LA EUCARISTIA, CENTRO DE LA
RELIGIOSIDAD POPULAR
Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad
Popular
La renovación litúrgica del concilio
Vaticano II acentuó la dimensión celebrativa y festiva de la fe cristina,
centrada en el misterio pascual de Cristo Salvador, en particular en la
Eucaristía. A partir de esta renovación crecen las manifestaciones de la religiosidad
popular, especialmente la piedad eucarística.
El culto al Santísimo Sacramento
constituye uno de los pilares de la espiritualidad popular. La Eucaristía no
ocupa un lugar concreto en la historia de la salvación, sino que la ocupa toda
ella, de tal manera que está presente en el Antiguo Testamento como figura;
está presente en el Nuevo Testamento como acontecimiento y está presente en el
tiempo de la Iglesia, en el que vivimos nosotros, como sacramento. La figura
anticipa y prepara el acontecimiento, el sacramento prolonga y actualiza el
acontecimiento. Por tanto, en el mismo corazón de la Iglesia se encuentra el
Santísimo Sacramento, que la alienta y vivifica.
A la luz de la naturaleza y las
características propias del culto cristiano, es evidente, ante todo, que los
ejercicios de piedad deben ser conformes con la sana doctrina y con las leyes y
normas de la Iglesia; además deben estar en armonía con la Sagrada Liturgia, y tener
en cuenta, en la medida de la posible, los tiempos del año litúrgico y favoreciendo
una participación consciente y activa en la oración común de la Iglesia.
Los ejercicios de piedad pertenecen
a la esfera del culto cristiano. Por esto, la Iglesia siempre ha sentido la
necesidad de prestarles atención, para que a través de los mismos, Dios sea
glorificado dignamente y el hombre obtenga provecho espiritual e impulso para
llevar una vida cristiana coherente.
La Liturgia, por naturaleza, es
superior, con mucho, a los ejercicios de piedad, por lo cual en la praxis pastoral
hay que dar a la Liturgia el lugar preeminente que le corresponde respecto a
los ejercicios de piedad; Liturgia y ejercicios de piedad deben coexistir
respetando la jerarquía de valores y la naturaleza específica de ambas
expresiones cultuales.
Una consideración atenta de estos
principios debe llevar a un verdadero empeño para armonizar, en la medida de lo
posible, los ejercicios de piedad con los ritmos y las exigencias de la
Liturgia; esto es, sin fusionar o confundir las dos formas de piedad; para
evitar, consiguientemente, la confusión y la mezcla híbrida de Liturgia y
ejercicios de piedad.
No debemos contraponer la Liturgia a
los ejercicios de piedad o, ir contra el sentir de la Iglesia, eliminándolos,
produciendo un vacío que con frecuencia no se ve colmado, en perjuicio del
pueblo fiel de los ejercicios de piedad.
En los ejercicios de piedad se debe
acentuar el espíritu bíblico y la inspiración litúrgica, y también debe
encontrarse en su expresión el aspecto ecuménico.
Se debe mostrar en ellos el núcleo
esencial, descubierto a través del estudio histórico y hacer que reflejen
aspectos de la espiritualidad de nuestros días, teniendo en cuenta las
conclusiones ya adquiridas por una sana antropología, respetando la cultura y
el estilo de expresión del pueblo al que se dirigen, sin perder los elementos tradicionales
arraigados en las costumbres populares
Las expresiones eucarísticas de la
piedad popular son: Adoración el Jueves Santo (“Monumento”); visita diaria a
Jesús Sacramentado (“Quince minutos en compañía de Jesús”), novena al Santísimo
Sacramento, octavario breve al Santísimo Sacramento, Jueves eucarísticos, Jueves
Santo (hora santa por las vocaciones sacerdotales), Adoración Nocturna, Jubileo
eucarístico o Cuarenta horas, y Adoración perpetua o Adoración continua, entre
otras.
Centremos nuestra atención en
algunas de estas expresiones eucarísticas de la piedad popular.
Jueves Santo: La visita
al lugar de la reserva del Santísimo Sacramento. La piedad popular es
especialmente sensible a la adoración del Santísimo Sacramento, que sigue a la
celebración de la misa en la cena del Señor. A causa de un proceso histórico,
que todavía no está del todo claro en algunas de sus fases, el lugar de la reserva
se ha considerado como “santo sepulcro". Los fieles acudían para venerar a
Jesús que después del descendimiento de la Cruz fue sepultado en la tumba,
donde permaneció unas cuarenta horas. Es preciso iluminar a los fieles sobre el
sentido de la reserva: Realizada con austera solemnidad y ordenada
esencialmente a la conservación del Cuerpo del Señor, para la comunión de los
fieles en la celebración litúrgica del Viernes Santo y para el Viático de los
enfermos, es una invitación a la adoración, silenciosa y prolongada, del sacramento
admirable, instituido en este día.
Por lo tanto, para el lugar de la
reserva hay que evitar el término "sepulcro" ("monumento"),
y en su disposición no se le debe dar la forma de una sepultura; el sagrario no
puede tener la forma de un sepulcro o urna funeraria: El Sacramento hay que
conservarlo en un sagrario cerrado, sin hacer la exposición con la custodia. Después
de la media noche del Jueves Santo, la adoración se realiza sin solemnidad, pues
ya ha comenzado el día de la Pasión del Señor
La solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor: El jueves o domingo siguiente a la
solemnidad de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra la solemnidad del Santísimo
Cuerpo y Sangre del Señor. La fiesta, extendida en 1269 por el Papa Urbano IV a
toda la Iglesia latina, por una parte constituyó una respuesta de fe y de culto
a doctrinas heréticas acerca del misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía;
por otra parte fue la culminación de un movimiento de ardiente devoción hacia
el augusto Sacramento del Altar. La piedad popular favoreció el proceso que
instituyó la fiesta del Corpus Christi, con su consiguiente procesión por las
calles del Santísimo en la custodia o expositor, a su vez, esta fue causa y
motivo de la aparición de nuevas formas de piedad eucarística en el pueblo de Dios.
Durante siglos, la celebración del Corpus
Christi fue el principal punto de confluencia de la piedad popular a la
Eucaristía. En los siglos XVI-XVII, la fe, reavivada por la necesidad de
responder a las negaciones del movimiento protestante, y la cultura –arte, literatura, folclore –han contribuido a
dar vida a muchas y significativas expresiones de la piedad popular para con el
misterio de la Eucaristía.
La procesión de la solemnidad del
Cuerpo y Sangre de Cristo es, por así decir, la "forma tipo" de las
procesiones eucarísticas. Prolonga la celebración de la Eucaristía: inmediatamente
después de la Misa, el pan que ha sido consagrado en dicha misa se conduce
fuera de la iglesia para que el pueblo cristiano dé un testimonio público de fe
y de veneración al Santísimo Sacramento.
Los fieles comprenden y aman los
valores que contiene la procesión del Corpus Christi: Se sienten "pueblo
de Dios" que camina con su Señor, proclamando la fe en Él, que se ha hecho
verdaderamente el "Dios con nosotros". Con todo, es necesario que en
las procesiones eucarísticas se observen las normas que regulan su desarrollo,
en particular las que garantizan la dignidad y la reverencia debidas al
santísimo Sacramento; y también es necesario que los elementos típicos de la
piedad popular, como el adorno de las calles y de las ventanas, la ofrenda de
flores, los altares en los diversos ángulos de las calles donde se colocará el
Santísimo en las estaciones del recorrido, los cantos y las oraciones muevan a
todos a manifestar su fe en Cristo, atendiendo únicamente a la alabanza del Señor,
y ajenos a toda forma de emulación.
Las procesiones eucarísticas
concluyen, normalmente, con la bendición del Santísimo Sacramento. En el caso
concreto de la procesión del Corpus Christi, la bendición constituye la
conclusión solemne de toda la celebración: En lugar de la bendición sacerdotal
acostumbrada, se imparte la bendición con el Santísimo Sacramento.
Es importante que los fieles
comprendan que la bendición con el Santísimo Sacramento no es una forma de
piedad eucarística aislada, sino el momento conclusivo de un encuentro cultual
suficientemente amplio. Por eso, la normativa litúrgica prohíbe la exposición
realizada únicamente para impartir la bendición.
La adoración eucarística: La adoración del Santísimo Sacramento es una
expresión particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la
Iglesia exhorta a los sacerdotes y fieles. Su forma primigenia se puede
remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la misa en
la Cena del Señor y a la reserva de las sagradas especies. Esta resulta muy
significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del sacrificio
del Señor y su presencia permanente en las especies consagradas.
La reserva de las especies sagradas,
motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en
cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en
los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar
a Cristo presente en el Sacramento. De hecho, la fe en la presencia real del
Señor conduce de un modo natural a la manifestación externa y pública de esta
misma fe. La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa
Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio
pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad
infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo.
Al detenerse junto a Cristo Señor,
disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos
y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al
ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este
maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta
manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que
es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos
ha dado el Padre.
La adoración del Santísimo
Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular
entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse
de diversas maneras: La simple visita al
Santísimo Sacramento reservado en el sagrario: Breve encuentro con Cristo,
motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa en el Sagrario o expuesto en la custodia o en la
píxide, de forma prolongada o breve, o bien en la denominada Adoración Perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda
una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial,
y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.
Todos estos actos de piedad popular,
tan arraigados en la vida de nuestro pueblo cristiano, hacen que sean espacio
para que Cristo se haga presente, y desde ellos debemos evangelizar esta experiencia
de fe que nos resulta “próxima”.
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