jueves, 9 de marzo de 2023

LAS MIRADAS CUARESMALES

 

LAS MIRADAS CUARESMALES

 

 

Por Antonio DÍAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

 

La Cuaresma es el despertador del letargo y de la modorra en la vida cristiana y eclesial, es el desfibrilador del corazón desbocado por la mundanidad o enquistado, asfixiado y enrocado solo en uno mismo. La Cuaresma es la permanente llamada a lo esencial: El gran misterio de la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria.

La Cuaresma es el tiempo para dejar espacio a Dios, para allanarle nuestros propios espacios personales que lo invaden todo y que tantas veces hasta lo arrincona con la excusa y el pretexto de dar supuesto que Él ocupa en nuestras vidas el espacio que nosotros mismos nos encargamos de llenarlo cada vez más de nuestro propio ego y de la banalidad y de la mundanidad que nos circunda e invade.

La Cuaresma es la gran pedagogía de Dios que sabe que continuamente tiene que recordarnos su historia de amor con todos y con cada uno de nosotros.

La Cuaresma es, sí, una nueva mirada: La que Dios siempre fija sobre nosotros y la que nosotros debemos dirigir a Dios y al prójimo. De modo que la Cuaresma es una mirada desde el corazón.

Hemos de aprender a mirar la vida desde lo alto, desde la perspectiva del cielo; a ver las cosas con los ojos de Dios, a través del prisma del Evangelio. Mirar los brazos abiertos de Cristo crucificado, dejarnos salvar una y otra vez. Y cuando nos acerquemos a confesar nuestros pecados, creer firmemente en su misericordia que nos libera de la culpa. Contemplar su sangre derramada con tanto cariño y dejarnos purificar por ella. Así podremos renacer, una y otra vez... La Pascua de Jesús no es un acontecimiento del pasado: Por el poder del Espíritu Santo es siempre actual y nos permite mirar y tocar con fe la carne de Cristo en tantas personas que sufren.

Dice la sabiduría popular que la cara es el espejo del alma y, dentro de ella, la mirada ocupa un lugar privilegiado. Un lugar insustituible para conocer al ser humano. Hay miradas desafiantes y retadoras, miradas engreídas, las hay también pegadas al suelo --tal vez por timidez-- o apuntando al cielo -- tal vez por anhelo de Dios--. Están las miradas inocentes de los niños, las pérdidas de los deprimidos, la mirada triste del que carece de libertad o la indiferente del apático…Están las miradas vivas y despiertas de los jóvenes…y están las miradas pacientes de los mayores… Están las miradas infinitas de los sabios y las miradas dulces de los enamorados. Está la mirada recogida del místico y la mirada frívola del indolente… Hay tantas clases de miradas como personas y estados de ánimo, y toda mirada no deja de ser un signo elocuente de nuestro ser.

“Ver” y “mirar” son verbos castellanos distintos, aunque mayoritariamente confluyentes sus acepciones con ideas en la convivencia social y también religiosa, tales como “percibir, observar, contemplar, reconocer, juzgar, examinar, darse cuenta, percatarse o valorar… La “mirada”, sobre la “visión”,-- por eso de que etimológicamente procede del latín “mirari”--, le añade la complementariedad de la  “admiración y del asombro.”

La Cuaresma es un tiempo para mirar con “admiración y asombro”. Es un tiempo para convertir la mirada al estilo de Jesús, para pasar esta temporada fijándonos en lo que vivimos, en aquellas cosas que forman parte de nuestra vida.

Este tiempo exige una mirada más atenta, abierta y contemplativa a la Palabra de Dios. Cuanto más nos dejemos fascinar por la Palabra de Dios, más lograremos experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros. No dejemos pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de que somos nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión a Él.

Otra propuesta sería una mirada serena y exigente de introspección, o examen continuo de conciencia. Esta mirada es clave esencial en la Cuaresma y consiste en estar en alerta, en prestar atención, en tener encendido un despertador permanente y conocer nuestro corazón, nuestras motivaciones y nuestras preocupaciones: ¿Por qué hacemos las cosas?, ¿qué buscamos?, ¿qué intereses nos mueven?, ¿buscamos de verdad la gloria de Dios y hacer su voluntad?, ¿priorizamos y estamos atentos para buscar el bien de los hermanos y hacerlo desinteresadamente?, ¿siempre nos estamos buscando preferentemente a nosotros mismos, buscamos ser apreciados como prioridad?, ¿cuál es nuestra relación con el sufrimiento de los demás: Indiferencia, interés verdadero y efectivo, intentar quitarnos el “marrón” de encima, hallar excusas para el no compromiso o el compromiso mínimo?

Esta mirada nos debe llevar a mirar a los que tenemos al lado. Tiene que ver con regalar al otro una mirada de consuelo, de acogida, de sonrisa. Una mirada que transmita en este tiempo que la Vida con mayúscula es posible. Esto es darnos.

Y cómo no, la propuesta por excelencia para este tiempo; esa que no podemos olvidar es la mirada de la oración... La Cuaresma encuentra en la oración la más apropiada de sus atmósferas y de sus escuelas. La oración cuaresmal debe ser más frecuente y habitual. Su tonalidad propia es la humildad, la insistencia, la confianza. Es oración de súplica y de petición. La oración cristiana de la Cuaresma debe intensificar sus dimensiones bíblica y litúrgica, de gran riqueza, variedad, matices y contenidos durante los cuarenta días de este tiempo. En este sentido, la oración litúrgica ha de ser más pausada, sencilla, cordial, humilde, pobre, seria y profunda.

La Cuaresma, por otra parte, es tiempo especialmente oportuno para pedir perdón por nuestros errores, negligencias, omisiones, excesos y defectos. Y debemos pedir perdón con sinceridad y humildad. Un corazón que experimenta el perdón es un corazón sanado y es un corazón evangelizado y evangelizador. Es tener un corazón y una mirada que sabe de verdad que es vedad aquello de que “quien esté libre de pecado tire la primera piedra”.

Y ahora, va uno y hace un poco de silencio. Deja retumbar dentro de sí mismo la pregunta ¿y tú desde dónde miras? Lo que la Iglesia nos propone para la Cuaresma es que seamos capaces de mirar desde Dios. Que fijándonos en el Señor Jesús, seamos capaces de mirarnos con más bondad, de mirarles con más cariño.

Cuaresma es un tiempo para dejarnos mirar por Dios, para descubrir la mirada en cada hermano y aprender nosotros a mirar como Dios mira… porque una mirada suya, bastará para convertirnos y creer en el Evangelio, en la Buena Noticia.

Desde estas miradas podremos  contemplar más a fondo el Misterio Pascual, por el que hemos recibido la misericordia de Dios. La experiencia de la misericordia, efectivamente, es posible solo en un “cara a cara” con el Señor crucificado y resucitado “que nos amó y se entregó por nosotros”. Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene. De hecho, el cristiano reza con la conciencia de ser amado sin merecerlo.

La Cuaresma tiempo para contemplar –mirar con el corazón—esa mirada de Jesús, que viene de tan arriba y deja caer su gracia de salvación y de vida como una lluvia… “Esa boca, / tan seca y estremecida / de haber bebido las culpas de nuestra humana malicia…/ Esas manos, mi Jesús,/ más que atadas, recogidas,/ tan delicadas, tan suaves, / tan tiernas, tan compasivas…/Esos hombros poderosos/ de apariencia tan exigua, / capaces de soportar/ lo que se les eche encima…/ Ese corazón, que late / al ritmo que el Amor dicta, / porque el amor es la esencia / de la cristiana doctrina… / Y esa sangre redentora, / que a todos nos reconcilia… ¡Ay qué dolor tan inmenso /  y, a la vez, qué inmensa dicha / ver a Jesús Nazareno”.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario