martes, 6 de diciembre de 2016

NOVENA DE NAVIDAD








Oración inicial
Señor, que nos has amado tanto y que nos diste en tu Hijo, la mejor prenda de tu amor, para que encarnado y hecho nuestro hermano en las entrañas de la Virgen María, naciese en un pesebre para nuestra salvación y remedio; te damos gracias por tan inmenso regalo.
Te ofrecemos, Señor, el esfuerzo sincero para hacer de este mundo tuyo y nuestro, un mundo más justo, más fiel al gran mandamiento de amarnos como hermanos. Concédenos, Señor, tu ayuda para poderlo realizar.
Te pedimos que esta Navidad, fiesta de paz y alegría, sea para todas nuestras familias y nuestra comunidad, un estímulo, a fin de que, viviendo como hermanos, busquemos más y más los caminos de la verdad, la justicia, el amor y la paz. Amén.


Día primero. Diciembre 16
AHORA ES TIEMPO DE GRACIA, ES DÍA DE SALVACIÓN

Al iniciar esta novena que nos prepara a la celebración de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, propongámonos llevar un camino de fe y de conversión. Nuestros encuentros alrededor del pesebre nos permiten contemplar el gran regalo que Dios nos ha dado, al enviarnos a su Hijo para darnos la salvación, para reconciliarnos con Él y con todos los hermanos.

2Co 5, 20 – 6,2: Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él. Y como cooperadores suyos que somos, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Pues dice él: En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación.

La encarnación del Hijo de Dios, marca el inicio de una nueva etapa en la historia de la humanidad, la época del re-encuentro entre Dios y los hombres. San Pablo la llama tiempo de gracia, día de salvación. Los creyentes vivimos en un continuo presente salvífico, por eso cuando nos reunimos a celebrar la novena de navidad, lo hacemos para recordar los hechos históricos, pero sobre todo lo hacemos para sentir que Dios sigue presente en medio de nosotros, que su salvación es “hoy” y como tal hay que acogerla en lo profundo del corazón.
De aquí se desprende que para el ser humano siempre hay una luz, un horizonte abierto, una esperanza y una ilusión: ser salvado, recibir el don de la redención, del rescate. Al celebrar la navidad, nosotros reafirmamos la posibilidad de avanzar en los procesos de dignificación de la persona humana, de reconstruir el tejido social partiendo de su célula básica que es la familia, de vivir en paz.
A todos nos compete el compromiso por la paz, por lo tanto, hemos de trabajar para hacer posible que en todos los ambientes en donde nos movemos se pueda aclimatar la sana convivencia, el perdón, el diálogo sincero y solución pacífica de todos los conflictos. El Señor Jesús vino a traernos la paz, dispongámonos a acogerla, vivirla y proyectarla.


Oremos:
Por todas las personas e instituciones que en nuestro país están trabajando por implantar un ambiente de paz y de justicia social, para que con la ayuda del Señor avancen con decisión y fortaleza en este camino.

Oración por la paz

Señor, hazme un instrumento de tu paz.
Que donde quiera que haya odio, siembre yo amor;
donde haya injuria, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya desesperación, esperanza;
donde haya oscuridad, luz;
donde haya tristeza, alegría.
¡Oh Divino Maestro!
Concédeme,
que no busque ser consolado, sino consolar;
que no busque ser comprendido, sino comprender;
que no busque ser amado, sino amar.
Porque dando, es como recibo;
perdonando es como Tú me perdonas;
y muriendo en Ti, nazco para la vida eterna.
Amén


DÍA SEGUNDO: Diciembre 17
LA PAZ NACE DE UN CORAZÓN NUEVO

En este segundo día de la novena vamos a reflexionar sobre la necesidad de tener un corazón dispuesto para vivir en paz. A veces pensamos que son los demás lo que tienen que cambiar para poder hacer la paz. La palabra de Dios nos dice que es en el interior de cada uno en donde se inicia el verdadero proceso de paz. Si yo cambio, el mundo cambiará.

Efesios 4, 22 – 25: Despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad. Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros.

 “El «corazón» en el lenguaje bíblico es lo más profundo de la persona humana, en su relación con el bien y el mal, con los otros, con Dios. No se trata tanto de su afectividad, cuanto más bien de su conciencia, de sus convicciones, del sistema de pensamiento en que se inspiran, así como de las pasiones que implican. Mediante el corazón, el hombre se hace sensible a los valores absolutos del bien, a la justicia, a la fraternidad, a la paz” (Juan Pablo II, Mensaje para la paz 1 de enero de 1984). El Señor Jesús nos dice que es desde el interior del hombre de donde provienen todos los malos sentimientos y también las buenas actitudes.
El Papa Pío XI nos ha enseñado que no puede haber «verdadera paz externa entre los hombres y entre los pueblos donde no hay paz interna, o sea donde el espíritu de paz no se ha posesionado de las inteligencias y de los corazones…; las inteligencias, para reconocer y respetar las razones de la justicia; los corazones, para que la caridad se asocie a la justicia y prevalezca sobre ella; ya que si la paz… ha de ser obra y fruto de la justicia…, ésta pertenece más bien a la caridad que a la justicia» (Discurso del 24 Dic. 1930, AAS [1930], p. 535).
Se trata de renunciar a la violencia, a la mentira, al odio; se trata de convertirse en las intenciones, en los sentimientos y en todo el comportamiento en un ser fraterno, que reconoce la dignidad y las necesidades del otro, buscando la colaboración con él para crear un mundo de paz. Nosotros escuchamos el anuncio navideño de paz a los hombres de buena voluntad (cf. Lc 2, 14); tenemos continuamente la paz en los labios y en el corazón como don, saludo y auspicio bíblico, proveniente del espíritu, porque nosotros poseemos la fuente secreta e inagotable de la paz, que es “Cristo nuestra paz” (Ef 2, 14), y si la paz es posible en Cristo y por Cristo, ella es posible entre los hombres y para los hombres.

Oremos:
Por muchas personas que conservan odios y resentimientos en su corazón para que reciban del Señor la fuerza necesaria para perdonar a quienes los han ofendido y pedir perdón a quienes ellas han ofendido.


Oración por la paz

Señor, hazme un instrumento de tu paz.
Que donde quiera que haya odio, siembre yo amor;
donde haya injuria, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya desesperación, esperanza;
donde haya oscuridad, luz;
donde haya tristeza, alegría.
¡Oh Divino Maestro!
Concédeme,
que no busque ser consolado, sino consolar;
que no busque ser comprendido, sino comprender;
que no busque ser amado, sino amar.
Porque dando, es como recibo;
perdonando es como Tú me perdonas;
y muriendo en Ti, nazco para la vida eterna.
Amén


DÍA TERCERO: Diciembre 18
DE LA FAMILIA NACE LA PAZ DE LA FAMILIA HUMANA

La familia como núcleo vital de la sociedad, se convierte en el espacio propicio para dar sentido a los grandes valores humanos. Es allí precisamente en donde se reconoce, se aprende y se expresa el amor. Es la familia, la primera experiencia de la infinita misericordia del Padre y es allí donde tenemos la gran cercanía de su amor.
Efesios 6, 1-4: "Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: Para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor.

La familia es la institución que en este momento está sufriendo la más fuerte influencia del ambiente actual, hasta el punto de sufrir una profunda crisis. Los antivalores, provocados por una sociedad de consumo, la crisis social, y esas inevitables evoluciones socioculturales han ido cambiando fuertemente la esencia de las costumbres familiares, trastocando sus valores y cuestionando su misión fundamental: dar razón del amor.
Pero ante este panorama la familia “comunión de personas” ha de ser el vehículo privilegiado para la construcción de la paz. La familia será portadora de valores si existe un verdadero amor conyugal, si cumple con su tarea educativa, si da testimonio de vida, si el amor es abierto y participativo. “Las virtudes domésticas, basadas en el respeto profundo de la vida y de la dignidad del ser humano, y concretadas en la comprensión, la paciencia y el perdón recíproco, dan a la comunidad familiar la posibilidad de vivir la primera y fundamental experiencia de paz”.
Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La familia es una “comunidad privilegiada” llamada a realizar en su seno los valores fundamentales del Reino. Sin embargo, no está libre de problemas, conflictos y dificultades. El pecado tiene su negativa influencia en los seres humanos y nos conduce a la discusión, a la ofensa, a la envidia, al resentimiento y al odio. En el hogar también se viven estas situaciones y hay que superarlas. El perdón, el reencuentro, la sanación interior frente a las ofensas recibidas hacen de nuestras familias verdaderos remansos de paz y de sana convivencia.
“Vosotros, padres, tenéis la responsabilidad de formar y educar a los hijos para que sean personas de paz: para ello, sed vosotros los primeros constructores de paz. Vosotros, hijos, abiertos hacia el futuro con el ardor de vuestra juventud, llena de proyectos e ilusiones, apreciad el don de la familia, preparaos para la responsabilidad de construirla o promoverla, según las respectivas vocaciones que Dios os conceda. Fomentad el bien y pensamientos de paz. Vosotros, abuelos, que con los demás parientes representáis en la familia unos vínculos insustituibles y preciosos entre las generaciones, aportad generosamente vuestra experiencia y el testimonio para unir el pasado con el futuro en un presente de paz” (Juan Pablo II, Mensaje para la paz, 1 de enero de 1994).
¡Que la familia pueda vivir en paz, de tal manera que de ella brote la paz para toda la familia humana!
Familia, tú tienes una misión: construir la paz desde el perdón y la reconciliación.

