miércoles, 7 de diciembre de 2016

DE LA IMAGEN A LA PALABRA



DE LA IMAGEN A LA PALABRA


Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Presidente de la Comisión Diocesana de Religiosidad Popular



1. El Directorio General de Catequesis (1997) supone que cuando la fe ya ha sido anunciada y acogida, cuando ya ha tenido lugar ese momento privilegiado de la evangelización que es la propuesta de Jesucristo como único Señor y Salvador (tiempo del kerigma), llega en el itinerario cristiano el prolongado tiempo de la catequesis, cuya finalidad es ilustrar la fe que ya ha sido anunciada y acogida, ayudando a que penetre en lo hondo de la persona y se haga vida. Por lo tanto, las tareas fundamentales de la catequesis son: Ayudar a conocer, celebrar, vivir y contemplar el misterio de Cristo. Una actuación compleja, que trata de comprometer al mismo tiempo la inteligencia (saber más y mejor), el corazón (querer/sentir), y la acción (actuar).
Sobre esta base la catequesis ayuda a conocer a Jesucristo más y mejor, con profundidad, favoreciendo actitudes de admiración, amistad, gratitud, imitación...; ayuda a celebrar la presencia de Jesús entre nosotros, particularmente, por medio de la Eucaristía, ayuda a seguir e imitar a Jesucristo en la propia vida, mediante propuestas de actuación moral inspiradas en la forma de vivir de Jesús, y ayuda, por fin, a contemplar el misterio de Cristo favoreciendo momentos de oración sabrosa y personal con el Señor.
Pero hay otros cauces complementarios, que son de mucha utilidad para impulsar la vivencia del misterio cristiano. Uno de ellos, privilegiado, es el de las procesiones penitenciales de la Semana Santa. 


2. Las procesiones tienen carta de naturaleza en la vida de la Iglesia desde muy antiguo. Enlazan, por una parte, con el estilo y la naturaleza peregrinante del pueblo de Dios en el AT y por otra responden a las necesidades de la psicología religiosa que tiende a manifestar públicamente lo que ha impactado profundamente la vivencia interior de todo un pueblo.
Existen las procesiones litúrgicas y las no litúrgicas. Las primeras están perfectamente pautadas en los libros litúrgicos y forman parte de la acción sagrada. Pensemos en la procesión del domingo de ramos, con la que se inicia la Semana Santa; la procesión con el cirio en la Vigilia Pascual que introduce en medio del templo, triste y oscurecido por la celebración de la pasión y muerte del Señor, la nueva luz que es Cristo resucitado o la procesión del Corpus Christi, verdadera prolongación de la Eucaristía solemne de esta fiesta, Y así, otras que podrían reseñarse.
Las procesiones no litúrgicas tienen el carácter de ejercicios piadosos, al no estar ligados a una celebración litúrgica propiamente tal; frecuentemente han nacido de la religiosidad popular y son muy variadas. Su influjo sobre la vida religiosa de un pueblo puede llegar a ser muy grande por la solemnidad y emoción que provocan. Lejos de dejar que se degraden en puras manifestaciones folklóricas, hay que cuidar para que proclamen adecuadamente los misterios de la fe, introduzcan a los fieles en la oración y les encaminen a una celebración más consciente y fructífera de la liturgia Las procesiones penitenciales de la Semana Santa son un instrumento privilegiado para la catequesis. Éstas adquieren un lugar preferente entre las procesiones no litúrgicas. Ellas participan del espíritu de las celebraciones litúrgicas, en cuanto que se centran en los diferentes “pasos” o momentos del misterio de la pasión y muerte del Señor y ayudan a vivirlos con intensidad. La puesta en escena produce un plus de emoción religiosa, que, si bien es preciso mantener en sus justos límites, nunca debe ser marginada en la piedad de los cristianos, pues creer es confiar, y la confianza produce sentimientos de identificación y seguimiento, que o son amasados con la emoción (es decir: llegan al corazón) o quedarán en el nivel intelectual de la persona, en la azotea, alejando el misterio cristiano del corazón. Por ello pueden impulsar momentos especialmente hondos de oración personal, de meditación contemplativa, tan necesaria en la vida cristiana. Y con la ayuda de una sabia pedagogía encaminarán a los fieles a la participación activa en las celebraciones litúrgicas, donde lo representado en la procesión se hace realidad por la presencia real y misteriosa en el sacramento.
Vividas de este modo, nuestras procesiones son un instrumento catequético de primer orden. ¿Qué duda cabe de que, a través de su diversidad y coincidencia, cumplen las tareas fundamentales de la catequesis: Las de ayudar a conocer, celebrar, vivir y contemplar el misterio de Cristo?


3. El Directorio sobre la piedad popular y la Liturgia señala diversos momentos o “pasos” del misterio pascual, la principal celebración de nuestra fe, que la piedad del pueblo ha enriquecido con diversidad de ritos, procesiones y encuentros oracionales: Las expresiones de devoción a Cristo crucificado, numerosas y variadas, adquieren un particular relieve en las que se veneran reliquias, consideradas auténticas, del lignum Crucis. No obstante, la piedad respecto a la Cruz, con frecuencia, tiene necesidad de ser iluminada. Se debe mostrar la referencia esencial de la Cruz al acontecimiento de la Resurrección: la Cruz y el sepulcro vacío, la Muerte y la Resurrección de Cristo, son inseparables en la narración evangélica y en el designio salvífico de Dios.
Además del Vía Crucis, destaca la procesión del “Santo Entierro” Esta destaca, según las formas expresivas de la piedad popular, los amigos y discípulos que, después de haber bajado de la Cruz el Cuerpo de Jesús, lo llevaron al lugar en el cual había una “tumba excavada en la roca, en la cual todavía no se había dado sepultura a nadie”. El recuerdo de la Virgen de los Dolores, la “hora de la Madre” para acompañar a María en la soledad del sábado santo, el encuentro del Resucitado con su Madre, en la mañana de Pascua.
El parentesco entre estos ritos populares, recogidos por el Directorio, con nuestras procesiones es muy grande. Se deber desarrollar  “en un clima de austeridad, de silencio y de oración, con la participación de numerosos fieles, que perciben no pocos sentidos del misterio de la sepultura de Jesús” [o de los otros  misterios representados]. (...)
Se trata de verdaderas “representaciones sagradas”, que con razón se pueden considerar un ejercicio de piedad. Las representaciones sagradas hunden sus raíces en la liturgia. Algunas de ellas, han pasado al atrio de la iglesia [o a la calle]. (...) Pero “su realización no debe dar a entender que sean más importantes que las celebraciones litúrgicas del viernes santo o del domingo de Pascua, ni dar lugar a mezclas rituales inadecuadas”. Cuando nuestras procesiones de la Semana Santa participan de este espíritu y han sido tocadas por el carácter particularmente emotivo que les imprime la piedad popular, se convierten en un eficaz instrumento catequético.
Hay que conseguir que las procesiones sean participativas, no meros espectáculos. Es preciso conseguir que los fieles intervengan y no sólo miren. Hay que hacer verdad el carácter peregrinante de nuestra condición cristiana, que tan bien se materializa en los desfiles procesionales. Que se inspiren en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Que muevan los sentimientos del corazón de todos los participantes a padecer con Cristo Y que, por todo lo anterior, impulsen la conversión del corazón y conduzcan hasta la alegría pascual de la Resurrección. 


4. Frecuentemente se dice, y más en esta época de la cultura de la imagen, que una imagen vale más que mil palabras. Lo cual se cumple en nuestro caso hasta cierto punto nada más. Porque en nuestro caso, las mil imágenes de nuestras procesiones sirven para aproximarnos al misterio de una Palabra, una Palabra con mayúscula. Se trata de una Palabra singular; aquélla a la que se refiere el evangelista Juan en el prólogo de su Evangelio.
Juan utiliza la expresión “Palabra” para describir al que luego reconocerá como Jesucristo (verdadero hombre) y, sin embargo, Hijo único que está en el seno del Padre (verdadero Dios), por el que tenemos la posibilidad de ver y conocer el rostro de Dios. Así lo dice explícitamente al comenzar el relato de la Pasión, en la respuesta a Felipe, que todavía no lograba identificar la personalidad de Jesús: “ El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”.
Y así vuelve a escribirlo, poco antes de morir, a los miembros de sus comunidades: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, —pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y que se nos manifestó— lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros”. Era difícil encontrar un término más adecuado que el de “Palabra” para expresar ese deseo de Dios de darse a conocer de un modo profundo, cálido y verdaderamente humano a través de un ser humano en el que su mismo Hijo se encarna. La palabra es justamente lo que identifica y diversifica al ser humano dentro del universo zoológico. La palabra nos resulta indispensable para formular nuestros sentimientos y fijar nuestros compromisos. La palabra explicita el sentido de los gestos y logra que sean inequívocos.
En la palabra somos o nos negamos a nosotros mismos. Por ello resulta tan rica la expresión joánica de “la Palabra” para describir al Hijo de Dios enviado hasta nosotros. Es la Palabra que “vino a los suyos y los suyos no la recibieron”. Esta ceguera y rechazo los escenificamos, con el corazón encogido, precisamente a través de las múltiples imágenes de nuestras procesiones.
Esta Palabra bien vale mil procesiones, porque un día tras otro necesitamos ser interpelados por su presencia mendigante y enriquecedora a un tiempo; esa presencia testimoniada por el evangelista con expresión insuperable: “Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad (...) y de la que hemos recibido gracia tras gracia”.

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