miércoles, 1 de marzo de 2023

CAPILLAS DOMICILIARIAS, PATRIMONIO OLVIDADO.

 

CAPILLAS DOMICILIARIAS,

PATRIMONIO OLVIDADO.

 

 

 

Por Antonio DÍAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

 

Me invitaron a un domicilio particular a bendecir una capilla trasportable de madera con bordes dorados, de estilo gótico, con una pequeña imagen de terracota policromada –una Virgen Dolorosa con manto negro—para que visitara las casas, los enfermos, los ancianos y toda la familia en general de los miembros de la Hermandad pasional para que pudieran sentir más cerca la benéfica intercesión de esta gloriosa intercesora en favor de sus problemas y atraer todas las bendiciones del cielo que necesitan e imploran por su medio a la Santísima Trinidad.

Mi presencia en este domicilio fue una sorpresa, la verdad. Esto me hizo recordar cuando en mi pueblo llevaban la capillita de la Virgen de Fátima de casa en casa… pues esta es de la Virgen Dolorosa. Y me viene a la mente el recuerdo de aquel olor de los tazones de aceite con lamparillas encendidas que mi madre colocaba delante de la capilla cuando anochecía, inundando con su olor el comedor de la casa.

--“Que sea enhorabuena y que muchos la puedan tener en sus casas, porque hoy se necesita rezar en familia, quitar los móviles, la televisión y tener un rato de oración delante de la Virgen. Ojalá sea para todos, un momento en el que encontremos el sentido que Dios ha dado a nuestra vida”, les dije después de la bendición.

Las órdenes religiosas todas en general y cada una de ellas en particular han aportado al cristianismo una especial forma de espiritualidad, o lo que es lo mismo, una peculiar y matizada valoración de los misterios y el sentido de lo religioso, expresado en rituales: vía crucis, coronas de la virgen, jubileos, rosarios de la aurora, novenas, etc; también en la promoción y difusión de la devoción a imágenes específicas: Titulares de órdenes, advocaciones enraizadas en la geografía local --las imágenes marianas más reconocidas lo fueron por la acción de los frailes-- y santos fundadores y propios de los institutos conventuales. Igualmente, promovieron la creación de asociaciones religiosas entre seglares, tales como hermandades y órdenes terceras; difundieron el uso de símbolos: Escudos, medallas, escapularios, banderas, guiones; crearon espacios sagrados, como calvarios, capillas callejeras, ermitas, santuarios y desde luego, determinaron espacios urbanos con sus conventos, iglesias, claustros, enfermerías, huertos, etc. En síntesis, las órdenes religiosas aportaron a la vida cristiana que cristaliza en el barroco un conjunto de rituales, instituciones, imágenes, edificios y espacios que en el siglo XIX fueron transferidas a las iglesias diocesanas y a las sociedades locales.

Las órdenes mendicantes a lo largo de los siglos han generado un patrimonio religioso que ha venido a ser común para nuestra sociedad española, que lo ha incorporado como propio. No podríamos entender lo que comúnmente llamamos religiosidad popular o religión común de nuestros pueblos rurales sin la labor de concienciación llevada a cabo por los frailes mendicantes. Éstos, impulsados por una especial forma de entender el cristianismo, lo que otros llaman espiritualidad, y por la necesidad de sobrevivir y expandirse como tales instituciones, les llevó a crear rituales públicos, devociones y entretejer lazos con instituciones religiosas, que sin duda conformaron la religiosidad de nuestro pueblo.

Los frailes mendicantes difundieron iconos religiosos omnipresentes en la devoción de nuestro pueblo cristiano: la Inmaculada Concepción, patrocinada por los franciscanos, la Virgen del Rosario por los dominicos, la del Carmen por los carmelitas, la de los Remedios por los trinitarios, de las Mercedes por los mercedarios, la de la Victoria por los mínimos, la de los Dolores por los servitas y la Divina Pastora por los capuchinos. De igual suerte, los franciscanos difundieron la devoción a la Vera-Cruz, los carmelitas al Santo Sepulcro, los trinitarios al Cautivo y los agustinos al Crucificado. Junto a estas devociones genéricas, impulsaron devociones marianas específicas que hoy son en muchos casos patronas de localidades o gozan de una amplia devoción.

