DESDE
EL MONTE CARMELO, MARÍA ILUMINA
Por Antonio DÍAZ
TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular
El Carmelo es el Monte de María. Parece
que Dios sentía predilección por pregonar sus bandos desde la cúspide de las
montañas: Sinaí, Tabor, Bienaventuranzas, Gólgota... El monte Carmelo, con cuya
extraordinaria belleza compara a su Esposa el Cantar de los Cantares, es de
sabor netamente bíblico. Hay que ir hasta el Libro de los Reyes o más arriba
para dar con su origen. Dos son los montes que en Palestina llevan este nombre.
El de Judea es árido y seco, parece que pesa sobre él la maldición de Cristo
contra el pueblo deicida. Y el de Galilea, por el contrario, es fértil y
fecundo en toda clase de frutos. Está junto al mar Mediterráneo y fue el teatro
donde se deslizó la vida del profeta de Dios, Elias Tesbita.
Esta fiesta, a toda la Iglesia en 1726 por
Benedicto XIII, y recoge la narración bíblica que se entreteje entre Ellas, el
Carmelo y María. El pueblo de Israel había vuelto a pecar. Dios envió a Elias
para castigarle. Este profeta, en cuyo corazón y labios ardía el fuego del
culto al verdadero Dios, cerró el cielo con el poder de su oración. Tres años y
medio sin caer una gota de agua sobre la tierra. Arrepentidos, vuelve Elias a
interceder por ellos y el Señor escucha su oración. Elías sube a la cumbre del
Carmelo. Se postra en tierra y ora con fervor. Manda a su criado que mire hacia
el mar. Sube y mira. No hay nada. Vuelve a subir hasta siete veces. A la
séptima dice: “Divísase una nubecilla, pequeña como la palma de la mano de un hombre,
la cual sube del mar [...] Y en brevísimo tiempo el cielo se cubrió de nubes
con viento, y cayó una gran lluvia”. Algunos autores, sobre todo a partir del
siglo XIV, vieron en esta nubecilla, en figura o tipos bíblicos, a la Virgen
Inmaculada, mediadora universal. La Iglesia así lo ha aceptado en su liturgia.
El monte Carmelo es un abultado volumen de historia. Ha visto pasar a su vera
los pueblos más diversos. Desde muy antiguo habitaron los carmelitas en él y en
él comenzaron a dar culto a la Virgen Inmaculada.
A ella, a Santa María, tal cual la
celebraban en la alta Edad Media, sobre todo a partir del concilio de
Calcedonia, los ermitaños del monte Carmelo levantaron una célebre capilla,
meta de peregrinaciones a fines del siglo XI, o principios del XII. Con ello no
hacían más que ponerse bajo su patronato, o, como entonces se decía, bajo su
título. Más adelante se unirá, formando una sola, la doble idea: María-Carmelo.
En el siglo XX, se hicieron excavaciones para buscar restos arqueológicos de
esta venerada capilla.
En marzo de 1958 el conocido arqueólogo
franciscano Belarmino Bagatti comenzó las excavaciones junto a la llamada “Fuente
de Elias” y unos meses después descubría los cimientos y parte de los muros de
una capilla de 22,30 por 6,25 metros, y junto a ella una pared de 2,5 metros de
ancha que parece ser los restos del primitivo monasterio de San Brocardo. La
simbólica interpretación de la nubecilla, que no es más que una hermosa figura
para significar a la humilde y pura Virgen María como mediadora universal de
todas las gracias por su divina maternidad corredentora, contribuyó a aumentar
el profundo marianismo que impregnó, desde sus orígenes, la historia, liturgia
y espiritualidad del Carmelo. El monte Carmelo ha ido pasando de unas manos a
otras, aunque sus pacíficos y legítimos moradores son los hermanos de la
Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. Poco después de la milagrosa aprobación
de la regla carmelitana por Honorio III en 1226 vinieron los carmelitas a
Occidente. El pueblo los recibió como llovidos del cielo. Eran los llamados: Hermanos
de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.
Pronto comenzó una negra persecución
contra ellos. El general de la Orden, san Simón Stock (1165-1265), acudía con
lágrimas de dolor a la Santísima Virgen para que viniera en auxilio de su
Orden. Hasta llegó a componerle algunas fervorosas plegarias que rezaba con
seráfico fervor. He aquí la redacción breve de la aparición, entrega y promesa
del santo escapulario. Es una de las más críticas y antiguas que se conocen:
“El noveno fue San Simón de Inglaterra, sexto general de la Orden, el cual
suplicaba todos los días a la gloriosísima Madre de Dios que diera alguna
muestra de su protección a la Orden de los carmelitas, que gozaban del singular
título de la Virgen, diciendo con todo el fervor de su alma estas palabras:
"Flor del Carmelo, vid florida, esplendor del cielo, Virgen fecunda y
singular, ¡oh Madre dulce, de varón no conocida!, a los carmelitas da
privilegios, estrella del mar".
Se le apareció la Bienaventurada Virgen
acompañada de una multitud de ángeles, llevando en sus benditas manos el
Escapulario de la Orden y diciendo estas palabras: "Este será privilegio
para ti y todos los carmelitas, quien muriere con él no padecerá el fuego
eterno, es decir, el que con él muriere se salvará"“.
Desde este momento comienza María a obrar
prodigios por medio del santo escapulario. Todo esto sucedía a finales del siglo
XII y principios del XIII. El santo patriarca Alberto les ordenará que se
instalen junto a la Fuente de Elías, que construyan un pequeño oratorio en
medio de sus celdas donde se habrían de reunir diariamente para oír la santa misa
y rezar las horas canónicas.
Consta que la
capilla fue construida y dedicada a Santa María, en cuyo altar se veneraba un
icono de la Virgen como titular de la misma; de ahí les vendrá el nombre con el
que serán conocidos, incluso jurídicamente: “Hermanos de la Bienaventurada
Virgen María del Monte Carmelo”, o simplemente Carmelitas, y así se les
seguirá llamando hasta el día de hoy.
Aquel bíblico
Monte les conferirá a dichos Hermanos su propia entidad, tanto por la dimensión
mariana de su espiritualidad como por la huella eliana tan presente y viva de los Hijos de los Profetas de quienes
se declararon sus seguidores, considerando al gran Patriarca del Carmelo como
su Padre y Fundador.
A mediados del
siglo XIII y bajo la amenaza constante del Islam aquel grupo de ermitaños se
vio obligado a refugiarse en lugares más seguros a la vez que se iban formando
nuevas comunidades. Primero fue en San Juan de Acre, fortaleza de cristianos, y
más tarde se fueron expandiendo hacia Chipre, Sicilia, Italia, Malta, Francia,
Inglaterra…, fundando otros “carmelos” a semejanza del primitivo de Tierra
Santa. El hecho mismo de tener su origen en la propia tierra de Jesús “en cuyo
obsequio se proponen vivir”, y teniendo a la Virgen María como su Madre y
Patrona, es decir, la “Señora del lugar”, configurará a aquel grupo tanto en su
espiritualidad como en el carisma específico y propio, dentro del grupo de las
órdenes mendicantes. De ahí que todo carmelita siempre vivirá “orientado” hacia
el lugar de origen y no sólo como simple punto referencial.
La finalidad de
la recién nacida orden, aunque ni oficial ni canónicamente aún lo era, la pone
de manifiesto el mismo sumo pontífice Urbano IV cuando, con ocasión de exhortar
a los fieles del Patriarcado Latino de Jerusalén que ayudaran con sus limosnas
a la reconstrucción del monasterio destruido por los árabes, manifestaba que
aquel convento se erigía “para gloria de Dios y de la predicha y gloriosa
Virgen, su Patrona·. Para estas fechas ya el papa Inocencio IV había
reconocido a los carmelitas como orden mendicante, dentro del grupo formado por
franciscanos, dominicos y agustinos mediante la bula Quae honorem Conditoris
del 1 de octubre de 1247, gracias a lo cual no solamente sobrevivieron sino
que se expandieron por toda Europa como una orden recién nacida.
Porque, en
realidad, esta “adaptación”, también llamada “mitigación”, fue en efecto una
refundación que habría de cambiar el destino de la Orden, hecho
desgraciadamente mal entendido y peor explicado al considerar esta adaptación
papal no como un reconocimiento oficial por parte de la Iglesia elevándola a la
categoría de orden, sino más bien como un acto de relajación, de degradación,
si cabe la palabra, respecto a la austeridad de sus principios, cuando era
justo todo lo contrario. En tal error cayó por ignorancia la propia Teresa de
Jesús, totalmente excusable en la santa de Ávila, pero no en sus incondicionales
y desorientados seguidores, quienes debieran conocer mucho mejor la verdadera y
auténtica historia del Carmelo y no falsearla por intereses muy poco ortodoxos.
