HOMILIA EN EL FUNERAL DE MIGUEL PRIMA
Hermanos concelebrantes, familiares,
y miembros de las diversas hermandades y cofradías del Cabañal, hermanos todos.
Nos hemos reunido para despedir los
restos mortales de nuestro hermano y amigo en la fe Miguel Prima y celebrar
juntos la Vida en Cristo Resucitado: Sed bienvenidos, y gocemos de la presencia
misericordiosa de Dios Padre que nos impulsa y nos acoge en la acción sanadora
y en gozoso de su Espíritu.
La vida y la muerte llegan sin
avisar, como presencias invisibles y compañeras que entretejen nuestro caminar
y nos sorprenden en un inesperado encuentro, cara a cara. Y aunque de improviso
llegan, en el silencio de nuestras esperas las encontramos y las abrazamos.
Vivir la vida sabiendo que a la
vuelta de la esquina nos encontraremos con nuestra franciscana “hermana muerte” da un sentido
diverso, --radicalmente diverso--, a lo que somos y a lo que hacemos.
En la profundidad de la conciencia de
lo efímero de la vida, de su debilidad y caducidad, abrazada por la enfermedad,
se encuentra aquel hondo instinto a vivir para siempre la sincera aspiración de
la eternidad, que hizo exclamar a santa Teresa de Ávila:
“Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarte?
Quiero muriendo alcanzarte
pues tanto a mi amado quiero,
que muero porque no muero”.
Así han sido los últimos años de
nuestro hermano Miguel Prima.
En los últimos años su vida se fueron
llenando con la Eucaristía, -- vida eucarística -- con la meditación y oración, y con lecturas
de carácter espiritual que estaba realizando y sobre todo con el dolor y
achaques que le iban acompañando en este último período de su vida. Dentro de
este clima Miguel supo envejecer y supo mirar su vida a la luz de la mirada de
Nuestra Señora de los Ángeles de la que era un gran enamorado. Como un
franciscano más se ha encontrado con María, reina de los Ángeles. En esta
mañana, queremos celebrar este encuentro y este abrazo.
La muerte de nuestro querido Miguel
nos lleva a cantar las maravillas que obra Dios en nosotros y en su mundo, y
nos invita a manifestar la grandeza de una vida que ha derrochado bondad,
generosidad y pasión.
Sea este un encuentro en el que no
sólo compartamos nuestro dolor por su marcha entre nosotros, sino una
oportunidad para bendecir y alabar al Dios de nuestra historia y de nuestra fe
por el regalo de su vida, manifestado en Cristo Salvador, y por todos los
gestos y jalones de su historia compartida, que han sido semilla de nueva vida.
Conocí a Miguel cuando llegue a esta parroquia, un 29 de septiembre de 1990.
Descubrí, muy pronto, su magnífica condición humana y cristiana, toda ella
volcada a las tareas de la Comunidad Parroquial. Diríamos con palabras humanas
que me encontré con un hombre santo; un santo de cuerpo entero. Su vida
entregada a la catequesis, a la HOAC ,al apostolado seglar y eucarístico, a la
religiosidad popular de las diversas parroquias de este arciprestazgo san Pio X
,marcaba sus líneas de actuación. Vivió todos sus años con una vida apasionada entregada
a Jesucristo, a su Madre María y a los demás.
El texto evangélico de la parábola del
grano de trigo nos ayuda a entrar en el corazón de la historia de nuestro
querido Miguel: “Si el grano de trigo no
cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn
12, 24) Se nos habla de una opción decidida por el amor. Quien
ama es feliz y tendrá vida eterna. Con estas palabras, Jesús nos hace la
propuesta de una vida concreta y singular: Amados para amar. Su fidelidad
creativa al Padre lo conduce a entregarse, sin reservas, con un amor sin límites.
Por él –por su amor incondicional-- lo dará todo, hasta entregar la vida. Éste
es el misterio que estamos viviendo en esta Eucaristía.
Vivir dando vida no es fácil. Pero es
lo que hizo Jesús. Con Él vamos recorriendo el camino de la vida, a través de
encuentros y desencuentros, con nuestras fragilidades y nuestros dones,
nuestros cansancios y nuestras desesperanzas... Pero siempre agarrados en el
sueño que nos anima y nos acompaña: Aprender a vivir como Él vivió, hasta
identificarnos con su mismo estilo de vida. Esta fue la propuesta de Jesús. Y
este ha sido el hilo que ha ido conduciendo los frágiles pasos de Miguel Prima;
sin marcha atrás, con la certeza que Él lo soporta todo; que Él lo puede todo.
En Él ha encontró la fuerza y el sentido en el caminar. Él ha sido su baluarte
y su único mentor.
Y este es el camino de una vida que
estamos celebrando hoy, señalado, y agraciado, por la alegría de la
Resurrección de Cristo, del encuentro definitivo con el Padre. La vida de
Miguel ha sido un continuo camino de encuentro y búsqueda, de pasión y de
compasión. Siempre una vida orientada hacia los demás, con los brazos
extendidos, en permanente e insaciable caminar... Sin embargo, un camino no
exento de tropiezos y caídas, pero con la mirada siempre puesta en Aquel que le
ha amado sin medida. Su vida ha sido un canto de hijo esperado y amado,
prójimo, abrazado y acogido, y ha proclamado, con ágiles pasos: "Mirad qué
amor nos ha tenido Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!"
(1Jn 3,1). Ésta ha sido la partitura que ha dado sentido a toda su vida. En su
enfermedad, en su dolor, Dios ha venido a llenarlo con su presencia. Dios no
está ausente en nuestro dolor o enfermedad, sino más cerca que nunca. Esta es
la expresión creíble de nuestra fe, de nuestro espíritu de fe y celo, el
pentagrama de la espiritualidad franciscana y mariana de Miguel.
Y sin duda --sin quitar méritos ni
momentos de silencio y de fragilidad humana--, ése ha sido el semblante con el
que nuestro hermano Miguel, en el dolor y la alegría, vivió su largos años, con
los que ha entregado su vida a Dios: con profunda fe, con amor agradecido y con
esperanza firme de que la vida del hombre “no termina con la muerte, sino que
se transforma..., porque al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una
morada eterna en el Cielo”.
Hermano Miguel: Has pasado a la otra orilla de la mano de Dios Padre, con
los pies andariegos de un apostolado fecundo, singular y entusiasta, y con el
corazón --aunque desgastado y averiado-- sazonado de la pasión por Cristo y por
aquellos que debían conocer el Evangelio.. Tus tareas, tus trabajadas y
singulares ocupaciones, tus afanes pastorales en esta Comunidad Parroquial de
Nuestra Señora de los Ángeles... no se han perdido, han llegado a buen puerto,
y forman parte de tu memoria evangelizadora. Es el momento de sentarte junto al
Padre, cara a cara, y contemplar la belleza sinfónica de su obra. Y decir, como
el poeta:
Y entonces vio la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.
Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.
Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.
Miguel:
Gracias por tu vida fraterna. Gracias por tus desvelos creativos y
apostólicos, algunas veces no entendidos, otras queridos… pero con la sabiduría
cierta que has cumplido lo que Dios te tenía reservado. Gracias por tu honda y
apasionada espiritualidad de los sencillos. Gracias porque nos has dado a
entender que la vida, toda vida, es una conquista por parte de Él. Éste ha sido
el proyecto de Dios para contigo. Nos has tejido un canto vivo y fresco que, en
sus notas y en sus silencios, nos armoniza la simplicidad del Evangelio.
Que todo tu ser, tu persona, tu vida, tu incansable peregrinar, sean hoy
una ofrenda agradable al Padre Dios, y se convierta en semilla de nuevas
llamadas y respuestas. Te ponemos en el altar, junto con Jesucristo, víctima y
sacrificio, para que, en Él y con Él, seas resurrección y esperanza, vida plena
para nuestra misión, y para que ya nada ni nadie te aparte del amor de Dios
manifestado en Cristo. Que Él te conserve en su paz eterna.
Desde el cielo, intercede por nosotros, por tus hermanos de hermandad,
por tu familia y tus amigos que te siguen queriendo, y sigue acompañándonos para
que el mundo que siempre soñaste sea más humano y más hermano.
Que tu presencia siga acompañando nuestra Comunidad Parroquial a la que
siempre has amado y por el que has dado todo. Nos has dejado un gran legado:
Ofrecer al Señor el deseo sincero de vivir como hermanos, arraigados en el
corazón de Cristo Salvador allí donde estemos.
Desde el cielo, alúmbranos. ¡Que descanses en la paz del Dios de la Vida!
María, Reina de los Ángeles en tus manos ponemos la vida de Miguel.¡Viva Jesús
en nuestros corazones!
Cabañal, 15 de junio de 2020
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