LAS FIESTAS
PATRONALES, BASE DE NUESTRA ACCIÓN MISIONERA
Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Delegado Episcopal de Religiosidad Popular
El verano, ese maravilloso tiempo
esperado por todos, nos acerca a las vacaciones, al mar o la montaña, a los
amigos, a los parientes y especialmente a las fiestas patronales de nuestros
pueblos y ciudades.
Las fiestas desbordan luminosidad
externa porque son luminosas en sí mismas. Las luces, la claridad festiva de
los trajes y adornos, la magnificencia expresiva de las flores, la exultación
de la danza y el canto populares, el clima de grata complacencia que fundan los
perfumes naturales --flores, incienso--, la solemnidad de los ritos y demás
elementos de la fiesta no hacen sino dar cuerpo a la luminosidad gozosa que
irradia la fiesta por el mero hecho de entreverarse en ella fecundamente
diversos ámbitos de gran significación. A ese entreveramiento lo llamamos
encuentro.
Las fiestas dan forma visible a algo
que, de modo discreto, modela nuestra vida durante todo el año. A su vez, las
fiestas proyectan su luz sobre los demás días del año. Todo pueblo vive en
plenitud su vida en los días de fiesta, ya que en ellos es más fácil captar la
mutua interacción de los elementos que la integran. Ello explica que la lucha
entablada, a veces, entre las fiestas populares y las religiosas no haya
conducido a una mejor comprensión de ambas y a su mayor florecimiento, sino a
su devaluación.
Vivir la fiesta es una bella y
apasionante experiencia, nos acerca al encuentro de ese espacio reservado a la
expresión de valores y sentimientos, la celebración y sobre todo a la tradición
y al pasado.
Las fiestas patronales y las fiestas
religiosas en general han sido una de las manifestaciones culturales más importantes
a lo largo de la historia, y en cierto modo, todavía lo siguen siendo.
A pesar de su carácter religioso, la teología
es incapaz de explicarlas de forma satisfactoria, y ha sido la antropología
social y cultural la que las ha explicado con mayor acierto y profundidad, debido
a su carácter popular. No obstante, esa explicación antropológica sigue sin
explicar numerosos aspectos de las fiestas religiosas y patronales. Su carácter
identitario, por ejemplo, no explica por qué las fiestas religiosas y patronales
tienen mucho mayor arraigo popular que otros símbolos identitarios locales o
nacionales, o por qué siguen teniendo tanto arraigo popular en una sociedad
mayoritariamente laica.
La mayoría de las fiestas patronales actuales
se celebran en honor de un Santo o de una advocación mariana, que suele ser el patrón
o la patrona de la localidad. Las fiestas patronales y la mayoría de las
fiestas religiosas pertenecen a lo que actualmente se denomina “religiosidad popular”, que es la manera cómo la
población vive y practica realmente la vida religiosa.
El culto a la Virgen o a los Santos, en calidad
de patronas o patronos de nuestros pueblos o ciudades, es posible gracias al
arraigo que tenían en la población y a la devoción con la que se veneraban ya desde
épocas muy remotas, siendo la continuación de ciertas prácticas “religiosas” precristianas,
normalmente de religiones politeístas (en la península ibérica, celtas y romanas,
principalmente), que fueron asimiladas por el cristianismo con el fin de conseguir
la mayor difusión posible de este, igual que ha ocurrido después en África y
América Latina, en lo que se conoce como inculturación, en el ámbito religioso,
y aculturación, en el histórico y antropológico.
La Iglesia cristianizó, ya desde el principio
de su historia, las fiestas paganas, haciendo coincidir las fechas de las fiestas
cristianas con las de las principales fiestas prerromanas. De esta manera, se
hicieron coincidir con los solsticios de invierno (la Navidad) y de verano (san
Juan), y con los equinoccios de primavera (san José y la Semana Santa) y de
otoño (san Miguel). Pero, aunque las fiestas cristianas sustituyeron a las
paganas, se conservaron en muchas de ellas los rituales de las antiguas fiestas
precristianas (las hogueras de san Juan, por ejemplo), que a veces se continuaron
celebrando solo con leves modificaciones onomásticas o simbólicas, pero
conservando gran parte de aquellos rituales precristianos.
La “religiosidad popular”, por otra
parte, es “utilitarista”, ya que era el remedio sobrenatural para la curación de
ciertas enfermedades y epidemias, es una creencia directa y concreta, que está desprovista
por completo de conceptos teológicos abstractos, y está basada en el culto a
los santos y a las vírgenes como los únicos seres (sobrenaturales) que pueden
solucionar y remediar los problemas sanitarios y de otra índole de la población
en la sociedad preindustrial.
La función de los Santos y a las Vírgenes
son para los creyentes mediadores entre Dios y los hombres, ya que ante las
enfermedades o epidemias ellos han sido los intermediarios, que han tenido
influencia sobre la Providencia para poder aplacar su ira, --si es que la ha
habido-- para que cesara en su castigo y tuviera misericordia de sus criaturas.
Y, ¿quién mejor que su Madre, la Virgen, o los Santos, como personas de vida
ejemplar, para realizar esa mediación? Sin embargo, en la “religiosidad
popular” no se concibe realmente esta intermediación de la Virgen o de los Santos
ante Dios, sino que, a quien realmente pedían los fieles el cese de las enfermedades
y epidemias, era a la Virgen o a los Santos, ya que la intermediación con Dios
es un concepto demasiado abstracto para la mayoría de la población, que hasta el
siglo XX era mayoritariamente analfabeta, y sobre todo para los que no tenían una
formación teológica, que era la mayoría de la gente. De esta manera, cada Santo
o cada Virgen era capaz de curar determinadas enfermedades o catástrofes, y no
otras (santa Bárbara para las tormentas, san Gregorio contra las plagas de
langosta, san Blas contra la difteria, la Virgen de las Virtudes contra la peste,
etc., etc.).
Se trata, por tanto, de un auténtico “politeísmo”
cristiano, que además es claramente utilitarista, ya que tiene la función de solucionar
los problemas graves de la gente. Las fiestas patronales, basadas en la “religiosidad
popular”, venían a ser, por tanto, la única solución que encontraba la sociedad
feudal a la que aferrarse para intentar evitar las calamidades sanitarias (epidemias)
o climatológicas (sequías) que sufrían cíclicamente nuestros antepasados como
consecuencia de las crisis de subsistencias, escasez de alimentos y hambrunas,
tan usuales en aquel tipo de sociedad.
La revelación es
esencialmente interpersonal: es la manifestación de Dios al hombre. Es Dios el
sujeto y el objeto de la revelación, ya que es el Dios que revela y que se
revela. A través de ella el hombre es llamado a entrar en comunicación de vida
con Él. Dios irrumpe en nuestra vida personal.
Pero no sólo irrumpió
en los profetas y los grandes de la historia de la salvación fueron llamados.
¡Cuántos lo fueron en el Nuevo Testamento! Los Apóstoles fueron llamados, los
primeros discípulos fueron llamados, y a través de los siglos, una multitud de
hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos son llamados por Dios a la
salvación eterna, son llamados a la santidad, son llamados a participar de la
bienaventuranza eterna.
En las fiestas de nuestros pueblos sigue
irrumpiendo y haciéndose presente en nuestras comunidades. Primero irrumpió en
la carne y se hizo hombre como en un cuenco: a través de su estrategia amorosa
de vaciamiento. Ahora irrumpe en la fiesta, a través del sonido, los colores,
las formas y el movimiento extático de los cuerpos. Más que por vaciamiento por
saturación. Como en un espejo.
A lo largo de su rica trayectoria
histórica, la Iglesia —el Pueblo de Dios— se ha constituido en el lugar del
anuncio del Reino y en imagen del Dios Trinitario. Cada pueblo, con su propia
historia, sus costumbres y su cultura, ha enriquecido el mosaico de esta
Iglesia multicolor, que para constituirse como tal requiere de la forma y el
color específico de cada pieza que la compone. Así, cada pueblo nos puede
enseñar un aspecto del rostro de Dios. Por esta razón, de buen grado la
teología y el magisterio indican que, sin los pueblos, cada uno con su propia
idiosincrasia, no puede existir la Iglesia Universal.
La “religiosidad popular”, en este
sentido, forma parte del sustrato de la Iglesia. En la “religiosidad popular”
puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se
sigue transmitiendo. En algún tiempo mirada con desconfianza, ha sido objeto de
revalorización en las décadas posteriores al concilio Vaticano II. Fue san Pablo
VI en su Exhortación apostólica “Evangelii
nuntiandi· quien dio un impulso decisivo en ese sentido. Allí explica que
la “religiosidad popular” “refleja una sed de Dios que solamente los pobres y
sencillos pueden conocer” y que “hace capaz de generosidad y sacrificio hasta
el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe”. Más cerca de nuestros días,
Benedicto XVI, en América Latina, señaló que se trata de un “precioso tesoro de
la Iglesia católica” y que en ella “aparece el alma de los pueblos
latinoamericanos”
A través de la “religiosidad popular”,
con sus imágenes y fiestas, no sólo se expresa el genio de cada pueblo sino
también se hace vida el mensaje del Evangelio. Así lo plantea el papa Francisco
en “Evangelii Gaudium”, donde destaca
las prácticas de la piedad popular como la encarnación de una auténtica vida
teologal. Para entender esta “religiosidad popular” hace falta acercarse a
ella con la mirada del Buen Pastor, que no busca juzgar sino amar. “Sólo desde
la connaturalidad afectiva que da el amor –-dice el papa Francisco-- podemos
apreciar la vida teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos,
especialmente en sus pobres. Pienso en la fe firme de esas madres al pie del
lecho del hijo enfermo que se aferran a un rosario aunque no sepan hilvanar las
proposiciones del Credo, o en tanta carga de esperanza derramada en una vela
que se enciende en un humilde hogar para pedir ayuda a María, o en esas miradas
de amor entrañable al Cristo crucificado. Quien ama al santo Pueblo fiel de
Dios no puede ver estas acciones sólo como una búsqueda natural de la
divinidad. Son la manifestación de una vida teologal animada por la acción del
Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones”.
La “religiosidad popular” nos enseña la
cercanía de Dios Padre, que se manifiesta en imágenes de Cristo, la Virgen y
los Santos ricamente decoradas, las cuales son celebradas durante días con
trajes, música y danza. Como expresa papa Francisco con el título de su
exhortación, la piedad popular nos enseña el “gozo del Evangelio”.
A su vez, las fiestas religiosas ordenan
nuestro calendario como una hermosa constelación. A ellas asistimos para
regenerar nuestra vida rutinaria y para hacer comunidad, y, en último término,
para actualizar la alianza sellada por Cristo entre lo humano y lo divino.
Así, a lo largo de todo nuestros pueblos
y durante todo el año se celebran cientos de fiestas religiosas que, junto con
convertirse en un espacio de encuentro con Dios, van configurando fuertes y
duraderos lazos de amistad. Porque además de transmitir la alegría de lo santo,
la fiesta religiosa es profundamente eclesial. En ella la comunión se puede
tocar: en el roce de los cuerpos danzantes y en la fracción del pan y el vino.
La “religiosidad popular” nos recuerda que la
comunión no es un sentimiento sino un estado de vida. En este sentido, la
“religiosidad popular” nos pone ante las siguientes interrogantes: ¿Qué calidad
tiene nuestra vida eclesial, más allá de la participación del ciclo litúrgico?
¿En qué gestos y prácticas concretas se traduce nuestra vida comunitaria?
¿Vivimos realmente nuestra pertenencia a la Iglesia como la participación
activa en una comunidad?
La denominación “religiosidad popular”
son las formas y manifestaciones tradicionales, propias de cada pueblo, que
encierran la riqueza del misterio cristiano: religiosidad respetada, aunque
debe alimentarse y purificarse.
El concilio Vaticano II habló de
respetar en su justa medida las formas de “religiosidad popular”. No podemos convertir
la “religiosidad popular” en una forma pagana de vivir la fe que se queda
anclada en “algo” (ritos, procesiones, formas etc.) y no en “Alguien”.
Tras la “religiosidad popular” hay
valores que hay que salvaguardar. Tal es la convivencia, la solidaridad, el
compartir, la hospitalidad, el sentido intuido pero no clarificado de trascendencia.
Se trata de discernir, descubrir y valorar lo que hay de positivo. Hay que
partir de él para iniciar una auténtica evangelización. Es decir, no se trata
tanto de eliminar como de encauzar y purificar.
¿Cómo evangelizar la “religiosidad
popular”? Esta pregunta resulta tan curiosa como inútil, y que podríamos
cambiarla por otra más importante y comprometida: ¿Cómo queremos que sea el
futuro? Si ha de ser evangelizador, trabajemos ya por la evangelización.
Aceptemos los medios pastorales de los que disponemos y hagamos de ellos un “espacio
de esperanza”. Entre esos medios, contamos con la “religiosidad popular”, en la
que, entre otros muchos valores, hay una genuina expresión de fe cristiana.
Por una parte, crece el número de los
que se confiesan indiferentes en materia religiosa. Por otra, aumenta la
participación de esas mismas personas en acontecimientos religiosos. Las
asociaciones relacionadas con la “religiosidad popular” viven un pujante
momento, no solo por el aumento del número de hermanos, cofrades, sino de
interés por el conocimiento, la formación, el acercamiento a lo que significa
esta peculiar manera de vivir la fe. Un fenómeno para estudiar: los templos vacíos
y la celebraciones religiosas populares multitudinarias.
Lo religioso llega a los ámbitos más
distintos, crea interés y es fuerza de convocatoria y de participación social
del pueblo, que expresa su fe en un lenguaje total de palabras, gestos, música,
imágenes, costumbres, vestidos... Se comparte la alegría de la fiesta religiosa
y se toma nuevo aliento para vivir con mayor fidelidad la vida cristiana. Es
obligado decir que, para que produzcan tan buenos frutos, es necesaria una
adecuada acción pastoral y catequética. De ahí que será oportuno tener en
cuenta que el pasado no ahogue el presente y el presente no quite esperanza al
futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario