miércoles, 6 de noviembre de 2024

HOMILÍA PARA LA FIESTA DE SAN MARTÍN DE TOURS

 HOMILÍA PARA LA FIESTA DE SAN MARTÍN DE TOURS



 

Los innumerables testimonios de los santos que imitan a Cristo han de servirnos de lámparas según las cuales hemos de navegar en nuestras vidas.

Sus historias nos muestran cómo sobrellevar reveses, crisis y burlas de la manera más acorde a nuestra fe. Sus biografías nos muestran el camino que nosotros también estamos llamados a seguir. Y es muy esperanzador ver lo que personas como nosotros (como tú y como yo) han logrado hacer.

No hace falta que nos inventemos nada nuevo, ellos nos han precedido por los senderos hacia la santidad, y así sus ejemplos concretos nos sirven de inspiración, y los sacramentos y la oración como combustible para seguirlos.

Todos los santos son un enorme tesoro para la Iglesia y, por eso, es tan importante recordar las obras y momentos que marcaron sus vidas.

Recordamos hoy a san Martín, obispo de Tours, uno de los santos más célebres y venerados de Europa. Nacido de padres paganos en Panonia, en la actualidad Hungría, en torno al año 316.

Es un santo muy conocido por su gesto de caridad hacia un pobre con el que compartió sus ropas, pero que fue sobre todo un gran obispo de los primeros siglos de la Iglesia, y un obispo que tuvo un papel muy importante en el desarrollo del monacato en Occidente.

La vida de san Martín de Tours nos puede servir de modelo en muchos aspectos.

El papa Francisco dice que “el Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, […] cada santo es un mensaje que el Espíritu Santo toma de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo.(Gaudete et exúltate, 6 y 21).

¿Cuál es el mensaje que el Espíritu Santo nos regala en la vida de San Martín?

 

1.- Lo primero que destaca de San Martín y por lo que ha pasado a la historia de la Iglesia es su caridad inmensa.

El episodio de su vida que más se conoce sucedió en la etapa de su juventud, cuando el santo tenía tan solo 18 años. La convicción y el valor que mostró ya con esa edad son muestra de que estaba lleno del Espíritu Santo.

Se trata del episodio del pobre hombre que tiritaba de frío al que encontró por el camino. Martín, que no llevaba nada para regalarle, sacó la espada y dividió su manto en dos partes, dándole la mitad al pobre. Esa noche vio en sueños a Jesucristo que se le presentaba vestido con el medio manto que él había regalado al pobre y oyó que le decía: “Martín, hoy me cubriste con tu manto”.

Lo que experimentó san Martín es la verdad de lo que Jesús dice en el evangelio: que Él se identifica con el pobre, con el que pasa hambre o sed, el que está desnudo o cualquiera que necesite nuestra ayuda. Así lo vivió san Martín, como también otros santos, que tomaron en serio las palabras de Jesús y las hicieron vida, dedicándose a acoger a los más pobres y servirles, porque en ellos veían el rostro mismo de Cristo.

Nosotros, cristianos, también debemos hacer nuestras estas actitudes, que son un signo claro de nuestra fe. Servir y amar a Cristo en los más pobres, ser solidario con ellos, ayudar a que se integren en la vida de la sociedad, son actitudes básicas de quien cree en Cristo. Creo que celebrar a san Martín como patrono significa, comprometerse de manera especial en el servicio a los más pobres.

El gesto caritativo de san Martín se inscribe en la misma lógica que impulsó a Jesús a multiplicar los panes para las multitudes hambrientas y, sobre todo, a entregarse él mismo como alimento para la humanidad en la Eucaristía, signo supremo del amor de Dios. Es la lógica de la comunión, con la que se expresa de modo auténtico el amor al prójimo.

San Martín nos debe ayudar a comprender que solamente a través de un compromiso común de solidaridad es posible responder al gran desafío de nuestro tiempo: construir un mundo de paz y de justicia, en el que todos los hombres puedan vivir con dignidad. Esto puede suceder si prevalece un modelo de auténtica solidaridad, que permita garantizar a todos nuestros hermanos el alimento, el agua, la asistencia médica necesaria, pero también el trabajo y los recursos energéticos, así como los bienes culturales, el saber científico y tecnológico.

 

2.- El segundo aspecto que podemos destacar de la vida de san Martín es su vocación monástica. San Martín, que comenzó siendo soldado como su padre, después de su conversión a la fe en Cristo dejó la espada y buscó la soledad. Su maestro san Hilario de Poitiers, le cedió unas tierras para que edificara con algunos amigos  un monasterio y se retirara allí. Fue el primer monasterio que hubo en Europa, el de Ligugé. En esta soledad estuvo diez años dedicado a orar, hacer sacrificios y estudiar las Sagradas Escrituras. Este monasterio se convirtió muy pronto a en un gran centro de vida religiosa. Todo esto nos habla de la importancia de la oración en la vida del cristiano.

San Martín buscaba y deseaba el retiro y la oración, porque sabía que era indispensable para vivir en el seguimiento de Cristo. La vida de este santo nos obliga a preguntarnos qué lugar ocupa la oración en nuestra vida: ¿dedicamos tiempo al silencio y la contemplación? ¿leemos con serenidad las Sagradas Escrituras dejando que transformen nuestra vida?

Ser devoto de San Martín significa, también, dedicar como él tiempo a la oración.

 

3.- Finalmente, unos diez años después de establecerse en Tours, los cristianos de la ciudad, que se habían quedado sin pastor, lo aclamaron como su obispo. Desde entonces san Martín, se dice que él lo aceptó por “deber”,  se dedicó con ardiente celo a la evangelización de las zonas rurales y a la formación del clero.

Lo cierto es que fue un obispo evangelizador, que realizó un gran esfuerzo porque el Evangelio de Jesús llegara a todos los rincones y a todas las personas. Para ello recorrió cada pueblo de su diócesis, dejando a un sacerdote en cada uno de ellos. Con ello, fue el fundador de las parroquias rurales en Francia.

San Martin evangelizaba no sólo con la palabra sino con el testimonio de su vida. Además de la caridad con los más pobres, que mantuvo siempre, tenía buen genio y era alegre y amable. En su trato empleaba la más exquisita bondad con todos, por lo que se ganó el cariño de todo el pueblo.

 

La vida de san Martín nos interpela para que nosotros también seamos evangelizadores. Los cristianos del siglo XXI hemos perdido la fuerza misionera. Quizás nuestra fe es demasiado débil o nos sentimos acomplejados ante una sociedad que está muy alejada de Dios. Hemos de recuperar la alegría de vivir la fe y de transmitirla.

“El Señor nos ha ungido, nos ha enviado a llevar la buena nueva a los desvalidos de nuestra sociedad”. Estas palabras eco de las palabras del profeta se cumplen en san Martín y están dirigidas también a nosotros.

Cada uno somos enviados para proclamar la buena nueva a todos, pero especialmente a los más pobres. Si nos comprometemos al servicio de los pobres, y vivimos unidos a Dios en la oración y recuperamos el entusiasmo evangelizador, habremos celebrado con autenticidad esta fiesta en honor del glorioso san Martín.

Dirijámonos ahora a la Virgen María, para que nos ayude a ser, como san Martín, testigos generosos del Evangelio de la caridad y constructores incansables de la comunión solidaria.

Y que san Martín parta su capa con nosotros para que nuestro corazón no se hiele de frio y nos otorgue vivir como comunidad cristiana la vida de Cristo.

Amén.

 

 

 

 

 

 

11 de noviembre 2024

PLEGARIA ANTE LA CATÁSTROFE DE VALENCIA

 

PLEGARIA ANTE LA CATÁSTROFE DE VALENCIA

 

 

 

 

Por Antonio DÍAZ TORTAJADA

Valencia

 

 

Dios y Señor de todo este mundo transitorio

que te compadeces y nos das la vida y el amor:

escucha nuestras oraciones y que nuestros gritos lleguen a Ti;

lloramos con nuestro pueblo, de Valencia;

escucha tu los lamentos desconsolados de niños y de mayores,

y haznos sentir la amargura y desesperación

de quienes buscan a sus seres queridos entre el agua y el barro.

Queremos ponernos en tus manos, Padre bueno,

para que nos cuides a todos y cada uno de nosotros.

Nos unimos en oración esperanzada

porque necesitamos de tu amparo y de tu protección,

pues sabemos que Tú todo lo haces posible

y que no nos dejas solos en ningún instante de nuestras vidas.

En medio de nuestra oración en estos momentos de dolor

nos hemos preguntado, ¿dónde te escondes, Señor, que no te vemos?

A veces nos gustaría tener una respuesta fácil,

saber dónde estás cuando pasan estas cosas,

pero nuestra relación contigo no es algo mágico.

Sabemos que no te escondes para no embarrarte,

ni estás mirando como ausente lo que estamos viviendo,

pero desde nuestro dolor y con nuestras manos manchadas

deseamos ver tu rostro Señor,

en medio de este acontecimiento como la DANA

que nos ha golpeado a todos muchísimo.

Permanece cerca de nosotros en estos momentos de angustia.

Conforta a todos aquellos cuyos hogares han sido arrasados.

Consuela y fortalece a todos los que han perdido a sus seres.

Llena con tu paz a los que esperan

en medio del miedo y la incertidumbre.

Que te veamos más allá de lo que nos está permitido,

que veamos el corazón humano cuando le inunda los temores y los miedos.

Y como no entendemos este misterio,

inevitablemente nos tenemos que hacer preguntas.

Te hemos visto pisando nuestras calles,

y entre papa y pala quitando el barro, llevando la esperanza,

de que Tú nos abrazas con tu Muerte y Resurrección,

aunque ahora no podamos entender nada.

Sabemos que Tú incluso comprendes la indignación

que nos causan estos hechos que nos desbordan,

oprimen y arrebatan las vidas de tantos seres queridos.

Estas calles cargadas de dolor, rabia y muerte

que encogen el corazón para soportar tanta angustia

que las manos de nuestros hermanos sean tus manos, Señor.

Queremos que ellas sean el lugar al que Tú acudes

para acompañarnos, cuando viene la hora de soledad en este destierro.

Señor, queremos sentirte muy cerca en estos momentos duros

en los que vemos que nuestro mundo se desvanecerse.

Y sabemos que Tú estás con nosotros

cubriendo con tus dos alas la soledad de nuestras alma,

la angustia de nuestro dolor, y la ausencia de nuestros seres queridos.

Y que sólo si es así, con nuestros huesos derrotados

y nuestra piel cubierta con la arcilla de este barro

aunque no te veamos es el fondo de este infierno humano el lugar,

donde Tú nos recoges y nos haces hijos de la Eternidad.

En estos momentos sólo queremos estar unidos a Ti

que eres el único que en medio de tanta oscuridad

puedes darnos la luz y la paz que tanto necesitamos.