Oremos:
Por las familias que se encuentran en dificultades, desintegradas, desplazadas, en extrema pobreza y por las que están divididas por el odio y la venganza, para que la Navidad sea la oportunidad de encontrar consuelo y paz.

Oración por la paz

Señor, hazme un instrumento de tu paz.
Que donde quiera que haya odio, siembre yo amor;
donde haya injuria, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya desesperación, esperanza;
donde haya oscuridad, luz;
donde haya tristeza, alegría.
¡Oh Divino Maestro!
Concédeme,
que no busque ser consolado, sino consolar;
que no busque ser comprendido, sino comprender;
que no busque ser amado, sino amar.
Porque dando, es como recibo;
perdonando es como Tú me perdonas;
y muriendo en Ti, nazco para la vida eterna.
Amén


Día cuarto: diciembre 19:
TODO HOMBRE ES MI HERMANO

En este cuarto día de la novena que nos prepara para la celebración de la navidad vamos a centrarnos en la tarea que tenemos de construir la paz en nuestro entorno, con los vecinos que están a nuestro alrededor. Con ellos compartimos alegrías, tristezas, triunfos y fracasos, es importante que nos unamos más para hacer más agradable la convivencia en la cuadra, en el sector, en la vereda.

Lc. 6, 27 – 31:  Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente

El verdadero horizonte de la paz reclama unas relaciones sinceras, equitativas y respetuosas, un reconocimiento de los derechos de cada persona humana y una exigencia de cumplimiento de los deberes para con Dios, con los demás, con la patria y con la naturaleza.
Construir una sociedad en paz, hacer una cultura de la reconciliación exige que en primera medida se recupere la confianza: creer en el que habla y creerle lo que dice. Pero cada ser humano tiene que hacerse creíble, es decir, ratificar con sus hechos todo cuanto dice, que haya coherencia de vida. Sinceridad en las palabras y rectitud en lo que se hace. Desafortunadamente la verdad es la primera sacrificada en momentos de conflicto o en situaciones difíciles. Así se crea el caos, se extiende un manto de duda y de oscuridad sobre la realidad de las personas, de las familias y de la sociedad.
El re-encuentro fraterno con los otros sólo será posible en la medida en que seamos capaces de reconocer la verdad que encierra cada persona humana, que es su dignidad como hijo de Dios. Nos han enseñado muchas veces que “de la abundancia del corazón hablan los labios”, para indicarnos que la verdad de lo que decimos brota fundamentalmente de nuestro interior, de lo que somos, este es el hombre nuevo de cuya boca no sale palabra desedificante.
En ocasiones se presentan conflictos entre los vecinos, por diversos motivos y razones que no faltan. Lo importante es asumir con serenidad estas distintas situaciones para buscar siempre el diálogo sincero, y si no es posible hacerlo directamente, entonces se debe buscar ayuda, una mediación que permite superar los conflictos.
La vivencia de la comunión entre vecinos requiere de una buena actitud de perdón y comprensión, así como de un gran sentido de solidaridad para ayudarse y darse la mano en toda circunstancia. Los vecinos podemos implantar una cultura de paz en el sector como un aporte a toda la sociedad y especialmente como un momento pedagógico para que las nuevas generaciones aprendan a vivir en paz. El ejemplo nos lo ha dado el buen Dios, quien ha querido encarnarse para estar muy cerca de nosotros y enseñarnos a convivir como verdaderos hermanos

Oremos:
Por todas las personas que sienten odio y rencor por sus vecinos o por otros seres humanos para que sientan el llamado del Señor a reconciliarse y a perdonar. Que esta Navidad sea la oportunidad de limpiar el corazón y reencontrarse alegremente con todos.


Oración por la paz

Señor, hazme un instrumento de tu paz.
Que donde quiera que haya odio, siembre yo amor;
donde haya injuria, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya desesperación, esperanza;
donde haya oscuridad, luz;
donde haya tristeza, alegría.
¡Oh Divino Maestro!
Concédeme,
que no busque ser consolado, sino consolar;
que no busque ser comprendido, sino comprender;
que no busque ser amado, sino amar.
Porque dando, es como recibo;
perdonando es como Tú me perdonas;
y muriendo en Ti, nazco para la vida eterna.
Amén


Día quinto: Diciembre 20:
TEMA: CREYENTES UNIDOS EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ

Los creyentes por su fe, están llamados —individual y colectivamente— a ser mensajeros y constructores de paz. Trabajar en favor de la paz atañe a toda persona de buena voluntad; sin embargo, este deber es urgente para cuantos profesan la fe en Dios y más aún para los cristianos, que tienen como guía y maestro al “Príncipe de la paz” (cf. Is 9, 5). En esta novena reforcemos el compromiso que tenemos de aportar a la construcción de la paz desde nuestra realidad de comunión eclesial.

Hechos de los Apóstoles 2, 42 – 47: Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar.

Trabajar, testimoniar la paz y orar por ella es un deber propio de quien trata de vivir su fe de una manera coherente. La comunidad eclesial vive animada por el espíritu del Señor resucitado, quien nos ha reconciliado con Dios, liberándonos del pecado y derribando el muro que nos separaba, el odio. La Iglesia vive en la paz que le da el Señor, Príncipe de paz. Pero no es un don para sí misma, sino para hacerlo presente en todos los lugares del universo, la misión de llevar la buena noticia de la salvación implica también sembrar la paz, la tranquilidad, la sana convivencia, el respeto mutuo entre los seres humanos.
Si se vive auténticamente la vida de fe se debe dar frutos de paz y fraternidad, pues es propio de este estilo de vida fortalecer cada vez más la unión con Dios y favorecer una relación cada vez más solidaria entre los hombres.
“La paz es un bien fundamental que conlleva el respeto y la promoción de los valores esenciales del hombre: el derecho a la vida en todas las fases de su desarrollo; el derecho a ser debidamente considerados, independientemente de la raza, sexo o convicciones religiosas; el derecho a los bienes materiales necesarios para la vida; el derecho al trabajo y a la justa distribución de sus frutos para una convivencia ordenada y solidaria. Como hombres, como creyentes y más aún como cristianos, debemos sentirnos comprometidos a vivir estos valores de justicia, que encuentran su coronamiento en el precepto supremo de la caridad: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 39)” (Juan Pablo II, mensaje para la jornada de la paz, 1 de enero de 1992).
Un compromiso ineludible para la comunidad eclesial en relación con la paz es la oración intensa y humilde, confiada y perseverante, pues la oración es la fuerza por excelencia para implorarla y obtenerla. Ella infunde ánimo y sostiene a quien ama y quiere promover dicho bien según las propias posibilidades y en los variados ambientes en que vive. La oración, mientras impulsa al encuentro con el Altísimo, dispone también al encuentro con nuestro prójimo, ayudando a establecer con todos, sin discriminación alguna, relaciones de respeto, de comprensión, de estima y de amor.
“Todos hallamos, casi en cada página del Evangelio y de la historia de la Iglesia, un espíritu, el del amor fraterno, que educa poderosamente a la paz. Hallamos en los dones del Espíritu Santo y en los Sacramentos una fuerza alimentada en la fuente divina. Hallamos en Cristo, una esperanza. Los fracasos no lograrán hacer vana la obra de la paz, aun cuando los resultados inmediatos sean frágiles, aun cuando nosotros seamos perseguidos por nuestro testimonio en favor de la paz. Cristo Salvador asocia a su destino a todos aquellos que trabajan con amor por la paz” (Juan Pablo II, mensaje para la jornada de la paz, 1 de enero de 1978). Al celebrar la navidad proclamemos el reinado de la paz y del amor.

Oremos:
Por todas las personas privadas de la libertad: por el secuestro, la trata de blancas, las sectas satánicas, los grupos armados y por los internos de las cárceles, para que encuentren en el Señor la fortaleza en sus necesidades y en la comunidad eclesial gestos de solidaridad.


Oración por la paz

Señor, hazme un instrumento de tu paz.
Que donde quiera que haya odio, siembre yo amor;
donde haya injuria, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya desesperación, esperanza;
donde haya oscuridad, luz;
donde haya tristeza, alegría.
¡Oh Divino Maestro!
Concédeme,
que no busque ser consolado, sino consolar;
que no busque ser comprendido, sino comprender;
que no busque ser amado, sino amar.
Porque dando, es como recibo;
perdonando es como Tú me perdonas;
y muriendo en Ti, nazco para la vida eterna.
Amén


Día sexto: Diciembre 21:
TEMA: CONSTRUIR LA PAZ DESDE EL TRABAJO

Avanzamos en nuestra preparación para celebrar la fiesta de la natividad del Señor en la cual hemos venido profundizando en el compromiso que la construcción de una cultura de paz exige a cada uno de los actores involucrados. Hoy vamos a reflexionar sobre el papel que cumple el trabajo y las relaciones laborales como ingrediente importante en la construcción de la paz. Participemos con mucha alegría y mucha fe.

2Ts 3, 10b-13:  Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A ésos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan. Vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien.

 “La paz se construye día a día en la búsqueda del orden querido por Dios y sólo puede florecer cuando cada uno reconoce la propia responsabilidad para promoverla” (Compendio de la Doctrina social de la Iglesia Católica n.495). El orden querido por Dios comprende el trabajo como la intervención del ser humano en la construcción de una humanidad en la libertad, en la justicia y en el amor.
Desde el punto de vista ético y moral, el trabajo es un derecho y un deber. En el trabajo la persona se encuentra consigo misma, descubre sus habilidades, su capacidad de creatividad,
sus posibilidades de “completar” la obra de la creación. “El trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza” (Juan Pablo II, Encíclica Laborem Exercens, Introducción).
Hombres y mujeres trabajan para procurar su propio sustento y el de sus familias. El trabajo también tiene su función social, en cuanto que las personas se sienten realizadas, serenas y tranquilas en la medida en que experimentan su capacidad de servir, de intervenir en la transformación del mundo.
El trabajo aporta a la construcción de la paz no sólo desde el punto de vista de crear una sociedad con igualdad de oportunidades, sino también desde el punto de vista humano, pues en el mundo del trabajo son importantes las relaciones que allí se viven. Las relaciones laborales han de estar marcadas por el respeto a la dignidad de cada persona y por el trato justo y equitativo.
Jesús que nace en Belén y viene a dignificar al hombre en todas sus situaciones, a liberarlo del yugo del pecado, del egoísmo y del mal, asume el trabajo humano y lo redime con su entrega en la cruz. Al acogerlo en nuestros corazones comprometámonos a asumir con mucha responsabilidad nuestro trabajo, a mantener buenas relaciones con las personas que nos rodean y a trabajar para implantar el reino de la justicia y de la equidad entre todos.

Oremos:
Por todas las personas que están desempleadas y sus familias, por todos los que son explotados en su trabajo y no se les respeta su dignidad de personas, para que en esta navidad sientan la fortaleza que les da el Señor Jesús, el Verbo encarnado.


Oración por la paz

Señor, hazme un instrumento de tu paz.
Que donde quiera que haya odio, siembre yo amor;
donde haya injuria, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya desesperación, esperanza;
donde haya oscuridad, luz;
donde haya tristeza, alegría.
¡Oh Divino Maestro!
Concédeme,
que no busque ser consolado, sino consolar;
que no busque ser comprendido, sino comprender;
que no busque ser amado, sino amar.
Porque dando, es como recibo;
perdonando es como Tú me perdonas;
y muriendo en Ti, nazco para la vida eterna.
Amén


Día séptimo: Diciembre 22
TEMA: UN COMPROMISO SIEMPRE ACTUAL: EDUCAR PARA LA PAZ

En el encuentro de este día, detengámonos un momento a pensar en la necesidad que tenemos de educar para la paz. No bastan los buenos sentimientos, ni el deseo fervoroso de la paz, es necesario un aprendizaje que nos permita asimilar el proceso que nos lleva a saber convivir con los demás, respetarlos, tratarlos bien, tener la capacidad de perdonar, aprender a resolver los conflictos de una manera adecuada sin acudir a la violencia. El compromiso es educarnos y educar para la paz.

Mt. 5, 43-48.  Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.

 “Los cristianos sentimos, como característica propia de nuestra religión, el deber de formarnos a nosotros mismos y a los demás para la paz. En efecto, para el cristiano proclamar la paz es anunciar a Cristo que es «nuestra paz» (Ef 2,14) y anunciar su Evangelio que es «el Evangelio de la paz» (Ef 6,15), exhortando a todos a la bienaventuranza de ser «constructores de la paz» (cf. Mt 5,9)” (Juan Pablo II. Mensaje para la Jornada de la paz, 1 de enero de 2004).
El primer escenario donde los seres humanos hemos de educarnos para la paz es naturalmente la familia, “puesto que los padres son los primeros educadores. La familia es la célula originaria de la sociedad. «En la familia es donde los hijos aprenden los valores humanos y cristianos que permiten una convivencia constructiva y pacífica. En la familia es donde se aprende la solidaridad entre las generaciones, el respeto de las reglas, el perdón y la acogida del otro». Ella es la primera escuela donde se recibe educación para la justicia y la paz” (Benedicto XVI, Mensaje para la jornada de la paz, 1 de enero 2012)
Además de la familia, primera escuela de humanidad, los niños y los jóvenes, son enviados a las escuelas, colegios y universidades para avanzar en su proceso de crecimiento integral como personas. Todos esos ambientes educativos deben convertirse en un lugar de apertura al otro y a lo transcendente; lugar de diálogo, de cohesión y de escucha, en el que cada uno se sienta valorado en sus propias potencialidades y riqueza interior, y aprenda a apreciar a los hermanos.
Para ser verdaderamente constructores de la paz, debemos ser educados en la compasión, la solidaridad, la colaboración, la fraternidad; hemos de ser activos dentro de las comunidades y atentos a despertar las conciencias sobre las cuestiones nacionales e internacionales, así como sobre la importancia de buscar modos adecuados de redistribución de la riqueza, de promoción del crecimiento, de la cooperación al desarrollo y de la resolución de los conflictos. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios», dice Jesús en el Sermón de la Montaña (Mt 5,9).
Estamos en una sociedad acelerada, agresiva y frenética en la que se tiene frecuentemente la tentación de reñir, de entrar en conflicto. Bien ilustrativas son las palabras del Papa Juan Pablo II a los jóvenes: “Recordaos: Es una vanidad nociva el querer aparecer fuertes contra otros hermanos y compañeros mediante las peleas, las palabrotas, los golpes, la ira, la venganza. Responderéis que todos hacen lo mismo. Mal hecho, os decimos; si queréis ser fuertes, sedlo con vuestro ánimo, con vuestro comportamiento; aprended a dominaros; sabed también perdonar y volved de nuevo a ser amigos de aquellos que os han ofendido: así seréis de verdad cristianos. No odiéis a nadie. No seáis orgullosos ante otros jóvenes o personas de distinta condición social, de otros Países. No actuéis por interés egoísta, por despecho, nunca jamás por venganza, repetimos”.

Oremos:
Por los niños y jóvenes del sector, vereda o parroquia, especialmente por los que sufren a causa del abandono de sus padres, de los vicios de la droga, el alcohol y el sexo, para que en esta navidad encuentren la luz de Cristo y sientan su amor y cercanía.


