JESÚS EUCARISTÍA, SALE A NUESTRAS CALLES
Por
Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado
Diocesano de Religiosidad Popular
No dejes de salir, Señor/ No dejes de
salir, Señor, /de la Casa del Padre, /que deseamos contemplarte tan humilde y
tan perfecto, /tan divino y tan humano, /tan eterno y tan cercano, / tan
triunfante y tan amado.
No dejes de salir, Señor, /que tu Cuerpo
esté en la calle, / y podamos adorarte, /Redentor sacrosanto. /Tañed las
campanas del templo, / que ya ha llegado el momento, /su Sangre brota y su
Cuerpo Sagrado, /es Corpus Christi de un pueblo.
No hay
voces suficientes en la tierra, ni inteligencia preclara, ni corazón apasionado
que pueda describir la grandeza del “misterio” escondido en la Eucaristía.
Sólo desde la humildad de la fe y la
confianza se puede cantar tan sublime “misterio”. Como Moisés en el monte del
Señor, hemos de descalzarnos, porque pisamos tierra santa, para poder cantar
sólo con la fe lo que por la fe hemos recibido. Quisiéramos expresar todo el
amor que humanamente es posible para que también nuestro corazón se estremezca
ante la potencia y la dulzura unidas en presencia tan singular.
Y por
entre las cabezas de los fieles y el humo de los incensarios, se ve venir la Custodia.
La Custodia, --más rica o más humilde-- trono siempre insuficiente para el Rey
de Reyes, siempre es magnífica, pero lo que brilla no es el arte salido de las
manos del hombre, lo que brilla es la luz del blanco de la hostia que viene
decidida a pasearse por nuestros pueblos, a recorrer nuestras calles, a
bendecir a todos los hombres, a entrar hasta en el último rincón de nuestras
casas y de nuestra vida. Viene el Señor Eucaristía hasta nosotros; sale a
nuestro encuentro; se quiere hacer el encontradizo; quiere mirar con ojos de
misericordia también a los que no pueden o no quieren verlo en este “misterio”,
“Pan
de ángeles, Dios tan verdadero, / que, aunque se quiebra, se divide y parte, /
está un inmenso Dios, trino y entero, /en cualquiera migaja y menor parte (…)”,
como escribía nuestro fray Luis de León.
En esta fiesta del Corpus Christi, cuando todavía el sol ilumina nuestras calles
alfombradas por juncia, menta y romero el pueblo de Dios acompaña al Santísimo
por su recorrido porque Dios ha salido a la calle para pasar por nuestras
puertas. No importa que nuestra acera y nuestro hogar no estén previstos en el
recorrido, el Corpus Christi irá a nuestro encuentro y aguardará nuestra
llegada, pues hacia nosotros camina eternamente, hacia nosotros muestra
generoso su esperanza. No lo ignoremos, no hagamos como mirar para otro lado,
no lo esquivemos, no le echemos la aldaba, nada te turbe, nada te espante, que
ese Pan es el Cuerpo del Señor, que ese Vino es fruto de su Sangre.
El paso de la Custodia por
nuestras moradas se transforma en oración de súplica y alabanza: que al
recorrer la Eucaristía nuestras calles y plazas nuestra vida de cada día se penetre
de su presencia. Y con nuestro gesto de adoración pongamos ante sus ojos los
sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes y de los ancianos, las
tentaciones, los miedos, en definitiva, toda nuestra vida.
Desde antiguo, la festividad de Corpus
Christi constituyó excelsa y colectiva manifestación de religiosidad popular,
actualizada en capitales como Toledo, Sevilla, Granada o Valencia, entre otras,
junto a una pléyade de núcleos rurales donde la devoción y la exaltación
eucarística son protagonistas de la expansión festiva, con la solemnidad
característica que se puede apreciar igualmente en diversas localidades de la
extensa geografía peninsular e insular.
La fiesta del
Corpus Christi fue establecida para el orbe católico por el papa Urbano IV en
1264 con la bula Transiturus de hoc Mundo,
generalizando el culto al Sacramento iniciado por la beata Juliana de Rétine,
priora del Monasterio de Monte Cornillón, (1193-1258) en la diócesis de Lieja y
el milagro de la forma ensangrentada el milagro de Bolsena, (1263) cuyo
corporal mandó depositar Urbano IV en Orvieto. El papa encomendó la redacción
del oficio de la nueva fiesta a Tomás de Aquino que en la Summa Teológica ya
defendía la presencia real de Cristo en la eucaristía. La procesión de la
sagrada forma y la octava fue configurada por Juan XXII (1316-1334). Desde
entonces la fiesta se extendió por todo el occidente europeo, primero en las
grandes ciudades episcopales y luego en las restantes villas y lugares.
La Iglesia la instituye como el summum de todas las fiestas, porque es
la presencia real de Cristo en la Eucaristía, que es la mejor imagen de la Resurrección.
La religiosidad popular, en cierta manera, se va apoderando de ella y
añadiéndole sus elementos, y la jerarquía quiere retomarla, e incluso marca
unas distancias entre lo que es lo “oficial” en la procesión, y lo que es lo “popular”.
Se da una cierta pugna entre la jerarquía y las organizaciones de religiosidad
popular, especialmente las hermandades, a la hora de organizar la procesión, en
la actualidad
La religiosidad popular favoreció el
proceso que instituyó la fiesta del Corpus Christi; a su vez, esta fue causa y
motivo de la aparición de nuevas formas de piedad eucarística en el pueblo de
Dios.
Durante siglos, la celebración del Corpus
Christi fue el principal punto de confluencia de la piedad popular con la
Eucaristía. En los siglos XVI-XVII, la fe, reavivada por la necesidad de
responder a las negaciones del movimiento protestante, y la cultura – arte,
literatura, folclore– han contribuido a dar vida a muchas y significativas
expresiones de la religiosidad popular para con el misterio de la Eucaristía.
El Corpus
Christi es la festividad que la Iglesia católica conmemoró con mayor
apoteosis durante el barroco. El concilio de Trento, celebrado entre los
años1545 y 1563, marcó el punto de inflexión entre un antes relativamente
abierto y tolerante a las experiencias y un después más encorsetado; a la vez
que permitió que en los países católicos de Europa proliferasen las procesiones
del Santísimo, cuya intención fue combatir las desviaciones heréticas mediante
la ayuda del fervor popular. Con aquellos desfiles se buscaron dos objetivos:
honrar la presencia de Cristo en la hostia y venerarla con actos externos lleno
de contenido litúrgico, frente a la piedad interior que propugna la doctrina
protestante.
A principios del siglo XV apareció en el
exterior de los templos la procesión bajo un binomio sacro profano. Aquel es un
cortejo heterogéneo y artificioso, de mayor complejidad que el celebrado, hasta
entonces, en el interior de las iglesias, porque resalta el carácter
teocéntrico de la sociedad, y va acompañado de un amplio espectro de efectos
alegóricos, a través de los que se intenta ensalzar lo que el protestantismo
ataca. Muestra la mezcolanza entre una liturgia ortodoxa y la religiosidad
popular, antagónica con las reglas y adaptadas con el beneplácito de la
jerarquía religiosa. La piedad popular se mantiene viva entre unas doctrinas
generales, la idiosincrasia y las necesidades de una comunidad poco formada.
Por eso, la procesión se utilizó para catequizar, mediante un método basado en
el docere et delectare, a un público
inculto y con grandes dificultades para aprender los dogmas.
La religiosidad popular debe ser
instrumento de educación de nuestro Pueblo de Dios para que capte dos
realidades de fondo: que el punto de referencia supremo de la piedad
eucarística es la Pascua del Señor; la Pascua, según la visión de los Santos Padres,
es la fiesta de la Eucaristía, como, por otra parte, la Eucaristía es ante todo
celebración de la Pascua, es decir, de la Pasión, Muerte y Resurrección de
Jesús; y que toda forma de devoción eucarística tiene una relación esencial con
el Sacrificio eucarístico, ya porque dispone a su celebración, ya porque
prolonga las actitudes cultuales y existenciales suscitadas por ella.
La procesión de esta festividad del
Cuerpo y Sangre de Cristo es, por así decir, la “forma tipo” de las procesiones
eucarísticas. Prolonga la celebración de la Eucaristía: inmediatamente después
de la misa, la Hostia que ha sido consagrada en dicha misa se conduce fuera de
la iglesia para que el pueblo cristiano dé un testimonio público de fe y de veneración
al Santísimo Sacramento.
Los fieles comprenden y aman los valores
que contiene la procesión del Corpus
Christi: se sienten “Pueblo de Dios” que camina con su Señor, proclamando
la fe en Él, que se ha hecho verdaderamente el “Dios con nosotros”.
El Corpus constituye una manifestación festivo-ceremonial
que se reproduce en todo el orbe católico. No es un ritual exclusivo de una
colectividad, una localidad, o una región que profesa la religión cristiana. Si
bien atiende a una pauta litúrgica homogénea, fuertemente doctrinal (la exaltación
de la sagrada forma en el cuerpo de Cristo, o la Eucaristía), manifiesta una
gran diversidad cultural en sus formas de expresión y modelos organizativos.
Aunque su origen litúrgico arranca a
mediados del siglo XIII para el mundo cristiano en general, no será hasta el
siglo XIV cuando se tenga constancia de la celebración de forma generalizada en
el occidente europeo, extendiéndose primero en las grandes ciudades episcopales
y seguidamente en las parroquias de las diversas ciudades y pueblos de nuestra
geografía. La primera ciudad en España que lo celebra es Toledo en 1280,
siguiéndole por orden cronológico Barcelona en 1319 y Gerona en 1320. Se sabe
que en Vich se introdujo en 1330 y en Valencia en 1348.
En Valencia en
1355 se hacía público el primer pregón o “crida” por el que se convocaba a
clérigos, religiosos y fieles en general para participar en la solemne
procesión en honor y reverencia de Jesucristo y su preciosísimo Cuerpo. Era por
aquellas fechas obispo de Valencia Hugo de Fenollet, que llegó a un acuerdo con
la ciudad, por el que el patrocinio de la fiesta correría en adelante a cargo
de la autoridad municipal
A partir de este
momento la festividad del Corpus se convirtió en Valencia en la más importante
del año, oscilando entre épocas de mayor esplendor, una de cuyas cumbres se
alcanzó en 1528, y otras de evidente declive, el cual se inició en 1836, a
causa de la desamortización llevada a cabo por Mendizábal, con distintos
altibajos cuyas cotas ascensionales se alcanzaron en 1875, y sobre todo en
1977, fecha en la que surgió la asociación que luego se denominaría de “Els
Amics del Corpus”, cuya principal tarea sería la de repristinar y mantener el
esplendor y decoro de la fiesta.
La participación
ciudadana fue decisiva desde el primer momento, haciéndose patente no sólo en
los actos religiosos, sino también en los de carácter lúdico, convirtiéndose la
festividad solemne de Corpus Christi en una manifestación popular con la
participación de autoridades, parroquias, gremios y cofradías, sin que faltaran
músicos, artistas, danzantes, feriantes…, provocando un bullicio callejero
altamente estimulado por la presencia de las “rocas”, los gigantes o los “nanos”.
Esta liturgia
medieval con sus ceremonias, simbolismo y sentido escénico dio origen a los
dramas sacros que con el tiempo salieron de los templos, comenzando a
intervenir los laicos y olvidando el latín. En ocasiones propiciaron la
aparición de los “pasos” procesionales que, a su vez, influyeron en la
gestación de los “autos sacramentales”.
Los “autos
sacramentales” son sermones puestos
en verso con posibilidad de representarse, sobre cuestiones de la sagrada
teología o como un verdadero acto paralitúrgico a celebrar el día del Corpus,
constituyendo así una contribución al oficio litúrgico de la iglesia. Son una
parte integral de la festividad religiosa, teniendo en su asunto una íntima
relación con la fiesta, y siendo, como efectivamente eran en su tiempo, una
contribución al oficio litúrgico de la iglesia ya que se ofrecen como una forma
más de culto, aunque no oficial, a la Sagrada Eucaristía.
Por lo que
respecta a Valencia, ya se conocían algunos espectáculos dramáticos en la
fiesta del Corpus Christi en el siglo XIV, aunque el XV experimentó un gran
desarrollo. A los músicos y coro se añadieron personajes efigiados como
estatuas que pronto se dispusieron sobre carros con decoraciones alusivas, que
recibieron el nombre de “entramés”. Elemento esencial en las fiestas del Corpus
valenciano es la música, en dos vertientes principales: la litúrgica, que
recibió un fuerte impulso con San Juan de Ribera y Juan Bautista Comes, y la
popular, encarnada sobre todo en las danzas ejecutadas en la Cabalgata y la Procesión.
Es evidente que
lo que centra la fiesta por antonomasia del Corpus es el Cuerpo de Cristo vivo,
que de forma simbólica, pero no menos real, se convierte en un verdadero “icono”
del Señor que hace presente su divinidad y su humanidad. El sacramento por
excelencia de la Eucaristía se erige de este modo en un referente de
Jesucristo, “sublime obra de arte de Dios”, siguiendo a Plotino, que, escondido
bajo las especies de pan y de vino, transmite la gracia y lleva a la
participación de lo divino y de la belleza infinita. Porque el Santísimo Sacramento
no es sólo la fiesta de los sentidos prendidos por el colorido, la música y el
oloroso incienso, sino fundamentalmente la fiesta del espíritu que “toca” el
Cuerpo del Señor y saborea la divina esencia a través del don de Sabiduría en,
un sacro festín que es preludio e inicio de las eternas bodas del Cordero. He
aquí la sublimidad inigualable y la razón última de estas celebraciones, a la
par litúrgicas y populares, que hacen de la misa y procesión del Corpus la fiesta
de las fiestas, el “icono” de Cristo y la causa y fundamento de la verdadera
alegría festiva. Sin esta dimensión de la trascendencia el Corpus se
convertiría en puro folklore carente de sentido.
Un año más un
pueblo a Cristo sigue,/ siendo Dios mismo el que a la calle sale,/ en el cáliz
está siempre su sangre,/ su cuerpo, en la custodia, siempre vive./ Misterio del
cristiano que recibe /tu Cuerpo en comunión como Dios Padre,/ Sagrada forma,
ritos celestiales,/ en la mesa del pan no existe el hambre./ Ese es el milagro
que a porfía /rememora vuestro pueblo soberano/, sacramento en el altar de
Eucaristía./ Vuelve ya a salir tu Cuerpo custodiado, /¡aleluya, que es el hijo
de María, /Corpus Christi de Jesús sacramentado!
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