LA CUARESMA UN CAMINO CON MARIA
Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado
Episcopal de Religiosidad Popular
La
Cuaresma de María se prolongó toda la vida de Cristo. Fueron treinta y tres
años de travesía y de profunda preparación y de cercanía con Jesús. Una
catequesis de silencio, de entrega, de renuncias, de discreción, de servicio,
de compromiso. Ella recorrió este camino cuaresmal aceptando los compromisos
inherentes a su «Sí» a Dios.
Como
Cristo es el "hombre de dolores", por medio del cual se ha complacido
Dios en "reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la
tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz", así María es la
"mujer del dolor", que Dios ha querido asociar a su Hijo, como madre
y partícipe de su Pasión.
Desde
los días de la infancia de Cristo, toda la vida de la Virgen, participando del
rechazo de que era objeto su Hijo, transcurrió bajo el signo de la espada. Sin
embargo, la piedad del pueblo cristiano ha señalado siete episodios principales
en la vida dolorosa de la Madre y los ha considerado como los "siete
dolores" de Santa María Virgen.
Un
elemento de este caminar cuaresmal que la
“religiosidad popular” nos ofrece es el Vía Matris. La intuición
fundamental de este camino de meditación considerar toda la vida de la Virgen,
desde el anuncio profético de Simeón hasta la muerte y sepultura del Hijo, como
un camino de fe y de dolor: camino articulado en siete "estaciones",
que corresponden a los "siete dolores" de la Madre del Señor.
Este
ejercicio de “religiosidad popular” del Vía Matris se armoniza muy bien con
algunos temas propios del itinerario cuaresmal. El dolor de la Virgen tiene su
causa en el rechazo que Cristo ha sufrido por parte de los hombres. El Vía
Matris remite constante y necesariamente al misterio de Cristo, siervo
sufriente del Señor, rechazado por su propio pueblo, y remite también al
misterio de la Iglesia: las estaciones del Vía Matris son etapas del camino de
fe y dolor en el que la Virgen ha precedido a la Iglesia y que esta deberá
recorrer hasta el final de los tiempos.
El
camino recorrido por Jesús, el hijo, del tribunal de Pilatos al Monte Calvario,
lo recorrió también María, la Madre: fue en gran parte un camino común, por lo
cual algunas “estaciones” de los dos
ejercicios piadosos coinciden. Bajo este perfil, el Vía Crucis es también un
Vía Matris. Sin embargo, ya que toda la vida de la Virgen --su camino -- fue
marcada por el sufrimiento, el pueblo cristiano la unificó en forma conceptual
y la celebró en forma cultual como el “camino del dolor”, asumiendo como clave
de lectura la participación de la Madre a la pasión del Hijo y como modelo de
celebración el Vía Crucis.
Los
estudiosos de la “religiosidad popular”, al tratar sobre el Vía Matris, le
atribuyen, aún sin indicar una documentación específica, un origen español.
Ciertamente
durante los siglos XVII y XVIII la atención en España y los países americanos
dependientes entonces de la corona española hacia la pasión de Cristo y hacia
los dolores de la Santa Virgen era muy profunda y difundida. Lo atestigua una
abundante literatura devota de este aspecto. De cualquier forma, un antecedente
del Vía Matris puede ser la procesión instituida en 1661 por los frailes Siervos
de María de la Comunidad de “Nuestra Señora del Buen Suceso” de Barcelona: el domingo
de Palmas desfilan por las calles adyacentes a la iglesia de los Siervos siete
“pasos‟” (grupos de esculturas que representan las escenas sagradas),
simbolizando los siete dolores de la Virgen. Un año después, el 13 de julio de
1837, Gregorio XVI con el breve “Cum sane laudabilis” reconocía que “desde hace
no mucho tiempo en las Iglesias del Orbe Cristiano [se ha] hecho más frecuente
el uso tan valioso y saludable de renovar en algunos días establecidos y con
determinadas preces la memoria de los dolores de la Virgen Madre de Dios con un
cierto ejercicio piadoso, o devocional”
El
fundamento teológico del vía Matris, así como el resto de todos los ejercicios
de piedad mariana, es la indisoluble unión de María con Cristo, en la
realización del proyecto salvífico de Dios, que tiene en la encarnación del
Verbo y en la muerte y resurrección de Cristo, sus más altas expresiones. La
Virgen es la “íntima socia” en la realización de la obra de la redención. Por
lo tanto, asociados en el designio de la salvación. Cristo crucificado y la
Virgen Dolorosa están también asociados en las celebraciones de la liturgia y
en las manifestaciones de “religiosidad popular”.
La
intuición fundamental del Vía Matris es la de considerar toda la vida de la
Virgen, desde el anuncio de Gabriel y de la profecía de Simeón hasta la muerte
y la sepultura de su Hijo, como un camino de fe y de dolor. En el Vía Matris este
camino se realiza en siete “estaciones”, correspondientes a siete episodios, en
los cuales la piedad del pueblo cristiano ha individuado los siete “principales”
dolores de la Madre del Señor.
Así
como el Vía Crucis, el Vía Matris es una “oración bíblica”: es decir que
proviene del Evangelio, entendido en el sentido literal o interpretado a la luz
de la tradición de la Iglesia, y evoca los episodios de dolor y de salvación
que poco a poco contempla.
Pero
sería una limitación el hecho de restringir el ámbito meditativo únicamente a
los episodios evangélicos que se contemplan, a pesar de ser ricos de
perspectivas: cada uno de ellos tiene la sombra de hechos del Antiguo
Testamento y se proyecta sobre otros del Nuevo Testamento. De esta forma, por
ejemplo, el misterio de la “infancia perseguida”, es una constante bíblica: en
su infancia Moisés, el futuro legislador y mediador de la Alianza, sufre la
persecución; en su “infancia” Israel, “hijo de Dios”, es objeto de la
persecución de los faraones; en su infancia, Jesús, el Mesías Salvador, es
perseguido por Herodes; en su “infancia”, la Iglesia es perseguida, como lo
atestiguan los Hechos de los Apóstoles en sus puntuales episodios y como el
Apocalipsis lo predice con su lenguaje simbólico-profético: “El dragón se puso
delante de la mujer que estaba por dar a luz para devorar al niño recién nacido
[…] pero cuando el dragón se precipitó sobre la tierra, se dirigió a la mujer
que había dado a luz un hijo varón”.
Los
episodios de dolor de la vida de Cristo y de María representan la consumación
del dolor que pesa sobre la humanidad desde sus inicios como consecuencia de la
misteriosa “ruptura” entre Dios y el hombre, que ocurrió en los origen y de las
sucesivas, repetidas infidelidades a la Alianza.
El
Vía Matris, piadoso ejercicio mariano, tiene una clara orientación, por otra
parte, cristológica. Porque “en la Virgen María todo está en relación a Cristo
y todo depende de él” hasta los “dolores” se refieren al “misterio de la
pasión” de su Hijo, que caracterizó los años de infancia, de la vida pública y
se cumplió en la hora de la cruz: por ella son determinados, a la luz de ella adquieren
un significado, unidos a ella tiene una eficacia salvadora para la vida de la
Iglesia y de los fieles en forma individual. Como dice insistentemente la
liturgia: un solo amor asocia al Hijo con la Madre, un solo dolor los reúne,
una sola voluntad los impulsa: agradarte a ti [Padre], único y supremo bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario