REVITALIZACIÓN
DE LAS HERMANDADES EUCARÍSTICAS
Por Antonio DÍAZ
TORTAJADA
Delegado episcopal de Religiosidad Popular
La fiesta del Corpus es el misterio de
la Eucaristía. Es el cuerpo de Cristo, visible cuando te acercas al sacerdote
para comulgar. El cuerpo de Cristo es el pan, y en el cáliz está la sangre de
Jesús. La Eucaristía es el resultado de la consagración del pan y del vino en
la misa, donde actúa el Espíritu Santo: “Envía Señor tu Espíritu sobre este pan
y este vino para que se transformen en el cuerpo y en la sangre de Jesús”.
La Eucaristía es el sacrificio de
Jesucristo en la Cruz y que se renueva en cada celebración. En el pan y el vino
se hace presente de manera real Jesucristo, el Salvador. Esa presencia no es
simbólica, sino real. Se trata del misterio de la transubstanciación, es decir,
la transformación de la sustancia del pan y del vino. A partir de este cambio
del pan y el vino, viene la fiesta del Corpus Christi, en el que de una manera
misteriosa, Jesús está presente.
Hubo un momento en la historia de la
Iglesia donde se tomó conciencia de la presencia de Cristo en el pan guardado
en el sagrario. Una existencia real y, en el siglo XIII, una religiosa, Juliana
de Cornillon, animó a celebrar esta fiesta en honor al cuerpo y sangre de Cristo.
En la Edad Media el pensamiento sobre la
Eucaristía fue cuajando dando lugar a esta celebración. Hay que matizar que la
materia prima del pan es sin fermentar y de harina. El vino por su parte tiene
que ser natural, sin mezclas. De ello surge el cuerpo y la sangre de Cristo
después de la Consagración.
El Corpus comenzó a celebrarse en el
siglo XIII, cuando también en el momento de la celebración la hostia consagrada
el sacerdote la levantaba y la mostraba al pueblo, un gesto que aún sigue
haciendo en misa. Un poco más tarde, tuvo lugar un hecho milagroso en torno a
la hostia consagrada, lo que se conoce como 'milagro eucarístico'.
En varios lugares ha habido algún
milagro donde se ha hecho visible la presencia real de Cristo en el pan y en el
vino. Por ejemplo, en Bolsena (Italia), donde durante la celebración de una
Eucaristía, la hostia consagrada comenzó a sangrar y se empapó el corporal
donde se estaba celebrando la misa y quedó la mancha en el altar. Se sigue
contemplando como un milagro de la Eucaristía. Pero en otros lugares hubo
milagros similares, una manifestación de la presencia de Cristo en la
Eucaristía.
El hecho de Bolsena fue muy difundido y
llegó al Papa a mediados del siglo XIII, llevándole a instituir la Fiesta del
Corpus Christi. Le pidió a Santo Tomás de Aquino que preparase los textos
litúrgicos de este día, y que a día de hoy se siguen cantando cuando se celebra
el Corpus.
La procesión del Corpus comenzó en el
siglo XIV pero en el interior de los templos. Así fue evolucionado la celebración.
Ya en el siglo XV comenzaría la procesión del Corpus por las calles de Roma,
comienzan las custodias, los carros triunfantes... hasta llegar a hoy.
Hoy asistimos en nuestra Iglesia a una
revitalización de las hermandades eucarísticas desempeñando una labor esencial
en cuanto a la dignificación y culto del Cuerpo de Cristo, presente en la
Eucaristía.
A lo largo de los siglos hubo
hermandades penitenciales que, se fusionaron con hermandades eucarísticas,
concibiéndose en la actualidad como hermandades penitenciales sacramentales.
Pero debemos remontarnos precisamente a la segunda mitad del siglo XV, cuando
el culto al Santísimo Sacramento se consolida, alcanzando gran importancia a
partir del siglo XVI, coincidiendo con la eclosión de las cofradías sacramentales
y el aumento del culto eucarístico, como consecuencia del impulso por parte de
la Compañía de Jesús y las directrices emanadas del concilio de Trento, las
cuales fueron decisivas en su potenciación como respuesta a la reforma
protestante.
Todo ello justifica la proliferación de
hermandades eucarísticas a lo largo de los siglos XVI y XVII, llevándose a cabo
incluso la celebración del Corpus Christi cuyos orígenes, se remontan a la
época bajomedieval, momento en que se fortalece el culto al Santísimo. En este
contexto es importante recalcar que el culto a la Eucaristía ya se inicia como
respuesta a las herejías de principios del siglo XI, dado el cuestionamiento a
nivel europeo sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Por este
motivo, a partir de entonces estas hermandades eucarísticas irían cobrando
especial importancia, pero fundamentalmente a partir del siglo XV, comenzando a
constituirse varias de ellas, así como procesiones eucarísticas con el fin de
atraer la atención de los fieles sobre el misterio eucarístico.
A mediados del siglo XVI se constata la
fundación de diversas cofradías bajo la advocación de la Sangre de Jesucristo,
como consecuencia de la influencia del movimiento propagador auspiciado por
Teresa Enríquez y Gutierrez de Cárdenas, conocida como “La Loca del
Sacramento”. Constituye una figura esencial por tanto en la fundación y
desarrollo de las cofradías con esta idiosincrasia tan peculiar que comenzaron
a surgir en este momento, ya que fue la primera en fundar una hermandad
dedicada a la devoción al Santísimo Sacramento en su retiro toledano de
Torrijos tras abandonar su vida cortesana, comenzando a partir de entonces a
atender a enfermos y empleando parte de sus rentas a la redención de cautivos
confiando la labor a mercedarios y trinitarios, intensificando aún más la
devoción al Santísimo.
En esta línea, otra figura determinante
en relación a la proliferación de hermandades sacramentales en el primer tercio
del siglo XVI fue el papa Julio II quien, mediante su bula “Pastoris Aeternis”
expedida en Roma en 1508, concedió por petición expresa de la citada Teresa
Enríquez una serie de ruegos como la de erigir cofradías sacramentales en todas
las parroquias de los reinos de Castilla y Aragón, otorgando indultos y
privilegios para las cofradías eucarísticas que se iban instituyendo bajo el
patrocinio de esta dama.
Así las cosas, conviene tener en
consideración además de ello, que todas estas hermandades que fueron
constituyéndose debieron su origen y gran parte de su desarrollo a la hermandad
Sacramental de San Lorenzo “in Dámaso” en Roma, en la que el papa León X
concedía mediante bula todos los privilegios que ésta disfrutaba para aquellas
corporaciones que se fundasen bajo la advocación del Santísimo Sacramento. Todo
ello permitió una mayor proliferación de las mismas, nutriéndose de un gran
patrimonio litúrgico, histórico y material, aumentado si cabe tras el Concilio
de Trento.
Son numerosas las hermandades eucarísticas
actualmente que entre sus actos incluyen el culto al Santísimo Sacramento. En
este sentido, de una u otra forma, a pesar de no contar con una trayectoria
histórica de otras hermandades respecto a esta cuestión, se mantiene la
tradición de aquellas vigentes en la Edad Media y Moderna.
Tal es así que estas hermandades
desarrollan diversos actos que entroncan con las características de las
antiguas cofradías del Santísimo Sacramento, como el montaje y adoración al
monumento del Jueves Santo, así como al Santísimo en cada estación de
penitencia y celebración de quinario y triduo, la procesión del Corpus por las
calles de pueblos y ciudades, además de la realización en la octava del Corpus
del triduo sacramental.
¿Qué significa esta fiesta para estas
hermandades eucarísticas? Estas hermandades eucarísticas, en esta fiesta buscan
que aumente la fe, de cada uno de nosotros, en la presencia real de Jesucristo
en el Santísimo Sacramento.
Necesariamente, cambiar nuestra vida. La
presencia de Cristo en el sagrario cambia la vida del que tiene fe, porque es
distinto una presencia de Jesús constante que una ausencia de Cristo. La
presencia de Cristo es una cuestión íntima, pero en la Custodia está el Señor,
por lo que es posible un encuentro con la persona a la que amas, que es la
persona de Jesucristo. Hacer pública manifestación de fe en la Eucaristía es
hermosa tarea.
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