Tampoco en
Europa fue muy bien visto aquel título de Hermanos de Santa María del Monte
Carmelo dentro del mismo mundo eclesiástico, especialmente religioso, pero
los carmelitas lo defendieron con toda energía hasta el punto de que se
hicieron célebres las interminables diatribas en el ámbito universitario inglés.
Es cierto que los carmelitas no podían probar que tuvieran un fundador jurídico
y formal como Francisco de Asís y Domingo de Guzmán, pero tampoco lo tenían los
agustinos; de ahí las grandes polémicas muy propias de la Edad Media. Sin
embargo aquellos monjes del Monte Carmelo lograron prevalecer con todo derecho.
En la Constituciones de 1281 la rubrica prima declaraba con toda solemnidad
y de modo oficial que, “dando testimonio de la verdad, declaramos que desde el
tiempo en que los profetas Elías y Eliseo vivieron devotamente en Monte
Carmelo…, nosotros, sus seguidores, servimos al Señor en diversas partes del
mundo hasta el día de hoy”.
En este marco histórico
podemos entender la famosa visión stockiana, es decir, la Entrega del Santo
Escapulario de la Virgen a San Simón Stock, VI Prior General de la Orden,
según la tradición, y la verdadera pasión de los carmelitas por su Madre y
Patrona. “Esta elección del patronato mariano, leída en el contexto feudal,
condiciona toda la orientación espiritual del grupo originario de los
carmelitas y su actitud hacia María, porque ven en Ella la “Señora del lugar”
en la Tierra de su Señor Jesús, en obsequio del cual pretenden vivir. Así el
patronato, como contrato de naturaleza sinalagmática, aplicado a las relaciones
del fiel con María, comporta, por parte de la “traditio personae”, el servitium
y la mancipatio de los cristianos, es decir, el estar dedicados a
María y honrarla…, con la mediación de dones, gracias y beneficios, por lo que,
para ellos todo bien proviene de Dios a través de María”.
La primera vez
que se representa la Entrega del Santo Escapulario a San Simón Stock es
en el cuadro de Tomás de Vigilia que se conserva en el convento de Corleone
(Sicilia) de 1492, justo bajo la media luna que aparece bajo los pies de la
Virgen, como en el Apocalipsis. La más antigua representación que se conoce en
cuanto a la visión stockiana se refiere, lo cual no quiere decir que hasta
entonces se desconociera puesto que el santo escapulario ya era en esta época muy
popular.
Según la
tradición, tal aparición tuvo lugar al rayar el alba del día 16 de julio de
1251, es decir, la entrega del santo escapulario por parte de la Virgen a san
Simón Stock.
Era muy notorio
y bien conocido el hecho; de ahí que entre los maestros espirituales carmelitas
se hablara del “habito de la Virgen”, pero no se populariza hasta que el papa
Nicolás V extiende tal privilegio a terciarios y cofrades mediante la bula Cum
Nulla de 1452 y la divulgación de la famosa bula sabatina que arrastro casi
en su totalidad a todos los fieles de la Iglesia Católica. De ahí que Edith
Stein, la santa carmelita judía, pudo con razón escribir que el Escapulario
marrón (como escribe ella), “vestido de salvación y signo de la protección
maternal de la Virgen…nos une con innumerables fieles de todo el mundo”.
La Virgen del
Carmen, por su densa historia, no solamente goza de una gran popularidad sino que
ha sido fuente de inspiración para los artistas de todos los tiempos,
comenzando por Masaccio en el Trecento italiano hasta Goya, pasando por
Velázquez, Murillo, Gregorio Fernández, la Roldana y el Tiépolo en Venecia.
Ninguna advocación mariana en la Iglesia Santa de Dios presenta tantas facetas
inspiradores para el arte como Nuestra Señora del Carmen prefigurada en la Nubecilla
Eliana, Abogada del Purgatorio y Patrona de las gentes del mar.
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