Pero la religiosidad del barroco no se expresa solo en la estética sino también en la forma de entender y vivir la religión, así, las cofradías entienden lo religioso sobre todo como culto externo y rituales a los que subordinan toda su capacidad económica y de organización para organizar actos de culto pero sobre todo procesionar las imágenes por las calles.

La espiritualidad de las órdenes ha dejado su huella tanto en la potenciación de determinadas advocaciones cristíferas y marianas como en las que expandieron con marcado carácter proselitista al objeto de reafirmar su personalidad e idiosincrasia dentro de la carrera ascendente emprendida por las diferentes órdenes para acapararla mayor cuota posible del que pudiera denominarse “mercado religioso”. En esta expansión entraron en competencia con el clero secular y las órdenes entre sí por obtener el favor de fundadores, patronos y benefactores y fieles en general a través de limosnas, donaciones y legados, que ayudasen a la fundación, consolidación y permanencia de los conventos como base de actuación sobre el territorio.

Una de las realidades de religiosidad popular muy arraigada son las capillas itinerantes o domiciliarias muy vigentes todavía en muchos lugares del centro de Europa, de Hispanoamérica y de España. Estas capillas domiciliarias tradicionalmente, se componen una hornacina de madera con puerta frontal de doble hoja; en la parte superior, sendas bisagras facilitan la incorporación de un frontón triangular o gablete móvil, que se decora con una estilizada forma vegetal (trébol) calada en el tímpano y una cruz griega en el remate, en su interior se incluye la imagen, en función de las advocaciones más diversas, -- algunos de los ocupantes de dichas capillas son la Santísima Trinidad, el Santo Niño, la Virgen de la medalla Milagrosa, Virgen del Rosario, santa Quiteria, la Virgen de Fátima, santa Rita, san Antonio de Padua, la Virgen de Gracia o del Carmen, entre otros-- la relación de treinta fieles con sus domicilios y una hucha para depositar las limosnas. En ocasiones, la acompañaba un libro de oraciones, o bien una oración que se incluía en una de sus puertas. Estaban primorosamente labradas y destacaba su delicada decoración, muy en sintonía con el estilo gótico francés, que se trabaja como si se tratara de un auténtico altar o de las hornacinas de un retablo.

Las primeras capillitas u hornacinas surgen de la devoción a la Virgen María en diversas advocaciones y a los santos por parte de las comunidades franciscanas. En ciertos escritos sobre las ‘visitas domiciliarias de los frailes franciscanos’, se relata cómo las hornacinas de la Virgen del Carmen, san Antonio de Padua y san Francisco de Asís, circulaban por los hogares según un orden preestablecido, para unir en la oración y en la piedad a las familias devotas.

La Contrarreforma es un momento de cultivo desde el que se fomenta este tipo de devociones y de otras similares. La influencia de la devoción a estas capillas vecinales y a las advocaciones que representan, fue fomentada desde las iglesias a las casas, como reacción al protestantismo. Añadiríamos que a pesar de ello, debido a su aspecto popular, la propagación de esta tradición fue instantáneamente mantenida y consolidada por los devotos laicos, siendo las mujeres las que de manera preponderante cuidaron y alimentaron esta costumbre.

La religiosidad popular tiene en las capillas domiciliarias o portátiles una de sus manifestaciones más brillantes, habida cuenta de que una de las señas de identidad del pueblo cristiano es el profesar veneración hacia las imágenes. Se trata de una práctica que, posiblemente, tenga sus orígenes en la actividad evangelizadora que la orden franciscana llevó a cabo en el entonces recién descubierto continente americano, dada la posibilidad que ofrecía para su transporte el pequeño tamaño de las mismas. No obstante, fueron la Contrarreforma y la consecuente reacción al protestantismo las corrientes que auspiciaron instantáneamente la difusión y consolidación de esta práctica. La religiosidad propugnada por las órdenes mendicantes, dio forma y contenidos a la religión común de los nuestros pueblos de hoy.

Existen, por otra parte, capillas urbanas en nuestros pueblos y ciudades y que muchas veces pasan desapercibidas de nuestra contemplación. Se trata de las capillas callejeras, que, además de participar en la sacralización del espacio público, tiene una función práctica. Se trata de pequeños santuarios urbanos u hornacinas, y surgen relacionados con la necesidad de mantener iluminados determinados enclaves de la población.

Muchas de estas hornacinas o capillas urbanas dan nombre a la calle donde están ubicadas y sirven para “sacralizar” las distintas calles y eligieron a un santo patrón en el que ampararse e identificarse que todavía pervive hoy día como “aglutinador social” con sus propias celebraciones vecinales del “día del patrón”, como san Antonio Abab o san Roque, por ejemplo.

Esta tradición de abrir capillas en las fachadas --como la de las capillas “portátiles” que se pasan por turno de casa en casa--, datan como mínimo de finales del siglo XVII, y de esta época son las hornacinas más antiguas. No se puede decir lo mismo de las figuras que las ocupan --reproducciones más o menos fieles hechas en yeso o cerámica en los años 40 --, ya que los originales fueron destruidos.

La devoción a la Virgen, en el siglo XVII, rayaba en entusiasmo: Llevaban de continuo escapularios, ponían su esfinge por las calles, y no pocas de ellas hubieran sido intransitables de noche por falta de alumbrado, si la devoción de los particulares no hubiese encendido un farol ante la efigie de María o de algún otro santo.

Esta costumbre, favorecía la protección del hogar, cumplía otros objetivos, como eran difundir la fe cristiana e incrementar la devoción; popularizar ciertas imágenes y fomentar un entorno familiar cristiano, uniendo en la oración y en la piedad a sus miembros e, incluso, a los vecinos, además de recaudar fondos para la parroquia.

En este sentido, cabe señalar que ningún otro objeto podía completar la devoción particular de manera tan perfecta como las capillas domiciliarias, más aún si se tiene en cuenta que no todas las familias podían contar en sus casas con imágenes. Así, frente a las residencias más pudientes, que tenían sus propios espacios de culto, de mayores proporciones y calidad artística, las más humildes se beneficiaban del tránsito de estas representaciones, disfrutando de su presencia para darles culto de forma particular e íntima.

Las capillas domiciliarias también fueron un método de catequesis que se adecuaba sobre todo a la gente sencilla. Estas capillas cumplieron desde sus orígenes una misión claramente apostólica, es decir, una misión evangelizadora entre el pueblo llano, especialmente entre las personas de escaso nivel cultural, que apenas sabían leer y escribir y que necesitaban de esta catequesis plástica que representaban los grabados primero y las imágenes después para comprender el misterio de la fe cristiana. Es, por tanto, una forma de cristianización muy curiosa. De aquí que las órdenes religiosas, cofradías o las parroquias se valieran de ellas para la difusión entre las gentes de sus diversos carismas o para potenciar el culto y la devoción popular hacia una determinada imagen o advocación. Así, el caso de las capillas domiciliarias de la Trinidad o de la Inmaculada es un claro exponente de lo que hemos expuesto. La gente sencilla comprendía mucho mejor estos misterios de la fe a través de las imágenes. Los distintos propósitos de estas capillas eran: la difusión de la fe cristiana, la popularización de ciertas imágenes, también el fomento de un entorno familiar cristiano y, finalmente, el recaudatorio.

Una de estas asociaciones que más difunden esta fórmula de religiosidad popular es la Asociación de la Inmaculada Concepción de la Medalla Milagrosa como un vivo y perenne memorial de la aparición de la Inmaculada Virgen en el año 1830. Esta Asociación tiene por fin tributar a la Virgen María, concebida sin pecado original, el honor que le es debido, ya procurando la santificación propia ya ejerciendo el apostolado, cosas ambas a las que exhorta y ayuda la Sagrada Medalla, tanto por los símbolos que ostenta como por la virtud de que está revestida.

La visita domiciliaria de la Virgen Milagrosa es el medio más importante de santificación y apostolado que realiza la Asociación por medio de la urna o capilla y que es llevada, por una celadora a las familias, a los enfermos, a los asilos, etc. Las personas y familias necesitadas son las que ocupan su tiempo, cercanía e imaginación: La característica del apostolado de la familia vicenciana. Este apostolado ha demostrado su eficacia en la evangelización sobre todo de los pobres y es un impulso no sólo de la oración, sino también de la unidad familiar. La visita de la Virgen mueve los corazones a devolverle la visita en la casa de su Hijo. Es una vuelta a “Jesús por María.”

Las funciones que cumplen estas capillas: Son orientar las familias hacia Dios y formar en cada hogar un pequeño santuario; promover la oración “en familia” para que se cumpla la célebre frase: “Familia que reza unida, permanece unida” y renovar la vida cristiana de quienes la reciben en su casa.

En algunas Hermandades o Cofradías existen estas capillas que van destinadas a los hermanos enfermos y mayores, pero que también son capillas para que puedan visitar a otras familias, y que puedan rezar junto a la Virgen María o en santo de la advocación. En muchos lugares, tras la bendición de las capillas se realiza el “envío” a los domicilios.

En nuestra geografía –sobre todo en nuestros pueblos rurales--  aún se mantienen en circulación y perviven estas prácticas gracias a la labor de las celadoras o custodias de las diversas capillas y al coro. Las celadoras, son las responsables de la capilla, buscar a la gente y luego de revisar y renovar la lista, si hiciera falta, aparte de recoger el dinero y llevarlo a la parroquia, es la encargada de invertirlo en un fin determinado. Hecho todo esto la pone de nuevo en funcionamiento, antes la limpia y prepara. En caso de que la capilla no llegue, la busca por las casas hasta dar con ella para ponerla en funcionamiento nuevamente. Es también la encargada de elaborar el listado y tiene que estar al tanto de la gente fallecida o que cambia de residencia. En cuanto al coro, son las mujeres que se encuentran en la lista de la capilla que va pasando de casa en casa de las mujeres del listado. Tiene una composición de treinta personas, y se pasan la capilla al anochecer, no reteniéndola más de veinticuatro horas, aunque hay quienes la mantienen días y por aquí viene el enfado propio de la vecindad.

Desde sus establecimientos conventuales repartidos con preferencia por las ciudades grandes y medias –las agrociudades--, las órdenes religiosas impulsaron la devoción a las advocaciones marianas propias de cada instituto. Los conventos se convierten así en focos difusores de advocaciones de tanto peso y popularidad en la religiosidad popular barroca como la Inmaculada Concepción, el Rosario, el Carmen, la Merced, o la Virgen de la Victoria, etc.

Todos nuestros pueblos están impregnados de esta religiosidad popular lo cual se expresa en su arte, sus fiestas, y sus costumbres. Toda esta religión popular forma parte de la cultura y se plasma según las características del grupo social al que pertenece, sirviendo por tanto de vehículo y símbolo de identificación de una colectividad o pueblo. La característica de la religiosidad popular es que tiende a expresar la propia visión de la vida (de campesinos, proletariado urbano y parte de la clase media) de un modo marcadamente simbólico, a diferencia de la religión de las clases altas o cultivadas que expresan una visión de la vida en sistemas ideológicos mucho más racionalistas, conceptuales y abstractos. Es decir, el pueblo se expresa dando prioridad a lo simbólico, concreto y experimental, y prestándole menos importancia a lo discursivo o conceptual. En definitiva, las clases populares manifiestan su religiosidad por medio de devociones y ciertas prácticas culturales, como son las oraciones, ritos, gestos simbólicos, fiestas, celebraciones y prácticas piadosas, en un intento de aproximarse a la divinidad. Esta religiosidad, a través de sus celebraciones festivo ceremoniales y en el marco de las hermandades y cofradías, es determinante para entender la configuración de algunos aspectos de nuestra sociedad.

El culto en la religiosidad popular de alguna manera, y aunque apoyado por la jerarquía eclesiástica, surge de forma paralela a la liturgia oficial de la Iglesia y así se mantiene, sin que el esfuerzo que a partir del concilio Vaticano II por integrarlo, o mejor, por integrar en él, la liturgia oficial eclesiástica, todavía hoy no sea otra cosa que violentarlo.

Toda la religiosidad popular está llena de sentimientos y sentimentalismos que muevan y que conmuevan. Evidentemente son la permanencia de hechos a los que, con el transcurso del tiempo, se ha ido añadiendo otros elementos que hoy en cada caso perviven haciendo distinta cada vivencia y expresión de nuestras celebraciones.

Las órdenes mendicantes recién fundadas en el siglo XIII experimentaron una gran expansión. Y a partir de las casas conventuales urbanas incluirán sobre el conjunto del territorio e irán conformando la religiosidad de los nuestros pueblos en su triple vertiente de creencias, rituales e instituciones, frente a una iglesia jerárquica poco activa y subvencionada.

 

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