ORACIÓN
AL CRISTO DE LOS AFLIGIDOS EN TIEMPOS DE PANDEMIA
Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado
Episcopal de Religiosidad Popular
“Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”.
Este grito, Santísimo Cristo de los Afligidos,
quiere ser nuestro grito en este tiempo
de dolor, enfermedad y pandemia.
Este grito quiere ser nuestra oración ante Ti
que nos contemplas aunque aparentemente
ausente:
en el momento de nuestra angustia,
nuestra oración se convierte en llamada necesitada.
Queremos confiarte nuestras
situaciones más difíciles y dolorosas,
y cuando todo parece que es vacio y silencio,
no tenemos miedo en confiarte
todo el peso que llevamos en nuestro corazón,
no tenemos miedo de gritar nuestro sufrimiento,
con la confianza de que Tú estás cerca,
aunque aparentemente enmudeces y callas.
Al repetirte ante tu Cruz las mismas palabras
del Salmo, “Eli, Elí Lemá
Sabàtani?
“¿Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
elevamos nuestra oración en el momento histórico
que vivimos con una sensación de abandono
pero conscientes de tu presencia en esta hora,
en la que se siente el drama humano de la muerte.
Queremos unirnos al dolor
todos los hombres que sufren por la opresión del mal;
y al mismo tiempo, llevan todo esto a tu corazón
en la certeza de que su grito será atendido
en la Resurrección.
Este grito en el extremo tormento
es al mismo tiempo la certeza de tu respuesta divina,
certeza de la salvación no sólo conquistada por Ti,
Cristo de los Afligidos, sino para muchos.
En esta oración ante tu imagen, Cristo de los Afligidos,
se encierra la máxima confianza
y unimos nuestro abandono en las manos de tu Padre,
incluso cuando parece ausente y cuando parece permanecer en
silencio,
siguiendo un designio para nosotros incomprensible.
Tu sufrimiento es un sufrimiento en comunión
con nosotros y por nosotros, que viene del amor,
y lleva en sí la redención, la victoria del amor.
En el momento último, Cristo de los Afligidos,
dejaste que tu corazón expresara el dolor,
pero dejabas salir, al mismo tiempo, de tu corazón
el sentido de tu filiación divina
y el consentimiento de su plan de salvación
para la humanidad.
Contigo, Cristo de los Afligidos,
nos situamos, siempre y de nuevo,
de frente al “hoy” del sufrimiento,
y ante el silencio de Dios-Padre
y lo expresamos muchas veces
abriéndonos también al “hoy” de la Resurrección,
como respuesta del Padre que ha tomado sobre sí
ante nuestros sufrimientos, dolores y muerte
que nos afligen, para llevarlos junto con nosotros
y darnos la firme esperanza de que serán vencidos.
Cristo de los Afligidos traemos ante tu mirada
nuestras cruces diarias,
con la certeza de que Tu estás presente y nos escuchas.
Tu grito, Cristo de los Afligidos, clavado en el madero,
nos recuerda que en la oración,
debemos superar las barreras de nuestro “yo”
y de nuestros problemas
y abrirnos a las necesidades y sufrimientos de los demás.
Tu grito, Cristo de los Afligidos, agonizante en la Cruz
nos enseña a orar con amor por tantos hermanos
y hermanas que sienten el peso de la vida cotidiana,
que viven momentos difíciles,
que permanecen en el dolor,
sin una palabra de consuelo.
Traemos todo esto al tu corazón consolado
por la voluntad del Padre
para que ellos puedan sentir también el amor de Dios
que nunca abandona a su criatura, el hombre. Amén.
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