Sabemos que este desastre también es producto

de nuestro descuido, y de nuestra indiferencia,

pues sabemos que Tú creaste todo lo existente,

pero fue la mano del hombre quien no cuidó la tierra

que Tú nos diste por hogar.

Por eso hoy, Señor, reconocemos las culpas

de lo que haya sido falta por nuestra responsabilidad,

y te pedimos perdón con un corazón arrepentido.

Enséñanos a vivir la esperanza del dolor.

Enséñanos a sentir con plena seguridad

que después del sufrimiento,

amaneceremos de nuevo a un mundo se nos presentará

empapado en claridad.

Oh, Virgen, Madre de los Desamparados,

te pedimos que intercedas con tu Hijo en favor nuestro,

para que, asumiendo esta tragedia humana

y animados con un verdadero espíritu de gratitud,

hacia los que han extendido su mano generosa ante tanta necesidad

sigamos los pasos de tu Hijo Jesucristo.

Amén.

martes, 2 de julio de 2024

MARíA DEL CARMEN, LA GRAN MISIONERA

 

MARÍA DEL CARMEN, LA GRAN MISIONERA

 

 

 

Por Antonio DÍAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

 

Cada 16 de julio, la Iglesia celebra la memoria de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. Pocas advocaciones de la Virgen han tenido tanta devoción a través de los siglos como es esta de la Virgen bajo la advocación del Monte Carmelo: la Virgen del Carmen, día marcado de forma especial en el calendario litúrgico de muchas localidades.

Esta advocación mariana surge en el siglo XII en torno a la cueva de Elías, situada en el Monte Carmelo, en la actual ciudad de Haifa (Israel). Unos ermitaños, precursores de las órdenes carmelitas, construyeron sobre la cueva una iglesia que dedicaron a la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora del Monte Carmelo.

Los carmelitas han sido conocidos por su profunda devoción a la Santísima Virgen. Ellos interpretaron la nube de la visión de Elías como un símbolo de la Virgen María Inmaculada. Ya en el siglo XIII, cinco siglos antes de la proclamación del dogma, el misal carmelita contenía una Misa para la Inmaculada Concepción.

Desde que en el siglo XIII se apareciera la Virgen al Superior General de los Carmelitas san Simón Stock, según la tradición, el 16 de julio de 1251, con estas palabras: “Toma este hábito, el que muera con él no padecerá el fuego eterno”, y le entregara el hábito y el escapulario, la devoción a la Virgen del Carmen se fue extendiendo por toda Europa, y España fue una de las naciones donde pronto su devoción por la Virgen del Carmen fue adquiriendo una devoción especial.

Después, fueron precisamente los frailes y las monjas, calzados y descalzos carmelitas los que llevaron la devoción a su patrona, a la Virgen del Carmen, a diferentes países.

Existen hoy órdenes de carmelitas en todo el mundo, masculinas y femeninas, que han asumido esta forma de vida, centrando la espiritualidad en la Virgen del Carmen.

En el año 1209 el patriarca de Jerusalén, Alberto, entregó a los ermitaños una Regla de vida, que sintetiza el ideal del Carmelo: la contemplación, la meditación de la Palabra de Dios y el trabajo.

También destaca entre las más antiguas formas de culto, especial y necesario a María Santísima, que cooperan a que “al ser honrada la Madre, sea mejor conocido, amado, glorificado el Hijo, y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamiento”. La celebración de la Virgen del Carmen, está entre las fiestas “que hoy, por la difusión alcanzada, pueden considerarse verdaderamente eclesiales”.

La Virgen nos enseña a: vivir abiertos a Dios y a su voluntad, manifestada en los acontecimientos de la vida. Escuchar la Palabra de Dios en la Biblia y en la vida, a creer en ella y a poner en práctica sus exigencias. Orar en todo momento, descubriendo a Dios presente en todas las circunstancias y a vivir cercanos a las necesidades de nuestros hermanos y a solidarizarnos con ellos.

Juan Pablo II, escribió: “También yo llevo sobre mi corazón, desde hace mucho tiempo, el Escapulario del Carmen. Por el amor que siento hacia nuestra Madre celestial común, cuya protección experimento continuamente, deseo que este año mariano ayude a todos los religiosos y las religiosas del Carmelo y a los piadosos fíeles que la veneran filialmente a acrecentar su amor y a irradiar en el mundo la presencia de esta Mujer del silencio y de la oración, invocada como Madre de la Misericordia, Madre de la esperanza y de la gracia”.

Los hombres del mar la tienen por su fiel protectora, la Marina española la tiene como patrona. Ella es la Estrella de los Mares. María es muy querida por los hombres y mujeres del mar, honrada y festejada por la Marina Española y admirada por todos los discípulos de su Hijo, porque ella es la Estrella del Mar, que ilumina el camino, que es como el faro seguro que conduce a Cristo, puerto de Salvación. María, para nosotros, es siempre luz en nuestro caminar, faro seguro que orienta hacia Cristo, puerto seguro de salvación.

La vida de María es un canto al amor a Dios y al amor a los hermanos. Su vida entera es una vida consagrada a Dios y al cumplimiento de lo que Dios le pedía: Por amor a Dios, está siempre atenta a lo que Dios puede pedirle, descubriendo, desde esa escucha, los planes de Dios sobre ella; por amor a Dios, se pone plenamente a su servicio y de cuanto Él le pedía; por amor, ante el anuncio del Ángel de parte de Dios que iba ser la Madre del Salvador, ella pronunció su “hágase en mi según tu palabra”, y esta va a ser la respuesta constante de su vida toda: tanto cuando las cosas le son favorables y a Cristo le aclama el pueblo como un verdadero profeta, buen predicador y gran milagrero, como cuando pasaba por momentos de dolor y angustia viendo a su Hijo condenado a muerte y muriendo en la cruz, ella va a seguir diciendo “hágase”. Y por amor a Dios antepone siempre los planes de Dios a sus propios planes.

Monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado en marzo de 1980 durante su ministerio episcopal, al menos en tres ocasiones, se refirió con palabras muy hermosas a la Virgen del Carmen y a las celebraciones del 16 de julio. El Arzobispo alaba esta devoción y pide que se convierta en una plataforma de evangelización y de liberación. Con un estilo pastoral que nos recuerda mucho al documento de “Aparecida” y también al papa Francisco. Romero nos invita a descubrir la fuerza evangelizadora que late tras la piedad popular que --aunque en ocasiones deba ser purificada de ciertos riesgos como el sentimentalismo pasajero, el mero “exteriorismo” folclórico o la falta de compromiso en la vida-- supone una riqueza enorme para toda la Iglesia. En esta piedad el pueblo sencillo encuentra en muchas ocasiones la forma de expresar las grandes verdades de la fe, así como su esperanza y su confianza en Dios a través de la Virgen María.

No hay predicadora más atrayente que la Virgen del Carmen en medio de nuestro pueblo”—decía monseñor Romero en 1977-: “Nuestro pueblo siente que María, bajo ese título del Carmen, es la gran misionera popular (…). Unamos pues nuestra reflexión a este cariño del pueblo, de la vida religiosa y sacerdotal a Nuestra Señora del Carmen”. Poco tiempo después, el Arzobispo era tiroteado mientras celebraba la eucaristía y caía muerto cerca de una imagen de la Virgen del Carmen.

jueves, 11 de abril de 2024

HOMILÍA VIRGEN DESAMPARADOS

 

HOMILÍA VIRGEN DESAMPARADOS

 

 

 

I.- En los relatos evangélicos de la Resurrección de Cristo, la Virgen María no tiene aparentemente ningún protagonismo. Pero qué difícil pensar que quien tuvo un papel fundamental en el momento de la Cruz como corredentora, no lo tenga también en el momento de la Resurrección.

¡Cómo debió vivir la Virgen María el aparente silencio de Dios Padre cuando su hijo Jesús es crucificado en el Calvario! Resonarían en su mente y en su corazón las palabras que le dijo el anciano Simeón: “Mira, este niño será signo de contradicción, y a ti, una espada atravesará tu alma”.

María fue testigo del evento de la Pasión. Ella estuvo de pie junto a la Cruz; no se dobló ante el dolor, sino que su fe la fortaleció. Ella nos fue entregada como Madre por su Hijo como parte del testamento de Cristo en la Cruz. Y en su corazón desgarrado de Madre permaneció siempre encendida la llama de la esperanza. Dios no podía dejar abandonado a su Hijo Jesús, aunque su muerte es lo que parecía transmitir. De hecho, muchos de sus discípulos vivieron la muerte del Maestro como un fracaso: ¿dónde estaban Pedro y los demás apóstoles? ¿Por qué abandonaron Jerusalén y se fueron camino de Emaús dos de sus discípulos?

Pero María, en cambio, se mantuvo firme en su esperanza, confiaba plenamente que Dios rompería su silencio. Y aunque no aparece reflejado en los Evangelios, ¿por qué no imaginar que ella fue la primera testigo de la resurrección de Jesús de entre los muertos? Ella experimento el “grito” de Dios, el “sí” que suponía la Resurrección: ¡la Vida ha vencido a la muerte! ¡La misericordia y el amor han vencido sobre el mal!

La Buena Noticia de la Resurrección de Cristo comenzaba así su andadura, iniciando un viaje a través de la historia de la humanidad, que abre un nuevo y maravilloso horizonte.

Y María es la primera en beneficiarse de esta nueva Vida, que está alimentada por la fe y la esperanza. Si Cristo ha resucitado, podemos mirar con ojos y corazón nuevos todo evento de nuestra vida, también los más negativos. Los momentos de oscuridad, de fracaso y también de pecado pueden transformarse y anunciar un camino nuevo. Cuando hemos tocado el fondo de nuestra miseria y de nuestra debilidad, Cristo resucitado nos da la fuerza para volvernos a levantar, convierte nuestras dificultades en oportunidades para crecer.

Y hoy el Evangelio nos introduce en el Cenáculo, ya de noche, el mismo día de la Resurrección de Jesús. Los discípulos de Emaús “contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan” (Lc 24,35). Ya no hay lugar a dudas: son muchos los testimonios que, a lo largo de aquel día, han confirmado la Resurrección del Maestro. No había otro tema de conversación. Estaban hablando de estas cosas, se ayudaban mutuamente a recordar las promesas de Jesús, “cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: Paz a vosotros” (Lc 24,36). Les saludó con la paz, como tiempo atrás les había recomendado que hicieran cuando entraran a una casa (cfr. Lc 10,5).

Aunque los presentes en el Cenáculo –los Apóstoles y María-- estaban ya convencidos de la Resurrección del Señor, reaccionaron con sorpresa y temor ante la aparición, “pensando que veían un espíritu” (Lc 24,37). Les sucedió como aquella noche en el mar, cuando se les había aparecido sobre las aguas, en medio de la tormenta (cfr. Mc 6,50). En esta ocasión, Jesús les insiste en la realidad de su presencia física. Y les enseña sus heridas como si fueran sus credenciales, su documento de identidad. “Les dijo: ¿Por qué os asustáis, y por qué admitís esos pensamientos en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies: soy yo mismo. Palpadme y comprended que un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo”. Y dicho esto, les mostró las manos y los pies” (Lc 24,38-40).

 

II.- La Liturgia actualiza el misterio pascual y, por tanto, la misión apostólica. Como hace veinte siglos, Jesús resucitado nos dice ahora a nosotros: “Vosotros sois testigos de esto” (Lc 24,48). Esta llamada al apostolado forma parte de nuestra identidad cristiana. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en una llamada dirigida a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo.

Con la conciencia de una misión tan importante, queremos hacer lo mismo que aquellos primeros cristianos: Acudimos a María, Madre nuestra y Madre de los Desamparados para que nos ayude a convertirnos en anunciadores de la Pascua de Jesucristo.

María es la mujer de la Pascua, la mujer del anuncio, la mujer de la misión. Aunque poco sabemos de cómo fue la vida de la Virgen después de la Resurrección de Jesucristo, me atrevería a decir que realmente Ella vivió con alegría, energía y prontitud aquel encargo de ir por el mundo haciendo discípulos del Señor.

Para María la Resurrección de Jesús tuvo que tener un valor especial. Ella tuvo que vivirlo de forma muy distinta a los demás, porque de Ella nació Jesús, Ella lo crió, Ella lo vio crecer, Ella aprendió a guardar las cosas en su corazón al verlo predicando en el templo delante de los sacerdotes contando Jesús con apenas nueve años, Ella lo vio madurar, de Ella se despidió cuando se fue al desierto para prepararse al camino de su vida pública, Ella lo animó a hacer su primer milagro en aquella boda de Caná, Ella escuchó decir que su madre y sus hermanos son los que cumplen la voluntad de Dios y la ponen en práctica y…. Ella lo vio, y lloró amarga y desconsoladamente, roto y clavado en la Cruz. ¿Hay algo que duela más que un hijo? La Resurrección de Jesús supuso para María revivir gozosamente la inolvidable frase del ángel Gabriel: “Para Dios no hay nada imposible”.

Decía san Agustín que vivir el tiempo de Pascua consiste sencillamente en imitar con prontitud las virtudes de María. Imitar a María no es caer en la adoración hacía ella únicamente. El imitar a María es unirnos más a Jesús porque él se complace al ver que en nosotros hay algo de su Madre amadísima.

Jesús nunca nos daría, como modelo a imitar, a alguien que nos apartara de él, así que si nos dio a la Santísima Virgen fue porque ciertamente en ella encontramos a una persona humana que se dio a la causa del amor, que resistió el dolor de ver morir a su propio Hijo en la Cruz, que ante todo, respondió a la voluntad del Padre porque no cualquiera se lanza a la misión que María tuvo, no cualquiera resiste los dolores que ella experimentó, en fin, en ella tenemos a una amiga, a una compañera y sobre todo a una madre en quien confiar.

 

III.- Esta mañana estamos convocados por su Hijo, el Señor Resucitado, para honrar, contemplar y rezar una vez más a su Madre y Madre nuestra. Y al Señor Jesús queremos darle gracias porque nos ha dado a su Madre como nuestra Madre. Sintamos su presencia en nuestra vida para que nunca nos sintamos desamparados en nuestros desvalimientos y dificultades.

María es nuestra Madre y forma parte de nuestra vida. La Madre de Dios es y la sentimos como Madre nuestra: Es la madre que nunca nos abandona. ¿No es éste el significado profundo de nuestra alegría y de la manifestación de devoción y cariño a la Virgen hoy?

Nuestra presencia en esta celebración eucarística no es algo postizo: Es expresión sentida de nuestro amor a la Madre. La hemos recibido en vuestra vida con todas las consecuencias. Juan “la recibió como algo propio”, es decir, como su propia madre. No se trata sólo de acogerla por un día. Los discípulos de Jesús recibimos un verdadero tesoro, justamente para que no nos sintamos nunca solos y desamparados, y, sobre todo, para que vivamos como auténticos discípulos de Cristo. Porque la Virgen María es la Madre de Dios: Ella nos da a Dios y quiere llevarnos a su Hijo, el Hijo de Dios, para que creamos en Él, le sigamos y seamos sus testigos allá donde nos encontremos.

Y, si abrimos nuestro corazón a María, podríamos preguntarnos, ¿qué nos trae la Virgen para cada uno de nosotros?

En primer lugar de la Virgen, Madre de Dios y de los Desamparados podemos decir que es la morada de Dios con los hombres. Sí, hermanos: la Virgen María fue la primera morada del Dios en este mundo. En ella el mismo Dios se hizo Hombre entre nosotros. Desde los primeros siglos a la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, está unida una veneración particular a su Madre: ella tuvo la dicha de concebir en su seno virginal al Hijo de Dios, compartiendo con ella incluso el latido de su corazón.

¡Qué maravilla si somos capaces de unir nuestro corazón al latido del corazón de María! En su latido de corazón de Madre sentiremos la presencia y cercanía de Dios; en su latido acogeremos el amor de Dios hacia nosotros y le responderemos con el nuestro, como María; en este latido viviremos el amor fraterno con todos con cuantos nos encontremos en nuestro camino; y este amor fraterno será donación de si, entrega desinteresada, misericordia, perdón, renuncia, ayuda al hermano; buscaremos siempre el bien que elimina hambres, injusticias, discriminaciones, que va siempre orientado hacia la verdad y el bien del otro. ¡Qué belleza adquiere la vida humana, cuando nuestro corazón late con la fuerza que el corazón de nuestra Madre pone en nuestras vidas!

En un segundo lugar la Virgen, Madre de Dios y de los Desamparados nos enseña a vivir siempre animados por la caridad a Dios y al prójimo: por una caridad franca y verdadera, sin fingimiento ni farsas, siendo capaces de aborrecer lo malo y de apegarnos a lo bueno, para vivir siempre con esperanza y en la alegría de sabernos amados por Dios. Esta es la caridad que impulsó a María a aceptar ser Madre de Dios y Madre nuestra. Este es el amor que la llevó a olvidarse de sí misma para ponerse en manos de Dios, para acoger y cuidar la vida, para pasar los primeros meses de su embarazo al servicio de su prima Isabel, para unirse al ofrecimiento de la vida a su Hijo en la Cruz por la salvación de todos los hombres.

¡Qué hondura tiene la vida de nuestra Madre! El Espíritu Santo que hizo presente al Hijo de Dios en la carne de María, ensanchó su corazón hasta la dimensión del corazón de Dios y la impulsó por la senda de la caridad.

El mismo Espíritu Santo que la cubrió con su sombra, hizo que se pusiera al servicio de su prima Isabel, de los sirvientes en las bodas de Caná, de los discípulos del Señor, de todos nosotros. El Espíritu Santo la impulsa a salir a la misión para ir al encuentro del prójimo necesitado, quien le da la fuerza para afrontar las dificultades y los peligros para su vida. Todo gesto de amor genuino de María, contiene en sí un destello del misterio infinito del amor de Dios: la mirada de atención al hermano, estar cerca de él, compartir su necesidad, curar sus heridas, responsabilizarse de su futuro, todo, hasta los más mínimos detalles, está animado por el Espíritu de Cristo.

Ojalá que también nosotros sepamos como María tener esa mirada misericordiosa para saber ver y atender las necesidades de nuestros hermanos. Hay muchas personas que sufren en su cuerpo y en su espíritu; los enfermos, las personas que sufren soledad, los matrimonios y las familias rotas y sus hijos, o los mayores aparcados en residencias. Muchos otros sufren el paro, la precariedad económica o la angustia por no llegar a fin de mes. También hay injusticias, guerras, violencia y amenazas, la esclavitud del alcohol y las drogas.

Ante este panorama no podemos cerrar los ojos. Tampoco podemos quedarnos con los brazos cruzados. Hoy la Virgen nos anima a todos a tener su misma mirada. Por eso hoy, me atrevo a deciros como nos lo dice el Señor: “No tengáis miedo”, no os dejéis llevar por el desanimo, no perdáis nunca la esperanza. Salid a las periferias, sed testigos del amor de Dios y dadlo a conocer a todos. Como María, los cristianos sabemos muy bien, que sin Dios y su amor no somos nada. Sin Dios, el hombre pierde el norte en su vida y en la historia. Sin Dios desaparece la frescura y la felicidad de nuestra tierra. Si el hombre abdica de Dios abdica también de su dignidad, porque el hombre sólo es digno de Dios. La mayor violencia contra el hombre y su dignidad, su mayor tragedia, es la supresión de Dios del horizonte de su vida. Pertenecemos a Dios puesto que Él nos ha creado y nos llama a la Vida, y vida en plenitud: en Él está nuestro origen y en Él esta nuestro fin. Las cosas mueren; sólo Dios permanece para siempre.

 

IV.- Tenemos mucha información sobre el Jesús de la historia, pero no una fe personalizada en Cristo como misterio actual y presente, no una fe integrada en la Eucaristía, en una lectura vivencial del Evangelio, en una comunidad viva que desarrolla su comunión en una esperanza sólida. Necesitamos encontrarnos vivencialmente con Cristo en una experiencia intensamente afectiva, ilusionada, ilusionante. Necesitamos saber escucharle personalmente a él diciéndonos “soy yo, no temas”, porque afectivamente estamos lejos y fríos.

Cristo, desde la Cruz nos dio a su Madre, pero no nos podemos quedar en el Viernes Santo, sino hemos de pasar a la Pascua.

En todos los momentos de nuestra vida, incluso en los momentos difíciles y preocupantes, podemos contar con el consuelo y la protección de la Madre de Dios y Madre nuestra. Tengamos la certeza de que la Virgen nos acompaña siempre. Sabemos bien que ella nos mira y nos acoge con verdadero amor de Madre; cada uno de nosotros, nuestras familias y nuestro pueblo estamos en su corazón; ella cuida de nuestras personas y de nuestras vidas; ella camina con nosotros en nuestras alegrías y esperanzas, en nuestros sufrimientos y dificultades.

Que María nos obtenga el don de saber creer y amar como Ella supo creer y amar. A María, a la “Mare de Déu dels Desamparats”, le pedimos que nos dé un corazón como el suyo. Con María tenemos que decir que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es la persona humana, su vida, su naturaleza, su dignidad, su libertad y su conciencia ante las ideologías del pensamiento único. No hay verdadero desarrollo y progreso sin este respeto a la persona que pasa por garantizar que pueda vivir según la dignidad que Dios le ha dado, desde su concepción hasta su muerte natural. María nos enseña que solamente Dios es el garante de la dignidad del ser humano, creado a su imagen; sólo Dios fundamenta su dignidad y alimenta su anhelo de ser más.

Que la Madre de Dios y de los Desamparados, nos guíe y proteja en todos los momentos y situaciones de la vida. A Nuestra Señora la Virgen de los Desamparados encomendamos especialmente a nuestros niños y jóvenes, a nuestros matrimonios y familias, a nuestros mayores y enfermos, a todos los que sufren y toda la comunidad parroquia de Santa María.

Pidámosle a María que nos ayude también a nosotros a acoger en plenitud el anuncio pascual de la Resurrección, para encarnarlo en lo concreto de nuestra vida cotidiana, como ella lo hizo. Que la Virgen María nos dé la certeza de fe, para que cada paso sufrido de nuestro camino, iluminado por la luz de la Pascua, sea bendición y alegría para nosotros y para los demás, en especial para los que más sufren del desamparo de la sociedad de nuestro tiempo.

 

 

(Parroquia Santa María del Mar, 14 de abril 2024)

viernes, 16 de febrero de 2024

HOMILIA A LAS COFRADÍAS

 

HOMILÍA CELEBRACIÓN DE LA XLI EXPOSICIÓN DIOCESANA

 

 

BENETÚSSER, 18 FEBRERO DE 2024

 

 

 

 

 

Lectura del libro del Génesis 9, 8-15

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 3, 18-22

Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 12-15

 

 

 

1.- Con la imposición de la Ceniza comenzábamos el pasado miércoles la Cuaresma, tiempo que precede y dispone a la celebración de la gran fiesta de la Pascua.

La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios “de todo corazón”, a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar.

De este tiempo de Cuaresma, que nos conduce a la Semana Santa, a la Pascua, se ha dicho infinidad de definiciones. Personalmente deseo destacar dos.

La primera, estando en pleno primer domingo de este tiempo es: La Cuaresma, una llamada a la conversión.

La cuaresma es un viaje de regreso a Dios. En el Evangelio de san Marcos, que acabamos de escuchar, notamos que a dos verbos en indicativo siguen dos en imperativo: el anuncio de lo que Dios hace exige la correspondencia humana. Jesús –hemos oído- proclama la Buena Noticia, el tiempo de la promesa “ha cumplido el plazo” y “está cerca” el Reino, al que tendía toda la antigua Alianza: para acogerlo, para entrar en el Reino, es necesario “cambiar de mentalidad”, “convertirse”, y aceptar la lógica exigente y desconcertante de la fe, la adhesión amorosa y activa al designio de Dios; cambiar “el rumbo”, dejando el mal camino, el malgastar la vida, a veces cayendo muy bajo (como el Hijo Pródigo), y volver al padre, a casa, a nuestro ser hijos, a la vida, a Dios.

La segunda es: La Cuaresma, una primavera espiritual. Hace referencia al número cuarenta. Cuarenta años de Israel, de Egipto a la Tierra Prometida; cuarenta días de Moisés en el Sinaí; cuarenta días de Jesús en el desierto. Significa tiempo favorable de encuentro con Dios, un tiempo de gracia y de amor. Tiempo propicio para reconocer la voluntad de Dios en nuestra vida, de discernir y saber qué me pide Dios en esta etapa de mi vivir. Esto bien se puede calificar de arranque, de “primavera espiritual”, ocasión para renacer y crecer en el espíritu, en su voluntad. Todo crecimiento, comporta crisis, prueba. Las tentaciones son pruebas que nos permiten decir sí a Dios, confiar en Él en medio de las dificultades y contrariedades; ser fieles al camino debido, a la vocación recibida. Ahí en la prueba, en la tentación, vencer es usar la libertad para ser fieles a Dios y decir sí a Él, cueste lo que cueste.

 

2.- Junto a la libertad para ser fieles a Dios está el amor a Dios y el amor que recibimos de Dios –su gracia- con el que podemos decir sí, serles fieles hasta el fin. Se ha dicho con toda razón que hacerse hombre significa hacerse “pobre”. Ser humano es no tener nada con que presentarse fuerte frente a Dios, ningún apoyo, ninguna fuerza o seguridad fuera del compromiso y el sacrificio del propio corazón, y esto fruto de la gracia. De ahí que muchas de las vidas de los seres humanos parezcan una carrera para tapar esa pobreza radical de nuestro ser, tratando de revestirnos de dinero, de poder, fama, apariencia, nombre; de cubrir nuestra consustancial fragilidad y desnudez.

De ahí que todo eso se torne en ídolos a los que nos encadenamos y servimos: ídolos frágiles, también, mentiras con las que parecer algo en la vida, con las que tapar nuestra humana desnudez. Por ello la tentación de Satanás, desde los comienzos, hizo y hace lo mismo, y siempre le reconocemos por las palabras: “Seréis como dioses”.

Esta es la tentación de las tentaciones, con mil variaciones: la tentación contra la verdad de la naturaleza asignada al hombre. Y Jesús vence, recordando al Tentador la verdad, que sólo Dios es Dios; y cuál es la verdad, la autenticidad del ser humano. Y, por tanto, su libertad y felicidad para lo que ha sido creado. De esta manera, es necesario tener la valentía de rechazar todo lo que nos lleva fuera del camino, los falsos valores que nos engañan atrayendo nuestro egoísmo de forma sutil. Solamente Dios puede darnos la verdadera felicidad. Es inútil que perdamos nuestro tiempo buscándola en otro lugar, en las riquezas, en los placeres, en el poder, en la carrera…El Reino de Dios es la realización de todas nuestras aspiraciones, porque es, al mismo tiempo, salvación del hombre y gloria de Dios.

