martes, 19 de julio de 2022

EL CARMEN, EN EL CENTRO DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR

                         


EL CARMEN, EN EL CENTRO DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR

 

 

Por Antonio DÍAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

 

La idea de la búsqueda de Dios por parte del hombre, base de cualquier religión natural, encuentra su lugar propio en el contexto de la religión revelada, con la particularidad de que, a la luz de la Revelación, es Dios y no el hombre el que ha tomado la iniciativa, el que ha hablado primero, el primero en buscar al hombre.

En consecuencia, desde la perspectiva abierta por la Revelación, la búsqueda del hombre se descubre ella misma como una respuesta al amor originario de Dios, expresado ya en el mismo acto de la creación. Así lo recuerda una de las peticiones de la Iglesia en la liturgia del Viernes Santo: “Dios todopoderoso y eterno, que creaste a todos los hombres para que te busquen, y cuando te encuentren, descansen en ti…”

El hombre vive en una auténtica sed de Dios, que lo lleva a estar en una constante búsqueda de encuentro con Dios. Diríamos que el hombre es un eterno buscador de Dios.

Es así que muchos hombres y mujeres ven en la imagen de la Madre de Dios el camino seguro para llegar hasta su hijo Jesús, pues estos actos de peregrinación, de fiesta, de súplicas y acción de gracias son expresiones de una fe sincera que se da en esta búsqueda y tiene como expresión estos elementos que permiten hacer romería de la acción de Dios en su vida y lo trasmiten en tales actos hacia la Virgen.

Una de nuestras preocupaciones es la comprensión de la “religiosidad popular”, ya que muchas veces ha sido vista con suspicacia en la reflexión teológica, pues ha sido presa de malas interpretaciones y se ha mezclado con supersticiones y rituales esotéricos que la han marginado. Pero, si se parte de que la “religiosidad popular” tiene en su raíz la mayor intención de acercar al hombre con su Dios, los hombres han bebido de la “religiosidad popular” y han encontrado en ella el medio para acercarse a Dios, por medio de la intercesión de los santos o de la Santísima Virgen, como en el caso de la advocación de María del Carmen que nos ocupa y que se remonta a las tradiciones del profeta Elías en el monte Carmelo.

Cuando se empieza a pensar lo religioso se parte de dos ideas fundamentales: Dios y el hombre, estos dos conceptos en la religión juegan un papel importante ya que a partir de allí se empezó a recorrer el camino de la religión, entendida en su perspectiva fenomenológica que se va articulando en unos acontecimientos que se enmarcan en el espacio de lo sagrado para brindarle así su fundamento. En este sentido, se podría decir que la religión es fruto de una conducta especial en el hombre, que se ve determinada por sus comportamientos y su ubicación en el mundo. Así, sus diversos predicados inciden en la forma de actuar, teniendo como base el fenómeno. Esto es lo que se nos desvela Mircea Eliade que sostiene que “el hombre encuentra sus manifestaciones de lo sagrado en todo lo que ama, necesita y siente”. Podemos afirmar entonces que este hecho de lo sagrado surge debido a que el hombre está abocado a la grandiosidad que rodea toda su existencia, sin importar su ideología o cultura.

La reflexión del episcopado latinoamericano en Aparecida dio grandes avances sobre la “religiosidad popular”. Es verdad que la fe que se encarnó en la cultura puede ser profundizada y penetrar cada vez mejor la forma de vivir de nuestros pueblos. Pero eso sólo puede suceder si valoramos positivamente lo que el Espíritu Santo ya ha sembrado.

La “religiosidad popular” es un ‘imprescindible punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más fecunda’. Por eso, el discípulo misionero tiene que ser ‘sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables’. Cuando afirmamos que hay que evangelizarla o purificarla, no queremos decir que esté privada de riqueza evangélica. Simplemente deseamos que los miembros del pueblo de Dios, reconociendo el testimonio de María, traten de imitarla cada día más. De igual manera vemos que la espiritualidad es una “parte de la teología que estudia el dinamismo que produce el Espíritu, en la vida del alma: cómo nace, crece, se desarrolla, hasta alcanzar la santidad a la que Dios nos llama desde la eternidad y trasmitirla con la palabra, el testimonio de vida y el apostolado eficaz”.

Adicionalmente, hemos de tener presente que la espiritualidad, según su fundamentación bíblica, es: La espiritualidad es la vida misma según el Espíritu que nos acompaña, que habita en nuestra existencia. Espiritualidad no hay sino una, la del hombre. La espiritualidad no es patrimonio exclusivo de personas especiales profesionalmente religiosas, o santas, ni siquiera es privativa de los creyentes. La espiritualidad es patrimonio de todos los seres humanos. Más aun, la espiritualidad es una realidad comunitaria, es la conciencia y la motivación de un grupo, de un pueblo. Cada pueblo tiene su cultura y cada cultura tiene su espiritualidad.

