LA
CRUZ EN LA VIDA DE SAN VICENTE FERRER
Por
Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular
Glorioso Vicente Ferrer,
patrono de los desamparados y
consuelo de los afligidos:
que viviste intensamente el signo
de contradicción que trae la Cruz,
pero que también es signo de
unidad.
Alcánzanos una fidelidad
auténtica y sincera
para valorar debidamente las
cosas divinas,
rectitud y pureza de costumbres
como la que tú predicabas,
y un amor ardiente para amar a
Dios y al prójimo.
Tu vida, desde muy joven,
fue una constante contemplación
mística
de la pasión, muerte y
resurrección de Cristo,
esforzándote por vivirla como
Domingo de Guzmán.
Al contemplar los campos de mies
y la falta de obreros
y apenado por la desunión existente
en el seno de la Iglesia,
sentiste el impulso de Cristo a seguirle
en la radicalidad
y la llamada a anunciar la “buena
noticia”.
Saliste por los caminos de Europa
recorriendo grandes comarcas
de España, Alemania, Francia,
Bélgica, Holanda e Italia,
anunciando a Cristo por plazas,
caminos y campos.
Con el anuncio de la “buena
noticia” del Evangelio
llamabas a la conversión personal
y colectiva,
invitando a salir de las
costumbres de muerte
para lanzarse a los riesgos de
una vida nueva;
llamaste a reflexionar sobre el
futuro,
comenzando su construcción en el
presente,
respaldando este anuncio con una
vida austera y penitente.
Tus exhortaciones a pesar de ser
muy largas,
tocaban el corazón de los hombres
y mujeres,
que, disfrutaban oyéndote.
A pesar de que muchos
predicadores
de tu tiempo buscaban su lucimiento
personal
tú siempre pasabas largos ratos
de oración
pidiéndole a Cristo que Él fuese
siempre
el eje de tus alocuciones
para que aprendiesen los oyentes
de ti,
como un verdadero testigo,
de todo lo que decías a los demás
para su santificación.
El misterio de Cristo Jesús
que pasó haciendo el bien,
predicando y curando a los
enfermos,
que sufrió y padeció muerte, y
muerte de cruz y que resucitó,
fue el centro de toda tu
predicación
que armonizaste con un carácter
franco y jovial.
Tu palabra era fuego que conmovía
el corazón de las multitudes,
respondiendo con pública
penitencia,
y abandono de sus situaciones de
pecado.
Tú sufriste en carne propia el
terrible escándalo
que había comenzado en 1378
así como las consecuencias del
cisma cristiano de Occidente.
Pero más que un predicador apocalíptico,
fuiste un predicador de los
misterios de Cristo.
Del Cristo que ha venido,
y también del Cristo que vendrá
para juzgar a vivos y muertos.
Pero este pensamiento
no era una mala noticia,
porque el juicio, como todo en la
vida de Cristo,
está modulado por la misericordia
divina.
Y el criterio del juicio es y será
el amor:
nuestra actitud para con el
prójimo.
Para explicar la vida de Cristo,
como apóstol de Jesucristo, y
éste crucificado
te serviste de ejemplos muy sencillos
que tus oyentes perfectamente entendían.
Hoy nos explicas a los hombres y
mujeres del siglo XXI,
–pues tus palabras tienes
vigencia y actualidad—
que después de su Resurrección,
Cristo se presentó a sus
discípulos
bajo tres figuras o imágenes:
como peregrino, como jardinero y
como mercader,
mostrando así las tres formas de
vida
que había tenido mientras vivió
su historia con los hombres
Qué gran profundidad teológica la
de tus palabras:
el Resucitado muestra la forma de
vida del Crucificado.
Sin centrar nuestra atención en la
persona de Jesucristo en la Cruz,
no hay modo de comprender su Resurrección.
Las tres imágenes que retratan
esa vida
y que muestra el Resucitado son:
fue peregrino durante su vida en
esta tierra,
donde no tenía casa ni sitio
donde reposar su cabeza;
fue jardinero por su predicación,
pues el jardinero desarraiga las
malas hierbas y planta las buenas,
como Cristo hacía por medio de su
palabra;
y fue mercader de piedras finas
porque su muerte fue el precio de
nuestra redención.
Nosotros, Vicente Ferrer, amado
de Dios y de los hombres,
en el seguimiento de Cristo,
estamos llamados a ser
peregrinos,
o sea, a vivir moderadamente
como quién no tiene su morada en
este mundo,
pues los cristianos tenemos otra
ciudad,
la nueva Jerusalén, la ciudad celestial
sin ocaso,
por eso somos huéspedes y
peregrinos sobre la tierra.
Estamos llamados a ser
jardineros,
pues cada uno debemos desarraigar
de nuestra vida las malas
hierbas,
o sea, soberbias, envidias y
vicios,
y plantar en su lugar la paz, el
servicio,
la humildad y demás virtudes que
brillaron en tu vida.
Y estamos llamados a ser
mercaderes,
perseverando en una vida santa,
para que al término de nuestro
viaje
podamos recibir el premio del
cielo.
Los últimos años de tu vida,
siempre se caracterizaron
por un agravamiento de tus
achaques y enfermedades,
pero nada de esto te hizo perder
el vigor y alegría
que ponías al anunciar al Señor
Jesús.
Vicente Ferrer, amigo de Dios:
¿qué nos dices hoy del
Crucificado…
tú que sabes mucho
porque pasabas, horas y horas,
de la noche dialogando con Él?
Valencia, 5 de marzo de 2025, miércoles de Ceniza
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