jueves, 27 de febrero de 2025

                                   

 

ORACIÓN AL CRISTO DE LOS AFLIGIDOS EN TIEMPOS DE PANDEMIA

 

Por Antonio DÍAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

 

 

“Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”.

Este grito, Santísimo Cristo de los Afligidos,

quiere ser nuestro grito en este tiempo

de dolor, enfermedad y pandemia.

Este grito quiere ser nuestra oración ante Ti

que nos contemplas aunque aparentemente ausente:

en el momento de nuestra angustia,

nuestra oración se convierte en llamada necesitada.

Queremos confiarte nuestras

situaciones más difíciles y dolorosas,

y cuando todo parece que es vacio y silencio,

no tenemos miedo en confiarte

todo el peso que llevamos en nuestro corazón,

no tenemos miedo de gritar nuestro sufrimiento,

con la confianza de que Tú estás cerca,

aunque aparentemente enmudeces y callas.

Al repetirte ante tu Cruz las mismas palabras

del Salmo, “Eli, Elí Lemá Sabàtani?

“¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

elevamos nuestra oración en el momento histórico

que vivimos con una sensación de abandono

pero conscientes de tu presencia en esta hora,

en la que se siente el drama humano de la muerte.

Queremos unirnos al dolor

todos los hombres que sufren por la opresión del mal;

y al mismo tiempo, llevan todo esto a tu corazón

en la certeza de que su grito será atendido

en la Resurrección.

Este grito en el extremo tormento

es al mismo tiempo la certeza de tu respuesta divina,

certeza de la salvación no sólo conquistada por Ti,

Cristo de los Afligidos, sino para muchos.

En esta oración ante tu imagen, Cristo de los Afligidos,

se encierra la máxima confianza

y unimos nuestro abandono en las manos de tu Padre,

incluso cuando parece ausente y cuando parece permanecer en silencio,

siguiendo un designio para nosotros incomprensible.

Tu sufrimiento es un sufrimiento en comunión

con nosotros y por nosotros, que viene del amor,

y lleva en sí la redención, la victoria del amor.

En el momento último, Cristo de los Afligidos,

dejaste que tu corazón expresara el dolor,

pero dejabas salir, al mismo tiempo, de tu corazón

el sentido de tu filiación divina

y el consentimiento de su plan de salvación

para la humanidad.

Contigo, Cristo de los Afligidos,

nos situamos, siempre y de nuevo,

de frente al “hoy” del sufrimiento,

y ante el silencio de Dios-Padre

y lo expresamos muchas veces

abriéndonos también al “hoy” de la Resurrección,

como respuesta del Padre que ha tomado sobre sí

ante nuestros sufrimientos, dolores y muerte

que nos afligen, para llevarlos junto con nosotros

y darnos la firme esperanza de que serán vencidos.

Cristo de los Afligidos traemos ante tu mirada

nuestras cruces diarias,

con la certeza de que Tu estás presente y nos escuchas.

Tu grito, Cristo de los Afligidos, clavado en el madero,

nos recuerda que en la oración,

debemos superar las barreras de nuestro “yo”

y de nuestros problemas

y abrirnos a las necesidades y sufrimientos de los demás.

Tu grito, Cristo de los Afligidos, agonizante en la Cruz

nos enseña a orar con amor por tantos hermanos

y hermanas que sienten el peso de la vida cotidiana,

que viven momentos difíciles,

que permanecen en el dolor,

sin una palabra de consuelo.

Traemos todo esto al tu corazón consolado

por la voluntad del Padre

para que ellos puedan sentir también el amor de Dios

que nunca abandona a su criatura, el hombre. Amén.

 

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