jueves, 26 de diciembre de 2019

ORACIÓN AL RECIBIR LA LUZ DE BELÉN


ORACIÓN AL RECIBIR LA LUZ DE BELËN


Por Antonio DIAZ TORTAJADA

Delegado de Religiosidad Popular



Señor Jesús tu eres nuestra luz y eres la luz del mundo.
Nuestra vida, Señor, es un candil en medio de la casa oscura,
y los que se encuentran con nosotros necesitan
 nuestra luz para no tropezar.
Señor, que esta luz de Belén nos enseñe
a aprender a no es suficiente ser luz.
Hay que ser luz para los demás.
No es suficiente ser luz para los demás.
Hay que serlo desde el ámbito apropiado.
Al entronizar esta luz de la paz de Belén
junto a la imagen del Dios-Niño
ilumínanos, Señor, con tu Espíritu.
Y déjanos sentir el fuego de tu amor en nuestro corazón.
Señor, que guiados en tu luz demos fruto.
El Evangelio es luz de los hombres,
no es para esconderlo en los archivos de nuestras inteligencias.
El Evangelio es para llevarlo con nosotros
en el corazón y manifestarlo con obras y palabras,
y tener la misma valentía de sacarlo,
como cuando sacamos nuestra billetera
o nuestra “tarjeta de crédito”.
No por nosotros sino para que los que entran 
en nuestra vida tengan luz,
No por nuestra vanidad, 
sino para que los que andan a oscuras puedan ver.
Dejarnos iluminar, Señor, ser luz...
En medio de la oscuridad siempre viene bien
algo que nos ayude a encontrar el rumbo.
En nuestro bautismo se encendió en nosotros la luz de la fe,
no para uso individual,  sino para que quienes pongas en nuestro camino
 "tengan luz", te conozcan y te sigan.
Que sepamos ser luz para los demás 
y estar atentos y disponibles
para ayudar, cuidar y servir.
Que sepamos entregarnos cada día, en lo cotidiano, lo pequeño.
Que sepamos ser testigos del amor de Dios que es para todos.
Que nos olvidemos de nosotros mismos
y pongamos la mirada y el corazón en el otro.
Ayúdanos a mantener la esperanza.
No dejemos de soñar con un mundo de justicia y equidad.
Que con el empeño y la colaboración de todos,
hagamos brotar la justicia, la solidaridad,  la fraternidad y la fe.
Señor, danos la luz para no perdernos,  para no tener miedo,
para no tropezar,  para reconocer al otro...
Que seamos luz que guía en las noches,
que llene de esperanza los túneles de nuestros días...
Que nos dejemos iluminar por ti que dijiste:
“Yo soy la Luz del mundo”
Amén.

viernes, 8 de noviembre de 2019

CARTA A JUAN MIGUEL DÍAZ RODELAS


CARTA A JUAN MIGUEL DÍAZ RODELAS


Antonio DIAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular



Mi querido amigo Juan Miguel
Para quienes tenemos fe en Jesucristo, sabemos que, como dice san Pablo, todo sucede para bien de los que aman a Dios. Existen eventos en nuestra vida, sin embargo, episodios que nos recuerdan que aceptar esta verdad no siempre es fácil. Uno de estos eventos ha sido tu muerte. Me llegó a caer de la tarde al venir de celebrar la Eucaristía en la parroquia del Pilar, en el día de la fiesta. Como periodista no di crédito a la noticia y quise confirmarla. Y por fin se confirmó. Si, Juan Miguel Díaz Rodelas habías partido a la Casa del Padre.
El Señor es nuestra luz y nuestra salvación. Así lo viviste tú, Juan Miguel y así lo creíste. Naciste para morir el año 1950 en la localidad tinerfeña de Arico Nuevo y te trasladaste a Valencia donde cursaste Teología. Y fuiste ordenado sacerdote el año 1976.
Toda tu vida, toda entera, en los diversos ministerios que como sacerdote te encomendó la Iglesia, los has vivido con esa pasión misionera que te ha caracterizado de querer dar a conocer a nuestro Señor Jesucristo, y de meter en la vida de la Iglesia esa fuerza que tiene que tener también la Iglesia del Señor para anunciar siempre a Jesucristo y su Palabra. En todo lo que hiciste, en lo que dijiste, en lo que manifestaste con tu vida y criterio fue esa pasión por dar a conocer al Señor. Toda tu vida ha sido una afirmación del sacerdocio y de la fe.
Mi amistad contigo se remonta a los años de seminarista, a mediados de los años 70, pues te formaste en nuestro Seminario Metropolitano de Valencia. Como sacerdote y profesor de Teología en nuestra Facultad animaste a muchos amigos y conocidos a acercarse a Dios y vivir una vida cristiana seria. Por la gracia de Dios, con tu gran labor apostólica ayudaste a muchos a crecer como personas y como católicos. Tu sencillez y alegría te abrían las puertas de todos los ambientes en la sociedad, la Iglesia y la vida ordinaria de quienes se acercaban a ti. Para todos eras “el canario”, por tu origen, el amigo, confesor, director espiritual y hermano.
Tu partida ha dejado entre nosotros los frutos abundantes de quien, como san Pablo, ha “corrido bien la carrera”. Tus más de veinticinco años de sacerdocio estuvieron marcados por una profunda vida de oración, la devota celebración de la santa Eucaristía y la infatigable atención a las necesidades espirituales de tantos hombres y mujeres que acudían a ti para reconciliarse con Dios mediante el sacramento de la confesión o buscar consuelo y sabiduría mediante la dirección espiritual y la formación teológica.
No hay palabras para expresarte nuestro dolor y consternación, y el de todos tus compañeros y amigos, por tu fallecimiento. Es increíble pensar que ya no te volveremos a ver y a tener entre nosotros; pero Dios no se equivoca, te tenía una mejor misión allá con Él, te necesitaba junto a Él, y no cabe duda que el cielo te recibió con aplausos.
Tenías planes para el crecimiento de la labor apostólica en nuestras parroquias y arciprestazgos con tu labor teológica. Tenías prisa por llegar a más almas y ayudar a los demás, porque estabas convencido de que tu vida espiritual de profunda e intensa intimidad con Dios, y su Palabra hecha Escritura, te llamaba a no ocuparte de ti mismo, sino de los demás.
Sin mayores pretensiones, Juan Miguel, tú nos mostraste a lo largo de tu vida, la autenticidad de una vida sacerdotal que es modelo a seguir. Pasando por altos y bajos, éxitos y aparentes fracasos; pero sin perder el entusiasmo de amar a Dios y a los demás, en un servicio desinteresado y rico en frutos de vida eterna.
Esta fe que compartimos contigo, no nos evita el dolor, el sufrimiento, la amargura; como no le evitó a Cristo en la cruz. Pero que sí nos da un consuelo, una esperanza que nos ayuda a seguir viviendo, porque sabemos que no te hemos perdido para siempre. Que volveremos a encontrarnos un día. Estoy seguro de que tú, Juan Miguel, no quieres vernos tristes. Quieres que sigamos viviendo con esperanza y con ilusión. Nos quieres ver felices, con la felicidad que tú, ahora tienes. Tú te has adelantado. Y sufrimos por tu ausencia, porque te queríamos junto a nosotros. Te necesitábamos junto a nosotros. Nosotros pedimos por ti, y tú pides por nosotros. Desde el cielo nos ves y nos animas. Seguiremos tus consejos; esos consejos que siempre nos estabas dando. Nos hubiese gustado seguir viviendo contigo. No ha podido ser así. Pero no te vamos a olvidar. Sabemos que tampoco tú nos vas a olvidar.
Nos estás esperando con los brazos abiertos.
Reposas ahora en los brazos del Altísimo, Padre de la paz, buen amigo y hermano, Juan Miguel. Nosotros acudimos a tu intercesión para que nos sigas acompañando en nuestro camino terrenal, hasta que al final de nuestra vida podamos reunirnos contigo en la presencia de Dios Nuestro Señor y la compañía de Nuestra Señora, la Virgen de los Desamparados.
Un abrazo,




lunes, 22 de abril de 2019

MAYO: MES DE MARÍA


MAYO: MES DE MARÍA


Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular


San Pablo VI en la carta Encíclica “Mense Maio”, atribuye de manera impresionante la belleza de este mes a la virgen María. Hay en él un “éxitus” y un “reditus”. Según él, “el mes de mayo es el mes en el que los templos y en las casas particulares sube a María desde el corazón de los cristianos el más ferviente y afectuoso homenaje de su oración y de su veneración. Y es también el mes en el que desde su trono descienden hasta nosotros los dones más generosos y abundantes de la divina misericordia”.
No podemos afirmar que los católicos muestran su sentido de veneración a la Virgen María únicamente en el mes de mayo, sino que lo especial de este mes es que, toda la Iglesia pone su atención a la contemplación del papel de la madre de Dios en la historia de nuestra salvación. Para ello, el mes de mayo es tiempo de intensificar nuestras oraciones a Dios a través de María por las necesidades propias y las del mundo entero. Es tiempo en el que la Iglesia invita a todos los fieles a interiorizar e imitar las virtudes de María tanto a nivel personal como comunitario. Así que, el rezo del rosario se vuelve muy importante durante este mes. A través de la contemplación de diferentes misterios del rosario, María nos trae a Jesús a nuestras vidas como lo trajo al mundo durante la Encarnación.
Es importante tener en cuenta que, desde la Edad Media se consagró el mes de las flores a la madre de Dios con el fin de rendirle culto a las virtudes y belleza de la Santísima Virgen María. Ahora bien, ¿por qué María es tan especial para los cristianos católicos en el mes de mayo? Lo especial de Ella se halla en su trascendentalidad en la Iglesia y en la historia de nuestra salvación.
Fuera del amor que los católicos le tienen a la Madre de Dios, ella es considerada siempre como camino seguro y corto que nos lleva a Jesús. De hecho, muchos católicos popularmente certifican esta certeza con esta afirmación: “A Jesús por María.” Quiere decir, para llegar a Jesús de manera segura, es importante pasar por su Madre. El papa Pablo VI en su carta Encíclica “Mense Maio” claramente atestigua esta realidad al afirmar que “todo encuentro con Ella no puede menos de terminar en un encuentro con Cristo mismo. ¿Y qué otra cosa significa el continuo recurso a María si no un buscar entre sus brazos, en Ella, por Ella y con Ella, a Cristo nuestro Salvador, a quien los hombres en los desalientos y peligros de aquí abajo tienen el deber y experimentar sin cesar la necesidad de dirigirse como a puerto de salvación y fuente trascendente de vida?”.
María es un camino intermediario a través del cual el Salvador del mundo nos llega y nos concede favores todos los que acudimos a Él por medio de su Madre. Es preciso recordar la intervención de María durante las bodas de Caná con sus palabras intercesoras: “Haced lo que Él os diga”. Ella dirigió esas palabras consoladoras y esperanzadoras a los sirvientes de la boda en el momento tan difícil, tan estresante, y tan dilemático por la carencia del vino, bebida que alegraba la vida en cualquier boda judía. Esas palabras de contienen todo el anhelo, la vivencia y la misión de María, es decir, conducirnos a la identificación con Jesucristo.
María es el camino por excelencia hacia Jesucristo. El camino por el que Cristo llegó al hombre debe también ser el camino por el que nosotros llegamos a Cristo. Cristo vino a nosotros a través de la Virgen María. Por eso, le damos a María un lugar privilegiado en nuestra vida y confiamos a Ella nuestra entrega y donación en el seguimiento de Jesucristo. Si la amamos, también amamos al Salvador del mundo porque Jesús y María son inseparables. Los santos aprueban con su vida la importancia de pasar por María para llegar a Jesús. Pues han sido hombres y mujeres con gran devoción a Ella y muchos se han consagrado a Ella para que su Hijo les condujera a la santidad.
La Santísima Virgen María es educadora del pueblo cristiano en la oración y en el encuentro con Dios. Ella oraba sin desfallecer y la oración era la vida de su alma y toda su vida era oración. En el cenáculo ejerciendo su función maternal, se reunía con los apóstoles y discípulos de su Hijo, perseverando con ellos en la oración ensenándoles a disponer sus corazones para acoger el Espíritu Santo, regalo prometido de Jesucristo. En este sentido, María es Maestra de oración y ejemplo de cercanía a Dios.
Así que, no hay lugar a dudas que el mes de mayo es tiempo de intensa y confiada oración a Dios de parte de nosotros por medio de María. La oración no es otra cosa que la relación personal de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones. Normalmente es el dialogo entre Dios misericordioso y el ser humano que reconoce a Él como su creador. En resumen, la oración tiene que ver con caminar en la presencia de Dios, escuchar y obedecer su voz que suena en la consciencia del ser humano.
En este mes, los católicos acuden frecuentemente a Dios a través de María por medio del Rosario: Ver los misterios de Jesús con los ojos de María. La Virgen María siempre juega el papel de mediadora, aunque este rol no quita nada ni agrega algo a la eficacia de Cristo, único mediador entre Dios y los hombres. Acerca de esto, el concilio Vaticano II precisa que, la Santísima Virgen María “(…) continua alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna. Con amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo que peregrina, se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Eso explica el por qué la Bienaventurada Virgen María es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora”.
Al tener en cuenta que la Santísima Virgen María es camino corto y seguro hacia Jesús, los fieles católicos acuden a Ella con frecuencia con el motivo de conseguir favores del Salvador del mundo. Ella es intercesora por antonomasia por la Iglesia y por todo el pueblo de Dios salvado por su Hijo. Se acude a Ella, entre otras cosas, para poder combatir el pecado, superar los dilemas que se presentan en el diario vivir de la existencia humana, mantener la fidelidad a su Hijo y obtener la conversión. Todo ello, hace que el mes de mayo sea especial para la Iglesia que peregrina aquí en la tierra.
María es, además, ejemplo de los que escuchan la Palabra de Dios con un corazón generoso y dan fruto con perseverancia. Se ubica la fe de María en el marco de la escucha de la Palabra de Dios. Ella puso su confianza en Dios y colocó su porvenir en las manos del Todopoderoso para que en Ella se cumpliera su voluntad. Podemos decir que la fe impulsó a María a vivir la Palabra de Dios al pie de la letra. En la Encíclica “Lumen Fidei” el papa Francisco hace hincapié en la fe inquebrantable de la madre de Dios al explicar que “en la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue dirigida a María y ella la acogió con todo su ser, en su corazón, para que tomase carne en Ella y naciese como luz para los hombres.”
En la actitud de fe de la Santísima Virgen, se ha concentrado toda la esperanza del Antiguo Testamento en la llegada del Salvador. Vale decir que en María se cumple la larga historia de fe del Antiguo Testamento, que incluye la historia de tantas mujeres fieles, comenzando por Sara, mujeres que, junto a los patriarcas, fueron testigos del cumplimiento de las promesas de Dios y del surgimiento de la vida nueva. Al igual que Abraham que dejó su tierra confiado en la promesa de Dios, María se abandona con total confianza en la palabra que le anuncia el Ángel, convirtiéndose así en modelo de todos los creyentes y salvados por su Hijo.
No hay duda de que, por la fe la Santísima Virgen María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios. En la visita a santa Isabel entonó el canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él. Junto con san José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes. Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario. Esos episodios muestran que la Virgen es la mejor maestra de la fe, pues siempre se mantuvo en una actitud de confianza y de visión sobrenatural. Ella guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón. Su camino de fe, aunque en modo diverso, es parecido al de cada uno de nosotros: hay momentos de luz, pero también momentos de cierta incertidumbre respecto a la Voluntad divina. Cuando encontraron a Jesús en el Templo, María y José no comprendieron lo que les dijo.
Ahora bien, ¿Cómo responder siempre con una fe tan firme como María, sin perder la confianza en Dios? La respuesta es sencilla: imitar sus virtudes. La imitación de las virtudes de María es tratar de que, en la vida de cada creyente esté presente esa actitud suya de fondo ante la cercanía de Dios. Al igual que Ella, procuremos reunir en nuestro corazón todos los acontecimientos que nos suceden, reconociendo que todo proviene de la Voluntad de Dios. María mira en profundidad y así entiende los diferentes acontecimientos desde la comprensión que solo la fe puede dar y solucionar los dilemas de nuestra vida. Imitar a María implica contemplar su vida con el ejemplo de una vida coherente que muestra la autenticidad y veracidad de nuestra vocación de seguidores de Jesucristo y de hijos de Dios.


jueves, 18 de abril de 2019

JESÚS MOLESTA







Por Antonio DIAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular


Siempre por estas fechas de Semana Santa escuchamos o leemos noticias desagradables que se producen en diversos puntos de nuestro país. Se trata de incidentes o enfrentamientos entre ciudadanos que expresan públicamente su fe y otros que la rechazan o vituperan.
Se trata, en una sociedad adulta y democrática, ciertos actos deplorables referentes a lugares de culto o al paso de las procesiones. Se trata de la Cristianofobia: un tabú que ya causa el 77% de las agresiones a la libertad religiosa en España. Según el Informe 2018 del Observatorio sobre Intolerancia y Discriminación contra los cristianos en Europa, Francia está a la cabeza con 153 casos. Les siguen de cerca España con 96, Alemania 54 y Reino Unido 53 y, a media distancia, Italia, Bélgica, Austria y Suecia.
Ante estos actos de intolerancia, las voces de alarma se levantan.
No son pocos los que afirman que nos encontramos en una época de crisis para la fe cristiana en general y para la Semana Santa, en particular proporcionada por la falta de respeto de algunos. Otros comparan dichos actos vandálicos con tristes épocas pasadas, y hay quien prácticamente predice el final de las procesiones.
Sin embargo, creo que no debemos dejarnos llevar por una serie de actos que, si bien gravísimos, condenables y continuados (puesto que son ya varios los años en los que escuchamos estas noticias), no dejan de ser puntuales. Quiero decir que no debemos dar más importancia de la que tiene al árbol que cae en el bosque, que a todos los demás que se mantienen en pie. O si queremos hacer más cofrades estas palabras: no centrarnos en los cirios que se apagaron o rompieron, sino mirar la larga teoría de nazarenos que, con una seriedad y templanza dignas de encomiar, ofrecieron su otra mejilla manteniendo los suyos derechos y encendidos. Debemos, por tanto, intentar poner los medios para que este tipo de acciones no se repitan ni proliferen, sin darles un protagonismo tal que ponga en peligro la continuación de una tradición tan nuestra como es la de la Semana Santa.
Pero al hilo de estas consideraciones y con el dolor que me produce el enterarme de la mayoría de estas noticias, me vene a la mente la idea de que Jesús molesta. Molestó en vida, molesta hoy y molestará en un futuro, simplemente porque nos pone delante de nosotros una manera de vivir que no queremos aceptar, además de que, con su vida intachable, deja manifiestas todas nuestras incongruencias y contradicciones.
Jesús molestó en vida. Quizá hubiera sido mejor que se hubiese contentado con ser simplemente el humilde carpintero de Nazaret. Pero no, él quiso cumplir con radicalidad la voluntad de Dios. Y por ello, por poner a Dios y al prójimo siempre en el centro, se granjeó la enemistad de las autoridades civiles y religiosas de su época, y en no pocas ocasiones también del propio pueblo. Todo ello le llevó a una muerte ignominiosa que fue celebrada por muchos que al eliminarlo creyeron haberse quitado de encima un gran problema. Su manera de ser le condujo a esa cruz en la que le veneramos en lo alto de nuestros pasos procesionales.
Jesús molesta hoy. Es cierto, su imagen, su Evangelio, su doctrina, sus seguidores… molestan a muchos que exigen un respeto que no practican. Su cruz en las calles o en los espacios públicos resulta hiriente para aquellos que no la ven como un símbolo del amor de Dios para con los hombres, sino como un instrumento de conquista y opresión en épocas pasadas. Su rostro ensangrentado y su cuerpo lacerado hieren curiosamente la sensibilidad de aquellos que se encuentran inmunizados ante la violencia que presentan diariamente los medios de comunicación. Y por ello algunos deciden hacer con él lo que otros ya hicieron en la primera madrugada del Viernes Santo de la historia: insultarlo, faltarle al respeto, asustar y dispersar a sus discípulos y tratar de borrar de la sociedad todo lo que tenga que ver con él. Los que actúan así, realmente conocen poco de Jesús y su mensaje de amor que ha sido capaz de soportar y sobrevivir a las situaciones más adversas y complicadas.
Pero Jesús también molesta a los creyentes y a los cofrades. Sus palabras y su ejemplo nos incomodan a nosotros, cristianos y cofrades del siglo XXI, cuando nos ponen de manifiesto que no vivimos lo que predicamos. Que no dejamos que Dios sea el centro de nuestra vida, que no luchamos porque nuestros prójimos puedan vivir dignamente y que convertimos de nuevo la casa de su Padre en una cueva de ladrones. Jesús molesta cuando vivimos un cristianismo vacío y descafeinado de Ramos a Pascua, y también cuando nos creemos superiores, o mejores cristianos convirtiendo nuestra fe y nuestras obras en armas arrojadizas contra los demás.
Y por último, Jesús molestará en el futuro, puesto que su vida y su mensaje seguirán siendo contraculturales en todos los tiempos y en todas las circunstancias. Porque su apuesta radical por Dios y el prójimo seguirá haciendo heridas a nuestros planes y cálculos humanos. Y también porque seguirá poniendo la otra mejilla y dando una oportunidad tras otra a todos los que le ofenden, rechazan o traicionan.
Jesús molesta, sí, pero a la vez atrae. Puesto que nos muestra un camino de felicidad tan plena y tan inabarcable, que preferimos contentarnos con pequeñas dosis y porciones que podamos controlar. Ojalá Jesús no deje de molestar nunca nuestra vida y nuestros planes y así podamos parecernos cada día un poco más a él.


jueves, 4 de abril de 2019

Mirando la historia del Viacrucis



Mirando la historia del Viacrucis


Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular



Hacia el año 33, se desencadenó la primera persecución por parte de la mayoría judía hacia la comunidad cristiana, concretada sobre todo en sus miembros de procedencia helenística o en los principales cabecillas (Esteban, Pedro, Juan, Santiago, y demás apóstoles...). Esto produjo una primera dispersión de quienes se llevaban consigo la memoria de los hechos, la fe pascual, pero no los escenarios de la pasión, ni los objetos relacionados con la vida o la muerte de Jesús, hacia los que no pusieron ningún interés.
Años después, la tensión con el poder romano cobró fuerza en la rebelión de los zelotas, que se alzaron contra los soldados de Roma. La reacción no se hizo esperar y Tito, al frente de las legiones acantonadas en Siria, se desplazó hacia el sur arrasando sistemáticamente todo a su paso. Los legionarios no se pararon a considerar si eran o no cristianos, pues todos corrieron igual suerte. Fueron numerosos los que buscaron refugio, a la desesperada, tras las murallas sólidas de Jerusalén, que incrementó su población hasta el límite.
Los dos episodios más conocidos de aquella guerra fueron la toma de Jerusalén, tras enconada resistencia (año 70), y la del reducto de Masada (año 74). Tras la destrucción, Jerusalén quedó arrasada y los “santos lugares” irreconocibles. (Para los judíos, el “lugar santo” era el templo; para los que han querido asegurar después la localización de espacios relacionados con la pasión de Jesús, los “lugares santos” cristianos eran otros). Pero todos quedaron arrasados.
Al cesar las hostilidades, algunos supervivientes —no todos— regresaron a Jerusalén, y de nuevo se restableció allí una comunidad cristiana, obligada por la necesidad a reconstruir viviendas o un espacio para su culto minoritario. No se empeñaron en excavaciones arqueológicas para reconstruir los escenarios de la pasión de Jesús. Por otro lado, eran un número reducido, pues en el cristianismo se había producido un desplazamiento del centro de gravedad hacia Grecia primero y hacia Roma después.
Cuando los cristianos de la primera generación, particularmente quienes residían en Jerusalén, constituyen una inicial comunidad, saben de primera mano —algunos como testigos oculares— lo que ha sucedido con Jesús. Pero los relatos conservados jamás ponen el más mínimo acento, ni el más mínimo interés, en referir que preservan como valiosos tesoros objetos relacionados directamente con Jesús: ni con su vida (ropas, sandalias, manto, herramientas, cosas usadas por él), ni tampoco con su muerte (cruz, corona de espinas, clavos, sudario...). La reflexión que hacen tiene claramente dos estilos: Uno consiste en narrar los hechos escuetos, que culminan con el testimonio de su encuentro con el Resucitado; el otro, en la línea del ahondamiento teológico, consiste en caer en la cuenta de que su muerte nos ha salvado, que no es una muerte inútil y absurda, sino cargada de sentido salvador: Muerte para engendrar y repartir vida, como hace el apóstol Pablo. Este, cristiano de segunda generación, repite los hechos que no ha conocido, pero enseña el sentido que ha descubierto en la muerte de Jesús. Pero nadie puede dar con un solo vestigio de interés por conocer lugares, poseer objetos, fijar relatos, preservar memorias o vínculos que tengan que ver con la pasión de Jesús.
Todo lo que se sale de ahí está envuelto en la leyenda, a pesar de que haya quien lo pretende legitimar con supuestos datos históricos (sudario, síndone o sábana santa, grial, cruz...). La primera comunidad cristiana de Palestina no se ocupó en absoluto de detalles de este tipo, y su interés es muy ajeno a estas particularidades: Gira en transmitir el fabuloso descubrimiento de que Jesús Dios se ha hecho presente en el mundo; de ahí, conservar la fe en él, su mensaje, sus propuestas, la fidelidad a su estilo de relación con Dios. Para aquella comunidad, ese era el valioso tesoro que era preciso conservar y transmitir a toda costa.
Por si fuera poco el notable desastre bélico y sus consecuencias, la situación se repitió: Durante los años 132 a 135 los judíos se volvieron a levantar en armas contra Roma acaudillados por Bar Kokeba. De nuevo fue asediada y tomada sesenta años después la medio reconstruida Jerusalén el año 134.
El emperador Aelius Hadrianus construyó una nueva ciudad sobre las ruinas de la antigua, que llamó Colonia Aelia Capitolina, conocida como simplemente Aelia; en la parte norte residían los colonos civiles (soldados veteranos licenciados) y al sur la Legio X Fretensis. Si algo pudiera haber quedado en pie del primer asedio y destrucción, no resistió el embate de la nueva conquista y la construcción de una colonia romana. Los vestigios quedaron enterrados a la espera de los arqueólogos, que llegarían siglos después. Es intento vano echar mano de la memoria de los primeros cristianos de Jerusalén, o de la socorrida tradición.
Al cambiar la situación con Constantino primero y Teodosio después (años 313 y 380, respectivamente) hubo cristianos que, movidos de devoción, acudieron a Jerusalén. Otros, como el caso de san Jerónimo, unió motivos de estudio. Se invocan sus palabras para aducir un testimonio que pretende poner en pie lo que había sido arrasado. He aquí sus expresiones: “Os animo y ruego por la caridad del Señor, que lleguemos a veros, y que no os retraséis tanto por otras circunstancias [en la visita] de los santos lugares. Pues aunque pudiera resultaros incómoda nuestra compañía, constituye una parte de la fe haber adorado donde estuvieron los pies del Señor, y haber visto las huellas de su reciente nacimiento y de su cruz y pasión”.
Igualmente, se ha invocado el testimonio de Egeria (Eteria) a fin de asegurar los vestigios de la práctica del viacrucis. Sospecho que en la mayor parte de las ocasiones se ha repetido de memoria, sin haber consultado sus escritos, lo que da poca garantía a los que proceden así. Eteria visitó Jerusalén a finales del siglo IV: Es una de las personas que se sintieron impulsadas al viaje por su fe. Cuando estuvo allá, constató la existencia de una comunidad cristiana, con su obispo al frente, acompañado de un conjunto de presbíteros y diáconos. Llegó a Jerusalén a mediados del año 381, y el obispo era Cirilo —conocido como Cirilo de Jerusalén—. Da fe de las celebraciones ordinarias y más en particular de la semana mayor, en la que en la mañana del viernes, antes de la salida del sol, se reúnen los cristianos en el lugar en el que se repite de unos a otros que Jesús fue flagelado. Allí se coloca una cruz que sostiene el obispo rodeado de sus diáconos; los fieles se acercan a besar la cruz. También besan el anillo que perteneció al rey Salomón, y el cuerno de aceite con que eran ungidos los reyes de Israel. En comunidad se recitan salmos, lecturas de las cartas apostólicas, del evangelio y los profetas que tienen relación con la pasión de Señor; luego se lee la pasión siguiendo el relato de Juan. Finalmente, se anuncia que habrá una vigilia (celebración) en la Anástasis (Resurrección), para completar las celebraciones de la semana. No es posible, por consiguiente, deducir orígenes del viacrucis en el testimonio de Egeria, que consigna la práctica celebrativa de la comunidad de Jerusalén.
Si esta constancia ha quedado por escrito, a lo largo de la Edad Media otros testimonios variados fueron transmitidos oralmente por parte de los peregrinos que acudían a los tres centros de peregrinación: a Roma (romeros) o a Jerusalén (palmeros), y más tarde a Santiago (concheros), así como también a otros lugares, deseosos de contacto y cercanía cuando se aseguraba la presencia en el pasado de algún apóstol o del mismo Jesús.
Los peregrinos a Jerusalén, al retornar a sus orígenes, contaban lo que habían visto, y lo que les habían dicho, pero que no habían podido comprobar por sí mismos, dado que todo lo que veían sus ojos no existía en el momento de la vida de Jesús, salvo algunas ruinas (muro de las lamentaciones, por ejemplo). Lo que les habían referido no tenía ninguna exactitud histórica, aunque saliera de labios de cristianos convencidos; lo que ellos narraban a su regreso podía perfectamente ser deformado, magnificado, alterado o preterido ante unos oyentes que no tenían otro recurso que admitir lo que venían contando quienes habían estado en Jerusalén (o quienes decían haber estado). La verosimilitud de la tradición oral a los países cristianos de occidente no tenía otra base. Con tan débiles cimientos, la exactitud y el rigor se tambalean.
Aún es preciso añadir otro acontecimiento que hace zozobrar todavía más la exactitud: En el siglo VII desde Arabia, se produjo la invasión musulmana, que hacia el norte de África se extendió por Palestina, Egipto y Libia sin especial resistencia. Los cristianos que permanecieron allí fueron vistos por los dominadores como población sometida, obligada a pagar impuestos, y a tener restricciones en la manifestación pública de su fe. Los peregrinos que continuaron acudiendo se vieron, según los casos, tolerados, respetados u hostigados. No era más grave que a un peregrino aislado le asaltaran en su camino a Santiago o a Jerusalén; pero si en el primer caso los asaltantes eran otros cristianos, en el segundo eran unos musulmanes, que no compartían la misma fe. Esto hizo posible que se incubara una hostilidad religiosa que fue creciendo, junto con el riesgo político y militar de copar la cuenca del Mediterráneo en una pinza que abarcaba desde la España musulmana hasta la Turquía islámica de los seléucidas (seldyúcidas).
El papa Gregorio VII pensó en 1074 organizar una ayuda militar a los cristianos de Oriente, que, aunque separados por el cisma (1054), eran cristianos. Veinte años después, en el concilio de Clermont de 1095 surge el lema “Dios lo quiere” como eslogan para convocar la primera de las cruzadas al año siguiente. Desde 1096 hasta 1270 se sucedieron siete cruzadas, con muy diversa suerte cada una de ellas. Tan solo la primera llegó a conquistar Jerusalén y, en cierto modo, garantizar la seguridad de los peregrinos (órdenes militares). Tanto estos como los que regresaron de las expediciones militares narraban en los países occidentales lo que les habían dicho, o lo que habían visto directamente. Pero es seguro que nada o muy poco tenía que ver realmente con los acontecimientos de la pasión de Jesús.
Es entonces, a partir del siglo XII, cuando los relatos en países occidentales prenden en el ánimo del pueblo cristiano y cuando se empiezan a consolidar, relato sobre relato, unas historias que parecen tener una certeza: La que aportan los testigos. Entonces se empieza a fomentar una devoción hacia la pasión, que se pretende transportar, llevando a Occidente los recuerdos de lo que había sucedido en los lejanos días de la pasión de Jesús. Los recuerdos se tornan más vívidos y permanentes cuando se construyen pequeñas capillas que albergan escenas o tablas en las que se ha dibujado, pintado o esculpido tal o cual momento de la pasión. Quienes están imposibilitados para peregrinar tienen de esta forma un recuerdo próximo a sus viviendas. En cada país, en cada región, en cada lugar en que esto se lleva a cabo, obedece a una tradición anárquica que emana de quien había hecho el relato, cuya palabra testimonial no se ponía en duda.
En 1342 se encomendó a los franciscanos el mantenimiento del culto de los que se consideraban lugares santos para los cristianos. De la certeza de muchos de ellos es posible albergar serias dudas; pero, si lo narraba un religioso, el peregrino dudaba menos; y el oyente en el oeste de Europa ni se lo planteaba.
Cuando alguien, desconocido, propone hacer un recorrido por los diversos lugares que se narraban como relacionados con la pasión, surge el viacrucis. Cuando alguien cuenta en su país de origen la práctica de devoción en que ha participado cuando estuvo en Jerusalén, este se implanta en la Europa cristiana. Se efectúa además un cambio en la sensibilidad religiosa en relación con la pasión: Consiste en recordarla con dolor, mirarla con compasión, como queriendo aliviar a Jesús en sus dolores al participar de ellos. La combinación de estos elementos da como resultado una devoción particular a los diversos lugares donde Cristo sufrió los tormentos de su pasión y muerte.
No hay nada reglado. El recorrido puede llevarse a cabo en el orden sucesivo de los acontecimientos de la pasión, tal como los narra el evangelio; pero también se admite el orden inverso, retrocediendo desde el Gólgota hacia atrás. Como además cada uno de los cuatro relatos evangélicos no proporciona los mismos detalles, según la guía que se siga, o según el narrador que relate, se rememoran unos u otros hechos.
Se pretenden ver precedentes seguros del Viacrucis en narraciones de viajeros que peregrinaron a Palestina. Así, se cita a Riccoldo di Monte Croce, nacido en Florencia en 1243. Ingresó en los dominicos en el convento de Santa María de Novella. En 1288 peregrinó hacia el Este: hasta Acre, Galilea y Bagdag, de cuyo viaje dejó un escrito, con el nombre de “Itinerarium”, en que aparecen algunos vestigios de lo que alcanzó a ver en su peregrinación. Su obra más célebre es “Imputatio alcorani” (también citada como “Confutatio alcorani”), que tira por tierra las afirmaciones y usos de los musulmanes. Falleció en Florencia el 31 de octubre de 1320. Poco después de su viaje, el también dominico Francisco Pipinus, del convento de Bolonia, redactó por mandato de sus superiores el relato titulado “Iter orientale”, que le ocupó los años 1250 a 1266 y de 1269 a 1295: Su escrito refleja las impresiones de su peregrinación anterior, de la que los superiores no deseaban que quedase en el olvido.
El beato Henri de Suso, muerto en 1366, preconizó en el siglo XIV una especie de recorrido espiritual (sin desplazamiento físico, por tanto), consistente en una serie de meditaciones para recordar algunos momentos de lo acontecido en la pasión. Los franciscanos introdujeron en Europa y propagaron una serie de representaciones de momentos de la pasión, a los que se dio el nombre de “pasiones”, pues aún no había surgido el más moderno nombre de “viacrucis”. En esa misma línea, la beata Eustoquia, clarisa de Messina, fallecida en 1498, organizó en su ámbito una serie de representaciones que iban desde el nacimiento hasta la pasión y muerte, abarcando diversos momentos de la vida de Jesús; es claro que está en la misma dirección que las representaciones centradas en los “nacimientos”, fomentadas por los franciscanos. También contribuyó a fomentar el “vía crucis”, a principios del siglo XV, el beato Álvaro de Córdoba. No se conoce con certeza su origen ni su fecha de nacimiento. Sí, en cambio, que fue profesor en San Pablo, de Valladolid. Pasó a Italia y además peregrinó a Jerusalén. A su retorno, junto con Rodrigo de Valencia, adquirió la Torre Berlanga, en la serranía de Córdoba, y allí edificó un convento dominico reformado al que llamó de Santo Domingo de Escalaceli, donde murió hacia 1430. En él organizó unas representaciones pintadas con algunas de las escenas de la pasión, además de denominar a ciertos parajes del recinto con nombres que evocaban su estancia en Palestina. El hecho de tener que recorrer las escenas una a una comportaba el desplazamiento de las personas de un lugar a otro, remarcando siempre el sentido espiritual; se introduce insensiblemente el sentido procesional. Esto lleva a intercalar marchas, paradas, contemplación, comentario, oración, canto... Sin embargo, resulta pretencioso ver en esas rememoraciones un precedente del actual viacrucis.


jueves, 28 de marzo de 2019

ACOMPAÑEMOS LA FE NUESTROS JÓVENES COFRADES


ACOMPAÑEMOS LA FE NUESTROS JÓVENES COFRADES


Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de religiosidad Popular



No existe un censo exacto de niños y jóvenes en nuestras cofradías y hermandades,  pero prácticamente todas cuentan con un buen puñado de ellos (entre diez y veinte, la mayor parte de ellas), aunque su participación no sea siempre visible. Y es que algunos son cofrades prácticamente desde que nacen, puesto que la tradición familiar sigue siendo el principal motor para que los más pequeños se integren en sus filas.
A los hermanos de paso y de fila hay que sumar una nueva categoría, por fortuna bastante abundante, los hermanos “de chupete”. A eso se llama mamar la Semana Santa desde pequeños.
No creo que el dato sea nada original, y cosa parecida sucede en todas partes. Hace tiempo que vemos a niños pequeños integrando las filas de las hermandades y cofradías de toda España, pero esa presencia se ha multiplicado extraordinariamente en los últimos años. Los niños son un porcentaje grande dentro de los que ingresan como nuevos hermanos.
Podemos arriesgarnos a decir que, si hace veinte años los motivos de ingreso en las cofradías eran fundamentalmente del entorno social –el grupo de amigos-- a lo que se añadió luego el "tirón" popular de la Semana Santa en los últimos años, hoy día el motivo fundamental de ingreso es familiar, y se manifiesta en las altas de los hijos pequeños de los propios cofrades. Ya sé que es una conclusión apresurada y provisional. Tómenla como tal.
En las cofradías nada distinto. Nada especial, sino un modo de vivir la religiosidad popular. O mejor, que hagan ellos. Y aún mejor, que no hagan, que” sean”. Menos activismo y más profundización en lo esencial. Pero la pregunta vuelve, y vuelve, y vuelve… ¿Qué hacemos con los niños y jóvenes?
En la Iglesia a los niños y jóvenes se les echa de menos y, de repente, mira uno a las cofradías y se encuentra con niños y jóvenes. Bastantes jóvenes y niños. Nuevos jóvenes. Seguramente más parecidos a los que no pisan una parroquia cualquiera un domingo cualquiera que a los que sí lo hacen. Probablemente más entusiastas de un altar de cultos con muchos candelabros y jarrones que de un coro de guitarras y un presbiterio decorado con telas de colores. Piadosamente tradicionales pero ni muy píos ni muy tradicionalistas. Y entonces, la pregunta: ¿Qué hacemos con ellos? La cuestión puede suscitarse, y a menudo se suscita, en la junta directiva de una hermandad, en la delegación de pastoral juvenil de una diócesis o en un párroco al que le ha caído en suerte una o varias cofradías en su comunidad (nunca en desgracia, aunque puede pensarlo a veces y humanamente se le comprende).
Casi todas las cofradías integradas en la Semana Santa han tenido en algún momento algo que han denominado "grupo joven".  Los ha habido o los hay hasta con una especie de equipo directivo, se han tendido lazos entre sus responsables y/o los vocales de juventud de las juntas de gobierno de las diferentes hermandades, han organizado solidarias recogidas de alimentos, han rezado alguna vez (de eso he tenido menos noticia) y hasta han anunciado excursiones. Han nacido, han crecido poco y se han disuelto. O los han enfriado para combatir calores indeseados. O se han quedado en una declaración de intenciones. De todo ha habido. También buenos frutos.
Hay en las cofradías grandes valores y significativas lagunas. Muchas de ellas, no exclusivas del ámbito cofrade, sino propias de nuestros creyentes, de la fe de nuestro tiempo. En el capítulo positivo podemos poner la riqueza ritual, la experiencia inmediata de Dios, el desarrollo de la estética y el arte sacro, y de la dimensión social en nuestras hermandades. En el negativo, la flojedad de los contenidos racionales de la fe, y de la respuesta moral que lleva aparejada. Profundizar en lo esencial, es la tarea.
Y eso es. Jesús en el centro. Para el ocio y el tiempo libre las ofertas son múltiples. Para trascender de ese fenómeno emocional, estético e identitario que reúne a los jóvenes en una cofradía la oferta la deben hacer la propia hermandad, su parroquia y su diócesis. Una oferta en la que el niño y el joven tengan voz, voto y protagonismo. Y que en frente y junto a él a quien se encuentre sea a Jesucristo. Él sabrá mejor que nosotros qué hacer con los jóvenes.
Comprender y vivir: Esas son las dos tareas fundamentales que dan cuerpo, entidad, a su pertenencia cofrade. En conjunto, podemos hablar de una "pedagogía" de lo que es la cofradía. Pedagogía en el sentido etimológico de la palabra: Guía o conducción de los niños y jóvenes. No es una mera enseñanza, no basta con llenarles la cabeza de conceptos teóricos. Es precisa una atención personal que atienda su situación, que sea de verdad un acompañamiento de esa situación, y que les encamine en la consecución de una situación nueva.
Cuando hablamos de formación cofrade, inconscientemente pensamos en los adultos, y olvidamos las actividades formativas para niños y jóvenes. Pero no son los niños y jóvenes el principal problema, sino que en buena parte son los padres, los adultos, su propia pobreza personal y de fe, su imposibilidad para transmitir algo que vaya más allá de lo estético o emocional, la que determina la situación de los pequeños. Por eso, jamás podremos hablar de formación de niños y jóvenes como algo aislado. Nunca lograremos formar a los niños si no emprendemos, al mismo tiempo, la tarea de formar a los mayores.
Si logramos unos adultos formados, conscientes de lo que supone la cofradía o hermandad, y que tratan de ser coherentes con ello, la formación de los niños estaría casi automáticamente garantizada.
Educar es, por tanto, aprender a valorar, creer, sentir y practicar. Las cuatro dimensiones deben ser trabajadas, pues un enfoque que sólo use la dimensión de los valores cae en un eticismo que es incapaz de aportar el sustento necesario para la transmisión e innovación de dichos valores; un enfoque basado puramente en las creencias (principalmente en ideologías) es un enfoque doctrinalista incapaz de orientar al sujeto en las situaciones concretas; un enfoque basado sólo en sentimientos cae en el esteticismo; un enfoque basado sólo en las prácticas peca de excesivamente pragmatista. El enfoque equilibrado tiene que contener proporcionalmente esos cuatro elementos de la cultura.
¿Es posible una pastoral infantil-juvenil cofrade? Esta es la pregunta de fondo. No solo no es una misión imposible, sino muy posible y deseable. Hay pequeñas iniciativas, pero hay que seguir caminando y poner más carne en el asador. ¿Qué caminos podemos recorrer juntos la pastoral infantil-juvenil y los jóvenes cofrades? ¿Cuáles son las claves para el éxito de la misma? Es momento de aunar fuerzas entre la pastoral infantil-juvenil y los cofrades. Ser creativos en este campo.
Los niños y los jóvenes cofrades necesitan adultos cofrades referentes en la fe. Al final, se trata de la fuerza de la comunidad, de sentirse identificados con una realidad y un proyecto que nos precede y que va más allá de nosotros, esto es, la Iglesia.
Como sucede en la mayoría de las parroquias y en nuestra Iglesia en general, se han perdido eslabones jóvenes o relativamente jóvenes que sirvan de unión entre las personas mayores y las nuevas generaciones. Y en ocasiones, los cristianos de mediana edad no son referentes reales para los más jóvenes, ya sea por la manera de vivir la fe o por la falta de empatía con estos últimos.
Los hermanos mayores y las juntas directivas constituyen un pilar fundamental en la pastoral infantil-juvenil cofrade. Para bien y para mal, son faros en los que la gente posa su mirada. Si apuestan por trabajar con los jóvenes desde la fe, con fe y para la fe se obtendrán frutos. Como siempre, surge un cuestionamiento que hemos de hacernos los agentes de pastoral con jóvenes. ¿Hasta dónde queremos implicarnos? ¿Cuáles son las apuestas reales en tiempo, personas, dinero, oración, estructuras… que estamos dispuestos a hacer cuando trabajamos con jóvenes?
El acompañamiento personal de los jóvenes cofrades es lo único que puede garantizar hacer un proceso con ellos. Por supuesto, cada cual desde donde esté y atendiendo a la diversidad de situaciones que corresponda. En este sentido, es necesaria la implicación pastoral de los consiliarios de las diferentes cofradías y hermandades. Desde las diferentes instancias diocesanas se ha de apostar decididamente por la religiosidad popular, para que los jóvenes cofrades logren alcanzar el objetivo central como cristianos, esto es, el encuentro con Jesucristo a través de una profunda catequesis.
Llevemos a nuestros niños de la mano a la aventura de ser cofrades; al menos durante un tiempo, porque luego se soltarán y seguirán caminando por sí mismos. La aventura de ser cofrade no tiene fin.