PADRE JOSÉ LUIS GAGO:
UN APÓSTOL DE LAS ONDAS DE RADIO
Por Antonio
DÍAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular
La
iglesia conventual de san Pablo y san Gregorio, en Valladolid, ha acogido este
sábado pasado (19 de junio 2020) la apertura de la causa de canonización del
fraile dominico y periodista José Luis Gago del Val. Durante muchos años fue
director del programa Pueblo de Dios en TVE y consejero y director general de
la Cadena COPE.
La
fama de santidad del padre José Luis Gago de Val (Palencia,1934- Valladolid, 2012)
era conocida entre todos los que le tratamos, pues yo estuve con él durante
tres años conduciendo en la COPE “El espejo de la sociedad”. Por eso creo que
la apertura de su causa no me ha sorprendido nada.
“Donde
esté yo, allí también estará mi servidor”. Es la promesa de Jesucristo que como
un rayo de luz ilumina nuestra vida. Nuestra fe se sostiene en la promesa de su
Palabra y en el hecho que el Señor ha venido a compartir nuestra vida para que
nosotros podamos compartir la suya. Ha venido para acompañarnos en cada paso,
por lo que también nosotros podemos decir con san Pablo: “en la vida y en la
muerte estamos con el Señor”. Nos acompaña como luz de Dios para guiarnos y enseñarnos
a vivir. Sus servidores son los que viven a su luz y tratan de reflejarla y
transparentarla.
Ciertamente
hay personas entre nosotros, servidores del Señor en sencillez y autenticidad,
que son “luz”: Reflejo y resplandor de la luz de Dios. Algunos tal vez hablen
del padre Gago como “voz”, tantas veces oída en la radio o escuchada en la
predicación. Pero antes que “voz”, lo que José Luis Gago fue para mi fue “luz”.
Las
personas que son luz viven centradas en lo que realmente importa en la vida: En
el amor, la esperanza y la fe, en la compasión y la alegría. Distinguen bien
entre lo que importa y lo que no, y se entregan a ello sin confusión y sin
reserva. No les tienta la fama, ni el poder ni las apariencias. Construyen su
vida sobre lo fundamental, y por ello resisten en las inclemencias. El padre Gago
fue una persona que supo ver dónde está lo importante y valioso de la vida, y
supo atenerse a ello con fuerza.
El
padre Gago quiso iluminar como predicador de la Buena Noticia. No se sirvió
nunca de su profesionalidad para otros intereses que no fuera el servicio a la
causa del Evangelio y de la fe de la Iglesia. Sus muchas cualidades personales
y pastorales no ensombrecieron un ápice su carácter afable y delicado, sencillo
y fraterno. Elegante en sus modales y sus formas, caballeroso por fuera, pero sobre
todo “por dentro”; noble, íntegro, trabajador y alegre, con su inteligente
chispa de humor sin ironía. No hay duda de que su exterioridad reflejaba la luz
de una rica interioridad “habitada” y auténtica.
Al
conocer al padre Gago pudimos vislumbrar un destello claro de luz y del amor de
Dios en esta tierra; de lo que es capaz de hacer el amor de Dios en nosotros
cuando encuentra un corazón bondadoso, generoso y fiel como el de José Luis.
José
Luis encarnó el estilo del dominico de hoy, del predicador que acredita la voz
de su palabra con la nobleza de su vida; arraigado en la tradición dominicana,
en sus costumbres y devociones, sobre todo a santo Domingo y san Martín de
Porres; descubridor de los nuevos lugares y “púlpitos” de predicación, y
renovador de los lenguajes para llegar mejor al hombre de nuestros días; modelo
de lo que está llamado a ser el comunicador cristiano: Aquel que transmite con
pasión el mensaje que él mismo cree y vive en comunidad y que transparenta el
estilo evangélico. Como todas las personas que son verdadera luz, sabía que la luz
no le pertenece, sino que uno debe tratar sencillamente de transparentarla y
ofrecérsela limpia a Dios y a los demás. Y como hombre de luz nos ha dejado
como legado la única herencia verdadera que nos dejan las personas luminosas: la fe y la alegría.
Su
último libro se titula “Gracias, la
última palabra”. De este libro quiero transcribir una de sus “miniaturas” --como
llamaba a sus pequeños destellos de predicación radiofónica--, para que sea la
luz de su propia palabra la que dé más intensidad hoy a nuestra esperanza y
confianza. Dice así: “De tal manera nos
hemos acostumbrado a sentir como propia y autónoma la vida y la conciencia de
existir, que hemos llegado a creernos que esta aventura de vivir es cosa
nuestra, que nadie es acreedor nuestro en este milagro, que solo cada uno,
pequeñas criaturas, ha hecho posible este prodigio de estar de pie, erguidos
sobre esta tierra áspera y rocosa, es verdad, pero pedestal y cimiento de
nuestro ser hombres en ella.
Te doy gracias, Señor, por esta vida mía
en la que he sufrido y de la que he disfrutado. Nacido en tiempo y lugar
adecuados, elegidos por Ti y, en consecuencia, óptimos. Tan propios, que no me
imagino otros padres mejores ni otro momento más tempestivo que los que tuve.
Repaso las circunstancias de mi infancia, de mi juventud y del restante
recorrido de mi vida, hasta el día de hoy, y me ratifico en que solo encuentro
desaliñadas e inertes aquellas que yo, por mis torpezas, he torcido. Aun así,
con el hato de mi vida a la espalda, solo palabras obligadas y de bendición
tengo hacia Ti y solo besar puedo la tierra que Tú pisas.
Debo también agradecerte el torrente de
vida volcado sobre millones de millones de criaturas, seres que has creado,
capaces de pensar como Tú piensas, y de amar como amas, miríadas de mujeres y
hombres que viven, que han vivido y los que vivirán, creados y mantenidos por
Ti, que somos expresión de que es fecundo y generoso tu amor. Déjame asimismo
arrodillarme ante el misterio de tanta vida humana dolorida, humillada,
truncada y destruida: sé que la harás fecunda y algún día gloriosa. Pero,
mientras, repárteles pedacitos, al menos, de nuestra propia vida, tantas veces
abusada, despilfarrada por nosotros mismos. Haz Tú por ellos lo que nosotros no
hacemos. Gracias por enseñarnos a vivir. Amén”.
Hoy nos corresponde a nosotros cantar las
alabanzas de una persona entrañable, delicada, trabajadora y amante de la orden
de santo Domingo. Nos toca reconocer todo lo bueno que ha sabido realizar entre
nosotros y, por ello, dar gracias a Dios de haber podido convivir, disfrutar y
haber compartido la misma fe, en este trecho de nuestro camino, con él. Dios
premie su bondad y su anhelo por dejar entrar a Cristo en las ondas de la radio.
Y Dios reciba nuestro agradecimiento de
todo lo que aprendimos junto a él.
El primer paso para la beatificación de este gran
profesional de la comunicación se ha dado. El padre Gago fue un referente profesional para toda una generación
de periodistas cristianos. Esperemos que este proceso culmine y lo sea para la
Iglesia universal.
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