lunes, 27 de febrero de 2023

LAS MIRADAS DE JESÚS DESDE LA CRUZ

 

LAS MIRADAS DE JESÚS DESDE LA CRUZ

 

Por Antonio DÍAZ TORTAJADA

Delegado Episcopal de Religiosidad Popular

 

La iconografía del Crucificado en el arte románico, a partir del siglo XI, lo presenta vivo sin señales de sufrimiento, sin torsión en sus miembros, con rostro sereno, y con los ojos abiertos. Desde esta iconografía y teniendo en cuenta las palabras de Jesús en la cruz que nos han transmitido los evangelios, hablamos de tres miradas del Crucificado a personas distintas y en direcciones diferentes: Jesús mira hacia arriba, se dirige al Padre, luego dirige su mirada hacia abajo, a su madre y a los que la acompañaban, también mira a los lados, para dirigirse a los otros crucificados.

La primera mirada de Jesús en la cruz se dirige a Dios, al que llama Abba, su Padre querido. Había vivido toda su vida desde la certeza de que él lo había enviado al mundo para que nosotros tuviésemos una prueba definitiva del amorque Dios nos tiene. En todo momento vivió en su presencia: “El Padre me ama…, sé que no estoy solo, porque él cuida de mí”. Por eso ahora, en medio de la oscuridad que cubría la tierra, como testifica el evangelista, “hacia el mediodía las tinieblas cubrieron toda la tierra”, el sol se estaba apagando a la par que moría el que se había presentado como “luz del mundo”, levanta sus ojos hacia Dios y le dirige unas palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, y junto a esta cruda interpelación también otra que expresa su absoluta confianza en él: “Padre a tus manos encomiendo mi vida”. Interrogante dramático y serena confianza son el contenido de esta primera mirada del Crucificado, que dirige sus ojos hacia arriba.

Jesús mira hacia abajo. Era el Hijo de Dios, pero siempre vivió con los pies sobre esta tierra. No fue un idealista utópico. De nuestra misma condición humana sabía lo que era el sufrimiento y la soledad de muchos, porque “pasó entre ellos haciendo el bien y curando las dolencias del pueblo”. Por eso, vuelve ahora también sus ojos hacia abajo y allí ve a su madre y al discípulo que más quería. Los ve rotos por el dolor, soportando la agonía del Hijo amado y la soledad del discípulo que había reposado su cabeza sobre su pecho. A ellos les dirige una mirada tierna y una palabra compasiva: “Madre, ahí tienes a tu hijo; Hijo, ahí tienes a tu madre”. Hecho ese ejercicio de sanación y de consuelo, como tantas veces lo había hecho con los que sufrían, luego ya pudo decir: “Todo se ha cumplido”

Mirada horizontal a los otros crucificados. De uno de ellos le llegan palabras de reproche y de burla. En cambio, el otro descalifica a su compañero, reconoce que merecían el castigo que estaban sufriendo y dirigiéndose a Jesús afirma su inocencia y le dirige una interpelación a su misericordia. Y Jesús mirando, sin duda, a uno y al otro les dice que el tiempo de gracia y de amnistía que él había inaugurado seguía vigente. Por eso, como lo había hecho con muchos pecadores desde el principio hasta el final de su vida, sentencia en alta voz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Y envueltas tiernamente en su mirada les dirige estas consoladoras palabras: “Te lo aseguro hoy estarás conmigo en el paraíso”

“Fijos nuestros ojos en Jesús”. Son tres miradas de Jesús desde la cruz, que quieren servir de ejemplo y paradigma para nuestros ojos, que siempre deben “estar fijos en Jesús”.

Una primera mirada hacia arriba, buscando al Padre Porque colonizados culturalmente por los “maestros de la sospecha”, somos una generación que piensa que para alcanzar la adultez debemos “matar al padre”. Aunque lo cierto es que lo necesitamos para encontrar sentido a la vida y a la muerte. El mismo Nietzsche, en el discurso del loco, en “Así hablaba Zaratustra”, planteaba estos interrogantes: “¿Adónde vamos ahora que hemos desencadenado la tierra de su sol? ¿No hace ahora mucho más frío? ¿No tenemos que encender faroles en pleno mediodía?”. Para muchas personas la experiencia del dolor y de la muerte es una grieta por donde asomarse a la transcendencia y encontrarse con el Padre.

Otra mirada hacia abajo. Dirigida a las personas con las que convivimos, especialmente a las que han acreditado su fidelidad en todas las dimensiones de su vida: fieles con sus compromisos, coherentes con sus creencias, resistentes ante la tentación del abandono o la huida, sin dejarse llevar por la cultura laica dominante. Son la actualización de aquellos discípulos que acompañaron a Jesús desde Galilea hasta Jerusalén y ahora están junto a la cruz.

No son tiempos fáciles, pero están ahí. Tampoco hoy son buenos tiempos para los millones de cristianos que en Siria, Palestina, Turquía, Corea del Norte, Afganistán, Nigeria, Sudán,… sufren persecución por mantener su fe. A pesar de todo, permanecen y hacia ellos debemos dirigir nuestra mirada tierna y agradecida.

Una mirada horizontal. También una mirada a las personas que se han equivocado en la vida, que han sufrido un fracaso sonado y han quedado marcadas de por vida. Han sido etiquetadas clasificadas y marginadas en el colectivo de “los perdidos” o “descartados” de la sociedad. Ya nadie les ofrecerá una nueva oportunidad. Son la escoria de la sociedad. Ellos actualizan la historia de Job, postrado sobre el estiércol, desfigurado por la lepra hasta el punto de que ni sus antiguos amigos le reconocían, y los que pasaban cerca de él volvían su rostro. Pero también para estos Dios tiene una mirada tierna y misericordiosa, que nosotros debemos actualizar. Porque para Dios nadie, ni la “oveja negra”, ni el hijo que se fue de casa, ni ningún crucificado está perdido.

 

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