FIESTA DE LAS CANDELAS O DE LA LUZ
Por
Antonio DIAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad
Popular
El 2 de febrero,
día de la “la Candelaria”, una fiesta conocida con diversos nombres: la presentación
del Señor, la purificación de María, la fiesta de la Luz y la fiesta de las candelas;
coincide aproximadamente con el ecuador del invierno, lo que tiene un gran
simbolismo, dando origen a una fiesta de tradición cristiana, que se remonta
muy atrás en el tiempo, y que pudo tener un origen pagano, en la antigua Roma.
La fiesta de las
candelas –también conocida como de la Luz– tiene en el fuego su principal
elemento simbólico, admitiendo varias interpretaciones, que van desde la propia
identidad de Jesucristo hasta la bienvenida a la luz, tras quedar atrás el
período de menos horas de sol del año.
Lo más llamativo
de esta fiesta es la procesión de las candelas de ahí el nombre de “candelaria”.
Esta fiesta es de origen oriental y hasta el siglo VI tenía lugar a los
cuarenta días de la Epifanía, el 15 de febrero, después pasó a celebrarse el 2
de febrero, por ser a los cuarenta días de la Navidad. Los cuarenta días han
sido tomados desde tiempos remotísimos como un periodo de seguridad y
salvaguarda de la vida y la salud tanto de la madre como del niño después del
parto. La procesión de la “candelaria” o “purificación” aunque toma elementos
del ritual judaico es de origen bizantino. Esta procesión se consideraba
especial y tenía lugar en las liturgias medievales, después de la hora tercia y
antes de la misa de esta festividad. La procesión de la “purificación” puede
considerarse como una de las más antiguas de las establecidas en la Iglesia
como refleja los primeros antifonarios de la misa de esta festividad escritos
en Europa en los siglos VIII-IX. En la procesión se establecen también unos
cantos propios de esta celebración por supuesto en latín y al final la
formación de velas de aquellos que participaban en la procesión.
A raíz del concilio
Vaticano II la fecha festiva del 2 de febrero se toma como la de la
consagración de Jesús (por tanto la de todas las personas consagradas: frailes,
monjas, clérigos etc) y es llamada únicamente de la presentación del Señor,
separándose de su foco mariano que había tomado con el tiempo recuperando de
este modo su sentido original. Así ahora en esta celebración la Iglesia da
mayor realce al ofrecimiento que María y José hacen de Jesús. Ellos reconocen
que este niño es propiedad de Dios y salvación para todos los pueblos.
La primera
bendición de las candelas en esta fiesta del “purificación” se remonta a
finales del siglo IX y era precedida de la bendición del fuego como en la
vigilia pascual: Se interpreta como una fiesta de la luz como símbolo de
Cristo, basándose en la profecía de Simeón: “Luz para alumbrar a las naciones y
gloria de tu pueblo Israel”. La bendición solemne de las candelas empezó en la
Iglesia galicana en el siglo X, y de ahí se fue difundiendo con lentitud. En
Roma se documenta por el Sacramentario de Padua, en una edición del mismo siglo
X. En la Península Ibérica, ya presente en el siglo XI, y después por el resto
de Europa.
Existía en
algunos lugares rurales de España hasta principios del siglo XX la mujer
después del parto no podía entrar en la iglesia sin ser purificada, ya que
según la tradición judeocristiana el derramamiento de sangre la contaminaba. Por
eso la bendición “postpartum”, era un rito antiquísimo de purificación.
La “religiosidad
popular” es sensible al acontecimiento, providencial y misterioso, de la
concepción y del nacimiento de una vida nueva. En particular las madres
cristianas advierten la relación que existe, a pesar de las notables
diferencias – la concepción y el parto de María son hechos únicos– entre la
maternidad de la Virgen, la purísima, madre de la Cabeza del Cuerpo Místico, y
su maternidad: Ellas también son madres según el plan de Dios, pues han
generado los futuros miembros del mismo Cuerpo Místico. En esta intuición, y
como imitando el rito realizado por María, tenía origen el rito de la
purificación de la que había dado a luz.
La fiesta del 2
de febrero todavía conserva un carácter popular. Sin embargo es necesario
responder verdaderamente al sentido auténtico de la fiesta. No resultaría
adecuado que la religiosidad popular, al celebrar la presentación del Señor, se
olvidase el contenido cristológico, que es el fundamental, para quedarse casi
exclusivamente en los aspectos mariológicos; el hecho de que deba "ser
considerada ...como memoria simultánea del Hijo y de la Madre" no autoriza
semejante cambio de la perspectiva; las velas, conservadas en los hogares, deben
ser para los fieles un signo de Cristo "luz del mundo" y por lo
tanto, un motivo para expresar la fe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario