EL
MUNDO RURAL MIRA HACIA SAN ISIDRO
Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad
Popular
Nuestro mundo rural mira con esperanza hacia
san Isidro labrador. Nuestros hombres y mujeres del campo les lleva a vivir
toda su vida e intentar iluminar los problemas y aspiraciones de sus gentes,
sus luchas y sus logros bajo la protección del que pasó muchos años cultivando
la tierra, de ahí su vinculación especial con el sector.
San Isidro fue “evangelio vivo de Dios”.
Eso sí, nadie nace santo; los santos se han hecho a sí mismos, aunque, más
propiamente hablando, habría que decir que dejaron que Dios los hiciese santos,
porque no se trata de esfuerzo personal (necesario), sino de la acción de la
gracia. Y esa acción santificadora de la gracia actúa en los monasterios y en
las calles peatonales. Según toque a cada uno.
En las zonas religiosas y en medio del
mundo, tenemos que vivir convencidos de la primacía de lo espiritual sobre lo
material, porque un exponente —uno— para medir la calidad de la comunidad
cristiana es su capacidad de engendrar santos.
Y se engendran santos cuando no se tiene
miedo de hacer el bien y de decir la verdad, cuando nos entusiasma el doble
objetivo que señala san Pío de Pietrelcina: la Iglesia y --por ende-- todo
bautizado debe predicar la verdad y desenmascarar la mentira sin tibieza ni
encogimientos. Sin arrogancia, pero sin complejo; sin que sepa tu mano derecha
lo que hace tu mano izquierda, pero también sin esconder la luz bajo el
celemín.
¿Cómo descubrir el heroísmo en la virtud
que caracteriza a los santos? Aplicando el principio evangélico “por sus frutos
los conoceréis”; así evitaremos confusiones y desorientaciones, y comprobaremos
que siguen existiendo —como en todas las épocas— santos, personas que se
esfuerzan y rezan para hacerse voluntad de Dios. Existen, y no hay que ir muy
lejos para encontrarlos, los podemos tener cerca entre nosotros, tan cerca tan
cerca, como la puerta de al lado.
No paso inadvertida esta frase del Papa
Francisco de su exhortación apostólica “Gaudete
et Exsultate”, sobre la llamada a la santidad en el mundo actual: “Me gusta
ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto
amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a
su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En
esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia
militante. Esa es muchas veces la santidad de la puerta de al lado, de aquellos
que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para
usar otra expresión, la clase media de la santidad”.
El Papa recuerda que estamos llamados a
la santidad “desde las primeras páginas de la Biblia”. En este contexto, hace
referencia a Abraham y a su llamada a caminar en la presencia del Señor y a ser
perfecto. Tal referencia no pone de relieve sólo la proto-vocación a la santidad,
sino que brinda una dimensión universal a dicha vocación.
De hecho, si seguimos reconociendo en
Abraham “el padre de todos los creyentes”, podemos reconocer también en esta
llamada primordial la vocación de todos los creyentes a la santidad. Esta
verdad fundamental viene confirmada por una convicción muy clara: “El Espíritu Santo
derrama santidad por todas partes”. Y justamente, por este motivo, cada cual
podría sentirse llamado a este camino.
Por lo demás, para involucrar más a
todos, el Papa hace suya la expresión de Joseph Malègue al hablar de “la clase
media de santidad” y forja su propio neologismo al invitar a pensar, no solo en
los santos canonizados y beatificados, sino también en los de “la puerta de al
lado”.
Estos santos son aquellas personas que
no hacen la historia, viven de una manera sencilla su vida diaria, pero
acogiendo la gracia y haciendo cada cosa bajo la guía del Espíritu Santo.
Adondequiera que es posible vivir realmente la unión con Cristo, dejando fructificar
la gracia del bautismo, ahí está la santidad. Sin embargo, no existe un modelo
de santidad estándar o válida para todos. Todos estamos llamados, pero cada uno
tiene que seguir el camino que le conviene personalmente. Hay quien ha recibido
el don de vivir la santidad de una manera extraordinaria y excepcional, pero es
también posible vivirla sencillamente a través de los “pequeños gestos” de cada
día.
Necesitamos, pues, una cierta
“conversión” de mentalidad para poder admitir que la santidad, por una parte,
no es un asunto exclusivo de los obispos, de los sacerdotes y de los
religiosos, sino de todos.
El Papa precisa que no se trata ni
siquiera de concebir una vida espiritual separada de la vida cotidiana, una
vida de oración separada del servicio. Antes bien, se deben integrar los varios
aspectos de la existencia. Por otra parte, la santidad tampoco es una realidad exclusiva
de la Iglesia católica, sino que puede existir también fuera de ella. Francisco
reasume lo que Juan Pablo II ya dejó claro al respecto: “el testimonio ofrecido
a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de
católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes”.
El Papa no duda en equiparar felicidad o
bienaventuranza con santidad. La verdadera santidad, en coherencia con la
gracia de Dios y con su Palabra, es felicidad, bienaventuranza. El contenido de
cada bienaventuranza es expresión de la santidad porque brinda el retrato del
Dios-Santo que se hace visible en Jesús. Es una tarea nada fácil, sobre todo
cuando se presta una mayor atención a los detalles de cada una de ellas. Es
como un pasar por la famosa puerta angosta del Evangelio. La expresión utilizada
por el Papa es: una santidad “a contracorriente”. De paso, observamos que, a la
hora de comentar las bienaventuranzas, el Papa nunca parte de un principio
dogmático o teológico abstracto. Antes bien, se refiere siempre a experiencias
concretas. Esto hace su exposición todavía mucho más accesible. Después, al
final de su interpretación, el Papa reformula cada bienaventuranza a su manera
y termina repitiendo: “esto es santidad”, confirmando así la equivalencia entre
bienaventuranza y santidad.
El papa Francisco habla en su
exhortación apostólica “Gaudete et
exultate” de “los santos de la puerta de al lado”, pero, ¿quiénes son esos
santos “de la puerta de al lado”, es decir, esas personas corrientes como
nosotros con algunos de los cuales nos hemos cruzado por la calle o hemos
convivido en el trabajo, en el deporte, en la familia, en la diversión?
Uno de estos santos es san Isidro labrador,
patrón de los agricultores, muy popular en diversas partes del mundo. La
santidad no es individualista y, como nos recuerda el papa Francisco en “Gaudete et Exsultate”, “la vida
comunitaria, sea en la familia, en la parroquia, en la comunidad religiosa o en
cualquier otra, está hecha de muchos pequeños detalles cotidianos”. Por eso
miramos a san Isidro en sus relaciones comunitarias y en sus ilustrativos
detalles.
San Isidro
es “un santo de la puerta de al lado”, como nos dice el Papa Francisco: vivió
como discípulo de Cristo y anunció el Evangelio como esposo, padre, vecino y
trabajador en el Madrid de siglo XII.
En primer lugar, no podemos pensar en
este santo sin acordarnos de su esposa, santa María de la Cabeza. Tenemos aquí
una muestra luminosa de que, como escribe el Papa, “hay muchos matrimonios
santos, donde cada uno fue un instrumento de Cristo para la santificación del
cónyuge”. Además, esta figura femenina nos hace recordar y valorar a las
mujeres campesinas, que en no pocas zonas de la tierra son víctimas de diversas
discriminaciones y situaciones que las humillan. Al mismo tiempo, numerosos
ejemplos muestran que las mujeres rurales son los verdaderos artífices del
desarrollo de sus hogares y del progreso de sus comunidades.
Uno de los episodios más conocidos de la
vida de san Isidro se refiere a cómo los ángeles acudían a ayudarle en su
trabajo. Los ángeles son mediadores de Dios y su figura nos hace valorar la
importancia de las mediaciones. Tanto la ayuda mutua como los avances técnicos
son importantes en el mundo rural. Desde el arado romano al tractor moderno,
pasando por los fertilizantes, los sistemas de riego y otras innovaciones,
debemos reconocer en estas ayudas otras tantas mediaciones para acercarnos al
plan de Dios sobre la humanidad. Por eso mismo hemos de cuidar que esos medios
no se conviertan en malos ángeles que atrapen la libertad, provoquen
contaminación, generen dependencias, lleven a deudas desmesuradas y, en
definitiva, lastren el desarrollo sostenible y la vida buena.
