HOMILÍA
CELEBRACIÓN DE LA XLI EXPOSICIÓN DIOCESANA
BENETÚSSER,
18 FEBRERO DE 2024
Lectura del libro del Génesis 9, 8-15
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 3,
18-22
Lectura del santo evangelio según san Marcos 1,
12-15
1.- Con la imposición
de la Ceniza comenzábamos el pasado miércoles la Cuaresma, tiempo que precede y
dispone a la celebración de la gran fiesta de la Pascua.
La Cuaresma es
un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de
Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos
siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver
a Dios “de todo corazón”, a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer
en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona,
porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con
esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar.
De este tiempo
de Cuaresma, que nos conduce a la Semana Santa, a la Pascua, se ha dicho infinidad
de definiciones. Personalmente deseo destacar dos.
La primera, estando en pleno primer domingo de
este tiempo es: La Cuaresma, una llamada a la conversión.
La cuaresma es un viaje de regreso a Dios. En el
Evangelio de san Marcos, que acabamos de escuchar, notamos que a dos verbos en
indicativo siguen dos en imperativo: el anuncio de lo que Dios hace exige la
correspondencia humana. Jesús –hemos oído- proclama la Buena Noticia, el tiempo
de la promesa “ha cumplido el plazo” y “está cerca” el Reino, al que tendía
toda la antigua Alianza: para acogerlo, para entrar en el Reino, es necesario
“cambiar de mentalidad”, “convertirse”, y aceptar la lógica exigente y
desconcertante de la fe, la adhesión amorosa y activa al designio de Dios;
cambiar “el rumbo”, dejando el mal camino, el malgastar la vida, a veces
cayendo muy bajo (como el Hijo Pródigo), y volver al padre, a casa, a nuestro
ser hijos, a la vida, a Dios.
La segunda es: La Cuaresma, una primavera espiritual.
Hace referencia al número cuarenta. Cuarenta años de Israel, de Egipto a la
Tierra Prometida; cuarenta días de Moisés en el Sinaí; cuarenta días de Jesús
en el desierto. Significa tiempo favorable de encuentro con Dios, un tiempo de
gracia y de amor. Tiempo propicio para reconocer la voluntad de Dios en nuestra
vida, de discernir y saber qué me pide Dios en esta etapa de mi vivir. Esto
bien se puede calificar de arranque, de “primavera espiritual”, ocasión para
renacer y crecer en el espíritu, en su voluntad. Todo crecimiento, comporta
crisis, prueba. Las tentaciones son pruebas que nos permiten decir sí a Dios,
confiar en Él en medio de las dificultades y contrariedades; ser fieles al
camino debido, a la vocación recibida. Ahí en la prueba, en la tentación,
vencer es usar la libertad para ser fieles a Dios y decir sí a Él, cueste lo
que cueste.
2.- Junto a la
libertad para ser fieles a Dios está el amor a Dios y el amor que recibimos de
Dios –su gracia- con el que podemos decir sí, serles fieles hasta el fin. Se ha
dicho con toda razón que hacerse hombre significa hacerse “pobre”. Ser humano
es no tener nada con que presentarse fuerte frente a Dios, ningún apoyo,
ninguna fuerza o seguridad fuera del compromiso y el sacrificio del propio
corazón, y esto fruto de la gracia. De ahí que muchas de las vidas de los seres
humanos parezcan una carrera para tapar esa pobreza radical de nuestro ser,
tratando de revestirnos de dinero, de poder, fama, apariencia, nombre; de
cubrir nuestra consustancial fragilidad y desnudez.
De ahí que todo
eso se torne en ídolos a los que nos encadenamos y servimos: ídolos frágiles,
también, mentiras con las que parecer algo en la vida, con las que tapar
nuestra humana desnudez. Por ello la tentación de Satanás, desde los comienzos,
hizo y hace lo mismo, y siempre le reconocemos por las palabras: “Seréis como dioses”.
Esta es la
tentación de las tentaciones, con mil variaciones: la tentación contra la
verdad de la naturaleza asignada al hombre. Y Jesús vence, recordando al Tentador
la verdad, que sólo Dios es Dios; y cuál es la verdad, la autenticidad del ser
humano. Y, por tanto, su libertad y felicidad para lo que ha sido creado. De
esta manera, es necesario tener la valentía de rechazar todo lo que nos lleva
fuera del camino, los falsos valores que nos engañan atrayendo nuestro egoísmo
de forma sutil. Solamente Dios puede darnos la verdadera felicidad. Es inútil
que perdamos nuestro tiempo buscándola en otro lugar, en las riquezas, en los
placeres, en el poder, en la carrera…El Reino de Dios es la realización de
todas nuestras aspiraciones, porque es, al mismo tiempo, salvación del hombre y
gloria de Dios.
3.- Para suplicar, entender, y vivir, todo esto
hemos acudido a celebrar esta Eucaristía. Para suplicarle vivir una Cuaresma de
conversión, de vuelta a Dios, de renacimiento espiritual, de encuentro con
Cristo nuestro Salvador, fijando nuestra mirada en su rostro, en el de Aquel
que “sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por
los injustos, para conducirnos a Dios”.
Para aprender de
su rostro, su mirada de compasión, y su perenne lección de humildad. Humildad,
que si somos capaces de aprenderla algo más en esta Cuaresma, nos dará la
necesaria sabiduría para vencer las tentaciones y escapar de las recurrentes y
consabidas trampas del enemigo de nuestra salvación y de nuestra felicidad.
Que la Semana
Santa a la que nos estamos preparando nos ayude a vivir de la luz y la
fortaleza para seguir la voluntad de Dios en nuestras vidas. Que para ello nos
dispongamos a acoger la gracia que fluye en estos días santos en la Palabra de
Dios, en los ejercicios piadosos y actos de nuestras Hermandades y Cofradías,
en los Sacramentos y celebraciones litúrgicas de nuestras parroquias,
especialmente en el sacramento de la Penitencia y en la Eucaristía.
Recordemos que para
nosotros, cristianos, la Cruz es Jesús, y en nosotros gracias a Él, camino y
puerta de la Resurrección. Y lo es porque aquella Cruz suya, aquel Viernes,
quedó transformada por su amor; de lugar infame e ignominioso pasó a ser signo
de su amor y entrega absoluta por nosotros; lugar de esperanza y de perdón.
Por ello, en
tiempos de interrogantes y sufrimientos, seamos gente comprometida en volver a
Dios, tan olvidado; en volver a la verdad de nosotros mismos, viviendo desde
dentro la oportunidad de renacer a la fe, para ser así portadores de ayuda,
ánimo y consuelo; auténticos “cirineos” en tantas pasiones dolorosas que
tenemos cerca, también “cirineos” de tantos servidores del prójimo, cuidadores
de nuestros ancianos, profesionales sanitarios y de servicios que atienden de
tantas formas a nuestros conciudadanos.
4.- Que nuestras
Hermandades y Cofradías sigan llenas de hombres y mujeres que, siempre, se sientan
queridos por Dios en la persona de su Hijo. Y. por ello, fervientes testigos de
su amor y portadores de esperanza.
Este tiempo de
Cuaresma es un buen momento para recuperar la alegría y la esperanza que hace
sentirnos hijos amados del Padre. Este Padre que nos espera para sacarnos las
ropas del cansancio, de la apatía, de la desconfianza y así vestirnos con la
dignidad que solo un verdadero padre o madre sabe darle a sus hijos, las
vestimentas que nacen de la ternura y del amor.
Junta Mayor Diocesana
y queridos miembros de las Hermandades y Cofradías de nuestra diócesis de
Valencia tan rica, gracias a vosotros de celebraciones solemnes de la Semana
Santa durante generaciones: No perdáis la esperanza.
Queremos seguir las
huellas de Jesucristo, pero sabemos que no es fácil. Sabemos lo que significa
ser seducidos por el dinero, la fama y el poder. Por eso, la Iglesia nos regala
este tiempo, nos invita a la conversión con una sola certeza. Él nos está
esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que degrada,
degradándose o degradando a otros. Es el Dios que tiene un nombre: Misericordia. Su nombre es nuestra
riqueza, su nombre es nuestra fama, su nombre es nuestro poder y en su nombre
una vez más volvemos a decir con el salmo: “Tú eres mi Dios y en ti confío”.
5.- Quisiera
añadir una tercera idea que os debe caracterizar: “ser misioneros”. Tenéis una
misión específica e importante, que es mantener viva la relación entre la fe y
las culturas de los pueblos a los que pertenecéis, y lo hacéis a través de la religiosidad
popular. Cuando, por ejemplo, lleváis en procesión el crucifijo con tanta
veneración y tanto amor al Señor, no hacéis únicamente un gesto externo;
indicáis la centralidad del misterio pascual del Señor, de su Pasión, Muerte y
Resurrección, que nos ha redimido; e indicáis, primero a vosotros mismos y
también a la comunidad, que es necesario seguir a Cristo en el camino concreto
de la vida para que nos transforme. Del mismo modo, cuando manifestáis la
profunda devoción a la Virgen María, señaláis al más alto logro de la
existencia cristiana, a Aquella que por su fe y su obediencia a la voluntad de
Dios, así como por la meditación de las palabras y las obras de Jesús, es la
perfecta discípula del Señor.
Esta fe, que
nace de la escucha de la Palabra de Dios, vosotros la manifestáis en formas que
incluyen los sentidos, los afectos, los símbolos de las diferentes culturas...
Y, haciéndolo así, ayudáis a transmitirla a la gente, y especialmente a los
sencillos, a los que Jesús llama en el Evangelio “los pequeños”.
En efecto, el procesionar
juntos por nuestras calles y plazas y el participar en otras manifestaciones de
la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí
mismo un gesto evangelizador.
Es necesario
seguir por este camino. Sed también vosotros auténticos evangelizadores. Que
vuestras iniciativas sean “puentes”, senderos para llevar a Cristo, para
caminar con Él. Y, con este espíritu, estad siempre atentos a la caridad. Cada
cristiano y cada comunidad es misionera en la medida en que lleva y vive el
Evangelio, y da testimonio del amor de Dios por todos, especialmente por quien
se encuentra en dificultad. Sed misioneros del amor y de la ternura de Dios.
Sed misioneros de la misericordia de Dios, que siempre nos perdona, nos espera
siempre y nos ama tanto.
Y que la
Santísima Virgen del Socorro, que vivió en su soledad y dolor llena de fe al
pie de la Cruz, sea el gran modelo de entereza y entrega en este tiempo. Que su
amor de Madre sea nuestro socorro, llenando nuestras vidas de su luz y su
consuelo.
Benétusser 18
febrero 2024