MAYO: MES DE MARÍA
Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado
Episcopal de Religiosidad Popular
San Pablo VI en la carta Encíclica “Mense
Maio”, atribuye de manera impresionante la belleza de este mes a la virgen
María. Hay en él un “éxitus” y un “reditus”. Según él, “el mes de mayo es el
mes en el que los templos y en las casas particulares sube a María desde el
corazón de los cristianos el más ferviente y afectuoso homenaje de su oración y
de su veneración. Y es también el mes en el que desde su trono descienden hasta
nosotros los dones más generosos y abundantes de la divina misericordia”.
No podemos afirmar que los católicos
muestran su sentido de veneración a la Virgen María únicamente en el mes de
mayo, sino que lo especial de este mes es que, toda la Iglesia pone su atención
a la contemplación del papel de la madre de Dios en la historia de nuestra
salvación. Para ello, el mes de mayo es tiempo de intensificar nuestras
oraciones a Dios a través de María por las necesidades propias y las del mundo
entero. Es tiempo en el que la Iglesia invita a todos los fieles a interiorizar
e imitar las virtudes de María tanto a nivel personal como comunitario. Así
que, el rezo del rosario se vuelve muy importante durante este mes. A través de
la contemplación de diferentes misterios del rosario, María nos trae a Jesús a
nuestras vidas como lo trajo al mundo durante la Encarnación.
Es importante tener en cuenta que, desde
la Edad Media se consagró el mes de las flores a la madre de Dios con el fin de
rendirle culto a las virtudes y belleza de la Santísima Virgen María. Ahora
bien, ¿por qué María es tan especial para los cristianos católicos en el mes de
mayo? Lo especial de Ella se halla en su trascendentalidad en la Iglesia y en
la historia de nuestra salvación.
Fuera del amor que los católicos le
tienen a la Madre de Dios, ella es considerada siempre como camino seguro y
corto que nos lleva a Jesús. De hecho, muchos católicos popularmente certifican
esta certeza con esta afirmación: “A Jesús por María.” Quiere decir, para
llegar a Jesús de manera segura, es importante pasar por su Madre. El papa
Pablo VI en su carta Encíclica “Mense Maio” claramente atestigua esta realidad
al afirmar que “todo encuentro con Ella no puede menos de terminar en un
encuentro con Cristo mismo. ¿Y qué otra cosa significa el continuo recurso a
María si no un buscar entre sus brazos, en Ella, por Ella y con Ella, a Cristo
nuestro Salvador, a quien los hombres en los desalientos y peligros de aquí
abajo tienen el deber y experimentar sin cesar la necesidad de dirigirse como a
puerto de salvación y fuente trascendente de vida?”.
María es un camino intermediario a
través del cual el Salvador del mundo nos llega y nos concede favores todos los
que acudimos a Él por medio de su Madre. Es preciso recordar la intervención de
María durante las bodas de Caná con sus palabras intercesoras: “Haced lo que Él
os diga”. Ella dirigió esas palabras consoladoras y esperanzadoras a los
sirvientes de la boda en el momento tan difícil, tan estresante, y tan
dilemático por la carencia del vino, bebida que alegraba la vida en cualquier
boda judía. Esas palabras de contienen todo el anhelo, la vivencia y la misión
de María, es decir, conducirnos a la identificación con Jesucristo.
María es el camino por excelencia hacia
Jesucristo. El camino por el que Cristo llegó al hombre debe también ser el
camino por el que nosotros llegamos a Cristo. Cristo vino a nosotros a través
de la Virgen María. Por eso, le damos a María un lugar privilegiado en nuestra
vida y confiamos a Ella nuestra entrega y donación en el seguimiento de Jesucristo.
Si la amamos, también amamos al Salvador del mundo porque Jesús y María son
inseparables. Los santos aprueban con su vida la importancia de pasar por María
para llegar a Jesús. Pues han sido hombres y mujeres con gran devoción a Ella y
muchos se han consagrado a Ella para que su Hijo les condujera a la santidad.
La Santísima Virgen María es educadora
del pueblo cristiano en la oración y en el encuentro con Dios. Ella oraba sin
desfallecer y la oración era la vida de su alma y toda su vida era oración. En
el cenáculo ejerciendo su función maternal, se reunía con los apóstoles y
discípulos de su Hijo, perseverando con ellos en la oración ensenándoles a
disponer sus corazones para acoger el Espíritu Santo, regalo prometido de
Jesucristo. En este sentido, María es Maestra de oración y ejemplo de cercanía
a Dios.
Así que, no hay lugar a dudas que el mes
de mayo es tiempo de intensa y confiada oración a Dios de parte de nosotros por
medio de María. La oración no es otra cosa que la relación personal de los
hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el
Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones. Normalmente es el dialogo
entre Dios misericordioso y el ser humano que reconoce a Él como su creador. En
resumen, la oración tiene que ver con caminar en la presencia de Dios, escuchar
y obedecer su voz que suena en la consciencia del ser humano.
En este mes, los católicos acuden
frecuentemente a Dios a través de María por medio del Rosario: Ver los
misterios de Jesús con los ojos de María. La Virgen María siempre juega el
papel de mediadora, aunque este rol no quita nada ni agrega algo a la eficacia
de Cristo, único mediador entre Dios y los hombres. Acerca de esto, el concilio
Vaticano II precisa que, la Santísima Virgen María “(…) continua alcanzándonos
por su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna. Con amor maternal
cuida de los hermanos de su Hijo que peregrina, se debaten entre peligros y
angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz.
Eso explica el por qué la Bienaventurada Virgen María es invocada en la Iglesia
con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora”.
Al tener en cuenta que la Santísima Virgen
María es camino corto y seguro hacia Jesús, los fieles católicos acuden a Ella
con frecuencia con el motivo de conseguir favores del Salvador del mundo. Ella
es intercesora por antonomasia por la Iglesia y por todo el pueblo de Dios
salvado por su Hijo. Se acude a Ella, entre otras cosas, para poder combatir el
pecado, superar los dilemas que se presentan en el diario vivir de la
existencia humana, mantener la fidelidad a su Hijo y obtener la conversión.
Todo ello, hace que el mes de mayo sea especial para la Iglesia que peregrina
aquí en la tierra.
María es, además, ejemplo de los que
escuchan la Palabra de Dios con un corazón generoso y dan fruto con
perseverancia. Se ubica la fe de María en el marco de la escucha de la Palabra
de Dios. Ella puso su confianza en Dios y colocó su porvenir en las manos del
Todopoderoso para que en Ella se cumpliera su voluntad. Podemos decir que la fe
impulsó a María a vivir la Palabra de Dios al pie de la letra. En la Encíclica “Lumen
Fidei” el papa Francisco hace hincapié en la fe inquebrantable de la madre de
Dios al explicar que “en la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue
dirigida a María y ella la acogió con todo su ser, en su corazón, para que
tomase carne en Ella y naciese como luz para los hombres.”
En la actitud de fe de la Santísima
Virgen, se ha concentrado toda la esperanza del Antiguo Testamento en la
llegada del Salvador. Vale decir que en María se cumple la larga historia de fe
del Antiguo Testamento, que incluye la historia de tantas mujeres fieles,
comenzando por Sara, mujeres que, junto a los patriarcas, fueron testigos del
cumplimiento de las promesas de Dios y del surgimiento de la vida nueva. Al
igual que Abraham que dejó su tierra confiado en la promesa de Dios, María se
abandona con total confianza en la palabra que le anuncia el Ángel,
convirtiéndose así en modelo de todos los creyentes y salvados por su Hijo.
No hay duda de que, por la fe la Santísima
Virgen María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la
Madre de Dios. En la visita a santa Isabel entonó el canto de alabanza al
Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él. Junto
con san José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes.
Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el
Calvario. Esos episodios muestran que la Virgen es la mejor maestra de la fe,
pues siempre se mantuvo en una actitud de confianza y de visión sobrenatural.
Ella guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón. Su camino de fe,
aunque en modo diverso, es parecido al de cada uno de nosotros: hay momentos de
luz, pero también momentos de cierta incertidumbre respecto a la Voluntad
divina. Cuando encontraron a Jesús en el Templo, María y José no comprendieron
lo que les dijo.
Ahora bien, ¿Cómo responder siempre con
una fe tan firme como María, sin perder la confianza en Dios? La respuesta es
sencilla: imitar sus virtudes. La imitación de las virtudes de María es tratar
de que, en la vida de cada creyente esté presente esa actitud suya de fondo
ante la cercanía de Dios. Al igual que Ella, procuremos reunir en nuestro
corazón todos los acontecimientos que nos suceden, reconociendo que todo
proviene de la Voluntad de Dios. María mira en profundidad y así entiende los
diferentes acontecimientos desde la comprensión que solo la fe puede dar y
solucionar los dilemas de nuestra vida. Imitar a María implica contemplar su
vida con el ejemplo de una vida coherente que muestra la autenticidad y
veracidad de nuestra vocación de seguidores de Jesucristo y de hijos de Dios.
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