Oración por la paz

Señor, hazme un instrumento de tu paz.
Que donde quiera que haya odio, siembre yo amor;
donde haya injuria, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya desesperación, esperanza;
donde haya oscuridad, luz;
donde haya tristeza, alegría.
¡Oh Divino Maestro!
Concédeme,
que no busque ser consolado, sino consolar;
que no busque ser comprendido, sino comprender;
que no busque ser amado, sino amar.
Porque dando, es como recibo;
perdonando es como Tú me perdonas;
y muriendo en Ti, nazco para la vida eterna.
Amén


Día octavo: Diciembre 23
TEMA: SERVIDORES Y CONSTRUCTORES DE PAZ DESDE LA POLÍTICA

Existen unos actores muy importantes en la tarea de la construcción de la paz en nuestro país y en el mundo entero: los políticos, los gobernantes, los constructores de sociedad. En esta novena vamos a reflexionar sobre este compromiso en favor de la paz y también oremos para que el nacimiento de Jesús sea prenda de gracia y bendición para todos los dirigen nuestro país.

Mc. 10, 41-45. Jesús, llamándoles, les dice: «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor,. y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.»

La tarea de construir un mundo de paz tiene, en el ámbito de la comunidad nacional, unos actores que merecen estímulo y necesitan ayuda. Es necesario que penetre el verdadero espíritu de la paz a nivel de hombres políticos, de dirigentes y gobernantes, de medios y de centros de los que dependen, de una u otra manera, los pasos decisivos hacia la paz o la triste posibilidad de prolongar la guerra o las situaciones de violencia.
Al contemplar la humildad y sencillez del “Príncipe de paz” en la gruta de Belén, asumimos con valentía las palabras del Papa Juan Pablo II: “Hombres políticos, responsables de los pueblos y de las organizaciones internacionales, yo os manifiesto mi estima sincera y doy mi total apoyo a vuestros esfuerzos muchas veces agotadores por mantener o restablecer la paz. Es más, consciente de que va en ello la felicidad e incluso la supervivencia de la humanidad, y persuadido de la gran responsabilidad que me incumbe de hacer eco a la llamada capital de Cristo: «Dichosos los que trabajan por la paz», me atrevo a alentaros a que vayáis más lejos. Abrid nuevas puertas a la paz. Haced todo lo que está en vuestras manos para hacer prevalecer la vía del diálogo sobre la de la fuerza. Que esto tenga aplicación en primer lugar en el plano interior: ¿cómo pueden los pueblos promover de verdad la paz internacional, si son ellos mismos prisioneros de ideologías según las cuales la justicia y la paz no se obtienen más que reduciendo a la impotencia a aquellos que, ya de antemano, son considerados indignos de ser artífices de la propia suerte o cooperadores válidos del bien común?”.
En estos momentos en que se desarrollan los diálogos en favor de la paz de nuestra patria nos acogemos al amor misericordioso de Jesús, el niño de Belén, para pedirle que entre quienes están negociando haya capacidad de respeto, de verdad, de benevolencia y de fraternidad. Necesitamos gestos de paz, creativos y audaces, que rompan con el peso de las pasiones heredadas de la historia.
Pero la paz no se consigue sólo en las mesas de diálogo. Ella es el
de la paz que se teje con el aporte de todos. Tenemos que desarmar los espíritus y acabar con el tráfico de armas. Es necesario que en nuestro país se creen marcos institucionales apropiados a la solidaridad local regional, nacional y mundial.
Jesús nos enseña que él no ha venido a ser servido sino a servir y que entre nosotros debemos apreciarnos, respetarnos y ayudarnos. El mundo de la política, del gobierno y de la vida pública debe ser impregnado de este espíritu. Trabajemos todos en la construcción de una cultura de paz buscando el bien para todos y creando un ambiente de fraternidad y de solidaridad.

Oremos:
Por todas las personas que en nuestro país están trabajando por la reconciliación y la paz entre los colombianos. Especialmente oremos por los dirigentes, los gobernantes y quienes tienen alguna responsabilidad pública para que el Señor Jesús, encarnado los ilumine en todas sus tareas.


Oración por la paz

Señor, hazme un instrumento de tu paz.
Que donde quiera que haya odio, siembre yo amor;
donde haya injuria, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya desesperación, esperanza;
donde haya oscuridad, luz;
donde haya tristeza, alegría.
¡Oh Divino Maestro!
Concédeme,
que no busque ser consolado, sino consolar;
que no busque ser comprendido, sino comprender;
que no busque ser amado, sino amar.
Porque dando, es como recibo;
perdonando es como Tú me perdonas;
y muriendo en Ti, nazco para la vida eterna.
Amén


Día noveno: Diciembre 24
TEMA: ÉL ES NUESTRA PAZ

Terminamos hoy la preparación para la fiesta de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Al pie del pesebre y contemplando al Redentor hemos hecho un recorrido por el horizonte de la reconciliación y la paz. Vivamos con mucha alegría esta ansiosa espera del Mesías, quien para nosotros, es el Señor que camina a nuestro lado, que se manifiesta presente en nuestras familias y en nuestra comunidad. Como María y José, como los humildes pastores de Belén postrémonos de rodillas ante el Príncipe de la paz y comprometámonos con El a ser obreros del reino de la justicia, del amor y de la paz.

Ef. 2, 13 – 16:  Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad.

Esta noche escucharemos una vez más el tradicional canto del “Gloria”, que contiene el anuncio gozoso de los ángeles en la noche de Belén: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”. Los seres humanos y en especial, nosotros que sufrimos los rigores de una guerra absurda y que parece no tener fin, sentimos la gran necesidad de la paz, la anhelamos, la buscamos de todas formas.
Al celebrar la fiesta de la natividad del Señor, renace una vez más la luz de la esperanza, se fortalece el espíritu para continuar con renovado esfuerzo la búsqueda de un mundo más justo, más humano, lleno de paz y de sana convivencia. Fijemos nuestra mirada en la persona de Jesús, el Hijo de Dios, nacido en Belén, en el seno humilde del hogar formado por María y José. El es nuestra paz.
Ha venido con el poder de lo alto para sanar los corazones afligidos, para reconciliar al hombre consigo mismo, con la naturaleza, con los demás seres humanos y con el Padre celestial. Ha derrumbado el muro que nos separaba. Es un hecho, ya no somos extraños los unos con los otros, Jesús ha hecho posible que los humanos nos encontremos, los enemigos se abracen y volvamos alegres la mirada y el corazón hacia los demás para acogernos fraternalmente como hijos del único Padre.
“La paz les dejo, mi paz les doy. Pero no se las doy como la da el mundo”. Es necesario establecer bien esta diferencia, pues hemos gastado muchas energías e intentos para conseguir la paz, la navidad nos enseña a buscarla donde se encuentra la verdadera fuente. Al celebrar hoy la Encarnación del Hijo de Dios, nuestro Salvador Jesús, tengamos en cuenta que su presencia debe originar una nueva manera de vivir, un nuevo modo de hacer familia y construir la comunidad humana. El ha derribado el odio y ha abierto la senda del amor, del perdón, de la comprensión, de la reconciliación sincera que acoge y abraza con amor a todos los seres humanos.
Como San Francisco de Asís pidamos a Jesucristo, el Dios hecho hombre, que nos haga instrumentos de su paz, para que su reino de amor, justicia, solidaridad y perdón se realice en cada uno de nuestros corazones, de nuestras familias y de nuestra sociedad. Que éste sea el verdadero compromiso de aportar para el proceso de paz que se lleva en nuestro país. Confiamos en la acción del Espíritu “que mueve los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión. Con tu acción eficaz consigues que las luchas se apacigüen y crezca el deseo de la paz; que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza” (Plegaria eucarística sobre la reconciliación II).

Oremos:
Por todas las personas que sufren a causa de la violencia, por los que sufren las consecuencias de la injusticia, del odio y de la venganza para que la celebración del nacimiento de Jesús les traiga serenidad y paz.


Oración por la paz

Señor, hazme un instrumento de tu paz.
Que donde quiera que haya odio, siembre yo amor;
donde haya injuria, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya desesperación, esperanza;
donde haya oscuridad, luz;
donde haya tristeza, alegría.
¡Oh Divino Maestro!
Concédeme,
que no busque ser consolado, sino consolar;
que no busque ser comprendido, sino comprender;
que no busque ser amado, sino amar.
Porque dando, es como recibo;
perdonando es como Tú me perdonas;
y muriendo en Ti, nazco para la vida eterna.
Amén










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