viernes, 31 de enero de 2025

 

CENTENARIO JUNTA MAYOR DE SEMANA SANTA MARINERA

 

 

 

I

 

 

El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres. Ha hecho maravillas en sus humildes siervos.

En la celebración de este Centenario donde recordamos a los fueron presidentes, secretarios y priores de la Semana Santa Marinera, se unen el pasado, el presente y el futuro: agradecimiento y esperanza, petición de perdón y de gracia. Vivir este Centenario nos anima a mirar al pasado con gratitud, vivir el presente con entusiasmo y encaminarse al futuro con esperanza.

Este Centenario nos ofrece, ante todo, una ocasión para redescubrir lo esencial de nuestra existencia como miembros cofrades de una Hermandad o Cofradía: El amor de Dios por cada uno, que nos llama en su Hijo, con el don del Espíritu Santo, a ser sus hijos.

Junta Mayor de la Semana Santa Marinera fue y es una obra de la Iglesia que peregrina por nuestros Poblados Marineros.

Por tanto, nuestra vida como cristianos que viven de manera pública su fe debe ser una fidelidad agradecida, porque no somos fieles a una idea sino a una persona: a Cristo Jesús, Señor nuestro, que –podemos decir cada uno– «nos amó y se entregó por nosotros» (Gal, 2,20). Sabernos queridos personalmente por Dios nos empuja, con su gracia, a un amor fiel y perseverante. Un amor lleno de esperanza en lo que Dios hará en la Iglesia y en el mundo, a través de la vida de cada uno de nosotros, aun en medio de nuestra fragilidad.

La celebración del Centenario de la Junta Mayor de la Semana Santa Marinera de Valencia tiene este eco que acabo de evocar: La gratitud a los que nos antecedieron y sembraron esta semilla que se ha hecho árbol frondoso. Durante estos cien años, hombres y mujeres de nuestros barrios del Cabañal, del Cañamelar y del Grao han contribuido en la misión evangelizadora y samaritana a través de las diversas hermandades y cofradías de nuestra Semana Santa. Todo ello ha sido y es posible por la oración, la formación y el compromiso voluntario de cada miembro de las diversas asociaciones de fieles que han expresado a lo largo de los años, en nuestras calles y plazas, su adhesión a la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.

Hemos de dar gracias por estos cien años, con una memoria agradecida, que nos impulse a vivir el presente con entrega apasionada, sin lamentos ni nostalgias, conscientes de que “a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”. La memoria agradecida y el presente apasionado nos invitan a mirar al futuro con esperanza, renovando nuestra conciencia de elegidos y predestinados a colaborar en la obra de Dios, camino de su Reino.

Junto a la gratitud, debe ser un tiempo de petición de perdón. Perdón por las limitaciones personales y colectivas, por las omisiones y por el daño que cada uno de nosotros haya podido causar.

La memoria del pasado implica un redescubrimiento de los orígenes y de la esencia de la institución, de su originalidad y su valor. Y también una profundización en la historia, en las personas y momentos concretos, con sus luces y sus sombras: la historia –personal o institucional– forma parte de nuestra identidad.

Hoy el amor al misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo que tenemos los miembros de las diversas Hermandades, Cofradías y Corporaciones de nuestra Junta de Semana Santa Marinera une el pasado, el presente y el futuro. Un amor que nos impulsa a evangelizar y comprometernos con generosidad cara a las futuras generaciones. Nuestra entrega debe ser una entrega confiada. Ella guiará nuestras mentes y nuestros corazones y los abrirá a la acción del Espíritu Santo y al encuentro transformador con su Hijo Jesús.

Las dimensiones misionera y samaritana de nuestra Hermandades, Cofradías y Corporaciones deben traspasar el tiempo.

 

 

II

 

La religiosidad popular contiene esa capacidad transformadora que nos permite, por el contacto con el misterio del Hijo de Dios hecho “carne”, tocar no sólo la razón, sino cada uno de los sentidos y, de esta forma, anunciar el Evangelio al ser humano en su verdad más real.

El Dios misericordioso, que comparece en el acto de veneración de nuestras imágenes devocionales, se presenta como fundamento de la esperanza en un camino que emprendieron nuestros antepasados, no fiados en nuestras capacidades y grandezas, sino “amando la pequeñez y la pobreza”, sabedores de que sólo Él es nuestro bien, “nuestro único tesoro”. Su mirada divina se detiene en nuestra pequeñez y el impacto de su amor ciega nuestra mirada, porque desborda la capacidad de proporción --siempre ajustada a los cálculos de este mundo-- que caracteriza el humano sentido de la vista.

