso a los apartamentos papales. Antes de salir del edificio, llamó a las puertas de los otros cardenales que vivían allí, no para despedirse, ya que obviamente los volvería a ver, sino para agradecer a las monjas que cocinaban y limpiaban por ser tan buenos vecinos.

Por supuesto, la abdicación voluntaria del poder por parte de Benedicto XVI fue posiblemente el acto más humilde de un Papa en siglos, si no de todos los tiempos.

Si se hubieran cumplido sus propios deseos, habría sido aún menos el centro de atención en su retiro. Los asistentes revelaron que el ex pontífice originalmente esperaba regresar a su Baviera natal, pero se dejó persuadir para permanecer en Roma rodeado de muchas de las trampas del papado.

Una figura polarizadora durante la mayor parte de su vida, Benedicto XVI pareció ganarse la simpatía hacia el final, incluso de antiguos críticos, en parte por manejar sus años posteriores a la jubilación con dignidad y discreción. A pesar de las diferencias que pudo haber sentido con el Papa Francisco, prometió lealtad y en su mayoría se mantuvo al margen de la refriega.

Benedicto XVI  fue un “guerrero afable y humilde por la verdad”. Durante la mayor parte de su vida, la parte de “guerrero” de esa fórmula pareció ser la más importante; fue solo en la jubilación, y ahora tal vez en la muerte, que la afabilidad y la humildad de Benedicto XVI finalmente también recibió la misma atención. En las primeras etapas de su carrera, Ratzinger se destacó como una de las mentes católicas más amuebladas de su generación. Fue un gran experto teológico durante el concilio Vaticano II a mediados de la década de 1960, cuando formaba parte de una amplia mayoría progresista que buscaba llevar el catolicismo a la era moderna.

El libro de Ratzinger “Introducción al cristianismo” (1968) fue ampliamente considerado como uno de los clásicos de la era inmediatamente posterior al Vaticano II. No era un manual legalista repleto de normas y reglamentos; era una meditación de fe que llegaba a lo más profundo de la experiencia humana, un libro que se atrevía a caminar desnudo ante la duda y la incredulidad para descubrir la verdad de lo que significa ser un cristiano moderno. Muchos progresistas lo encontraron estimulante.

Más tarde, sin embargo, Ratzinger comenzó a temer que la actualización lanzada por el Vaticano II se estuviera convirtiendo en una capitulación ante un panorama cultural que cambiaba rápidamente, y comenzó a asociarse con posiciones cada vez más conservadoras. Cuando el papa Juan Pablo II lo nombró en 1981 como el principal responsable de la Congregación para Doctrina de la Fe, se consideró que era una opción para una sólida defensa de la enseñanza y la tradición católicas.

Durante el siguiente cuarto de siglo, no hubo controversia católica en la que Ratzinger no tuviera un papel protagónico, desde debates sobre la teología de la liberación y la “opción por los pobres” en América Latina hasta temas candentes de moralidad sexual como la homosexualidad en Europa y América del Norte.

En 2005, cuando murió Juan Pablo II, Ratzinger era ampliamente visto como el ejecutor del Vaticano, el “policía” más obstinado de la Iglesia en nombre de la ortodoxia doctrinal. Fue el arquitecto intelectual del pontificado de casi 27 años de Juan Pablo II, que la mayoría de los eclesiásticos de alto rango consideraron un éxito asombroso, y él mismo llegó al papado con un fuerte voto de continuidad.

Incluso como papa, Benedicto se hizo tiempo para satisfacer sus intereses intelectuales. Publicó tres volúmenes sobre la vida de Jesús de Nazaret, describiéndolos como obras teológicas privadas en lugar de enseñanza papal oficial.

En un toque clásico de modestia, Benedicto invitó a la crítica de su trabajo en el prólogo del primer volumen.  “Todo el mundo es libre de contradecirme”, escribió.“Solo pediría a mis lectores esa buena voluntad inicial sin la cual no puede haber entendimiento”.

Como papa, Benedicto XVI nunca fue el gran regaño de la imaginación popular. No hubo una verdadera purga de teólogos u obispos disidentes, ni nuevos anatemas en materia de fe o moral. En cambio, trató de ser pionero en la “ortodoxia afirmativa”, es decir, la presentación más positiva posible de las posiciones católicas tradicionales.

Incluso algunos de los críticos más feroces del Papa expresaron admiración por el esfuerzo. Cuando Benedicto XVI publicó su encíclica “Deus Caritas” el 2005 sobre el amor humano, el teólogo suizo Hans Küng, antiguo colega de Joseph Ratzinger y una de las principales voces de la disidencia católica liberal, aplaude. “Papa Ratzinger asume con su estilo teológico inimitable una riqueza de temas de eros y ágape, de amor y caridad”, dijo Küng. Llamó a la encíclica “una buena señal” y expresó su esperanza de que sea “recibida cálidamente, con respeto”.

En abril de 2005, poco antes de la muerte de Juan Pablo II, el entonces cardenal Ratzinger escribió una meditación memorable para el servicio anual del Viernes Santo del Vaticano, insistiendo en la necesidad de confrontar la “suciedad” en la Iglesia.

Benedicto XVI nombró a personas de integridad personal para puestos de alto nivel; comprometió a la iglesia a la “tolerancia cero” sobre el abuso sexual y disciplinó al clero antes considerado intocable; y lanzó una glasnost financiera, incluida la apertura del Vaticano por primera vez a una inspección externa de sus políticas contra el lavado de dinero al cooperar con la autoridad contra el lavado de dinero del Consejo de Europa.

Como Papa, hubo críticas persistentes y una larga lista de lo mal que estaban las cosas. Estas alcanzaron un crescendo con el notorio asunto de las “filtraciones del Vaticano” en 2012, que involucró una oleada de documentos secretos que aparecieron en los medios italianos, los más serios con denuncias de corrupción financiera y amiguismo.

Benedicto XVI se mantuvo alejado en gran medida de la geopolítica, y rara vez estuvo en la primera línea de la historia como Juan Pablo II. Su enfoque estaba más en la vida interna de la iglesia, llamándola a un sentido más fuerte de identidad católica tradicional frente a una era altamente secular. En ese sentido, Benedicto XVI consolidó la dirección más conservadora y “evangélica” establecida por Juan Pablo II, y ahora en cierta medida repensada por Francisco.

Durante su mandato de 24 años como principal asesor doctrinal de Juan Pablo II, pidió permiso dos veces para jubilarse, en 1997 y nuevamente en 2002, para regresar a tiempo completo a la vida de la mente. Una hipótesis era que se convertiría en bibliotecario del Vaticano, otra que regresaría a su Baviera natal. Esos presagios, sin embargo, no hicieron que el 11 de febrero de 2013 fuera menos deslumbrante, cuando aprovechó una reunión de cardenales para anunciar su sorpresivo anuncio de renuncia en una prosa latina típicamente elegante.

Benedicto dijo en ese momento que se hacía a un lado porque “mis fuerzas, debido a una edad avanzada, ya no son adecuadas para un ejercicio adecuado del ministerio petrino”. Benedicto XVI nunca alimentó ninguno de esos rumores. En cambio, se retiró al monasterio Mater Ecclesiae en los terrenos del Vaticano, pasando las mañanas en el estudio que amaba, haciendo excursiones por la tarde a los jardines cercanos del Vaticano y recibiendo viejos amigos y visitantes. Fue un magnífico intelectual público, retraído como estadista y un líder de la iglesia cuya “política de identidad ” vitorearon a algunos y alarmaron a otros.