APORTACIÓN DE LAS COFRADÍAS A LA IGLESIA
Por Antonio DIAZ TORTAJADA
Presidente
de la Comisión Diocesana de Religiosidad Popular y Delegado Diocesano de la
Junta de Hermandades y Cofradías
Las cofradías y hermandades son una
realidad eclesial, de naturaleza asociativa. Los miembros son, pues, fieles
cristianos y, por tanto, mayoritariamente laicos. Su estructura jurídica es
asociativa, no constituyendo en sí mismas una institución jerárquica, y se
gobiernan por sus propios estatutos, que han de ser aprobados por la
correspondiente autoridad eclesiástica.
Comparten con todas las formas de
asociación en la Iglesia la búsqueda de la perfección cristiana de sus
miembros, así como la promoción y la participación en la vida y misión de la
Iglesia. Cada cofradía, se define por algún aspecto de esta vida de la Iglesia,
a cuyo cuidado o realización se siente especialmente llamada.
Toda asociación canónica surge, por
supuesto, de la voluntad libre de sus miembros; pero implica también siempre
una llamada, una particular gracia de Dios, que hace nacer en diferentes
momentos históricos estas variadas formas de vida y comunión eclesial para bien
de los fieles y de la misión de la Iglesia. Las iniciativas asociativas de los
fieles –y las cofradías– han de ser consideradas, por tanto, como una
contribución importante para la realización del ser cristiano en cada momento,
queridas por Dios.
Pues la vida de estas asociaciones es
expresión de la naturaleza comunional misma de la Iglesia, y en concreto, de la
dinámica de vida en el Espíritu propia de todos los fieles, aunque sus formas
históricas sean siempre contingentes..
De ello habla la misma palabra
“cofradía”. Muestra así la novedad profunda de estas realidades asociativas,
que no son expresión de las dinámicas sociales civiles, sino que implican,
manifiestan y están al servicio de la peculiar realidad de fraternidad que es
la Iglesia fundada por Cristo: “Porque uno solo es vuestro maestro y todos
vosotros sois hermanos”,
Se corresponde pues con la naturaleza
más íntima de las cofradías el dejarse interpelar precisamente por la situación
actual de la vida y de la misión de la Iglesia en nuestro mundo.
Debemos partir de una constatación sobre
nuestra sociedad: No existe ya un tejido social hecho de valores cristianos,
que hasta hace poco se daba por descontado. Es necesaria una “nueva
evangelización”, porque la fe ha perdido fuerza en nuestras vidas e incluso
resulta muchas veces desconocida en sus contenidos esenciales. Los fieles
cristianos mismos tendemos a vivirla privadamente, sin la alegría y la audacia
propias del creer en Jesucristo, sin mucha capacidad de comunicación.
En esta situación histórica,
participando de la marcha de la Iglesia en estos momentos, ¿qué pueden
significar más específicamente las cofradías, qué pueden aportar?
Conviene considerar, en primer lugar, la
significación de la dimensión asociativa como tal de las cofradías para la vida
de fe de los cofrades; pues el bien de sus miembros es siempre finalidad
primera de toda asociación de fieles.
Los frutos de esta vida asociativa son
de dos géneros: los derivados de asumir así el propio ser cristiano con un
gesto personal y libre; y los provenientes del fin y de la actividad específica
de la asociación, en este caso la devoción viva por el misterio de la pasión
redentora de Cristo.
Así pues, ser miembro de una cofradía
significa en primer lugar una forma concreta de participación en la vida de la
Iglesia. Establece un vínculo que reafirma la propia relación con la Iglesia, y
ello es en sí mismo un bien. Pues el ser cristiano no puede quedarse en lo
abstracto, sino que necesita formas de realización, relaciones vividas,
experimentables. Esto es de particular valor en el momento presente, en que la
relación del fiel con la Iglesia como “pueblo de Dios” concreto y visible, como
comunidad viva, no puede ya darse por descontada. De modo que la salvaguardia
por las cofradías de su identidad más propia, cristiana y eclesial, es ya un
servicio primordial para la fe de sus miembros.
Esta dimensión eclesial primera de las cofradías
se ha expresado también en su preocupación por la vida espiritual, e incluso
temporal, de sus cofrades. Esto ha significado, por ejemplo, el interés en que
los participantes en las “estaciones de penitencia” se confiesen y comulguen, en
la visita a los hermanos enfermos, en que reciban los últimos sacramentos, con
frecuencia en la existencia de sufragios por los miembros difuntos; e incluso
en el auxilio en especiales necesidades de naturaleza más temporal. Esta
dimensión de caridad y solidaridad, de atención a los necesitados, ha podido
tener gran importancia en la historia de algunas hermandades.
Al mismo tiempo es verdad, sin embargo,
que las cofradías no se identifican con el todo de la Iglesia ni de la vida
cristiana de los fieles.
Las cofradías de Semana Santa, brotan de
un especial sentido de la fe del pueblo cristiano, que mira con devoción grande
el misterio de la redención cumplido por nuestro Señor en la Cruz.
Son realidades del segundo milenio,
enraizadas en la Edad Media y desarrolladas sobre todo a partir del siglo XVI.
Tienen en común con la fe de los primeros siglos la defensa de la figura de
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre; pero responden a las preguntas
modernas, agudas tras la “reforma” del siglo XVI: ¿dónde encuentro a un Dios
misericordioso? ¿quién es Jesucristo para mí? ¿cuál es su victoria sobre el
mal?
La sensibilidad por la Encarnación,
manifestada en la contemplación de todos los aspectos del camino que hace
humanamente el Señor Jesús por nuestra redención, está en el centro de la fe
cofrade. En los padecimientos, en la paciencia infinita, en los sacrificios
cumplidos por nosotros hasta el final, ven los fieles la grandeza incalculable
del amor de Cristo por nosotros, comprensible, visible y conmovedora –sobre
todo para quien se sabe parte del mundo pecador y causa de sufrimientos.
Ver y sentir de nuevo el drama de la
pasión y de nuestra salvación en sus manifestaciones principales, percibidas en
toda la densidad de la experiencia humana –de dolor y de amor inmenso– del Hijo
de Dios, es una verdadera salvaguarda de la fe del fiel cofrade.
La fe adquiere así un realismo
extraordinario, tanto en referencia al Dios en quien creemos, al que confesamos
hecho hombre y Salvador; como con respecto al mundo y al hombre, al fiel
cristiano, que se reconoce pecador, llamado al cambio, a la penitencia y al
amor verdadero, es decir a la conversión.
En nuestra época es especialmente
relevante seguir afirmando la fe en Jesucristo, es decir, percibiendo el
significado de su humanidad, en la que Dios se revela y nos salva. Pues existen
multitud de presentaciones de su figura que, con la excusa del conocimiento
histórico, interpretan a Jesús al final como un hombre más en la historia del
mundo.
El Vaticano II respondió ya a estas
formas modernas de pensamiento –desarrolladas sobre todo al hilo del
racionalismo y de filosofías e ideologías de los siglos XIX y XX–, mostrando
cómo en Jesús tiene lugar la comunicación de sí definitiva que Dios hace a los
hombres, manifestada sobre todo en la obra de la Pasión. No obstante, la lucha
por la comprensión de la persona histórica de Jesús sigue muy viva en nuestra
sociedad, ya no sólo en los debates científicos, sino también con los grandes
medios actuales de comunicación.
En este contexto, se comprende la
actualidad plena de la vocación cofrade y el servicio que puede prestar a la
salvaguardia y a la comunicación de la fe en Jesucristo. Este es, por otra
parte, el camino adecuado para poder conservar la fe en Dios, tan puesta en
cuestión y tan expulsada de la vida en nuestro tiempo. Hoy día, en efecto, es
convicción de muchos que Dios no existe y, en todo caso, que no cambiaría nada
la vida.
Comprender el amor de Dios es posible
contemplando al Crucificado y Resucitado. Y ello hace posible creer
verdaderamente en Dios, sabiendo que no cuestiona, sino que crea y defiende la
libertad de cada uno, llamándonos a la tarea de la vida, a la dignidad del
amor. La fe en Cristo, propia de una cofradía auténtica, enseña al mismo
tiempo, cuál es la dureza del pecado, la frialdad del desamor en el hombre, la
tendencia hacia la muerte, que han de ser vencidas para que la vida cambie,
para que el hombre, su corazón y su alma, se salven. El hermano cofrade sabe
muy bien y testimonia con su presencia pública que la fe en Dios, que nos ha
amado así, ilumina y cambia la vida profundamente.
Este es, pues, el testimonio de fe que
las cofradías dan en la actualidad, el que deben cuidar por encima de todo, su
contribución más específica: la fe y el amor verdadero por Aquel a quien llevan
en su “paso”. Y así encontrarán las cofradías la razón permanente de su vida y
de su unidad.
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