Una
mirada:
La
devoción de la Virgen del Carmen
Por Antonio
DÍAZ TORTAJADA
Delegado
Episcopal de religiosidad Popular
La devoción a la Virgen del Carmen
remonta sus orígenes al monte Carmelo, en Haifa al norte de Israel.
Probablemente lo más relevante de esta devoción es aquello que nos narra sobre
la existencia de los primeros monjes de vida eremítica inspirados por el
profeta Elías. “El más célebre de estos hombres de Dios fue el gran profeta
Elías, quien en el siglo IX antes de Cristo defendió valientemente de la
contaminación de los cultos idolátricos la pureza de la fe en el Dios único y
verdadero. Inspirándose en la figura de Elías, surgió al Orden contemplativa de
los ‘Carmelitas’. En el monte Carmelo, en un lugar muy hermoso y sano,
los eremitas latinos dedicaron un templo a nuestra Señora.
Los primeros monjes, después de vivir en
Tierra Santa como eremitas, emigran Europa hacia el año 1274, pasando a ser una
orden mendicante, puesto que su estilo de vida estaba motivado por la pobreza y
la austeridad. Dentro de este estilo de vida mendicante uno de los apostolados
que más ejercieron era la expansión de la devoción de Nuestra Señora del monte
Carmelo. A medida que se expandían los primeros carmelitas, se iba expandiendo
a la vez el fervor a la Santísima Virgen del monte Carmelo. El nombre con que
eran conocidos y que reza en las constituciones de los carmelitas era “Hermanos
de la Bienaventurada Virgen del monte Carmelo”.
Más adelante estas constituciones hacen
mención de sus orígenes, como la siguiente: “Santa María llena con su
presencia la vida de la Orden que tiene sus orígenes en el monte Carmelo,
recibe su nombre de la capilla dedicada allí a nuestra Señora y ostenta como
timbre de gloria del vivir”.
A lo largo de la historia de la Orden
del Carmen, la devoción mariana de Nuestra Señora del monte Carmelo ocupa un
lugar muy privilegiado dentro de la vida litúrgica, cultual y espiritual,
gracias a los signos del escapulario y el privilegio sabatino, medios de evangelización
y acercamiento a esta devoción dentro de la Iglesia. Estos signos van de la mano
en la devoción a la Virgen del Carmen.
Al tratar de la devoción a la Virgen del
Carmen no podemos olvidar su escapulario, signo que en la tradición de la
Iglesia y del Carmelo ha tenido mucho significado. El escapulario es el signo
de mayor devoción y que, por tanto, más ha calado en la vida de los fieles
devotos de la Virgen del Carmen: El escapulario es un signo exterior de la
relación especial, filial y confiada, que se establece entre la Virgen, Reina y
Madre del Carmelo, y los devotos que se confían a Ella con total entrega y
recurren con toda confianza a su intercesión maternal; recuerda la primacía de
la vida espiritual y la necesidad de la oración. Este signo está ligado a la
relación con la madre de Dios y es a su vez un símbolo de esperanza y confianza
en las personas que lo llevan, pues para ellos es señal de protección, de
patrocinio, de acercamiento a Dios.
Este signo es un símbolo de alianza que
se da entre la Virgen y sus devotos. Si bien en la tradición de la Iglesia el
escapulario – nos señala el directorio de piedad popular y la liturgia --es
señal de exterior de la relación especial, filial y confiada, que se establece
entre la Virgen, Reina y Madre del Carmelo, y los devotos que se confían a Ella
con total entrega y recurren con toda confianza a su intercesión maternal;
recuerda la primacía de la vida espiritual y la necesidad de la oración”.
Este signo está ligado a la relación con
la madre de Dios y es a su vez un símbolo de esperanza y confianza en las
personas que lo llevan, pues para ellos es señal de protección, de patrocinio,
de acercamiento a Dios por medio de la compañía de su madre y compromete a las
personas que lo portan a que se revistan de Cristo, así como lo recuerda el
apóstol Pablo cuando le escribe a los romanos: “revestíos más bien del Señor
Jesucristo”.