La devoción a la Virgen del Carmen, como centro de una “religiosidad popular” remonta sus orígenes al monte Carmelo, en Haifa al norte de Israel. Probablemente lo más relevante de esta devoción es aquello que se nos narra sobre la existencia de los primeros monjes de vida eremítica inspirados por el profeta Elías.

El más célebre de estos hombres de Dios fue el gran profeta Elías, quien en el siglo IX (a.de Cristo) defendió valientemente de la contaminación de los cultos idolátricos la pureza de la fe en el Dios único y verdadero.

Inspirándose en la figura de Elías, surgió al Orden contemplativa de los ‘Carmelitas’. En el monte Carmelo erigieron una capilla en honor a Nuestra Señora. Sobre la montaña a mano izquierda, en un lugar muy hermoso y sano, los eremitas latinos poseen un eremitorio: ellos se llaman hermanos del Carmelo y tienen allí una Iglesia dedicada a nuestra Señora; alrededor se encuentran fuentes milagrosas y bellas flores perfumadas.

Más adelante aparece en el año 1282 la idea de que la Orden fuera fundada en honor a la Virgen María, tomando el nombre de hermanos de la gloriosa Virgen María. La dedicación de una capilla a Nuestra Señora ostenta su importancia como una orden que nace a los pies de la Virgen María, resaltando su matiz mariano como una comunidad con una orientación religiosa definida. Los primeros monjes, después de vivir en Tierra Santa como eremitas, emigran a Europa hacia el año 1274, pasando a ser una Orden Mendicante, puesto que su estilo de vida estaba motivado por la pobreza y la austeridad. Dentro de este estilo de vida mendicante uno de los apostolados que más ejercieron era la expansión de la devoción de Nuestra Señora del monte Carmelo. Por ello, los primeros años de expansión por Europa testimonian también la formación y crecimiento de su devoción a la santísima Virgen. A medida que se expandían los primeros carmelitas, se iba expandiendo a la vez el fervor a la Santísima Virgen del monte Carmelo. El nombre con que eran conocidos y que reza en las constituciones de los carmelitas era “Hermanos de la Bienaventurada Virgen del monte Carmelo”. Así, asociados, por la gracia de Dios, a los hermanos de la Bienaventurada Virgen María, los miembros de estas comunidades viven entroncados con una familia que se consagra a su amor y culto”. Más adelante estas constituciones hacen mención de sus orígenes, como la siguiente: “Santa María llena con su presencia la vida de la Orden que tiene sus orígenes en el Monte Carmelo, recibe su nombre de la capilla dedicada allí a nuestra Señora y ostenta como timbre de gloria del vivir”.

A lo largo de la historia de la Orden del Carmen, la devoción mariana de Nuestra Señora del Monte Carmelo ocupa un lugar muy privilegiado dentro de la vida litúrgica, cultual y espiritual, gracias a los signos del escapulario y el privilegio sabatino, medios de evangelización y acercamiento a esta devoción dentro de la Iglesia. Estos signos van de la mano en la devoción a la Virgen del Carmen.

Esta devoción y propagación de Nuestra Señora, bajo las diferentes advocaciones, se debe a las diferentes comunidades u órdenes religiosas, que bajo su patrocinio van alimentando la fe y la devoción en la Virgen María. En este sentido, las imágenes de la Virgen reflejan de forma sublimada el amor de madre, muy arraigado en nuestro pueblo. Así se puede ver en los diferentes santuarios, donde acude mucha gente sencilla a implorarle a su madre que interceda ante su Hijo Jesucristo por alguna necesidad particular. También es común ver en los diferentes caminos que atraviesan nuestras las tierras, grutas en honor de Nuestra Señora, muy en especial la imagen de la Virgen del Carmen, patrona de los conductores y navegantes.

El tema de la “religiosidad popular” tiene su auge en el pensamiento eclesial de los últimos tiempos a partir del documento de Puebla, en donde surgió un discurso que avaló este medio de evangelización en nuestros pueblos. La “religiosidad popular” permite asomarse a los trasfondos históricos y religiosos de nuestros pueblos; por tanto, allí se capta esa fe innata, pura que las personas manifiestan a través de ritos y cantos, muy asociada al culto y veneración hacia la Virgen María. Ahora bien, si se quisiera adentrar en la significación semántica de la “religiosidad popular”, se debería definir qué se entiende por religiosidad y por popular. Y a la respuesta la dio el documento de Puebla al referirse a ésta como aquellas manifestaciones hondas y profundas de los creyentes, que expresan esa filiación a Dios de manera sencilla: “Su religiosidad está arraigada en la vida: en el camino inexorable que debe recorrer el hombre desde su nacimiento hasta su muerte”.