Este Centenario debe encontrar su inspiración, por tanto, en la profunda mirada de contemplación sobre la realidad eclesial de las parroquias que hace cien años desarrollaban su expresión de fe atravesadas por la incidencia de la piedad popular, y que configuraron un testimonio vivo de la misión y la espiritualidad cristianas de su época.

Desde esta perspectiva, podemos contemplar cómo la piedad popular, con su capacidad de encarnar el Evangelio en la vida cotidiana preserva, de hecho, un rico patrimonio de fe, pero además pone en juego un modelo pastoral válido y profundamente necesario para los años transcurridos a lo largo de estos cien años. Esta piedad, que brotó del corazón del pueblo de Dios que caminaba, y camina, en estos Poblados Marítimos, y se nutrió de sus anhelos y desafíos, ofreció una forma de evangelización que incidió sobre la cultura de su tiempo, promoviendo una Iglesia con sentido misionero. Hoy los cofrades de nuestro tiempo herederos de un pasado tienen que definirse como discípulos misioneros, de profunda espiritualidad y una sólida formación.

Estos cien años han sido un espacio de encuentro, de diálogo, de reflexión, de contemplación y compromiso, donde las Hermandades, Cofradías y Corporaciones han tenido la oportunidad, no sin problemas, de considerar su identidad y su misión y, al mismo tiempo, han podido renovar su vocación eclesial de servicio a la sociedad.

La primera actitud que permitió reflejar la imagen de Cristo en el seno de las Hermandades y Cofradías fue la fraternidad, antídoto frente al aislamiento que muchas veces nos rodean, que permite superar además toda forma de soledad. Las Hermandades, Cofradías y Corporaciones han desempeñado un papel fundamental en la cohesión social, en el apoyo mutuo y en la promoción de valores morales cristianos, que ha hecho ver cómo la santificación es un camino comunitario.

La pertenencia a una Cofradía o a una Hermandad o a una Corporación no ha sido algo aleatorio, sino un hecho que ha estado íntimamente ligado a la pertenencia familiar, primer ámbito de anuncio de la fe para los hijos. Por ello, las Cofradías, Hermandades y Corporaciones no han sido simples sociedades de ayuda mutua o asociaciones filantrópicas, tampoco conglomerados sin enganche sobrenatural ni grupos que buscan favorecer y proteger intereses personales y corporativos. Han sido un conjunto de hermanos que, queriendo vivir el Evangelio con la certeza de ser parte viva de la Iglesia, se propusieron poner en práctica el mandamiento del amor que impulsó a abrir el corazón a los demás, especialmente a los que estaban atravesando dificultades y carencias.

Este Centenario, es además un momento propicio para considerar los desafíos que se presentan a nuestras asociaciones públicas de fieles de la Iglesia, como son las Cofradías, Hermandades, y Corporaciones y a la sociedad en general y plantearnos cómo podríamos contribuir mejor a dar una respuesta válida como instituciones eclesiales a la vivencia del Evangelio.

Finalmente, este Centenario debe ser un tiempo de esperanza, con confianza en la gracia de Dios y en la actualidad para iluminar las realidades más complejas, de ahora y en el futuro. Confiamos en el poder del Espíritu Santo, no en nuestras fuerzas.

Estamos en pleno jubileo eclesial del 2025, el primero del tercer milenio, que tiene como tema “peregrinos de la esperanza”. El artista del cartel anunciador de nuestra Semana Santa Marinera ha sabido incidir en la raíz y fundamento de este Jubileo al plasmar que Cristo Crucificado es el ancla de nuestra esperanza.

 

 

III

 

Las Hermandades, Cofradías y Corporaciones, como expresiones vivas de la piedad popular, son fenómenos complejos que han de ser comprendidos desde diversas perspectivas: antropológica, histórica, teológica y eclesiológica. Estas instituciones eclesiales reflejan ciertamente las necesidades humanas de pertenencia y trascendencia, pero tienen sobre todo una profunda raigambre histórica, actuando como transmisoras de la fe en un tiempo y lugar concreto. En el plano teológico, encarnan una espiritualidad orientada a la devoción y al misterio cristiano, mientras que, desde el punto de vista de la eclesiología, representan una forma de comunión y participación en la vida de la Iglesia. Cada una de estas dimensiones aporta claves esenciales para entender el papel multifacético de las hermandades en la sociedad y en la fe.

Las Hermandades, Cofradías y Corporaciones tienen una profunda dimensión antropológica, ya que responden, en el seno de la Iglesia, a la permanente necesidad humana de pertenencia, identidad y trascendencia. Estas instituciones eclesiales reúnen a personas que ponen en juego valores, tradiciones y una fe común, fortaleciendo así el sentido de comunidad. Además, expresan el anhelo humano de encuentro con Dios a través de la Sagrada Liturgia, las procesiones y los actos devocionales que permiten acoger el don de la gracia divina.

Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñar a la Iglesia, y para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar mucha atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización, porque la teología debe aprender, profundizar, sistematizar las expresiones de la piedad católica popular que representan el sentido de la fe cristiana.

Al reflexionar sobre la misión evangelizadora, alma de las Hermandades, Cofradías y Corporaciones en el contexto de una sociedad en constante transformación, muy diferente de hace cien años, es fundamental reconocer la riqueza que la tradición y la piedad popular aportan como claves de comprensión de la cultura y sus expresiones. Aunque no cabe aferrarse a sueños nostálgicos de restauración, tampoco se pueden ignorar los valores que la tradición representa. La historia, como maestra, ofrece lecciones perdurables, incluso frente al vertiginoso avance del tiempo.

El desafío de la evangelización cara al futuro implica no solo humanizar la tecnología, sino también redescubrir la maravilla ante la belleza como vía privilegiada para el encuentro con Dios. Las Cofradías, Hermandades y Corporaciones herederas de una rica tradición de fe, actúan como garante de estos signos indelebles, invitando a nuevas generaciones a valorar y continuar este legado en el marco de un cambio cultural que redefine nuestro modo de pensar y actuar.

Karl Rahner, uno de los grandes teólogos del siglo XX, hizo esta afirmación emblemática: “el cristiano del futuro o será un místico o no será cristiano”. E insistía: “sin la experiencia religiosa interior de Dios, ningún hombre puede permanecer siendo cristiano a la larga bajo la presión del actual ambiente secularizado”.

Celebrar este Centenario de historia es una invitación a recuperar la dimensión contemplativa, de nuestras Hermandades, Cofradías y Corporaciones, especialmente en una sociedad acelerada que a menudo deja poco lugar para el silencio y la meditación. En los actos piadosos (besamanos, besapiés, viacrucis…), pero sobre todo en las procesión de nuestras imágenes durante la Semana Santa, la contemplación de las imágenes sagradas, auténticas obras de arte que expresan la fe del Pueblo de Dios, deben presentarse como una puerta de entrada a la experiencia de lo divino.

Las tallas de Cristo y de la Virgen María, con su extraordinaria belleza y su valor patrimonial e histórico, deben ser el centro de un ejercicio de oración. Nuestras procesiones, que son actos de culto externo, están llamadas a recordar a todos que estas imágenes son medios para contemplar el misterio de la salvación que llega de Cristo y de la intercesión de María, la Virgen al pie de la Cruz. Estas procesiones deben ser una inmensa luz que alumbre el existir, mirando más allá de lo visible y descubriendo en cada expresión la grandeza del mensaje evangélico.

A raíz de la controversia iconoclasta desencadenada por el emperador León III –que negaba todo valor a las imágenes y que derivó en la oleada de destrucción de los principales iconos de la Iglesia oriental–, el año 787 fue convocado el II concilio de Nicea. Durante su desarrollo, los padres conciliares procuraron fundar teológicamente el culto a las imágenes a través del principio de la “veneración”, que permite una “traslatio ad prototypum”, es decir, las imágenes tienen la capacidad de reenviar a su modelo a quienes las contemplan. De un modo análogo a la Encarnación del Verbo, las imágenes se erigen en una cierta mediación visible que, no obstante, remite a una verdad oculta y misteriosa.

Debemos cuidar que nunca se pierda de vista la “carne” de Jesucristo, esa carne hecha de pasiones y emociones, sentimientos y relatos concretos, manos que tocan y sanan, miradas que liberan y animan; de hospitalidad y perdón, indignación, valor, y arrojo. En una palabra: Amor.

Cuenta Chesterton, en su biografía “San Francisco”, que cuando san Francisco de Asís montó con su característica sencillez la representación “Navidad en Belén”, en el que reyes y ángeles vestían ropajes vistosos y acartonados, al estilo medieval y pelucas doradas, se produjo un milagro lleno de encanto franciscano: El Niño Dios era un muñeco de madera, y cuentan que cuando san Francisco lo abrazó, aquella imagen cobró vida en sus brazos.

Ante las imágenes de nuestra Semana Santa Marinera, también nosotros nos sentimos mirados, pues no son meras pantallas, sino que, en ellas, es Dios mismo quien cruza su viva mirada con la nuestra, hasta el punto de que somos vistos por el Señor, alcanzados por el milagro de su Vida, y de su Carne.

Que así sea.

 

Poblados Marítimos, 1 de febrero de 2025