EL CORPUS: MISTERIO, MEMORIA Y PRESENCIA
Por Antonio DIAZ
TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular
En nuestro tiempo la fiesta del
Corpus Christi, con su procesión por las calles de pueblos y ciudades, es la de
mayor significado público y se convierte en referencia de las demás fiestas
populares de nuestra cultura cristiana.
Los orígenes de la celebración
del Corpus Christi se remontan al siglo XIII, y hay que situarlo en el contexto
de las heterodoxias y las polémicas religiosas que se produjeron en aquella
época. En este tiempo aparecieron pensadores, como Berengario de Tours, que
negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Coincidiendo con todo esto,
ocurrieron una serie de sucesos que contribuirán al establecimiento de esta
fiesta. Uno de ellos fue las revelaciones eucarísticas de Santa Juliana de
Retina, priora de un monasterio cercano a Lieja. Otro suceso fue el milagro de
las formas de Bolsena, así como el milagro de los Corporales de Daroca (milagro
en el que las hostias se habían convertido en auténtica carne y no se podían
separar de los corporales o tela litúrgica que los envolvía, debido a la sangre
coagulada).
Los corporales se llevaron a
Urbano IV, quien estimulado por esto y consciente de la necesidad de combatir eficazmente
la herejía de Berengario, estableció en 1264 la fiesta del Corpus Christi en
toda la Iglesia. Clemente V la confirmó en 1311, y desde entonces se difundió
por todo el mundo católico.
La celebración de la solemnidad
litúrgica del Corpus Christi en nuestra ciudad de Valencia se remonta al siglo
XIII, aunque la procesión eucarística fue introducida el año 1355 por el obispo
Hugo de Fenollet (1348-1356), que convirtió a Valencia en la
segunda ciudad de España, después de Barcelona, donde se celebró la fiesta.
Los jurados de la ciudad
invitaron al pueblo a engalanar las calles y tomar parte en una procesión
general, en la que el Santísimo Sacramento fuera manifestado en el
expositor-custodia, hoy una de las más grandes del mundo, por las calles de la ciudad.
Se trata de un precioso relicario
que contiene y muestra al Señor de la historia, al Dios que está aquí, como
canta el pueblo cristiano. Se puede contemplar con cuánto esmero se prepara el
paso del Señor por nuestras calles y plazas, expresión y grito de un deseo: “Quédate
con nosotros Señor, ven a nuestras casas y a nuestras vidas”. Y se tejen
alfombras, que son signo del amor de un pueblo.
Toda la procesión del Corpus
Christi es una gigante catequesis sobre la Eucaristía a través de las “Rocas” o
carros triunfales donde se representan misterios bíblicos. Estas
representaciones, podemos calificarlas como una especie de autos sacramentales
denominados “misteris”. A ello hay que añadirle los personajes bíblicos tanto
del Antiguo como del Nuevo Testamento.
El Corpus Christi es una fiesta
eminentemente religiosa y toda ella es una exaltación universal del Santísimo
Sacramento. Lógicamente, el Corpus Christi celebra el sacramento por
excelencia, es decir la Eucaristía, la presencia real de Cristo en las especies
eucarísticas del pan y del vino, que fue un dogma insistentemente combatido por
los protestantes y otros grupos.
Todas las artes, desde las
plásticas a las literarias, pasando por la música, que se desarrollan en torno
a la procesión del Corpus Christi, tienen por objeto la exaltación y defensa
del Sacramento. Existe también un significado de carácter teológico que se
deriva de la contraposición de unas figuras que representan los siete pecados
capitales y la virtud. La “Moma”, que representa la virtud, y es el personaje
central de la fiesta que vestida de blanco danza luchando contra los “Momos”, o
los siete pecados capitales, triunfando sobre éstos con la Eucaristía (alojada
en la custodia), y que es la gran vencedora de este combate.
Este misterio del Corpus Christi es
para nosotros memoria. Doce hombres alrededor de la mesa y Él en medio de
ellos, las mujeres les sirven, y cuidan de que nada falte y en todo se cumpla
el ritual de la Pascua. Como cada año celebran la memoria del paso del Señor,
su presencia que liberó al pueblo de la opresión egipcia. Todo se desenvuelve
con naturalidad, han comido, han rezado; sin embargo, en el ambiente se respira
cierta inquietud, algo pasa y hace distinta esta noche del resto. La mirada de
Jesús, los ojos de los apóstoles puestos en Él. Sobre la mesa hay pan, es pan
ázimo, el pan de la prisa. Ahora el Maestro toma ese pan, lo bendice, da
gracias a Dios con la palabras rituales; sin embargo, dice unas palabras
desconcertantes, no lo entienden. “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo que se
entrega por vosotros”. Todos miran, ninguno se atreve a preguntar qué significa
esto. Y lo mismo hace con la copa llena de vino: “Tomad y bebed, esta es mi
sangre que se derrama por vosotros y por muchos, la sangre de la nueva alianza para
el perdón de los pecados”. Los Doce siguen sin comprender. Estas palabras sólo
encontrarán la luz al cumplirse existencialmente en la pasión, muerte y
resurrección del Señor.
El Corpus Christi es misterio de
presencia. Impresiona la presencia de Jesucristo, saber que está ahí verdadera
y realmente. Que le podemos mirar, que le podemos hablar, que le podemos
gustar. Saber que está ahí, en las especies eucarísticas para nosotros que se
queda en el Sagrario. ¡Qué bueno eres, Señor, que en silencio nos esperas, que
estás aguardando con paciencia infinita a que vengamos a ti! Cómo tenemos que agradecerte que desde niño nos
enseñaron que en la Eucaristía estás Tú presente.
Señor, toca los corazones de los
padres, de las familias, para que transmitan a sus hijos esta verdad tan
hermosa; que nuestros niños aprendan que en la Eucaristía estás Tú; que los
catequistas sepan anunciar esta buena noticia de tu presencia, que te muestren
íntegro, sin recortes, a Ti verdadero Dios y verdadero hombre escondido en las
especies eucarísticas del pan y del vino, como cantamos en el himno
eucarístico: “Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero
basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de
Dios: nada es más verdadero que esta palabra de verdad”.
La Eucaristía, pan de vida,
partido y repartido para la vida del mundo. La Eucaristía es banquete donde
Cristo se nos da en alimento. En Él y por Él vivimos. En la mesa eucarística
hay sitio para todos, es una mesa que se extiende por todo el mundo, en ella se
parte el pan de la fraternidad y se da el cáliz de la salvación. El cuerpo del
Señor se reparte entre todos. El pan de Cristo que es su cuerpo es la vida del
mundo, por eso quien come de su carne y bebe de su sangre vive para siempre.
Nos encontramos, pues, ante un
misterio sublime y altísimo, por el que Dios se hace cercano y se comunica sin
medida. Es, a la vez, el fundamento único de unas auténticas relaciones de
fraternidad entre los hombres. Sin esta referencia a lo sublime y misterioso,
todo se reduciría a un pintoresco folklore de participación popular en una
vivencia lúcida y festiva. Sin Él todo se reduciría a unas fiestas de indudable
valor cultural y celebrativo, a las que se les habría quitado el soporte y la
base.