Podemos decir entonces que la “religiosidad popular” se caracteriza por sus expresiones de fe en medio de un pueblo sencillo, pero que no se queda ahí, sino que es capaz de permear todas las clases sociales y económicas de la sociedad. Esta religiosidad manifiesta su piedad de una manera muy rústica, además de que impregna de manera arrolladora la vida eclesial y personal de las personas que se acercan a los santuarios o templos donde se gestan esta devoción, por medio de peregrinaciones, pidiendo un favor o en acción de gracias por un favor recibido.

Se hace entonces evidente que el hombre es un ser religioso por naturaleza; él se pone en escena frente a Dios, pero ahora a través de lo sagrado. Martín Buber afirmará que “incluir completamente a Dios en la esfera del conocimiento humano es eliminar su divinidad, de ahí que muchos creyentes sepan cómo hablar a Dios, pero no como hablar de y sobre Dios”. Es decir, que la esfera de lo religioso lleva al hombre a llenar de sentido de aquello que sale a su encuentro: “lo sagrado penetra toda la vida, guía su historia, la naturaleza se constituye en una naturaleza”. Esta expresión sencilla, llena de sentido para cada persona, está ahí, pero necesita de los signos concretos para ser develado. Asimismo, cada persona manifiesta de manera diferente este sentimiento. Pero, también la religiosidad popular se ha mirado con recelo en la reflexión eclesial, ya que en muchos casos ha caído en excesos y no ha cumplido con ese papel primordial de acercar a los hombres con el trascendente de una manera diáfana y trasparente, sino que se ha mezclado con un sincretismo religioso que no deja ver su acción limpia, sencilla, con que los creyentes buscan a Dios: En cuanto a la “religiosidad popular” mariana se debe tener en cuenta que ha sido desde sus orígenes uno de los medios de evangelización y mecanismo en busca de la salvación y de la protección de la Virgen María. Como es bien sabido, la veneración de los fieles hacia la Madre de Dios ha tomado formas diversas según las circunstancias de lugar y tiempo, la distinta sensibilidad de los pueblos y su diferente tradición cultural. En otras palabras, la “religiosidad popular” mariana lo que pretende es un acercamiento a lo absoluto, en donde las personas desean encontrarse con Dios, reconociendo que Él puede ayudar o remediar sus dificultades y lo hacen por medio de la intercesión de su Madre.

Estos creyentes que se acercan a la Virgen María, bajo la advocación de “el Carmelo” tienen la concepción de que María es la madre de Dios y que Él la dejó como Madre de todos los hombres en la cruz. Siguiendo las Sagradas Escrituras, “cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”. Desde entonces el pueblo humilde nunca más se separó de la Virgen. La lleva consigo, dentro de su corazón, dentro de su casa, donde quiera que vaya. Jesús lo mandó. Fue su última voluntad.

Por este motivo, ellos buscan en la Virgen María un alivio a las dificultades a las que se ve abocado el hombre en su diario vivir, en las situaciones límites y frágiles de la vida o cuando están atravesando momentos de dolor, de enfermedad, ante un fracaso económico, personal o familiar, cuando están en desempleados o con problemas familiares, acuden a la madre, pues sienten la confianza de que Ella los fortalecerá y los amparará en estos momentos. Por ello, podemos estar de acuerdo en que “La religiosidad popular” considera a la Virgen María como infalible intercesora ante Dios.

Pero, no sólo en estos momentos límites de la existencia humana es que las personas acuden a la Virgen María, también las personas se acercan a Ella en acción de gracias, o ven en María la mujer que encarna las virtudes de una cristiana, como lo expresa la Marialis Cultus. Porque en sus condiciones concretas de vida Ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios; porque acogió la palabra y la puso en práctica; porque su acción estuvo animada por la caridad y por el espíritu de servicio: porque, es decir fue la primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual tiene valor universal permanente. Esto viene a responder por qué la gente le tiene tanta fe y devoción a la Virgen María. Como en el caso de miles de devotos –pescadores sobre todo-- que ven en la Virgen del Carmen un modelo de madre y de mujer que lo llevan a vivir una vida cristiana. En este sentido, la imagen de María refleja sublimada la experiencia popular de la madre; comprensiva, cariñosa, dispuesta a interceder por los hijos, con una capacidad ilimitada para soportar las fatigas y el sufrimiento. Con estos sentimientos que subyacen en lo más profundo de las personas, y como fruto de las enseñanzas de los mayores, es que las personas van creciendo con la certeza de que María es la madre de Dios.

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