sábado, 19 de junio de 2021

PADRE JOSÉ LUIS GAGO: UN APÓSTOL DE LAS ONDAS DE RADIO

 

PADRE JOSÉ LUIS GAGO:

 

UN APÓSTOL DE LAS ONDAS DE RADIO

 

 

Por Antonio DÍAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

 

La iglesia conventual de san Pablo y san Gregorio, en Valladolid, ha acogido este sábado pasado (19 de junio 2020) la apertura de la causa de canonización del fraile dominico y periodista José Luis Gago del Val. Durante muchos años fue director del programa Pueblo de Dios en TVE y consejero y director general de la Cadena COPE.

La fama de santidad del padre José Luis Gago de Val (Palencia,1934- Valladolid, 2012) era conocida entre todos los que le tratamos, pues yo estuve con él durante tres años conduciendo en la COPE “El espejo de la sociedad”. Por eso creo que la apertura de su causa no me ha sorprendido nada.

“Donde esté yo, allí también estará mi servidor”. Es la promesa de Jesucristo que como un rayo de luz ilumina nuestra vida. Nuestra fe se sostiene en la promesa de su Palabra y en el hecho que el Señor ha venido a compartir nuestra vida para que nosotros podamos compartir la suya. Ha venido para acompañarnos en cada paso, por lo que también nosotros podemos decir con san Pablo: “en la vida y en la muerte estamos con el Señor”. Nos acompaña como luz de Dios para guiarnos y enseñarnos a vivir. Sus servidores son los que viven a su luz y tratan de reflejarla y transparentarla.

Ciertamente hay personas entre nosotros, servidores del Señor en sencillez y autenticidad, que son “luz”: Reflejo y resplandor de la luz de Dios. Algunos tal vez hablen del padre Gago como “voz”, tantas veces oída en la radio o escuchada en la predicación. Pero antes que “voz”, lo que José Luis Gago fue para mi fue “luz”.

Las personas que son luz viven centradas en lo que realmente importa en la vida: En el amor, la esperanza y la fe, en la compasión y la alegría. Distinguen bien entre lo que importa y lo que no, y se entregan a ello sin confusión y sin reserva. No les tienta la fama, ni el poder ni las apariencias. Construyen su vida sobre lo fundamental, y por ello resisten en las inclemencias. El padre Gago fue una persona que supo ver dónde está lo importante y valioso de la vida, y supo atenerse a ello con fuerza.

El padre Gago quiso iluminar como predicador de la Buena Noticia. No se sirvió nunca de su profesionalidad para otros intereses que no fuera el servicio a la causa del Evangelio y de la fe de la Iglesia. Sus muchas cualidades personales y pastorales no ensombrecieron un ápice su carácter afable y delicado, sencillo y fraterno. Elegante en sus modales y sus formas, caballeroso por fuera, pero sobre todo “por dentro”; noble, íntegro, trabajador y alegre, con su inteligente chispa de humor sin ironía. No hay duda de que su exterioridad reflejaba la luz de una rica interioridad “habitada” y auténtica.

Al conocer al padre Gago pudimos vislumbrar un destello claro de luz y del amor de Dios en esta tierra; de lo que es capaz de hacer el amor de Dios en nosotros cuando encuentra un corazón bondadoso, generoso y fiel como el de José Luis.

José Luis encarnó el estilo del dominico de hoy, del predicador que acredita la voz de su palabra con la nobleza de su vida; arraigado en la tradición dominicana, en sus costumbres y devociones, sobre todo a santo Domingo y san Martín de Porres; descubridor de los nuevos lugares y “púlpitos” de predicación, y renovador de los lenguajes para llegar mejor al hombre de nuestros días; modelo de lo que está llamado a ser el comunicador cristiano: Aquel que transmite con pasión el mensaje que él mismo cree y vive en comunidad y que transparenta el estilo evangélico. Como todas las personas que son verdadera luz, sabía que la luz no le pertenece, sino que uno debe tratar sencillamente de transparentarla y ofrecérsela limpia a Dios y a los demás. Y como hombre de luz nos ha dejado como legado la única herencia verdadera que nos dejan las personas luminosas: la fe y la alegría.

Su último libro se titula “Gracias, la última palabra”. De este libro quiero transcribir una de sus “miniaturas” --como llamaba a sus pequeños destellos de predicación radiofónica--, para que sea la luz de su propia palabra la que dé más intensidad hoy a nuestra esperanza y confianza. Dice así: “De tal manera nos hemos acostumbrado a sentir como propia y autónoma la vida y la conciencia de existir, que hemos llegado a creernos que esta aventura de vivir es cosa nuestra, que nadie es acreedor nuestro en este milagro, que solo cada uno, pequeñas criaturas, ha hecho posible este prodigio de estar de pie, erguidos sobre esta tierra áspera y rocosa, es verdad, pero pedestal y cimiento de nuestro ser hombres en ella.

Te doy gracias, Señor, por esta vida mía en la que he sufrido y de la que he disfrutado. Nacido en tiempo y lugar adecuados, elegidos por Ti y, en consecuencia, óptimos. Tan propios, que no me imagino otros padres mejores ni otro momento más tempestivo que los que tuve. Repaso las circunstancias de mi infancia, de mi juventud y del restante recorrido de mi vida, hasta el día de hoy, y me ratifico en que solo encuentro desaliñadas e inertes aquellas que yo, por mis torpezas, he torcido. Aun así, con el hato de mi vida a la espalda, solo palabras obligadas y de bendición tengo hacia Ti y solo besar puedo la tierra que Tú pisas.

Debo también agradecerte el torrente de vida volcado sobre millones de millones de criaturas, seres que has creado, capaces de pensar como Tú piensas, y de amar como amas, miríadas de mujeres y hombres que viven, que han vivido y los que vivirán, creados y mantenidos por Ti, que somos expresión de que es fecundo y generoso tu amor. Déjame asimismo arrodillarme ante el misterio de tanta vida humana dolorida, humillada, truncada y destruida: sé que la harás fecunda y algún día gloriosa. Pero, mientras, repárteles pedacitos, al menos, de nuestra propia vida, tantas veces abusada, despilfarrada por nosotros mismos. Haz Tú por ellos lo que nosotros no hacemos. Gracias por enseñarnos a vivir. Amén”.

Hoy nos corresponde a nosotros cantar las alabanzas de una persona entrañable, delicada, trabajadora y amante de la orden de santo Domingo. Nos toca reconocer todo lo bueno que ha sabido realizar entre nosotros y, por ello, dar gracias a Dios de haber podido convivir, disfrutar y haber compartido la misma fe, en este trecho de nuestro camino, con él. Dios premie su bondad y su anhelo por dejar entrar a Cristo en las ondas de la radio. Y Dios reciba nuestro agradecimiento de todo lo que  aprendimos junto a él.

El primer paso para la beatificación de este gran profesional de la comunicación se ha dado. El padre Gago fue un referente profesional para toda una generación de periodistas cristianos. Esperemos que este proceso culmine y lo sea para la Iglesia universal.

 

 

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