Otro ejemplo nos lleva a la escena de
san Isidro con los bueyes que araban su campo. Esta imagen permite vincular
agricultura y ganadería en una visión armónica. Desde los tiempos de Caín y
Abel hasta nuestros días, las relaciones entre campesinos sedentarios y
pastores nómadas no han estado exentas de conflictos, muchas veces de carácter
étnico y motivadas por el control de los recursos naturales. También en este
punto, el ejemplo y la intercesión de san Isidro pueden ayudarnos a cuidar la
casa común, ya que “la interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo,
en un proyecto común», lo cual incluye «programar una agricultura sostenible y
diversificada”, dice el Papa en la encíclica “Laudato si”.
La figura de san Isidro, por otra parte,
nos trae a la mente la importancia del relevo generacional en el mundo de la
agricultura. La especulación en los mercados agrarios, la globalización, el
desigual reparto de los beneficios a lo largo de la cadena, la liberalización
de las fronteras comerciales, así como los altos costes de producción y de las
materias primas, han cooperado a que se produzca una falta de rentabilidad en
el sector agrícola, impulsando a muchos jóvenes al abandono de sus tierras.
Para invertir esta tendencia es fundamental incentivar en las nuevas
generaciones el amor al campo y al cultivo de la tierra. Y ofrecerles una
adecuada formación, así como acceso a la tierra y al crédito.
Digamos unas palabras sobre san Isidro labrador
y Dios. Hombre de piedad sincera y espiritualidad recia, su vida es un ejemplo
contra “la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes
tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar
mucho tiempo a la oración”. La espiritualidad del trabajo campesino muestra que
el “ora et labora” no es exclusivo de los monjes ni de las personas cultivadas;
es también propia de los laicos, incluyendo los labradores como san Isidro y
santa María de la Cabeza.
Finalmente, recordemos la cantidad de
personas que, a lo largo de la historia y aún hoy, se han encomendado a la
intercesión de san Isidro ante dificultades como el hambre o la sequía. “No
quitemos valor a la oración de petición, que tantas veces nos serena el corazón
y nos ayuda a seguir luchando con esperanza. La súplica de intercesión tiene un
valor particular, porque es un acto de confianza en Dios y al mismo tiempo una
expresión de amor al prójimo”, dice el papa Francisco en “Gaudete et Exsultate”. Porque la vida de san Isidro muestra que “la
oración es preciosa si alimenta una entrega cotidiana de amor”. Esto es algo
que el pueblo sencillo ha sabido captar con nitidez. Por eso acude confiado a
la oración, en medio de sus luchas, anhelos y adversidades.
Que la evocación, en nuestros pueblos
rurales, de este santo afiance en nosotros el deseo de custodiar la tierra,
nuestra vocación de ser solidarios y compartir los recursos que hallamos en la
casa común que a todos nos acoge. Que su figura nos estimule a estar cerca de
los campesinos y sus problemáticas. Que su intercesión, en palabras de san Juan
XXIII en la “Mater et magistra”, nos
mueva a realizar “esfuerzos indispensables para que los agricultores no
padezcan un complejo de inferioridad frente a los demás grupos sociales; antes,
por el contrario, vivan persuadidos de que también dentro del ambiente rural
pueden no solamente consolidar y perfeccionar su propia personalidad mediante
el trabajo del campo, sino además mirar tranquilamente el porvenir”.
Pongamos el acento en esta clase de
santidad que es dignificar a aquellas personas anónimas que no escribieron
historia: simplemente trabajaron y pasaron por la vida y --porque se sabían
pecadores-- aceptaron la salvación en esperanza, personas discretas o desconocidas, pero que
acogieron la gracia de la llamada a la santidad y la vivieron en la cotidianidad.
El mundo rural mira desde su
religiosidad popular a este hombre humilde y sencillo, que en palabras de Juan
XXIII “aparece ante los agricultores y
campesinos como ejemplo luminoso, simultaneando con las faenas del campo, que
realizaba diligentemente, el ejercicio eminente de la obediencia y de la
caridad”.
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