La confianza, hoy en día en la vida y
existencia de tantas personas que lo portan sigue teniendo la misma vigencia
que ha tenido a lo largo de la historia, como señal de amor y entrega de la
Santísima Virgen a las personas que se acogen bajo su amparo. Bien dice Santa
Teresa, “imitadla y considerad que tal debe ser la grandeza de esta Señora y el
bien que ha detenerla por patrona”. Este signo alimenta una verdadera devoción
mariana, ya que sus innumerables bienes espirituales que trae consigo a las
personas sencillas que se acogen bajo su patrocinio, son un reflejo de una vida
cristiana sensible a su presencia en todos los momentos de la vida. Por ello, la
conciencia de que la devoción hacia Ella no puede limitarse a oraciones y
obsequios en su honor en algunas circunstancias, sino que debe constituir un
‘hábito’, es decir una tesitura permanente de la propia conducta cristiana, entretejida
de oración y de vida interior, mediante la frecuente práctica de los
Sacramentos y el concreto ejercicio de las obras de misericordia espiritual y
corporal.
El escapulario es por lo tanto un
distintivo del cristiano que quiere seguir el proyecto del Reino de Dios, acogiendo
sus exigencias en las prácticas de una vida que se experimenta llena de las bondades
de su Hijo Jesucristo y su Madre la Reina del Carmelo.
La Virgen, como buena madre que cuida de
sus hijos, los acompaña en todos los momentos de sus vidas, en especial en sus
dificultades intercediendo ante su Hijo Jesucristo. Pero hay que tener claro
que esta tradición tan arraigada en los pueblos donde se profesa la devoción a
la Virgen del Carmen, nos lleva a profundizar los contenidos innatos dentro la
devoción popular. Estos contenidos llevan a los signos a tener un peso
espiritual y teológico que permiten asimilar su acción de intercesión ante la
Virgen María, que conduce a las personas que le claman hacia su hijo Jesús, así
como lo hizo en las Bodas de Caná de Galilea. De esta misma manera, a través de
estos privilegios o regalos, la Virgen María sigue intercediendo ante su Hijo
por las necesidades de las personas que se acogen bajo su amparo.
El privilegio sabatino está íntimamente
ligado al escapulario del Carmen, por el cual la Virgen promete a sus seguidores
que el sábado después de su muerte, los sacará del purgatorio sí allí fueren.
Según la tradición de la Iglesia, este
privilegio lo concedió Juan XXII por medio de una visión que tuvo, en la cual
la Virgen le prometió la pronta liberación del purgatorio a los que guardaran
castidad. Sobre este episodio de la visión del Papa Juan XXII se ha especulado
mucho. Lo que interesa en este caso es que “desde Alejandro V (1409), han hablado
repetidas veces de manera positiva. En 1613 se promulgó un decreto por el que
se permitía la predicación de la especial asistencia de la Virgen a sus devotos
en el purgatorio, particularmente el sábado” Desde esta fecha hasta
nuestros días se habla de este privilegio de salvación que entre los devotos de
la Virgen del Carmen tiene mucho significado: “entonces tenemos el sábado por
ejemplo en nuestra liturgia ahí aparece el pedir por todos los peregrinos
porque es una responsabilidad de nosotras grandísima.
Este privilegio está ligado con la
salvación de las personas y la esperanza de la gente que se acerca a Ella
esperando ser librada de todo mal y peligro, en concreto en el paso de esta vida
mortal a la eterna. Aunque se debe clarificar que este tema del purgatorio es
un tema que versó en la popularidad de la gente antes del concilio Vaticano II,
“el pueblo sigue creyendo lo que hasta antes del Vaticano II se predicaba, de
que ella libra de las penas del purgatorio el sábado siguiente a la muerte, a
los que pertenecen a la cofradía del Carmen y lleven consigo el escapulario
Pero lo más importante de esta promesa,
que aun está viva en la memoria de las personas que se acogen bajo su
protección, es la confianza en que María es corredentora en la obra de
salvación; por eso la invocamos y le decimos según las palabras de la encíclica
“Spe Salvi”: “Santa María madre de
Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el
camino hacia su reino. Estrella del mar, brillas obre nosotros y guíanos en
nuestro camino”.
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