 

3.- Para suplicar, entender, y vivir, todo esto hemos acudido a celebrar esta Eucaristía. Para suplicarle vivir una Cuaresma de conversión, de vuelta a Dios, de renacimiento espiritual, de encuentro con Cristo nuestro Salvador, fijando nuestra mirada en su rostro, en el de Aquel que “sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conducirnos a Dios”.

Para aprender de su rostro, su mirada de compasión, y su perenne lección de humildad. Humildad, que si somos capaces de aprenderla algo más en esta Cuaresma, nos dará la necesaria sabiduría para vencer las tentaciones y escapar de las recurrentes y consabidas trampas del enemigo de nuestra salvación y de nuestra felicidad.

Que la Semana Santa a la que nos estamos preparando nos ayude a vivir de la luz y la fortaleza para seguir la voluntad de Dios en nuestras vidas. Que para ello nos dispongamos a acoger la gracia que fluye en estos días santos en la Palabra de Dios, en los ejercicios piadosos y actos de nuestras Hermandades y Cofradías, en los Sacramentos y celebraciones litúrgicas de nuestras parroquias, especialmente en el sacramento de la Penitencia y en la Eucaristía.

Recordemos que para nosotros, cristianos, la Cruz es Jesús, y en nosotros gracias a Él, camino y puerta de la Resurrección. Y lo es porque aquella Cruz suya, aquel Viernes, quedó transformada por su amor; de lugar infame e ignominioso pasó a ser signo de su amor y entrega absoluta por nosotros; lugar de esperanza y de perdón.

Por ello, en tiempos de interrogantes y sufrimientos, seamos gente comprometida en volver a Dios, tan olvidado; en volver a la verdad de nosotros mismos, viviendo desde dentro la oportunidad de renacer a la fe, para ser así portadores de ayuda, ánimo y consuelo; auténticos “cirineos” en tantas pasiones dolorosas que tenemos cerca, también “cirineos” de tantos servidores del prójimo, cuidadores de nuestros ancianos, profesionales sanitarios y de servicios que atienden de tantas formas a nuestros conciudadanos.

 

4.- Que nuestras Hermandades y Cofradías sigan llenas de hombres y mujeres que, siempre, se sientan queridos por Dios en la persona de su Hijo. Y. por ello, fervientes testigos de su amor y portadores de esperanza.

Este tiempo de Cuaresma es un buen momento para recuperar la alegría y la esperanza que hace sentirnos hijos amados del Padre. Este Padre que nos espera para sacarnos las ropas del cansancio, de la apatía, de la desconfianza y así vestirnos con la dignidad que solo un verdadero padre o madre sabe darle a sus hijos, las vestimentas que nacen de la ternura y del amor.

Junta Mayor Diocesana y queridos miembros de las Hermandades y Cofradías de nuestra diócesis de Valencia tan rica, gracias a vosotros de celebraciones solemnes de la Semana Santa durante generaciones: No perdáis la esperanza.

Queremos seguir las huellas de Jesucristo, pero sabemos que no es fácil. Sabemos lo que significa ser seducidos por el dinero, la fama y el poder. Por eso, la Iglesia nos regala este tiempo, nos invita a la conversión con una sola certeza. Él nos está esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que degrada, degradándose o degradando a otros. Es el Dios que tiene un nombre: Misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, su nombre es nuestra fama, su nombre es nuestro poder y en su nombre una vez más volvemos a decir con el salmo: “Tú eres mi Dios y en ti confío”.

 

5.- Quisiera añadir una tercera idea que os debe caracterizar: “ser misioneros”. Tenéis una misión específica e importante, que es mantener viva la relación entre la fe y las culturas de los pueblos a los que pertenecéis, y lo hacéis a través de la religiosidad popular. Cuando, por ejemplo, lleváis en procesión el crucifijo con tanta veneración y tanto amor al Señor, no hacéis únicamente un gesto externo; indicáis la centralidad del misterio pascual del Señor, de su Pasión, Muerte y Resurrección, que nos ha redimido; e indicáis, primero a vosotros mismos y también a la comunidad, que es necesario seguir a Cristo en el camino concreto de la vida para que nos transforme. Del mismo modo, cuando manifestáis la profunda devoción a la Virgen María, señaláis al más alto logro de la existencia cristiana, a Aquella que por su fe y su obediencia a la voluntad de Dios, así como por la meditación de las palabras y las obras de Jesús, es la perfecta discípula del Señor.

Esta fe, que nace de la escucha de la Palabra de Dios, vosotros la manifestáis en formas que incluyen los sentidos, los afectos, los símbolos de las diferentes culturas... Y, haciéndolo así, ayudáis a transmitirla a la gente, y especialmente a los sencillos, a los que Jesús llama en el Evangelio “los pequeños”.

En efecto, el procesionar juntos por nuestras calles y plazas y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador.

Es necesario seguir por este camino. Sed también vosotros auténticos evangelizadores. Que vuestras iniciativas sean “puentes”, senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él. Y, con este espíritu, estad siempre atentos a la caridad. Cada cristiano y cada comunidad es misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio, y da testimonio del amor de Dios por todos, especialmente por quien se encuentra en dificultad. Sed misioneros del amor y de la ternura de Dios. Sed misioneros de la misericordia de Dios, que siempre nos perdona, nos espera siempre y nos ama tanto.

Y que la Santísima Virgen del Socorro, que vivió en su soledad y dolor llena de fe al pie de la Cruz, sea el gran modelo de entereza y entrega en este tiempo. Que su amor de Madre sea nuestro socorro, llenando nuestras vidas de su luz y su consuelo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Benétusser 18 febrero 2024